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Viaje al estado más ruso de EEUU
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ALASKA Y LA INFLUENCIA PERENNE DE RUSIA

Viaje al estado más ruso de EEUU

Ninilski, Kenai o Seldovia son el testamento de la persistente influencia rusa en Alaska. Aquí viven cerca de 50.000 habitantes de origen ruso. Son ellos quienes han mantenido las iglesias ortodoxas

Foto: Una playa helada en la costa del Mar de Bering, en el pueblo de Nome, Alaska (Reuters).
Una playa helada en la costa del Mar de Bering, en el pueblo de Nome, Alaska (Reuters).

En marzo de 2014, cuando la península de Crimea acababa de ser anexionada, incorporada o reconquistada por Moscú (depende del interlocutor con quien se converse), el embajador ruso ante la Unión Europea, Vladimir Chizhov, rechazó con sorna en el conocido programa de la BBC One, Andrew Marr Talk Show, que la decisión formase parte de un arrebato expansionista por parte de Moscú.

“¿Debería decir que vigilasen Alaska, entonces? –ironizó Chizhov–. Solía ser parte de Rusia”. El diplomático mantuvo la seriedad unos segundos, ante la estupefacción del presentador, y a continuación añadió con amplia sonrisa: "Estoy bromeando, desde luego”.

O no tanto.

Chizhov se refería indirectamente a la compra del territorio de Alaska por parte del Gobierno de EEUU en 1867 por 7,2 millones de dólares al Imperio Ruso, que había reclamado su posesión desde comienzos de 1700.

Hoy en día, Ninilski, Kenai, Seldovia, Nicholaevsk, Soldotna son algunos de los nombres de localidades que sorprenden durante un recorrido por la península de Kenai, en el suroeste de Alaska. Es obvio que no fueron fundadas por emigrantes europeos, como gran parte de Estados Unidos. Son, por el contrario, el testamento de la persistente influencia rusa en el estado más septentrional de EEUU.

Aunque los alaskeños se jactan de tener poco que ver con el resto de estadounidenses, a quienes se refieren con desidia como "lower 48" (los "48 de abajo", dado que fue el estado 49º en incorporarse formalmente a EEUU en 1959), también abundan las banderas de barras y estrellas y el orgullo por la llamada “Tierra de la Libertad” sigue intacto.

Pero si la historia de Estados Unidos no es más que la de sucesivas olas de inmigrantes, la de Alaska es además el cóctel resultante de la influencia rusa, los pueblos nativos (los inuit, aleutianos y atabascanos, entre otros) y los aventureros estadounidenses que siguen tratando de vivir como lo hacían los antiguos pioneros, a su manera.

La soledad, por ello, es uno de los elementos más reivindicados por los alaskeños. "Nos gusta tener vecinos, lo que no nos gusta es verlos", cuenta a El Confidencial Dylan, quien trabaja en el pueblo de Wasilla, en una empresa de alquiler de caravanas en los cuatro meses (mayo-agosto) que conforman la temporada turística en Alaska, cuando el sol de medianoche y las cálidas temperaturas hacen que la naturaleza estalle y este confín del mundo se vuelva accesible.

Wasilla, que obtuvo fama mundial cuando su alcaldesa Sarah Palin intentó convertirse en vicepresidenta de EEUU en 2008, es un pueblo de menos de 10.000 habitantes utilizado como punto de abastecimiento para los que quieren adentrarse en el interior rumbo al deslumbrante Parque Nacional del Denali, el monte McKinley (el más alto de Norteamérica, con 6.022 metros) o la carretera que lleva al Círculo Ártico.

Durante la campaña electoral, Palin hizo gala del hecho de que Rusia y Alaska compartan frontera, y el conocimiento mutuo que ello genera, como uno de los argumentos a favor de su experiencia en política exterior en una de sus frases más conocidas: “Son nuestros vecinos puerta con puerta. De hecho, puedes ver Rusia desde Alaska”, dijo en 2008 la exgobernadora republicana del estado. Todo el mundo se riode ella; menos en Alaska, claro.

Los 50.000 habitantes de origen ruso

Aquí viven cerca de 50.000 habitantes con, al menos, parte de origen ruso, lo que supone cerca del 8% de la población total del estado. La gran mayoría es fruto de los matrimonios mixtos entre rusos y nativos del occidente, los aleutianos. “La diferencia entre la conquista de los rusos y la nuestraes que los rusos favorecieron la mezcla racial y la integración, y se llevaron a muchos nativos de las Aleutianas a estudiar a San Petersburgo o Moscú en 1700 y 1800”, explica Brad, natural de Minnesota, pero que lleva tres décadas en Alaska trabajando como guía turístico y profesor de escuela.

“Si buscas en los archivos gran parte de la cartografía original de Alaska está en cirílico y fue realizada por los nativos alaskeños que volvieron de cursar estudios en Rusia”, remarca en una playa de la bahía de Kachemak, donde Brad tiene su cabaña. “Los mejores pescadores del puerto, aquí en Homer, son rusos”, agrega sobre la que es considerada capital mundial de la pesca del fletán.

Es en este complejo panorama histórico donde proliferan distintas comunidades rusas. Desde las más puristas de los "Antiguos Creyentes" de la Iglesia Ortodoxa –cerca de un millar de personas que subsisten en un régimen de aislamiento autoimpuesto y que llegaron a Alaska a comienzos del siglo XX escapando de la persecución religiosa–hasta las más integradas, que llevan viviendo en esta zona desde hace casi 300 años.

“Mejor no se detengan en ese pueblo”

En Homer, en la punta sur de la península de Kenai, Allison O'Hara, de la empresa de Kayak True North Aventures, explica que es mejor no acercarse mucho a los habitantes de Voznesenka, una pequeña localidad al final de una enrevesada carretera sin asfaltar donde viven cerca de dos centenares de "Antiguos Creyentes", cuyas mujeres aún visten con largas faldas y se cubren el pelo con un pañuelo. Los hombres destacan por sus pobladas barbas.

No les gusta mucho la gente nueva. Verán jóvenes a toda velocidad con las motos cuatro por cuatro. No se detengan en el pueblo. Continúen, las vistas de la bahía son hermosas ", advierte O'Hara.

No obstante, mucho más numerosos que los “Antiguos Creyentes” son los descendientes de los primeros rusos que llegaron a Alaska antes de la compraventa de 1867, parte del linaje de los comerciantes de pieles y pescadores que se instalaron en la región tras su periplo hacia el Oeste desde Siberia a través de las islas Aleutianas, en 1740.

Son ellos quienes han mantenido algunas de las iglesias ortodoxas que constituyen la herencia histórica de esta parte de Alaska. Hermosos edificios de pequeño tamaño y con las características bóvedas en forma de cebolla, como las de la “Sagrada Asunción de la Virgen María” de Kenai, recientemente renovada y que data de 1847.

Curiosamente, Dorothy Gray, que asiste en las visitas a la iglesia, explica que la parroquia se mantuvo, tras la compraventa, como el centro de educación local financiado por el Gobierno ruso, unos fondos que se detuvieron con la llegada de los bolcheviques al poder en 1917.

Pese a reconocer las “despreciables” costumbres de los cazadores y comerciantes originales, y señalar que algunos de ellos actuaban como “piratas”, Gray defiende que “la historia es parte de lo que somos”. “Mirar al pasadonos ayuda a entender mejor dónde estamos y nuestro lugar en la comunidad”, concluye.

En marzo de 2014, cuando la península de Crimea acababa de ser anexionada, incorporada o reconquistada por Moscú (depende del interlocutor con quien se converse), el embajador ruso ante la Unión Europea, Vladimir Chizhov, rechazó con sorna en el conocido programa de la BBC One, Andrew Marr Talk Show, que la decisión formase parte de un arrebato expansionista por parte de Moscú.

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