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Dentro del edificio ocupado por 400 refugiados en el centro de Roma
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"NO EMIGRAMOS POR DINERO, SINO POR LIBERTAD"

Dentro del edificio ocupado por 400 refugiados en el centro de Roma

"Asumes el riesgo del viaje. En Eritrea no puedes vivir". Habla Adhanom, uno de los 400 eritreos que ocupan un edificio en Roma, víctimas de la falta de un sistema nacional para acoger a los refugiados

Foto: Adhanom, de 27 años, en el edificio del centro de Roma ocupado por los eritreos (Darío Menor).
Adhanom, de 27 años, en el edificio del centro de Roma ocupado por los eritreos (Darío Menor).

Al echarle una primera ojeada al bloque de nueve pisos con la puerta principal y algunas ventanas superiores abiertas nada hace pensar que nos encontramos ante un edificio ocupado en el que malviven 400 refugiados eritreos. Parecen unas oficinas más, como las del banco con que comparten la manzana o las de las sedes de otras instituciones que se encuentran por la zona. Estamos en la calle Curtatone, en pleno centro de Roma y a unos cinco minutos caminando de la estación de trenes de Termini.

Aquí se encuentra la antigua sede del Instituto para la Protección Ambiental, hoy convertidoen el último refugio para un puñado del medio millón de eritreos que han huido en los últimos diez años del régimen de Isaias Afewerk. En el poder desde hace dos décadas, el dictador ha convertido su país en uno de los más herméticos y represivos del mundo, como corrobora Human Rights Watch. Alrededor de 200.000 de esos refugiados han entrado en Europa a través de Italia, emprendiendo un peligroso viaje por Sudán y Libia hasta cruzar el Mediterráneo con destino a Lampedusa.

Son eritreos buena parte de los inmigrantes que se embarcan hacia Italia desde los puertos libios. El año pasado, según los datos del Ministerio del Interior, fueron más de 34.000, el 22% del total. De ellos sólo una minoría permanece en el territorio italiano. La escasa asistencia que el Gobierno de Roma brinda a las personas a quienes reconoce el estatus de refugiado, como ocurre con los eritreos, hace que todo el que pueda escape hacia naciones donde lo tienen más fácil para empezar una nueva vida, como Suecia, Alemania, Noruega o Suiza. Para ello hay que saltarse el protocolo, que prevé la acogida a los refugiados en el primer país europeo al que llegan.

Son también eritreos la mayoría de los que mueren en los naufragios de las embarcaciones de inmigrantes, como la ocurrida el pasado domingo. Tendrían esa nacionalidad unos 150 de los 850 viajeros del pesquero, de los que sólo se salvaron 28. En los últimos años el número de inmigrantes de este país africano fallecidos en el Mediterráneo superaría los 3.200, según estimaciones de las ONG.

“Asumimos el riesgo. En Eritrea no puedes vivir”

“La última tragedia nos ha provocado una gran tristeza, pero es el riesgo que asumimos. En Eritrea no puedes vivir. Es como cuando estás huyendo de un fuego, es probable que te mates cuando corres para dejarlo atrás, pero tienes que hacerlo. En mi país no hay libertad ni derechos de ningún tipo. No nos vamos de allí buscando dinero, sino libertad. El dictador nos robó el futuro allí”. Adhanom, de 27 años, está encargado de la recepción del edificio del centro de Roma ocupado por los eritreos desde 2013. Lleva tres años en Italia, adonde llegó cruzando en una patera el Mediterráneo y después de un viaje por el que tuvo que pagar unos 10.000 dólares.

“En Etiopía no puedes vivir porque el Gobierno te maltrata. Pero en Italia tampoco nos ayudan. Incumple sus propias leyes: nos concede el estatus de refugiado pero luego nos abandona a nuestra suerte”, cuenta a El Confidencial. Por eso se vieron obligados a tomar este inmueble abandonado, asegura. No es el único: hay otros dos edificios ocupados en las afueras de Roma y una zona de chabolas que acogen en total a cerca de 2.000 eritreos.

En el bloque de nueve pisos de la calle Curtatone viven 272 hombres, 173 mujeres y 27 niños. En la entrada hay un continuo ajetreo de gente que sale y entra. Los carteles pegados en los cristales de la antigua recepción, escritos a mano con los llamativos caracteres de la lengua eritrea, indican algunas de las normas del edificio. Hay también algunos en inglés, como el que está más alto de todos, en el que se dice que hay que mostrar los papeles.

Todos los que estamos aquí tenemos el permiso de residencia y los documentos en regla. No queremos tener problemas con las autoridades italianas”, asegura Adhanom, miembro del comité que organiza la vida en el edificio. “Tenemos unas normas muy claras, como que no se puede beber ni fumar dentro”. En las zonas comunes hay un gran decoro: grandes plantas, suelos húmedos recién fregados y espacios ordenados. Hasta los cochecitos de los bebés están perfectamente alineados en la zona donde los padres los dejan antes de subir a las oficinas que han convertido en sus viviendas. “Este centro es un símbolo en el corazón de Roma. Muestra la falta de respeto de Italia hacia los refugiados que acoge”, se queja el joven eritreo, mientras vigila la peluquería que una compatriota ha montado en una de las salas de la entrada del edificio.

“Ahora tenemos agua y luz, pero nos las cortaron. Tuvimos que hacer una manifestación para que nos la volvieran a poner. El agua la subimos hasta el noveno piso gracias a que el Vaticano nos donó una bomba”, explica Adhanom. En esas gestiones con las autoridades les echa una mano a los refugiados ocupas el sacerdote eritreo residente en Roma Mussie Zerai, fundador de la ONG Habeshia, dedicada a ayudar a sus compatriotas. “La bomba de agua fue un regalo de la Limosnería Apostólica”, cuenta, refiriéndose al organismo vaticano que el Papa utiliza para ejercer la caridad. “Así estas personas pueden tener agua corriente para beber, lavarse y cocinar”.

“La UE debe exigir reformas a cambio de ayuda”

Zerai considera a los eritreos víctimas de la falta de un sistema nacional para acoger a los refugiados en Italia. “No hay ni una ley orgánica que regule el derecho al asilo. Siempre se les gestiona como si se tratase de una emergencia, lo que favorece los abusos e impide que estas personas puedan empezar una nueva vida”, denuncia a El Confidencial. Adhanom es un ejemplo de esta situación. “A mí me tomaron las huellas digitales en Italia y ya no puedo pedir asilo en otra nación europea”, lamenta. “Pero aquí tampoco puedo encontrar un trabajo ni tener una vivienda digna. Tampoco me convalidan los estudios que hice en mi país”.

Pese a la falta de oportunidades que les brinda la nación que les acoge, los inmigrantes eritreos no dudan de que los jóvenes de su tierra seguirán marchándose mientras la situación política no cambie allí. “Cuando a una persona le quitas su futuro, sus esperanzas, sus sueños, ¿qué le queda? Eso es Eritrea hoy. Es un lugar donde tienes que hacer un servicio militar por tiempo indeterminado, lo que supone trabajar en condiciones de esclavitud para el Estado. Es un lugar donde no hay ningún tipo de libertad”, explica el sacerdote.

“Tras 30 años de guerra con Etiopía para conseguir nuestra independencia, cuando en 2003 llegó la paz la gente esperaba que iban a mejorar las cosas, que tendríamos un país democrático y en el que se respetarían los derechos humanos. Pero nada de eso llegó. A partir de aquel año todo el que pudo comenzó a salir del país”, continúa Zerai. Desde entonces habría emigrado cerca del 10% de los poco más de 6 millones de habitantes de esta nación africana.

Para lograr un cambio real en Eritrea que convenza a sus jóvenes a permanecer en el país, el fundador de Habeshia propone a la Unión Europea que las ayudas para el desarrollo que dedique (como una reciente iniciativa valorada en 300 millones de euros) tengan contraprestaciones: reformas políticas y sociales que mejoren el respeto a los derechos humanos de la población.

Si no es así las ayudas acabarán en el bolsillo del régimen y el pueblo continuará huyendo hacia Europa, aunque sepa que muchos de ellos se dejarán la vida en el camino”. Zerai conoce bien el dolor que provocan esas muertes: estos días no para de recibir llamadas de familiares de los viajeros del pesquero naufragado el pasado domingo para preguntarle si sabe algo de sus seres queridos.

Al echarle una primera ojeada al bloque de nueve pisos con la puerta principal y algunas ventanas superiores abiertas nada hace pensar que nos encontramos ante un edificio ocupado en el que malviven 400 refugiados eritreos. Parecen unas oficinas más, como las del banco con que comparten la manzana o las de las sedes de otras instituciones que se encuentran por la zona. Estamos en la calle Curtatone, en pleno centro de Roma y a unos cinco minutos caminando de la estación de trenes de Termini.

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