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Presos en Asia y abandonados por España
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la 'SOLEDAD' EN cárceles DE CAMBOYA Y TAILANDIA

Presos en Asia y abandonados por España

El caso de Ricardo es de los más kafkianos del Sudeste Asiático, donde la mayoría de extranjeros son encarcelados por posesión de drogas. Un fiscal y la policía aseguraron que no había indicios del crimen

Foto: Un guardia de seguridad patrulla el interior de la prisión tailandesa de Klong Prem, en Bangkok, en enero de 2013 (Reuters).
Un guardia de seguridad patrulla el interior de la prisión tailandesa de Klong Prem, en Bangkok, en enero de 2013 (Reuters).

A Chen no le hace gracia conducir su tuk-tuk hasta la prisión. Da mal fario, se queja este camboyano que se gana la vida con su carromato motorizado en Phnom Penh. Tras mucho insistir -y ofreciendo unos cuantos dólares de más-, Chen aparca sus supersticiones y accede a ir hasta Prey Sar. La cárcel más grande de Camboya y cuyo nombre se traduce como “la jungla blanca”.

Para visitar a un preso en “la jungla” no basta con pedir cita en la entrada. Un donativo de diez dólares bajo mano es necesario para que el funcionario de prisión te deje pasar. Y en la destartalada sala de espera hay que ofrecer otros seis billetes americanos a un agente que solo te hace caso cuando sacas la billetera. Todo para que puedan cachearte de arriba abajo y requisar tu móvil, tu cartera y hasta la pasta de dientes antes de poder cruzar el muro mayor. El área de visitas son cuatro mesas al aire libre, sin separación entre presos y visitantes. En lugar de guardias, la nota de color la ponen una docena de funcionarias, que almuerzan con normalidad dentro de una prisión donde los hombres solo suelen ver a otros hombres.

Al rato, a escasos metros del grupo de mujeres, aparece un preso vestido de naranja y de rasgos europeos. Ricardo Blundell Pérez, nacionalidad española y sentenciado a pasar diez años en esta prisión. Está a punto de llevar dos en un lugar del mundo donde, desde luego, las cárceles no son reconocidas por su higiene o su comodidad.

El caso de Ricardo es de los más kafkianos que se han escuchado recientemente en el Sudeste Asiático, donde la mayoría de encarcelamientos son por posesión de drogas. El español fue detenido cuando regresaba a su apartamento, tras haberse encontrado allí dentro el cuerpo en descomposición de un turista británico. Llevaba 26 días muerto y los malos olores alertaron al casero, quien llamó a la policía.

Según el auto policial, Blundell y la víctima eran drogadictos reconocidos y se habían hecho amigos poco antes. La noche previa a la muerte del británico, ambos estuvieron juntos en el apartamento del español, quien afirma que pasaron el rato bebiendo. Su relato se basa en que se lo encontró muerto al día siguiente, sentado en una silla. Sobredosis, pensó.

Viviendo sin papeles en la capital de Camboya -hasta su pasaporte había desaparecido-, Ricardo afirma que escondió el cuerpo y siguió haciendo su vida. El juez sentenció que él había asesinado a la víctima, si bien no pudo detallar cómo se cometió el crimen. La inverosimilitud del caso y las contradicciones del acusado bastaron para estimar que, si el español no informó a la policía, tuvo que ser porque era culpable.

La ‘soledad’ en prisiones de Camboya y Tailandia

Ricardo Blundell ya asume como habituales las particularidades de la cárcel camboyana. Duermen 60 hombres hacinados en una habitación, los unos contra los otros, temiendo a la lluvia. Cuando se moja el patio, los presos no pueden abandonar ese cuarto cerrado donde conviven con ratas y enfermedades. Sobre todo venéreas, aunque abundan otras como la conjuntivitis o la hepatitis. Lo que sí escasea es el agua potable.

Pero no es eso lo que apena a quienes conocen su historia. Sino la posibilidad de que sea inocente y esté pagando por algo que no haya cometido. En su juicio, en diciembre del pasado año, un fiscal y la policía testificaron que no había indicios de crimen. Y el lugarteniente Loeuk Um, de la policía de Phnom Penh, quien se encargó de inspeccionar el cadáver, firmó que la víctima murió de sobredosis y que no hubo homicidio.

Culpable o inocente, Blundell se ha resignado a no recibir ayuda alguna desde su país de origen. Mientras la prensa camboyana titulaba que “los tribunales de Phnom Penh encarcelan a un ‘inocente’ español”, el cónsul español para Camboya y que reside en Tailandia, Nuño Santos, solo fue a visitar a Blundell un par de veces a prisión. Aun siendo el único nacido en España encerrado en el país del Sureste Asiático. Y, según el preso, lo único que el cónsul hizo por él fue llevarle una revista del corazón.

En su juicio, en diciembre del pasado año, un fiscal y la policía testificaron que no había indicios de crimen

No es difícil escuchar entre la comunidad española en el Sudeste Asiático que la embajada suele lavarse las manos cuando se trata de presos en los que hay drogas de por medio. Lo que es el caso de casi todos los que acaban en prisión. Siempre bajo la excusa su responsabilidad en su capacidad limitada. El propio cónsul Nuño Santos, preguntado sobre este caso, asegura que no puede dar explicaciones. Según él, la Oficina de Información Diplomática debe darle permiso primero.

La historia de Ricardo Blundell no es la única en la que se cuestiona la gestión diplomática en relación a nuestros ciudadanos presos en el extranjero. En Tailandia, el español J.M., que prefiere mantener su nombre en el anonimato, pasó un año y nueve meses en Klong Prem, la prisión de Bangkok donde encarcelan a los presos relacionados con casos de droga. Y dice no estar satisfecho con el trato que recibió del consulado.

Detenido por posesión de estupefacientes -lo que en países como España es consumo se considera tráfico en Tailandia-, J.M. fue sentenciado a dos años de prisión. Hace pocas semanas, salió libre tras cumplir un año y nueve meses, gracias a uno de los perdones reales que ofrece Tailandia.

El primer escollo que encontró J.M. en su trato con el consulado fue que, según él, le aseguraron que sería repatriado y terminaría de cumplir su condena en España tras un año en Tailandia. Una esperanza que fueron alimentándole hasta que se cumplieron los primeros 12 meses. Fue entonces cuando le llegó el chasco. No podía ir a su país.

En este caso, tuvo que ser un error de cálculo por parte del consulado. El acuerdo entre ambos países dice que los presos que pasen la mitad de su condena en una prisión en Tailandia y aún les quede más de un año de pena pueden solicitar ser repatriados, para cumplir el resto de la pena en su país. Las cuentas no salían para J.M., ya que la repatriación no es posible con una condena de dos años.

No fue su único problema con el cónsul, que solo fue a visitarle un par de veces en más de año y medio. Durante un tiempo, afirma que le negaron el derecho de todo preso a ponerse en contacto con sus abogados, quienes eran además el único nexo con su familia en España. El consulado, comenta, se negó a enviar las cartas que él mandaba a su bufete a través de ellos, donde el preso requería que se pusiesen en contacto con él de forma urgente. Nunca recibieron sus abogados esas cartas ni esa demanda de ayuda, explica J.M.

Peor aún, cuando cumplió su condena y debía regresar a España, J.M. preguntó al cónsul directamente si estaba limpio su expediente en su país. Según explica el expreso, el mismo Santos le aseguró que se había encargado de que estuviese todo en regla. Y, sin embargo, cuando J.M. aterrizó en su país fue detenido y tuvo que pasar la noche en comisaría. Estaba en busca y captura por no haberse presentado a un juicio por una alcoholemia, al que no pudo asistir al haber estado recluido en Tailandia.

Una cárcel en la que también dormía en habitaciones ocupadas por 70 personas. Donde hay mucho sida y se dan brotes de conjuntivitis que dejan a más de la mitad de los reclusos sin salir de su habitación. Y en donde las condiciones de vida pasan por comer junto a las ratas.

A Chen no le hace gracia conducir su tuk-tuk hasta la prisión. Da mal fario, se queja este camboyano que se gana la vida con su carromato motorizado en Phnom Penh. Tras mucho insistir -y ofreciendo unos cuantos dólares de más-, Chen aparca sus supersticiones y accede a ir hasta Prey Sar. La cárcel más grande de Camboya y cuyo nombre se traduce como “la jungla blanca”.

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