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Viaje a Béziers, la capital de la ultraderecha en Francia
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donde "inmigrantes sustituyen a los blancos"

Viaje a Béziers, la capital de la ultraderecha en Francia

El alcalde de Béziers tiene un censo étnico: "Los africanos sustituyen a los franceses blancos". En la capital de la comarca que fue la mayor productora global de vino, cunde la pobreza y la delincuencia

Foto: Imagen del casco histórico de Béziers, ciudad gobernada por la extrema derecha (Foto: Irene Ortega).
Imagen del casco histórico de Béziers, ciudad gobernada por la extrema derecha (Foto: Irene Ortega).

Con 75.000 habitantes, Béziers es la mayor población francesa gobernada por la extrema derecha. Un tercio de ellos son pobres. Mientras, el alcalde dela capital de unacomarca que fuela mayor productora mundial de vino,posee un censo étnico: “Los inmigrantes africanos están sustituyendo a los franceses blancos”. Desempleo, pobreza, inmigración e inseguridad son los factores que, según los sociólogos, auparon a la extrema derecha a varias alcaldías en las elecciones municipales de 2014. Este es el relato de un viaje a su plaza fuerte.

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El casco histórico de Béziers parece un asentamiento minero abandonado. Las callejuelas, empedradas y retorcidas, están desiertas a cualquier hora del día. El tendido eléctrico cuelga desgarrado y mecido por el viento, que sopla con fuerza durante casi todo el año. Las fachadas señoriales, vestigios de un pasado próspero, presentan un estado decrépito; algunas tienen las puertas y las ventanas tapiadas, y se mantienen en pie gracias a la ayuda de puntales. La mayoría de los inmuebles se encuentran deshabitados, y apenas resiste abierto algún comercio. Los locales están clausurados y los propietarios, resignados, ya no anuncian los traspasos.

Las vallas arrumbadas de unas obras aumentan la sensación de abandono. De vez en cuando advertimos presencia humana: una madre que acompaña a sus hijos de regreso de la escuela, un viandante que nos mira con recelo. Desaparecen rápidamente, como si no quisieran permanecer en la calle mucho tiempo. Al cabo de un rato despertamos la atención de los vecinos. Sus miradas hostiles nos incitan a marcharnos, y nos hacen recordar las palabras del alcalde, Robert Ménard: “El centro de la ciudad se ha perdido. No es una bella durmiente; es como si se hubiese vaciado de sí misma”.

Situada a orillas del Canal du Midi y a diez kilómetros del mar Mediterráneo, Béziers es la segunda ciudad más poblada –tras Montpellier–del departamento del Hérault, y la cuarta de la región Languedoc-Roussillon. También es la más degradada. Un tercio de sus habitantes son pobres y el desempleo supera en siete puntos la media nacional. Apenas queda industria y la economía es fundamentalmente agrícola. La antigua villa cátara fue durante décadas la mayor productora mundial de vino (y lugar de acogida desde el siglo XIX para numerosos emigrantes españoles, que en 1889 fundaron la Colonia Española, aún en funcionamiento). Sin embargo, la actividad vitivinícola decayó hace tiempo.

“La zona sufrió una crisis terrible entre 2003 y 2004. Con la mecanización y la reestructuración del sector del vino, que desde entonces se orienta hacia la calidad más que a la cantidad, se buscan trabajadores muy cualificados y menos obreros”, explica Anne-Marie Ferrandez, directora de la agencia pública de empleo. Para el concejal conservador Raymond Couderc, alcalde de Béziers entre 1995 y 2014, el desempleo se debe también “a la población precaria que viene al sur creyendo que la vida es más fácil bajo el sol, aunque luego ven que es difícil encontrar trabajo y alojamiento”.

En la madrugada del día 6 de cada mes se produce un triste espectáculo en el centro de Béziers: decenas de personas hacen cola ante los cajeros automáticos para retirar los cuatrocientos euros de ayuda social que el Estado ha ingresado en sus cuentas unas horas antes. Son parados de larga duración, algunos de ellos indigentes. Temen que el banco se quede al amanecer con el dinero recibido, que adeudan. Es lo que llaman la procesión de la Saint-RMI (ingreso mínimo individual).

Los “comerciantes de sueño”

En una región que crece demográficamente, Béziers es el único municipio que pierde habitantes. Lo hace desde 1975, debido en buena medida a un urbanismo concebido al estilo norteamericano. El centro lo habita en su mayor parte la población más pobre –por regla general, inmigrantes de origen africano atraídos por el bajo precio de los alquileres–, y la clase media y alta se ha desplazado a la periferia. Según el concejal socialista Jean-Michel Du Plaa, “la población desciende mientras la superficie urbanizada no ha dejado de extenderse, vaciando de habitantes el casco”. Por eso hay “7.000 alojamientos libres en la ciudad, de los cuales 3.000 están en el centro”. Este proceso, añade Du Plaa, ha hecho que proliferen los “comerciantes de sueño”, como se denomina a los propietarios de los apartamentos minúsculos y deteriorados, apenas equipados con una cama, donde se agolpan los inquilinos sin recursos.

La escasa actividad mercantil también se ha ido al extrarradio: “Los centros comerciales han acabado con las tiendas pequeñas, y las empresas se trasladan a los polígonos, donde pagan menos impuestos. ¡Es el casco histórico el que está mal!”, protesta Du Plaa. La propietaria de una panadería, que prefiere no dar su nombre, apunta: “Aquí casi no hay policía y, de noche, la gente no se atreve a caminar por estas calles”. Reyertas, tráfico de drogas, escándalo nocturno, robos con violenciason otros problemas para los habitantes del centro de Béziers. Aunque la convivencia no solo es difícil por la noche.

Los índices de criminalidad no son de los más altos del país, pero hay una leyenda negra ligada a los inmigrantes

“Una amiga mía ha tenido que dejar su trabajo por culpa de la delincuencia, y desde las ventanas suelen arrojar objetos a la gente que viene a comprar”. Esta conversación tiene lugar a cincuenta metros del Ayuntamiento. Mientras hablamos, un hombre alto y fornido sale apresuradamente de un estanco, agarra por el cuello y zarandea entre gritos a un adolescente. Le recrimina un pequeño hurto. Según dice, está harto de que le suceda. “¿Ves? Es algo normal”, dice nuestra interlocutora.

Poco después nos encontramos con Nicole Ferrusi. Camarera de profesión, vive en el casco desde hace catorce años. Aquí ha sido feliz, confiesa, pero ahora desea marcharse: “Ya no reconozco mi barrio y la ciudad se degrada día a día. ¡Adiós, Béziers, ya te he pedido el divorcio!”.

Desempleo, pobreza, inmigración e inseguridad son los factores que, según los sociólogos, auparon a la extrema derecha a varias alcaldías francesas en las elecciones municipales de 2014. El Front National de Marine Le Pen conoció en esos comicios un auge sin precedentes, sobre todo en el norte del país, de tradición obrera y económicamente deprimido, y en la franja mediterránea, donde los inmigrantes son numerosos, y la tasa de paro, elevada.

A poco más de una hora por autopista de España, la taurófila Béziers (hay una plaza donde se celebran numerosas corridas, así como varias peñas taurinas) es el municipio más importante conquistado por los ultraconservadores. Los índices de criminalidad no son de los más altos del país (ha pasado en los últimos años de ser la 13ª ciudad más conflictiva a la 34ª), pero eso no ha impedido que una leyenda negra ligada a la población de origen inmigrante se haya creado en torno a la cuna del mítico resistente Jean Moulin y del ingeniero del Canal du Midi, Paul Riquet.

"Extranjeros en su propio país"

“Béziers es un agujero negro donde se refugian los inmigrantes, cada vez más numerosos y visibles, que se aprovechan de las ayudas sociales y vienen en busca de alojamiento barato”. Así definía Robert Ménard en su blog personal en 2012 a la ciudad cuya alcaldía ostenta desde marzo de 2014, tras suceder a Raymond Couderc (UMP). Lo hizo con una candidatura independiente pero con apoyo y financiación del Front National. Su intención: “Conseguir que la gente de Béziers se sienta como en casa y no como extranjeros en su propio país”.

Curiosamente, Ménard fue respaldado durante la campaña electoral por numerosos inmigrantes africanos y habituales votantes de izquierda, como Vincent Nolleau: “Ya no voto etiquetas, sino a la gente que se mueve por su ciudad, y a Ménard le gusta la suya. Además, escucha a los comerciantes y vive en el casco, por lo que conoce nuestros problemas”.

Desde su llegada al poder, Ménard, nacido en Argelia en 1953 de padres colonos franceses, y repatriado al hexágono tras la independencia del país en 1962, no ha dejado de sembrar la polémica. De carácter provocador, el fundador de la ONG Reporteros Sin Fronteras, exmilitante de la Liga Comunista Revolucionaria y tertuliano televisivo, se define como “un hombre sin pelos en la lengua”, pero no como un político de ideología extrema.

También se considera “un defensor a ultranza de la libertad de expresión”, que lo mismo ha apoyado al humorista musulmán Dieudonné (famoso por sus chistes antisemitas o por su declaración “Je suis Charlie Coulibaly”, en ambigua referencia al semanario Charlie Hebdo y al terrorista Amedy Coulibaly), que ha defendido la práctica de la tortura y la pena de muerte “en determinados casos”, o ha rechazado el matrimonio homosexual. (“Si me eligen alcalde, en Béziers no se celebrarán matrimonios entre personas del mismo sexo”, afirmó.)

Defensor junto a intelectuales como Renaud Camus o Eric Zemmour de la teoría de la “Gran Sustitución”, según la cual la inmigración africana estaría sustituyendo demográficamente a la población francesa blanca, Ménard estrenó su mandato con varias medidas controvertidas. Para el Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM), los edictos municipales iban “expresamente destinados contra la población magrebí de Béziers”. Por ejemplo, en mayo de 2014 prohibió las antenas parabólicas y la ropa tendida en las fachadas del centro (“Las parabólicas ensucian las casas ocupadas por los pobres, los magrebíes y los gitanos”, dijo), aunque la normativa no se ha aplicado.

Poco después sustituyó el nombre de la avenida “19 de Marzo de 1962”, día del fin de la guerra de Argelia, por el de Hélie de Saint-Marc, militar golpista contrario a la independencia de la excolonia francesa; e instauró un toque de queda para los menores de trece años, que, en las vacaciones y los fines de semanano podrían estar en la calle entre las once de la noche y las seis de la mañana si no iban acompañados de un adulto. La medida solo se aplicaría en el centro y en el conflictivo barrio de la Déveze. “Servirá para aumentar la tranquilidad de la ciudad y la seguridad de los menores”, explicó el alcalde. La Liga de Derechos Humanos (LDH) presentó un recurso –que fue denegado–contra la misma.

Las polémicas medidas de Ménard no sólo han irritado a los habitantes musulmanes de Béziers. El alcalde, que en su programa electoral prometía “dialogar sólo con colectivos que respeten los valores republicanos”, también enfadó a la población laica al instalar un belén cristiano en el Ayuntamiento en las navidades pasadas. Católico practicante, durante la última Feria (festejo local de inspiración española) Ménard presenció en primera fila una misa celebrada en la plaza de toros de la ciudad. Sus declaraciones al respecto (“Pretendo devolver a la fiesta el carácter familiar y religioso que solía tener”) soliviantaron aún más a quienes protestaron contra esta “violación de la laicidad”.

Censo de estudiantes musulmanes

Las sucesivas medidas impuestas por Ménard han hecho aumentar la tensión social en Béziers. Sin embargo, las dos polémicas que situaron a la ciudad en los medios de comunicación de toda Francia no estallaron hasta la primavera de 2015. La primera fue a consecuencia de la instalación por todo el municipio de un cartel en el que, junto a la imagen a gran tamaño de una pistola, se leía: “A partir de ahora la policía municipal tiene un nuevo amigo” (en el programa electoral de “Choisir Béziers”, la candidatura encabezada por Ménard, se proponía dotar de armamento a las fuerzas de seguridad locales).

Tras el escándalo suscitado, con críticas que llegaron desde el propio ministro del Interior, el regidor contratacó con un segundo cartel en el que se leía: “A partir de ahora nuestra ciudad tiene varios miles de nuevos amigos”, en referencia a un sondeo realizado por los medios de comunicación RMC y M6, según el cual un 72% de los habitantes de Béziers mostraban su conformidad con el primer cartel.

La segunda, aún más controvertida, ha trascendido incluso al extranjero. Se produjo cuando en un programa de televisión el alcalde reconoció poseer “un censo de estudiantes en función de su apellido y confesión”, lo que sería ilegal. Según Ménard, “el apellido de un estudiante indica su confesión y decir lo contrario es negar la evidencia”. A continuación, afirmó “que el 64,9% de los escolares de Béziers son musulmanes”, para después preguntar a su interlocutor: “¿Cómo los integra usted?” La respuesta de diferentes colectivos y de la comunidad musulmana local fue inmediata. El primer ministro francés, Manuel Valls, afirmó que "la República no hace distinciones entre sus hijos”.

Dos días después de conocerse las declaraciones, mil personas se manifestaron en Béziers para rechazar las palabras del regidor. Hemos podido hablar con algunos ciudadanos que estuvieron presentes en la movilización. “Nuestros padres vinieron a morir por la libertad en Francia en 1940. No tenemos que agachar la cabeza: no somos medio franceses, sino por completo”, protesta Abdalla Zekri, presidente del Observatorio Nacional contra la Islamofobia. Para Driss El Moudni (CFCM), “fichar a los alumnos musulmanes nos recuerda un triste episodio de nuestra historia. A Ménard sólo le falta colgarnos una estrella verde en el pecho”.

En la puerta de la escuela Gaveau Macé se siente la tensión. Los padres evitan hablar del asunto: “Sólo queremos que nos dejen tranquilos”. Jeanne, ama de casa de 31 años, accede a dar su opinión mientras espera a su hijo. Su hija, de grandes ojos azules, nos mira desde el carricoche. “¿El censo del alcalde? Me parece una tontería. Yo enseño a mi hijo a que no haga diferencias. Todos tenemos dos brazos y dos piernas.”

Las propuestas de Ménard, no obstante, han sido bien recibidas por buena parte de la población. En los foros y las redes sociales hay numerosos elogios al alcalde, y algunos vecinos encomian abiertamente al regidor (hasta hace poco era raro oír alabanzas en público de alguien relacionado con el Front National). Estamos en el bulevar Paul Riquet, la principal arteria de la ciudad. Por esta zona, conocida como la “Rambla de Béziers”, transcurre gran parte de la actividad del municipio. Aquí acuden los activistas a repartir folletos y se celebra el mercado de antigüedades. En las terrazas se comenta la política local. Bajo los plátanos que bordean el paseo, el agente inmobiliario Philippe Homard aplaude al alcalde: “Béziers está colonizada étnica y religiosamente. Los musulmanes llegan y el nivel escolar se hunde, igual que el precio de las casas. Es bueno que haya un control”. Laetitia Lebreton, ama de casa y madre de cuatro hijos, se muestra más entusiasta: “Por fin tenemos a alguien responsable, y estoy de acuerdo con todas las medidas que ha tomado Ménard. Béziers tiene a alguien del nivel que se merece”.

Cae la tarde en la ciudad. El sol se pone sobre los tejados ocres y las fachadas desgastadas. Al fondo se divisa la catedral Saint-Nazaire. Dejamos el bulevar Paul Riquet y nos dirigimos hacia la estación de tren, situada en la parte baja del casco histórico, que en breve quedará desierto. De camino atravesamos el Plateau des Poètes, donde una escultura de bronce sobre una base de mármol llama nuestra atención. Es la Fuente del Titán. En ella, Atlas soporta el peso del mundo tomando como punto de apoyo una concha inestable sobre dos caballos montados por los ángeles. Una buena metáfora para resumir lo que ocurre en Béziers.

Con 75.000 habitantes, Béziers es la mayor población francesa gobernada por la extrema derecha. Un tercio de ellos son pobres. Mientras, el alcalde dela capital de unacomarca que fuela mayor productora mundial de vino,posee un censo étnico: “Los inmigrantes africanos están sustituyendo a los franceses blancos”. Desempleo, pobreza, inmigración e inseguridad son los factores que, según los sociólogos, auparon a la extrema derecha a varias alcaldías en las elecciones municipales de 2014. Este es el relato de un viaje a su plaza fuerte.

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