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"Si algún país ataca Irán, hasta mis amigos de Londres vendrán a luchar"
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EL 'NUEVO' PAÍS: NACIONALISMO CON MENOS CONTROL

"Si algún país ataca Irán, hasta mis amigos de Londres vendrán a luchar"

Décadas después de la Revolución Islámica, que le liberó de la influencia occidental, Irán vuelve a la comunidad internacional. El control se ha reducido, pero el nacionalismo exacerbado persiste

Foto: Un cartel sobre un sistema de pruebas de inglés en un parada de autobús de Teherán, el 24 de agosto de 2015 (Reuters).
Un cartel sobre un sistema de pruebas de inglés en un parada de autobús de Teherán, el 24 de agosto de 2015 (Reuters).

Treinta y seis años después del triunfo de la Revolución Islámica, aquella por la que Irán parecía liberarse de la influencia occidental, el país vuelve a la comunidad internacional. Ya no pertenecerá al ‘Eje del Mal’ en el que le incluyó George W. Bush, la fatua de Jomeini contra Salman Rushdie parece un mal sueño y el asalto contra la embajada de Estados Unidos apenas es recordado entre la población. Ahora, Europa mira a Irán; incluso Reino Unido quiere olvidar el episodio de hace cuatro años cuando su embajada también fue tomada, aunque esta vez sin rehenes. Sin embargo, las barreras y los odios creados por parte del Estado serán difíciles de derribar.

En la fachada de la antigua embajada de Estados Unidos, hoy reconvertida en un centro cultural para jóvenes, la inscripción "Down with USA" aparece en primer término cuando uno sale de la parada de metro más cercana. Toda la pared del antiguo edificio está repleta de pinturas que advierten contra la amenaza americana y ensalzan al líder Jomeini. Incluso el rotor del helicóptero de la fallida operación Garra de Águila, un fracaso total de Jimmy Carter para rescatar a los rehenes, aún se guarda como botín de guerra encima del escudo desvencijado de Estados Unidos en la pared del complejo.

Mientras tanto, es verano en Irán y las temperaturas superan ampliamente los 30 grados. Algunas zonas del sur del país fácilmente llegan a los 45, pero las leyes nacionales obligan a todas las mujeres a cubrirse el cabello en público. La Policía religiosa se sitúa en las esquinas de las principales avenidas de Teherán para pillar a aquellas que no respeten la ‘decencia’ impuesta. Las fuerzas de seguridad, con criterios completamente arbitrarios, pueden inmovilizar el vehículo en caso de que consideren que se ve demasiado pelo o que la manga no cubre suficientemente el brazo. Por supuesto, el ‘manteau’, una prenda que evita marcar las curvas del cuerpo, se convierte en la tónica habitual para evitar que las camisetas de tirantes puedan desembocar en un arresto.

Al mismo tiempo, el pasado Día de Jerusalén, una festividad que se celebra el último viernes antes del inicio del Ramadán, se recordó una vez más que Irán nunca reconocerá a Israel bajo el mandato de los ayatolás y se advirtió a Estados Unidos, con quema de banderas mediante, que el antiamericanismo está enraizado en las entrañas del régimen. Este es el Irán que el Gobierno parece querer mostrar, los islamistas radicales de los que informan los medios de comunicación fuera del país, sin respeto por las mínimas leyes internacionales y que permiten tomar embajadas sin represalia alguna. Un país sin discotecas, en el que hombres y mujeres no pueden acudir a un concierto juntos, y en el que los mensajes de religiosos pueblan la televisión.

"Todo está prohibido, pero así es más divertido"

“En Irán todo está prohibido, pero así es más divertido”, cuenta Ghazaleh, una licenciada en arquitectura, que acude asiduamente a las celebraciones de sus amigos en casa. Existen dos versiones: las reuniones, de alrededor de quince personas, en las que se charla alrededor de comida y alcohol, y las fiestas, donde más de cincuenta personas acuden a eventos que nada tienen que envidiar a las discotecas europeas. Luces, máquinas de humo y camareros, todo a cuenta del anfitrión.

¿Y la Policía? “A menudo acuden y llaman a la puerta, pero lo único que buscan es algo de dinero para completar su sueldo”, asevera Sahar, que advierte que en algunas ocasiones se han tenido que quedar en la casa del anfitrión a la espera de que los agentes, que en algunos casos no aceptan ese soborno, desistan en sus intenciones.

El poder hacer estas fiestas depende en muchas ocasiones de la buena fe del vecino. A las afueras de Teherán, entre montañas, el ambiente es más relajado. Es más fácil poder celebrar cualquier evento con alcohol y los habitantes de este valle se pueden permitir los 30 euros que cuesta el vodka o whiskey de contrabando. Existen versiones más asequibles, como el aragh, que en muchos casos se trata de un licor realizado mediante la fermentación de pasas que suele realizarse en domicilios particulares. Sin embargo, los encuentros en domicilios situados en el centro de la ciudad deben acabar a medianoche, ante posibles llamadas a las fuerzas de seguridad de los residentes cercanos.

Irán ha logrado mantener el espíritu nacionalista en cada casa, incluso entre cristianos y judíos, que viven con calma en medio de los enfrentamientos religiosos de Oriente Medio

Del mismo modo, las terrazas de Teherán se encuentran abarrotadas cuando cae la noche, los únicos lugares en los que hacer cierta vida social al aire libre. En muchos casos, una pequeña petaca se desliza sobre el borde del vaso para verter algunas gotas de alcohol con el que sazonar la bebida.

Por otro lado, la televisión oficial no puede competir con el cable, a pesar de que la Guardia Revolucionaria se afane por confiscar todas las parabólicas que puede -en muchos casos, esa misma tarde puedes tener instalado otra vez el aparato- y las redes sociales permiten mantener la frivolidad tan del gusto de los occidentales.

La propaganda en los medios y los constantes problemas en las telecomunicaciones no aplacaron en los primeros días las protestas por el triunfo de Mahmud Ahmadineyad en las elecciones de 2009, que sacó a millones de personas a la calle ante las acusaciones de pucherazo. El régimen tembló, pero no llegó a sacudirse, a sabiendas de que la población estaba yendo más rápida que sus propios dirigentes.

En consecuencia, la elección del pragmático Hassan Rouhaní tranquilizó a una población cuyos dos tercios tienen menos de 35 años: nacidos en un régimen con el que no tienen qué comparar y cuyas soflamas de libertad frente a lo externo no cuadran ante un Gobierno controlador.

"Hasta mis amigos de Londres vendrán a luchar"

La República Islámica sí ha conseguido mantener una actitud de consenso, un nacionalismo exacerbado en cada uno de sus ciudadanos. “Si algún país ataca Irán, hasta mis amigos de Londres vendrán a luchar”, asegura Human, que lleva viviendo más de la mitad de su vida fuera de Irán y ha vuelto ante las buenas perspectivas laborales.

Los iraníes pueden sentirse representados por el líder supremo Jameneí o denostarlo en cada conversación, pero defienden que el país tenga su propio paso y sepa trazar su propio camino. “Irán nunca ha atacado a nadie”, defiende Lian, una estudiante de ingeniería industrial. “Fueron los árabes (iraquíes) quienes nos atacaron”, explica sobre una guerra que, por su edad (25), ni siquiera vio terminar (1980-1989).

El régimen ha logrado mantener ese espíritu nacionalista en cada casa, incluso entre las minorías turcomanas, turcas y kurdas, y también entre los cristianos y judíos, que viven con calma en medio de los enfrentamientos religiosos de Oriente Próximo, aunque el Estado pretenda que el Islam chií invada todo acto público. Los iraníes saben que viven en una región sin prácticamente ningún aliado. Sin embargo, no quieren intervenciones externas de ningún tipo. El fin de las sanciones podrá traer más apertura, pero sólo ellos podrán decidir su futuro.

Treinta y seis años después del triunfo de la Revolución Islámica, aquella por la que Irán parecía liberarse de la influencia occidental, el país vuelve a la comunidad internacional. Ya no pertenecerá al ‘Eje del Mal’ en el que le incluyó George W. Bush, la fatua de Jomeini contra Salman Rushdie parece un mal sueño y el asalto contra la embajada de Estados Unidos apenas es recordado entre la población. Ahora, Europa mira a Irán; incluso Reino Unido quiere olvidar el episodio de hace cuatro años cuando su embajada también fue tomada, aunque esta vez sin rehenes. Sin embargo, las barreras y los odios creados por parte del Estado serán difíciles de derribar.

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