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¿Por qué los populismos del sur son de izquierdas y los de norte de derechas?
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¿Por qué los populismos del sur son de izquierdas y los de norte de derechas?

En el norte de Europa ganan terreno movimientos contra los inmigrantes y propuestas de extrema derecha. En el sur depauperado, la fuerza emergente es la izquierda radical

Foto: El líder del euroescéptico y populista partido británico UKIP, Nigel Farage, da un discurso sobre inmigración en Londres. (EFE)
El líder del euroescéptico y populista partido británico UKIP, Nigel Farage, da un discurso sobre inmigración en Londres. (EFE)

Fue un shock en todos los sentidos. Las últimas elecciones europeas hicieron temblar los muros de los principales centros de poder. No exageramos. ¿Cómo que un partido abiertamente xenófobo era el predilecto en la cuna de la fraternidad política, Francia? ¿Y que un antiguo payaso se había llevado el segundo mayor saco de votos en Italia? Ya sabíamos que Reino Unido tendía al euroescepticismo, pero ¿una formación como UKIP que quiere salir de Europa entrando por la puerta grande en el europarlamento? ¿Y una Coalición Radical de Izquierdas (Syriza), antitroika, abriendo de nuevo la herida de Grecia en el seno de la Unión?

Europa vive una oleada de populismos que no se había visto en décadas. Algunos analistas la comparan con la que recorrió el Viejo Continente a principios del siglo pasado. Se caracterizan por su postura antiinmigración en los países “acreedores”, los más ricos del norte; y su posición anticapitalista, en el sur. Pero todos tienen una veta común: el nacionalismo.

Pero ¿qué es populismo, y quién es populista? Si se trata de hacer promesas irrealizables o de regalarle los oídos a los votantes, Mariano Rajoy habría sido un político populista en 2011 con sus fotos en las colas del paro y sus propuestas de bajar impuestos. Si se trata sólo de aunar votos en contra de un objetivo común, el PSOE de los anuncios que representaban a la derecha como un dóberman cumplirían el requisito.

El político conservador Ronald Reagan fue uno de los primeros grandes populistas de derechas en Estados Unidos, según la Enciclopedia de Política Americana de Princeton, que recuerda que el Movimiento Populista originario en EEUU estuvo compuesto de granjeros y trabajadores atormentados por las duras crisis del segundo tercio del siglo XIX, en la llamada Gilded Age. En Europa, la palabra populismo recuerda inmediatamente al movimiento del Nationalsozialismus gestado en los años 20 y consumado por Adolf Hitler tras su llegada al poder en 1933.

“El populismo se basa en un discurso político de antagonismos: el pueblo contra alguien”, define Juan Carlos Jiménez, politólogo de la Universidad San Pablo CEU. “Ese alguien puede ser un enemigo exterior, una clase social, o las grandes empresas, pero siempre se articula en torno al nosotros contra ellos; carece de sustento ideológico, salvo el de la misma oposición radical, y su objetivo no es otro que la movilización para el asalto al poder”.

Otro de los rasgos más mencionados por los analistas es que los políticos populistas se caracterizan por una nota revolucionaria, de acabar con las instituciones establecidas, y “aprovechar y alimentar en la gente la sensación de pérdida, ya sea de una identidad o de un estatus económico”, nos explica Pawel Swieboda, presidente del Centro para Estrategia Europea DemosEUROPA. “Ofrecen una promesa de restaurar la dignidad del pueblo, pero lo hacen ocultando la realidad sobre las circunstancias políticas y económicas de su tiempo. Proponen en esencia gobernar a través de atajos, sin la carga de las políticas basadas en la evidencia”.

Algunos apuntan a otras definiciones menos peyorativas de un movimiento que, en el fondo, le dice al pueblo lo que quiere escuchar y trata de conseguirlo. ¿Acaso no es esa la máxima de la democracia?, arguyen. Se cita habitualmente la revisión en este sentido del politólogo posmarxista argentino Ernesto Laclau, autor de La razón populista.

Antisistema a la izquierda y a la derecha

En lo que sí hay acuerdo es en que el vuelco electoral de las europeas de 2014 puso de manifiesto una división entre los partidos antisistema con connotaciones populistas del sur y del norte: los primeros tendían hacia la izquierda tradicional; los segundos, hacia la derecha. Así, Podemos en España, Syriza en Grecia y, en menor medida, el Movimiento 5 estrellas en Italia, aglutinaban propuestas y practicaban un discurso basado en la lucha de clases (el ciudadano contra la élite extractiva o casta), en la intervención del Estado, ya sea para la nacionalización de las empresas de energía o la creación de una banca pública, o en las críticas a las instituciones liberales como el FMI o la troika.

Mientras, el Frente Nacional (Francia), el de la Libertad (Austria), el del Pueblo Danés (Dinamarca) o el de los Fineses (Finlandia), y en menor medida UKIP (Reino Unido) surgían a lomos de un discurso marcadamente xenófobo y antieuropeísta.

Hay excepciones. La más extraordinaria es la de Amanecer Dorado en Grecia. Dentro de Italia, se daba el caso de la Liga Norte, que se sustenta en un frentismo populista interior, en este caso también en la relación entre el norte y el sur: la Italia rica del norte, frente a la del sur, atrasada, agraria y atenazada por la mafia. La misma música que suena en los discursos populistas de los países escandinavos o en movimientos como el de Alternativa para Alemania.

La división norte/sur en los populismos se explica porque “en las sociedades del norte, ricas, acostumbradas a tener de todo y con cierto discurso histórico de superioridad étnica, lo que se teme es perder todo ante los que nos vienen a quitar lo nuestro”, explica Jiménez, y de ahí las tendencias xenófobas. En el sur, sin embargo, comparativamente más pobre, el inmigrante tiende a ser visto como un explotado más por un sistema de clases ante el que es la intervención del Estado la que ha de poner la solución al problema.

“En aquellas más afectadas por la crisis económica, el populismo tiende a ser de izquierdas”, confirma Pawel Swieboda. “Allá donde la inmigración y la globalización son los principales retos, este es a menudo de derechas”.

Otras de las distinciones se establece en torno al país deudor y el acreedor, según Jorge Galindo, politólogo de la Universidad de Ginebra y miembro de Politikon. En tres de estos últimos (Grecia, España e Italia) han aparecido movimientos antisistema para activar el “eje prosoberanía, en el que el interés de la sociedad es el de reducir el peso de la deuda”.

El nacionalismo, denominador común

La situación delirante que vive la política del Viejo Continente por la crisis (compárese con la estabilidad casi pétrea con la que el bipartidismo estadounidense ha sorteado la Gran Recesión) alcanzó su cota máxima cuando Marine Le Pen, presidenta del partido de extrema derecha francés Frente Nacional, expresó su apoyo a Syriza. “Hay una fractura en Europa que pasa por que el pueblo recupere su fuerza frente al totalitarismo de la Unión Europea y de sus cómplices, los mercados financieros”, aseguró, antes de afirmar: “¡Eso no me convierte en una militante de extrema izquierda”.

Ese parecido es “de fondo, que no de forma”, opina Adrián Vázquez del grupo pro europeo Con Copia a Europa y asesor del europarlamentario Fernando Maura. Y se hace más patente cuando se observa que ambos movimientos, el Frente Nacional y Syriza, “comparten simpatía por el régimen de Vladimir Putin y critican abiertamente a la UE por su actuación en Ucrania, o cuando insisten en la necesidad de reforzar la soberanía de los Estados nación, ya sea por espolear intereses nacionalistas, como hace la derecha, o por retomar el control de sus economías, como clama la izquierda”.

Para Vázquez, estos movimientos populistas son fenómenos políticos claramente “epidérmicos” que no ofrecen soluciones en profundidad, y nacen con el objetivo de “encontrar venganza más que de ofrecer soluciones viables”.

En el fondo existe un denominador común a todos estos partidos: un cóctel de nacionalismo y antiglobalización.

“Unos y otros son incapaces de entender que a estas alturas, si se quiere ser soberano, la única forma es ser fuerte en instancias supranacionales como la Unión Europea”, opina el ex europarlamentario y director de la Fundación Alternativas, Carlos Carnero. Él define populismo como la política de aquellos partidos que, o no tienen programa, solo eslóganes, o, si lo tienen, “pueden cambiarlo tantas veces como les dé la gana, e interpretarlo como les dé la gana, porque son inmunes al reproche por incumplimiento.

Apelan a los sentimientos más básicos de la ciudadanía, siempre con acusaciones a terceros. Se trata de una especie de llamada a la conjura judeomasónica franquista: el enemigo proviene del exterior, de Bruselas, y tiene en España a traidores internos, el PSOE y el PP”.

Los personajes fundamentales son la inmigración, las élites extractivas, Bruselas y sus políticas, y la pérdida de soberanía. Los grupos acomodados temen al extranjero, como hace un siglo; los atormentados por la peor crisis económica en décadas exigen revolución, cambios institucionales profundos, y que “el sufrimiento cambie de bando”, como se ha escuchado en ocasiones al partido Podemos en España. El eje común: la recuperación de lo nacional, lo patriótico, lo “nuestro” para capear una crisis que lo tiene todo de globalizada.

Fue un shock en todos los sentidos. Las últimas elecciones europeas hicieron temblar los muros de los principales centros de poder. No exageramos. ¿Cómo que un partido abiertamente xenófobo era el predilecto en la cuna de la fraternidad política, Francia? ¿Y que un antiguo payaso se había llevado el segundo mayor saco de votos en Italia? Ya sabíamos que Reino Unido tendía al euroescepticismo, pero ¿una formación como UKIP que quiere salir de Europa entrando por la puerta grande en el europarlamento? ¿Y una Coalición Radical de Izquierdas (Syriza), antitroika, abriendo de nuevo la herida de Grecia en el seno de la Unión?

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