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¿Hay alguien tan salvaje como los yihadistas del Estado Islámico? Sí, sus enemigos
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¿Hay alguien tan salvaje como los yihadistas del Estado Islámico? Sí, sus enemigos

Hombres posando con cabezas cortadas, prisioneros arrastrados por el suelo con un cable atado a las piernas, vídeos donde se ametralla a presos desarmados... Así se combate al Estado Islámico

Foto: Un combatiente peshmerga frente a un maniquí, en una base conquistada al Estado Islámico (Reuters)
Un combatiente peshmerga frente a un maniquí, en una base conquistada al Estado Islámico (Reuters)

Cuando el abogado iraquí Ali Kassem salió de casa aquella mañana, no estaba preparado para el dantesco espectáculo que se iba a encontrar: cuatro cadáveres colgando de los postes de luz, ejecutados sumariamente. No sería el único caso: el 29 de julio, las nuevas autoridades armadas, percibidas por los locales como ocupantes, exhibieron los cuerpos de otras quince personas en la plaza pública para dar ejemplo. "Arrestan, asesinan y secuestran para pedir rescate. Han quemado y bombardeado templos por toda la provincia de Diyala, matando a muchísima gente", se quejaba el pasado octubre Kassem en declaraciones a la reportera estadounidense Tracey Shelton.

Pero no estaban hablando de Mosulni del Estado Islámico. El lugar donde residía el abogado era la ciudad de Baquba, y aquellos a los que se refería eran las milicias chiíes encargadas, supuestamente, de combatir a los yihadistas. Lo que se suponía que era una operación militar con respaldo internacional para liberar el norte del país, hace mucho que se convirtió en un enfrentamiento sectario en el que todos los civiles, suníes o chiíes, llevan las de perder a manos de los combatientes del credo opuesto. Ya en julio, Human Rights Watch documentó 255 casos de ejecuciones irregulares de presos suníes en cárceles iraquíes por las fuerzas de seguridad del país (mayoritariamente chiíes). Al menos 8 de los asesinados eran menores de edad.

Amnistía Internacional y Human Rights Watch han denunciado todo tipo de abusos contra civiles

Desde entonces, la espiral de violencia no ha hecho sino aumentar. En octubre, Amnistía Internacional publicó un informe titulado “Impunidad Absoluta: El gobierno de las milicias en Irak”, en el que se describían cientos de casos de secuestros y ejecuciones de ciudadanos suníes por las milicias chiíes respaldadas por el Gobierno de Bagdad, a menudo como represalia por los asesinatos de chiíes perpetrados por el Estado Islámico. También hay indicios de atrocidades y abusos a manos de las tropas regulares iraquíes (en su mayoría chiíes), así como, en menor medida, de kurdos y yazidíes.

“Se están cometiendo atrocidades en ambos bandos. Los crímenes cometidos por las milicias chiíes por todo Irak son crímenes de guerra. No son casos aislados. Son sistemáticos y generalizados”, afirma Donatella Rovera, investigadora de Amnistía Internacional y responsable de reacción a situaciones de crisis de esta ONG. “Los kurdos y otras minorías tienen lugares relativamente seguros en la región kurda. Los chiíes también tienen santuarios y la protección del Gobierno iraquí, pero para las familias suníes es realmente duro. La mayoría están verdaderamente aterrorizadas, especialmente los varones suníes y los padres con hijos jóvenes”, explica.

Una de las similitudes más impactantes con el Estado Islámico es la ligereza con la que los combatientes chiíes difunden en las redes sociales las imágenes de sus atrocidades. Hombres armados posando con cabezas cortadas, prisioneros siendo arrastrados por el suelo con un cable atado a las piernas, vídeos de ametrallamiento de presos desarmados, e incluso siendo arrojados desde la torre de una base militar… Todo eso ha sido documentado y difundido por los propios soldados chiíes iraquíes en sus cuentas de Instagram, tal y como mostró el mes pasado una investigación de la televisión estadounidense ABC News.

“Como resultado de una fetua delAyatolá Sistani, se formaron las 'Hashid Shaabi' o 'Unidades de Movilización Popular'. Sería injusto negar la contribución positiva de estas fuerzas a la hora deayudar a hacer retroceder al Estado Islámico. Pero estas fuerzas tienen que ser reguladas, ser puestas bajo control, y operar bajo un mandato legal bien definido", se quejaba este mes el primer ministro del Kurdistán iraquí,Nechirvan Barzani, en una entrevista. Una protesta necesariamente tímida, puesto que, como él mismo reconocía, “Irán (el principal respaldo de las milicias chiíes iraquíes) fue uno de los primeros países en venir en ayuda de Irak, incluyendo el Kurdistán”.

Los combatientes kurdospeshmerga, además, también han sido acusados de cometer abusos contra la población suní, a la que culpan de haber apoyado al Estado Islámico, al igual que las milicias kurdas YPG del norte de Siria. Human Rights Watch ha documentado cómo lospeshmerga, tras tomar el control sobre grandes áreas de territorio que las autoridades kurdaspretenden incorporar al territorio bajo su administración, están impidiendo el regreso de miles de árabes que huyeron del avance del Estado Islámico.

Guerra de etnias

Al mismo tiempo, están permitiendo que kurdos vuelvan a las mismas zonas, e incluso se instalen en las casas de los árabes desplazados. Una política que pretende homogeneizar étnicamente la región facilitando su integración en el Kurdistán iraquí, lo que, si se consuma, permitirá ampliar su superficieen un 40 por ciento. “A los árabes ya no se les permite entrar en las regiones kurdas. Ya aquellos que ya están allí se les trata con suspicacia”, denuncia Donatella Rovera.

Y más preocupante aún es la aparente campaña de venganza que algunos combatientes yazidíes de Sinyar están llevando a cabo contra los árabes suníes, a menudo antiguos vecinos suyos, a quienes responsabilizan de haberlos traicionado cuando el Estado Islámico tomó la región el pasado verano. Los yihadistas, que consideran herejes a los yazidíes, masacraron a miles de ellos y tomaron como esclavas sexuales a cientos de muchachas de esta religión.

Ahora, las tornas parecen haber cambiado: en febrero, residentes suníes de la provincia de Zumar reportaron el asesinato y la desaparición de decenas de residentes de cuatro aldeas en Sinyar. “Fue un acto de venganza de los yazidíes”, declaróDhafer Ali Hussein, de la localidad de Sibaya. “El objetivo es expulsar a los árabes del área para que sólo queden yazidíes. Quieren cambiar el mapa”, afirmó.

El Pentágono alega que algunas unidades del ejército iraquíhan dejado de recibir financiación estadounidensemientras se investiga su presunta participación en atrocidades y crímenes de guerra. “Si estas alegaciones se confirman, se les debepedir cuentas a los responsables”, afirma el Gobierno estadounidense.

"Estamos escrutando cuidadosamente si las milicias, que se llaman a sí mismas fuerzas de movilización popular, se implican en actos de represalia y limpieza étnicacuando recapturan territorio perdido",indicó recientemente el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor conjunto del ejército estadounidense.

A pesar de ello, la cooperación entre EEUUy las tropas y milicias chiíes continúa, como ha puesto de manifiesto la reciente operación para reconquistar la ciudad de Tikrit, en la que la aviación estadounidense apoyó con bombardeos la ofensiva lanzada por Bagdad. “EEUUestá proporcionando cobertura aérea para una limpieza étnica en Irak”, titulaba cáusticamente la semana pasada la revista Foreign Policy.

La consecuencia más grave de esta política es la alienación generalizada de la población árabe suní de Irak y Siriaque, ante la amenaza de represalias y violencia indiscriminada a manos de chiíes y kurdos, no tieneotro remedio que cerrar filas en torno al Estado Islámico. “En cierto modo, increíble como pueda parecer, las áreas controladas por el EI son más seguras y fáciles para los suníes, porque mientras no se salgan del tiesto, en gran medida les dejan en paz”, indica Rovera.

Los bombardeos no selectivos de los grandes núcleos de población suní, como Tikrit o Faluya, así como las bajas civiles de las operaciones aéreas contra el Estado Islámico, no hacen sino empeorar el problema. Hubo un tiempo en el que, ante la capacidad ofensiva de los yihadistas, la gran esperanza para hacer frente al Estado Islámico pasaba por fomentar una insurrección suní en los territorios dominados por este grupo. Pero a medida que se afianza la fractura sectaria, la posibilidad parece cada vez más remota.

Cuando el abogado iraquí Ali Kassem salió de casa aquella mañana, no estaba preparado para el dantesco espectáculo que se iba a encontrar: cuatro cadáveres colgando de los postes de luz, ejecutados sumariamente. No sería el único caso: el 29 de julio, las nuevas autoridades armadas, percibidas por los locales como ocupantes, exhibieron los cuerpos de otras quince personas en la plaza pública para dar ejemplo. "Arrestan, asesinan y secuestran para pedir rescate. Han quemado y bombardeado templos por toda la provincia de Diyala, matando a muchísima gente", se quejaba el pasado octubre Kassem en declaraciones a la reportera estadounidense Tracey Shelton.

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