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De la calle al Olimpo levantando pesas
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LA HISTORIA DE UNA CAMPEONA DEL MUNDO

De la calle al Olimpo levantando pesas

De un polvoriento solar en un suburbio de Alejandría salen atletas olímpicas egipcias. Incluso alguna campeona del mundo, como Nahla. Para ellas, entrenar entre el polvo y el tráfico es un honor

Nahla es campeona del mundo y doble participante olímpica en levantamiento de pesas, pero sigue entrenando cada día en un solar polvoriento de un suburbio de Alejandría, frente al puerto. Es ya de noche cuando llega con su inseparable amiga Esmat, también olímpica, y los más jóvenes dejan de empuñar los hierros para correr a saludarlas con devoción. Son sus ídolos, el espejo donde se miran, y para ellos entrenar entre el polvo y el ruido del tráfico es un honor.

Nahla Ramadán (29) y Esmat Mansour (28) no son las únicas atletas olímpicas salidas de las calles de Alejandría, hay dos chicas más: Abir Abd el Rahman y Amal Mahmud. “En este deporte es más difícil sacar a chicos campeones que a chicas”, dice el Capitán Ramadán (Mohamed), que es el auténtico artífice del pequeño milagro que representa este gimnasio al aire libre. Por eso debe ser que a día de hoy entrena a unas 20 chicas (no sabe exactamente cuántas) y solo a cuatro chicos.

El Capitán fue campeón del mundo militar en los años 60, pero tuvo mala suerte porque en su apogeo físico se vio obligado a luchar en dos guerras, en el 67 y el 73, contra Israel. La precaria situación de su país le impidió ganarse la vida levantando hierros, pero nunca perdió su pasión. Así, cuando trabajaba en un quiosco de esos que venden tabaco, dulces y refrescos en cada esquina egipcia, empezó a moldear a sus hijas desde temprana edad. Allí mismo, en el asfalto.

Su hija mayor, Nagham, acabó siendo la primera mujer egipcia en competir oficialmente en halterofilia, prohibida para ellas hasta 1996. La mayor de las hermanas empezó con el atletismo a los 9 años, despuntando tanto en velocidad como en lanzamiento de peso, pero su padre sabía que debía dedicarla a la halterofilia. Años más tarde, la hija pequeña, Nahla, seguiría los mismos pasos… mejorándolos.

Cuando el Capitán se mudó a un pequeño piso de protección oficial del suburbio de Al Wardan, en 2007, Nahla ya había sido campeona del mundo en Vancouver 2003 y olímpica en Atenas 2004. Allí, literalmente debajo de su casa, había un solar en desuso, que decidió ocupar para seguir entrenando a su hija y a las demás estrellas en potencia. Aunque lo que él quería era un gimnasio, que le era negado una y otra vez por las mismas autoridades que se hacían fotos con sus atletas después de cada éxito internacional. Desde entonces, Ramadán no consiguió el permiso de uso del solar hasta el pasado mes de diciembre, junto a una promesa de 57.000 libras egipcias (6.800 euros) que le servirán para construir un parapeto que evite que sus chicas se mojen cuando llueve.

Solas contra todos

Ramadán paga de su bolsillo el modesto material de entrenamiento y forma a las campeonas desde cero, pero no se lleva el mérito de sus éxitos. “Estoy acostumbrado a sufrir, son ellos los que me pierden”, dice. Cuando sus pupilos despuntan en campeonatos locales o cuando vienen desde la federación nacional a visitar su gimnasio, se los llevan a campeonatos árabes, africanos o internacionales. Sin más. Esmat Mansour, olímpica en Londres 2012, ratifica la falta de tacto de la federación: “No nos hacen demasiado caso. Si nos lesionamos no nos ayudan, no gastan dinero en nosotras. Simplemente nos preparamos por nuestra cuenta y viajamos a los campeonatos con ellos”.

Fue un desencuentro la razón de que Nahla Ramadán no fuese a los Juegos de Pekín 2008. La veterana atleta de 29 años cuenta que, por aquel entonces, se encontraba en la concentración de la federación previa al evento y su madre, con cáncer terminal, estaba a punto de morir. “No me creyeron y no me dejaron ir, pero fui a verla y murió”. Después, la federación la dejó fuera de los Juegos alegando que no había levantado suficiente peso, a pesar de que, dice Nahla, “aquel año levanté más peso del que dio la medalla de oro en Londres”.

Igualmente por un desencuentro Nahla y Esmat no acudieron al pasado campeonato del mundo de Almaty, Kazajistán. Según ellas, que viven resignadas con su destino, solo las avisaron tres meses antes del evento, tiempo insuficiente para una preparación adecuada. Sí acudieron a Almaty, no obstante, dos chicas de 18 años que también entrenan con el Capitán: Samar Habashi y Halima Azim. Para ellas, la ilusión por competir en un gran evento internacional pudo más que cualquier menosprecio de la federación. Para Nahla y Esmat era cuestión de respeto.

‘El Capitán’ contra el boom inmobiliario

Además de batallar con la federación, el Capitán ha tenido que lidiar con su tiempo. Antes de la revolución egipcia no tuvo mayores problemas para entrenar en el solar, que tenía adornado con algunas fotos en las que sale Nahla con un hijo de Mubarak, por ejemplo. Tras el alzamiento, tuvo que pelearse con los islamistas, fuertes en la ciudad, que le recriminaban su tendencia mubarakista y las fotos. Le dio igual.

A estos ataques, hay que añadir los que recibió por parte de criminales a sueldo de mafias que querían hacerse con el solar para construir. Y es que Alejandría ha vivido en los últimos años un boom inmobiliario salvaje sin planificación alguna que ha levantado más de 30.000 edificios a base de tretas, amenazas y la destrucción de su patrimonio arquitectónico. “Este es un barrio pobre, donde surgen los campeones. A la gente que tiene algún interés en el lugar no le gustamos; a la gente que no tiene ningún interés sí le gustamos”, cuenta el Capitán.

Pese a todo, ahí sigue el milagro. Ahí siguen esas chicas y chicos entrenando a oscuras, en el frío invierno o el caluroso verano... o bajo la lluvia; ante el tráfico incesante de camiones que van y vienen del puerto y ante las bocinas sempiternas de los coches egipcios. Ahí se siguen forjando campeonas y seguro que pronto algún campeón (hace solo 5 años que entrena a chicos), pese a que “lo más importante en este deporte sea la concentración”, como asegura Ramadán.

Y seguro que seguirá en el futuro, cuando el carismático Ramadán ya no pueda, dado el compromiso exhibido por Nahla y Esmat. “Seguimos viniendo aquí porque creemos en este lugar y queremos que salga algo de él. Podríamos entrenar en cualquier club de Alejandría, (seguro que estarían encantados), pero sentimos que no podemos entrenar con nadie que no sea el Capitán Ramadán”, dicen con emoción. Puede ser que ellas recojan el legado, pero antes continuarán entrenando en la calle, junto a los más jóvenes, para llegar en condiciones al que será, seguramente, su último gran reto deportivo: los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016.

Nahla es campeona del mundo y doble participante olímpica en levantamiento de pesas, pero sigue entrenando cada día en un solar polvoriento de un suburbio de Alejandría, frente al puerto. Es ya de noche cuando llega con su inseparable amiga Esmat, también olímpica, y los más jóvenes dejan de empuñar los hierros para correr a saludarlas con devoción. Son sus ídolos, el espejo donde se miran, y para ellos entrenar entre el polvo y el ruido del tráfico es un honor.

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