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Grecia amenaza con resquebrajar el poder de Merkel
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FRACTURA ENTRE LOS CONSERVADORES ALEMANES

Grecia amenaza con resquebrajar el poder de Merkel

El rumbo escogido por Merkel para la crisis griega pone en peligro la hasta ahora indestructible cohesión de los conservadores alemanes. Los disidentes euroescépticos cada vez hacen más ruido

Foto: La canciller Angela Merkel durante la sesión celebrada en el Bundestag sobre Grecia, el 19 de agosto de 2015 (Reuters).
La canciller Angela Merkel durante la sesión celebrada en el Bundestag sobre Grecia, el 19 de agosto de 2015 (Reuters).

66. Ese número le está dando más de un quebradero de cabeza a Angela Merkel, la mujer más poderosa de Europa. Ése es el número de diputados de su grupo parlamentario, llamado "La Unión" porque agrupa a la Unión Cristianodemócrata (CDU) de la canciller y a sus socios bávaros, la Unión Socialcristiana (CSU), que este miércoles dijeron "no" a un tercer rescate para Atenas o se abstuvieron. Los que desecharon la solución in extremis a la que llegó Merkel con el presidente francés, François Hollande, y el primer ministro heleno, Alexis Tsipras, para salvar a Grecia del abismo de la quiebra y de la expulsión forzada del euro. Los que dijeron "no" a su jefa de filas a pesar de las presiones que han recibido por parte de la cúpula.

El problema no es el nuevo programa de ayuda financiera condicionada para Atenas. Merkel gobierna con el apoyo de una gran coalición de conservadores y socialdemócratas que se explaya a lo largo y ancho del 80% del arco parlamentario. Sus socios minoritarios, los socialdemócratas, votaron mayoritariamente a favor, al igual que Los Verdes. De hecho, el tercer rescate heleno, pese a las tres horas de encendido debate en el Bundestag, ha recibido el respaldo mayoritario de la Cámara. El problema, en el fondo, es la creciente división que se está viviendo en el que ha sido el partido más votado en Alemania, con diferencia, en la última década. La Unión, desunida.

La cifra de "nos" y abstenciones registrada entre los conservadores -ligeramente superior a la cosechada en julio, cuando se votó la apertura de negociaciones para un tercer rescate- resulta significativa por tres motivos. Primero, porque los "nos" suponen alrededor de la mitad de los votos en contra del rescate. La segunda es que este número es alrededor de un 20% de los 311 diputados de la Unión. Y la tercera, porque en diez años como canciller, Merkel nunca había sufrido en el Parlamento una oposición interna de esa magnitud. Esto es, que para la líder conservadora el enemigo está en casa.

La frontera del dolor

Los comentaristas políticos en Berlín tratan estos días de vislumbrar dónde está lo que denominan la "Schmerzgrenze", la frontera del dolor para la canciller. ¿A partir de cuántos votos en contra empieza a debilitarse Merkel tanto dentro de su partido como en Alemania y en Europa?

A lo largo de una década en el poder, Merkel ha conseguido poner el partido por completo a sus pies. Con su forma de actuar, como una lenta apisonadora silenciosa, y con su forma de ser, estratégicamente ambigua y cautelosa, pragmática y escasamente ideológica, se ha quitado de encima a rivales y barones díscolos y ha situado en los puestos clave a sus fieles. En los temas clave, salvo algún rebelde sin causa, todos votaban a una. Su alergia a los aspavientos y a los bandazos facilitaba además la adhesión interna. Y entonces llegó Grecia.

Merkel nunca había sufrido en el Parlamento una oposición interna de esa magnitud. Para la líder conservadora, el enemigo está en casa

La crisis helena ha excitado casi todos los tabúes del arquetípico político conservador alemán. El incumplimiento de las normas, las intromisiones políticas en la independencia del Banco Central, la acumulación de deudas y el miedo a que la UE se convierta en una unión de transferencias en la que se cronifique la financiación del austero y trabajador norte al vago y vividor sur.

Así, revueltos en sus escaños, un creciente puñado de parlamentarios conservadores ha decidido desafiar al poder hegemónico en su formación aprovechando que en Alemania no hay disciplina de voto. Si en febrero una treintena de diputados conservadores se abstuvo como forma de protesta en el debate sobre la prolongación del segundo rescate heleno, en julio y agosto han sido el doble los que directamente han votado que no. El hartazgo del sector más conservador y, por qué no decirlo, euroescéptico de la Unión es evidente.

placeholder Manifestantes de un sindicato comunista protestan ante el Ministerio de Trabajo, en Atenas (Reuters).
Manifestantes de un sindicato comunista protestan ante el Ministerio de Trabajo, en Atenas (Reuters).

Y ahora el FMI

Los díscolos argumentan que los tratados dejan bien claro que ningún país de la eurozona debe asumir las deudas de otro. Y que había unos límites de déficit y endeudamiento que se han incumplido. También esgrimen que Atenas ha destrozado toda la confianza que los socios tenían con él. Asimismo, aseguran que Grecia estaría mejor fuera del euro. Que con una nueva moneda y un fuerte impago inicial el país rebotaría y, con ciertas reformas estructurales y una política monetaria propia, podría recuperarse. Por último, sienten pavor ante la posibilidad de que en octubre el Fondo Monetario Internacional (FMI), tras una nueva evaluación sobre la capacidad de pago de Grecia, decida no sumarse al tercer rescate, dejando solos en el nuevo programa a los socios europeos.

Para este grupo , el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, es una especie de mártir digno de devoción. Se ha ganado a los rebeldes con sus aceradas críticas a Atenas desde el Gobierno y, sobre todo, con su polémica propuesta de un "Grexit temporal" durante la maratoniana tanda de negociaciones de mediados de julio. No obstante, el veterano cristianodemócrata ha votado "sí" en todas las ocasiones.

Los díscolos sienten pavor ante la posibilidad de que en octubre el FMI decida no sumarse al tercer rescate

Merkel y el presidente del grupo conservador en el Bundestag, Volker Kauder, han tratado durante semanas de convencer a los díscolos con todo tipo de argumentos, desde los meramente economicistas a los más geopolíticos y estratégicos. Pero los frentes ya se han consolidado en el seno de la Unión y las diferencias entre ellos se han enquistado. Si la reunión preparatoria al pleno sobre Grecia de julio duró cinco horas, la celebrada este martes, la víspera del nuevo pleno, apenas se prolongó durante una hora. Ni un solo díscolo se avino a cambiar el signo de su voto.

Kauder llegó una semana antes a insinuar que aquellos que no defendiesen las posiciones "oficiales" del grupo parlamentario podían quedarse sin puestos clave en las comisiones del Bundestag por no ser voces representativas del bloque, una amenaza encubierta con una repercusión salarial directa. Pero ésto solo sirvió para que cayera sobre él una tormenta mediática azuzada por el tabloide Bild, crítico desde el primer día con cualquier ayuda a Grecia. El voto en conciencia en el Bundestag y la rendición de cuentas ante los votantes de cada circunscripción son sagradas en la Unión.

"No creo que se pueda hablar de que la Unión está dividida", aseguró el martes en Berlín uno de los más articulados defensores del "no" en las filas conservadoras, Klaus-Peter Willsch, quitándole hierro a la cuestión. A su juicio, "hay un gran consenso" en torno al liderazgo de Merkel, lo cual no quita para que haya "diferencias" en "cuestiones técnicas". No obstante, otro crítico que ha votado en contra de todos los rescates, Wolfgang Boschbach, señaló recientemente que "muchos tienen dolor de estómago" en la Unión.

placeholder La canciller y el ministro de Finanzas Schäuble durante una sesión del Parlamento alemán, en Berlín (Reuters).
La canciller y el ministro de Finanzas Schäuble durante una sesión del Parlamento alemán, en Berlín (Reuters).

Niels Annen, portavoz de Asuntos Exteriores socialdemócrata en el Bundestag, considera sin embargo que si el número de díscolos sigue creciendo "no significaría solo un menoscabo de (la influencia de) la canciller, sino también el debilitamiento de la posición negociadora de Alemania en Bruselas".

La amenaza de quiebra de la Unión llega además en un complejo momento para el panorama político alemán a la derecha del centro. Si durante décadas este espacio se lo repartieron básicamente la CDU y la CSU (que siempre aspiró a ser el partido legal más a la derecha), la actualidad bulle en partidos y movimientos en este entorno. Grecia ha sido uno de los elementos clave en este proceso, así como el espectacular repunte de los peticionarios de asilo.

En este contexto surgió con fuerza en 2014 la euroescéptica Alternativa para Alemania (AfD), pese a que luego se ha visto debilitada por las luchas intestinas por el control del partido entre su rama euroescéptica y su sección ultraconservadora, que han acabado con una escisión y la creación de Alfa, un nuevo partido liberal-conservador. También destaca en este panorama el despunte espectacular del movimiento ultraderechista Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida) que, tras llegar a reunir a más de 20.000 personas en las concentraciones de protesta de los lunes en Dresden, se ha hundido en la irrelevancia tras destaparse varios escándalos en la organización.

Según los últimos sondeos de intención de voto, la Unión obtendría en la actualidad más del 40% de los sufragios en unas elecciones, más de quince puntos por delante del segundo partido, los socialdemócratas. Además, de forma paradógica, Schäuble y Merkel, por este orden, son los dos políticos mejor valorados del país. Quizá el futuro de la CDU dependa del entendimiento entre ambos.

66. Ese número le está dando más de un quebradero de cabeza a Angela Merkel, la mujer más poderosa de Europa. Ése es el número de diputados de su grupo parlamentario, llamado "La Unión" porque agrupa a la Unión Cristianodemócrata (CDU) de la canciller y a sus socios bávaros, la Unión Socialcristiana (CSU), que este miércoles dijeron "no" a un tercer rescate para Atenas o se abstuvieron. Los que desecharon la solución in extremis a la que llegó Merkel con el presidente francés, François Hollande, y el primer ministro heleno, Alexis Tsipras, para salvar a Grecia del abismo de la quiebra y de la expulsión forzada del euro. Los que dijeron "no" a su jefa de filas a pesar de las presiones que han recibido por parte de la cúpula.

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