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Emigrar a contracorriente: españoles en el centro de la crisis de Grecia
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DE LOS AÑOS DORADOS A LA DECADENCIA

Emigrar a contracorriente: españoles en el centro de la crisis de Grecia

Pocos españoles han experimentado la crisis griega desde dentro y pueden contar cómo se ha vivido el paso de los años dorados a la decadencia económica, social y política. Estas son algunas de sus historias

Foto: Pablo Iglesias, líder de Podemos, en un acto en Sol junto a un cartel sobre Grecia (Reuters)
Pablo Iglesias, líder de Podemos, en un acto en Sol junto a un cartel sobre Grecia (Reuters)

Si no existiera Pablo Iglesias, este artículo seguramente no se escribiría. Separados por miles de kilómetros y a pesar de bastantes puntos comunes en su historia –como el que hasta hace poco suponía nuestra reina, por ejemplo–, nunca Grecia y España habían estado tan cerca a nivel emocional y político. En este último aspecto destaca los lazos y similitudes que el ascenso del Gobierno de Syriza -para unos el paradigma de cómo enfrentarse al diktat de Bruselas, para otros la constatación de que las medidas que propone la izquierda radical son irrealizables y para todos el correlato de Podemos- ha generado en nuestro país.

Es significativo que nunca un primer ministro griego –y menos un ministro de Finanzas como es el caso de Varufakis– había sido tan conocido al otro lado del Mediterráneo. Ni nunca un político español había intervenido en un mitin de un partido griego tan enardecidamente como hizo Pablo Iglesias con Alexis Tsipras. Tanto el líder de Podemos como el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, apoyaron a sus ‘aliados’ griegos en las elecciones del 25 de enero. Rajoy visitó al que sería el perdedor de las elecciones el 13 del mismo mes.

Un tanto sorprendidos por el revuelo mediático están los poco menos de 1.600 españoles –según registro de la embajada en Atenas–que viven en Grecia. Ellos han podido experimentar de primera mano este aumento en el interés en su país de acogida. La nube de periodistas que se va disipando conforme se diluye el peligro de que Grecia salga del euro pilló a muchos entre la alegría y el desconcierto. Algunos se quejan de la imagen que se da por “estar de paso” de un país que ofrece tantos contrastes y contradicciones, complicado de entender y de explicar a la primera.

De los años dorados a la decadencia

Si hay alguien que no tiene esa miopía del itinerante es Leonor Quintana, profesora de español en Atenas y residente en el país desde 1981, año precisamente en el que Grecia entró en la Unión Europea. Llegó por una historia bastante común entre los emigrantes españoles que este periodista ha podido encontrar en Grecia: enamorarse de un griego. No siendo un país especialmente boyante en cuanto a empleo y con un idioma intrincado que se le atraganta a los más habilidosos (aunque con una pronunciación sorprendentemente fácil para un español), las razones que atraen a nuestros compatriotas a la tierra de Pericles no serán las mismas que se escuchen desde Alemania, Francia o Suiza.

“Nunca hubiera podido imaginar que así sería, pero me enamoré de un griego al que conocí en Inglaterra y lo único que queríamos era poder estar juntos”, cuenta Leonor. “No sabía ni una palabra de griego cuando llegué (...), nos comunicábamos en inglés. Ambos éramos muy jóvenes –nos casamos nada más terminar la universidad–y ni estábamos seguros de en qué país viviríamos”.

Eran los ochenta, un periodo ya difícil para independizarse: “Él no había cumplido siquiera el servicio militar obligatorio ni tenía trabajo e instalamos nuestro hogar en un piso de la casa familiar, convivíamos diariamente con los demás miembros de la familia: comíamos todos juntos y nunca cerrábamos las puertas de nuestro apartamento, sino que dejábamos las llaves en la cerradura para que los demás pudieran entrar y salir a voluntad, ni nos molestábamos en cerrar con llave la puerta del portal, ni el coche si habíamos aparcado por poco tiempo”, un relato que describen también los griegos que vivieron aquellos años, una Grecia más ‘rural’ que es vista como el comienzo de los ‘años dorados’ que finalizaron con la crisis.

“Cuando llegué y una vez superados los lógicos problemas de adaptación –continúa– la vida era entrañable y un tanto pueblerina a pesar de tratarse de una ciudad [Atenas] de cuatro millones de habitantes. La gente era extremadamente abierta y hospitalaria, aunquela vida a nivel de organización social dejaba muchísimo que desear”, asegura, en una dinámica que no parece haber cambiado demasiado en 2015: “Cualquier trámite burocrático era una historia kafkiana y difícil de llevar a cabo si no ibas recomendado por alguien. Me costó bastante, por ejemplo, aprender a utilizar el transporte público, pues entonces casi nadie respetaba las colas y los taxistas paraban a cualquiera que fuese en tu misma dirección. Tampoco estaba acostumbrada a regatear en las tiendas ni a la falta de formalidad en general. A pesar de todo, la gente era muy amable y vivíamos en un clima optimista y de seguridad”.

Esta vasca de nacimiento sintió rápidamente el choque cultural: “Aunque los griegos tenían una impresión muy diferente, para míGrecia era un país algo más retrasado que España, más machista aún y un poco como una encrucijada entre Oriente y Occidente. Me sorprendían muchas cosas, como la curiosidad de la gente, que sin conocerme de nada y sin pelos en la lengua me preguntaban por cuestiones personales como cuánto ganaba mi marido…”, dice.

El dinero que llegaba de Europa

Los años noventa fueron un punto de inflexión para las finanzas griegas:el dinero que llegaba a espuertas de Europa alimentó el sistema debienestar... aunque no solamente: “Empecé a observar–nos cuenta–una mentalidad de ‘nuevo rico’ en muchas personas que en mi opinión no tenían nada que la justificase, y a veces me preguntaba cómo podían muchos mantener el tren de vida que aparentemente llevaban. Por poner un ejemplo, muchas familias tenían dos coches y en cuanto el hijo cumplía la mayoría de edad adquirían un tercero para sus vástagos, la mayoría de las mujeres de clase media tenían alguna asistenta búlgara o ucraniana que les realizaba las labores de limpieza en casa”, asegura sorprendida.

La caída libre de la economía griega ha llevado a una “degradación brutal” de la capital, relata: “Lo veo en el día a día: las arterias principales de mi barrio –que antes eran muy comerciales y llenas de vida–están llenas de locales vacíos en alquiler, oscuras y llenas de basura. Pero, sin duda, los que están llevando la peor parte son los jóvenes nacidos en la década de los ochenta, que ven frustrados todos sus planes de trabajar o de poder formar una familia, y eso a pesar de ser la generación mejor formada de toda la historia reciente del país, se ven obligados a emigrar o marchitarse”, una situación esta última que no dista de la que podría contar cualquier español de sus hijos nacidos en los ochenta.

La imagen “injusta” que se tiene de los griegos

El foco sobre los griegos ha desarrollado –sobre todo en Alemania–una imagen de la población helena como derrochadora, defraudadora y reticente al cambio que es “injusta” para Leonor: “Deberían diferenciar entre la casta que ha estado gobernando y sus acólitos, y los demás. El griego medio trabaja más que el resto de los europeos y suele ser una persona con inquietudes y curiosidad intelectual, y las familias helenas han tenido como prioridad la educación de sus hijos y han hecho grandes sacrificios por este motivo”.

“Sin embargo –reconoce–, ha habido muchos casos de corrupción y fenómenos difíciles de justificar hoy día, como el que ciertos funcionarios de empresas públicas y las mujeres con hijos menores de edad pudieran jubilarse a una edad muy temprana o el que las mujeres solteras cobraran de por vida las pensiones de sus padres”. Incluso conoce, dice, “a algunas que no contraían matrimonio por este motivo…”.

Y si hablamos en concreto de los alemanes–abunda–, deberían conservar la memoria histórica, porque ayuda a ver las cosas en perspectiva, y hacer también un examen de conciencia nacional cuando ha habido empresas como Siemens que han comprado a políticos corruptos y su país ha prestado dinero a Grecia para que adquiriera hasta submarinos defectuosos…”.

Finalmente, ¿se recuperará Grecia de esta crisis?: “Ojalá, pero no lo veo a corto plazo. Creo que la UE no tiene mucho futuro si no nos basamos en valores éticos sólidos y que los intereses meramente económicos más que unir dividen. Es más, pienso que no es una crisis griega, sino sistémica, y que nos encontramos al final de una época”, concluye.

Emigrar al epicentro de la crisis… en plena crisis

Agustín, nacido en los ochenta, asegura que a él siempre le ha gustado Grecia. Su madre estudió Filología Clásica y desde muy joven Grecia siempre ha estado un presente en su casa. Tras estudiar griego antiguo y visitar Grecia por segunda vez –la primera fue cuando tenía dos años–, decidió que quería estudiar Griego Moderno. Varias becas y viajes anuales le hicieron cambiar, explica, “su forma de ver el país”.

“Desde la primera vez me he sentido muy a gusto en Grecia, nunca he tenido la sensación de encontrarme en un país extranjero”, asegura. Ahora vive en Atenas con su novia, también griega. Trabaja para una empresa de asistencia técnica y colabora en varias agencias de traducción griego-español. “Creo que por norma general los griegos tienen muy buena opinión de los españoles y eso ayuda mucho a integrarse. En mi opinión, no se lo ponen tan fácil a gente de otras nacionalidades”, asegura.

Para él la crisis siempre ha estado presente, no ha conocido como habitante los años de bonanza: “Desde que vine a Grecia por primera vez a estudiar en 2011 la crisis ha estado de una u otra forma presente. Al principio me costaba verla, venía dos meses en verano y sólo veía diversión. Los veranos de 2012 y 2013 los pasé en un piso del barrio ateniense de Kipseli (norte). Este barrio es uno de los más marginales de la ciudad y sirvió para que viera de primera mano las consecuencias de una crisis, en mi opinión no sólo económica. Es un barrio en el que se ve mucha miseria y sobre todo mucha marginalidad. Gente, muchos de ellos inmigrantes, sin ningún futuro y sin ninguna posibilidad de mejorar su situación. A veces parece un lugar donde el estado no es capaz de llegar, donde hay cierta anarquía”, explica, y matiza: “anarquía en el sentido de una jungla en la que el Estado griego no puede o no quiere intervenir”.

Algo que se ha extendido, como nos decía Leonor, al resto: “Hoy en día la crisis es muy visible en muchas partes de la ciudad. En mi barrio actual, Koukaki (centro), me llama la atención la gran cantidad de pequeños comercios cerrados que se pueden apreciar. A veces tengo la sensación de que los que van quedando están condenados. Es difícil ver gente en barrios de este tipo que compren algo más que comida. En general me da la impresión que la clase media va desapareciendo, veo grandes diferencias en Atenas, barrios muy ricos y barrios muy pobres, creo que estas diferencias son un poco más grandes que en España (que también las hay)”.

No deja de dar una reprimenda, puede que merecida, a los medios: “Sobre la crisis también me da la impresión que es sobre todo una crisis ateniense y me llama la atención que los medios de comunicación españoles nunca vayan a otras ciudades del país últimamente. Creo que algunas zonas de Grecia siempre han vivido en cierta “crisis” y quizá por ahora sea menos visible. Zonas muy rurales donde las cosas no han cambiado tanto, siempre han vivido con ciertas limitaciones. En ciudades como Loánina [noroeste del país] es difícil sentir el ambiente de crisis que se vive en Atenas”.

La victoria de Syriza, algo “lógico”

Para Agustín la reacción de los griegos votando a Tsipras tiene sentido ya que ven que su país “no funciona”. “Creo que también eso es la democracia, la posibilidad de cambiar”. No deja de ver que los griegos también tienen algo de culpa en esto: “Es innegable que Grecia tiene que hacer muchas reformas y pagar su deuda, pero las medidas que venían llevándose a cabo [con el Gobierno de Samarás] no sólo no hacían más posible que esta deuda se pagara, sino todo lo contrario; la deuda es mucho mayor, más difícil de pagar y además las condiciones de vida de la población han empeorado. Es tremenda la situación en la que está la sanidad pública o la educación. Muchos griegos que conozco (con un poco más de posibilidades económicas) ni siquiera contemplan la posibilidad de ir a un hospital público cuando tienen un problema. Realmente el estado social en Grecia no existe”.

El apoyo a Syriza se está disparando en las encuestas a pesar de las cesiones a la UE. Él comparte el optimismo de los que apoyan a la izquierda: “A pesar de todo creo que la victoria de Syriza debería ser una oportunidad para el país. Grecia necesita un Gobierno que haga frente a la situación actual y busque mejorar las condiciones en las que ahora mismo vive la mayoría de la población, pero también creo que hay que mirar más a largo plazo. Por diversas razones históricas Grecia tiene muchos aspectos estructurales que se deben mejorar. Me parece un poco lamentables ciertas actitudes en la UE, creo que se está tratando de humillar a Syriza. Debería aprovecharse la oportunidad de negociar ‘de verdad’ un plan que sea beneficioso para todos. Eso debería ser la UE, una unión de socios iguales. Se debe buscar un acuerdo que permita que la deuda se pague, por supuesto, pero que eso no suponga un coste mortal para Grecia. Creo que falta un poco de sensibilidad en la UE”.

También nos señala un fenómeno que de momento vuela bajo el radar de los medios con tanta negociación bruselense: el ascenso de Amanecer Dorado. “Creo que ahora mismo en Grecia hay un caldo de cultivo muy grande para este partido, tantos por motivos intrínsecos -el nacionalismo tan balcánico que hay en el país- como por motivos coyunturales. Me alarma que a nivel a internacional no se hable tanto de este tema. Es un peligro no solo para Grecia sino para toda Europa y que debería ser por lo menos tenido en cuenta”, advierte. “No sé”, nos dice como conclusión, “en general creo que Grecia es un país difícil de entender, te atrapa y te irrita a la vez. Te encanta y lo odias. En cualquier caso, creo que algo tiene, no sé qué será”.

Si no existiera Pablo Iglesias, este artículo seguramente no se escribiría. Separados por miles de kilómetros y a pesar de bastantes puntos comunes en su historia –como el que hasta hace poco suponía nuestra reina, por ejemplo–, nunca Grecia y España habían estado tan cerca a nivel emocional y político. En este último aspecto destaca los lazos y similitudes que el ascenso del Gobierno de Syriza -para unos el paradigma de cómo enfrentarse al diktat de Bruselas, para otros la constatación de que las medidas que propone la izquierda radical son irrealizables y para todos el correlato de Podemos- ha generado en nuestro país.

Alexis Tsipras Mariano Rajoy
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