Es noticia
Túnez, una presa fácil para la hidra terrorista
  1. Mundo
ataque contra el turismo

Túnez, una presa fácil para la hidra terrorista

El EI se centra en objetivos turísticos porque es muy consciente de que un desplome de la cifra de visitantes aumentará el descontento social, un caldo de cultivo para el proselitismo integrista

Foto: Vista de los daños causados en el hotel Imperial Marhaba de la cadena española Riu tras el ataque terrorista en Susa. (EFE)
Vista de los daños causados en el hotel Imperial Marhaba de la cadena española Riu tras el ataque terrorista en Susa. (EFE)

En Túnez, el único país en donde la primavera árabe no se ha marchitado, germina una peligrosa esperanza: la democracia. Una democracia con sus límites, pero democracia al fin y al cabo, un modelo que los terroristas del Estado Islámico (EI), que comulgan con la ideología takfirista -la corriente más radical del islam suní- no pueden consentir. Porque un triunfo de la democracia en un país islámico minaría el mito de que ese modelo de organización política y social es una imposición occidental, incompatible con el islam. Por esta democracia balbuceante, la única del mundo islámico; por la herencia envenenada de 23 años de dictadura feroz, y por la fragilidad que representa ser un país encajonado entre el avispero libio y la siempre inestable Argelia, Túnez se ha convertido en una presa fácil para la hidra terrorista.

Tras el ataque al museo del Bardo, reivindicado por el Estado Islámico, la nueva demostración de que Túnez está en el punto de mira del Daesh -el acrónimo en árabe de la organización- se produjo ayer con un nuevo viernes sangriento: tres atentados en Francia, Kuwait y Túnez, este último con 37 turistas occidentales muertos, en pleno mes sagrado de Ramadán. Tres nuevas masacres que suceden a 72 horas del 29 de junio, cuando se cumple un año de la proclamación del Estado Islámico por parte del califa Abu Bakr al Baghdadi. Como es costumbre en el Estado Islámico, estos ataques han ido de la mano de una potente carga simbólica: un viernes, el día sagrado del islam; Ramadán, el mes de la yihad, ese término que se suele traducir como “guerra santa” pero que también alude al esfuerzo y el perfeccionamiento interior, y a apenas tres días de una macabra celebración: la del nacimiento de la primera organización terrorista que ha implantado por la fuerza un pseudo-Estado.

El descarrilamiento de la transición tunecina

El objetivo de este tipo de atentados está claro para el periodista especialista en Túnez y autor del libro Los yihadistas franceses, David Thomson. Este experto sostiene que los terroristas pretenden hacer “descarrilar el proceso de transición democrático tunecino sembrando el caos que debería servirles para apoderarse del poder. Y para ello tienen a disposición dos medios: “Asesinar a personalidades políticas o atacar a los turistas que mantienen en vida a la economía del país”. Según la consultora World Travel Tourism Council, el turismo representó en 2013 el 7,3% del PIB de Túnez, un porcentaje que se esperaba que fuera en aumento antes de que los atentados pusieran a este importante sector de rodillas.

El Estado Islámico se centra en objetivos turísticos porque es muy consciente de que el previsible desplome de la cifra de visitantes aumentará un desempleo ya muy elevado entre los jóvenes, sobre todo entre aquellos que tienen estudios (15,7% según cifras oficiales que se consideran estimadas a la baja). Un aumento del desempleo obviamente fragilizaría aun más al gobierno del país y serviría de catalizador para un descontento social que sirve de caldo de cultivo para el proselitismo integrista.

Ayer por la tarde, el secretario de Estado de Seguridad tunecino, Rafik Chelli, afirmó que uno de los autores del ataque contra los clientes de dos hoteles de la localidad de Soussa-el Imperial Marhaba, propiedad de la cadena española Riu, y el vecino Muradi Palm Mariday era, precisamente, un joven estudiante de la ciudad de Kairouan, abatido luego a tiros por las fuerzas de seguridad. Utilizando de nuevo un potente simbolismo, no parece una casualidad el origen del supuesto terrorista, sobre todo porque, tras el ataque contra el museo del Bardo, el número 8 de la revista Dabiq, órgano oficial en inglés de los terroristas del EI, dedicaba su portada a la mezquita de Kairouan. En el mismo número, se recogía una entrevista con Boubakar el Hakim, un franco-tunecino que en su momento formó parte de la misma red terrorista que los hermanos Kouachi, autores del atentado contra la revista Charlie Hebdo.

La gran mezquita de Kairouan es un símbolo del islam tunecino. Para empezar porque su fundador, Uqba Ibn Nafi, fue un exitoso jefe militar en los tiempos de los Omeyas. Esta localidad es además la cuarta ciudad santa del Islam, tras La Meca, Medina y Jerusalén. El número de Dabiq dedicado a Túnez no ha sido la única demostración palpable que sitúa el foco de los terroristas en el país mediterráneo. En marzo, su líder supremo, Abu Bakr al Baghdadi, invitó a los tunecinos a jurar fidelidad al califato.

La quinta columna del Estado Islámico

La ofensiva del Estado Islámico sobre Túnez cuenta con dos puntas de lanza: la primera es la presencia de tunecinos en las filas del EI. Al menos 3.000 tunecinos se han unido a la organización en Siria e Irak, según cifras del propio gobierno del país, mientras que otros 500 ciudadanos del país magrebí que lucharon en esas guerras ya han regresado. En Libia, también se elevan a varios centenares los tunecinos que luchan con Daesh. Túnez es el país de la región que más ciudadanos ha aportado a las filas del Estado Islámico.

Estos yihadistas “retornados”, que muchas veces han recibido entrenamiento militar en Siria, Irak o Libia, son una eficaz quinta columna. Según reconoce la revista Dabiq, los dos tunecinos que atentaron en el Bardo habían sido entrenados en campos militares de la organización en el antiguo feudo de Muammar Gaddafi. Esta versión contradice la de las autoridades tunecinas, que atribuyeron los ataques a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).

La segunda gran ventaja con la que cuentan los terroristas es la postración en la que se encuentran las fuerzas de seguridad de Túnez tras la caída de la dictadura. Sobre todo, sus servicios de seguridad, desprestigiados por las violaciones de derechos humanos cometidos durante los 23 años de dominio del dictador. Según especialistas citados por la publicación francesa Nouvel Observateur, las unidades del Ejército dedicadas a la lucha antiterroristas fueron formadas en función de los intereses del régimen de Ben Ali, es decir, para localizar y encarcelar opositores y demócratas pero no basadas en técnicas de contrainsurrección, un problema que entonces no existía, con Libia bajo el régimen de Gaddafi y antes de que surgiera el Estado Islámico. “Túnez dispone de lo necesario para el espionaje clásico: sistemas de escucha, interceptación y seguimiento, pero no está equipado para la lucha sobre el terreno”, sostiene esta publicación.

La falta de medios se revela especialmente dramática en el control de las fronteras con sus conflictivos vecinos: Libia y Argelia. La línea de demarcación con Argelia se extiende a lo largo de 1.300 kilómetros. Incapaz de controlar este límite y tampoco el que la separa de Libia, las fronteras de Túnez se han convertido en un coladero. En febrero, un mes antes del ataque del Bardo, un grupo de veinte hombres armados mataron a cuatro gendarmes y luego se apoderaron de sus armas cerca de la frontera argelina.

El maquis terrorista del Djebel Chaâmbi

El monumento a la demostración de la incapacidad del gobierno tunecino de poner coto a los yihadistas es desde hace años el maquis terrorista del Djebel (montes) Chaâmbi, situados cerca de la frontera argelina y a 17 kilómetros de la ciudad de Kasserine. Allí se concentran extremistas de diverso pelaje, procedentes de varias organizaciones, que el gobierno no ha conseguido desalojar pese a haber lanzado diferentes operaciones militares en la zona.

En el Djebel Chaâmbi, se refugian exmiembros argelinos de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), veteranos de la guerra de Mali, según el experto Mathieu Ghidère, al igual que salafistas tunecinos, de regreso de Siria. Entre sus habitantes, se hallan también militantes de Ukba Ibn Nafaa, la brigada que se reivindica como la rama tunecina de AQMI y que lleva el nombre del fundador de la mezquita de Kairouan.

Con el objetivo de unir fuerzas y de apoyarse en una organización bien implantada en Túnez, el Estado Islámico ha tratado de lograr que este batallón le rinda pleitesía, como ya hizo en marzo otra organización alejada geográficamente pero también africana, Boko Haram. Hasta ahora sólo lo ha logrado parcialmente, pues este grupo, si bien ha mostrado sus simpatías por los líderes del Estado Islámico, pretende mantener su autonomía.

Mientras trata de sumar a esta organización a su causa, el Estado Islámico dispone de numerosos lobos solitarios dispuestos a atentar en Túnez o donde sea necesario. No hay más que pensar en el número “desproporcionado”, según el experto Aymenn Al Tamimi, de tunecinos que aparecen en las listas de suicidas de la cercana Libia, que refleja el Estado Islámico en sus publicaciones.

De la misma forma que los llamados “afganos”-los veteranos de la guerra de Afganistán- que regresaron a sus países de origen a finales de los ochenta, plantaron la semilla del terrorismo en lugares como Argelia, el riesgo en Túnez es que sus veteranos de las guerras de Siria e Irak, radicalizados y convertidos en instrumentos al servicio del Estado Islámico, extiendan su terror no sólo en ese país, sino también en Europa.

En Túnez, el único país en donde la primavera árabe no se ha marchitado, germina una peligrosa esperanza: la democracia. Una democracia con sus límites, pero democracia al fin y al cabo, un modelo que los terroristas del Estado Islámico (EI), que comulgan con la ideología takfirista -la corriente más radical del islam suní- no pueden consentir. Porque un triunfo de la democracia en un país islámico minaría el mito de que ese modelo de organización política y social es una imposición occidental, incompatible con el islam. Por esta democracia balbuceante, la única del mundo islámico; por la herencia envenenada de 23 años de dictadura feroz, y por la fragilidad que representa ser un país encajonado entre el avispero libio y la siempre inestable Argelia, Túnez se ha convertido en una presa fácil para la hidra terrorista.

Terrorismo Libia Argelia Atentado en Túnez
El redactor recomienda