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Videojuegos y televisión en tus tres celdas: la "tortura" en la cárcel más humana
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las CLAVES DEL ÉXITO DEL SISTEMA NORUEGO

Videojuegos y televisión en tus tres celdas: la "tortura" en la cárcel más humana

Gimnasio, televisión, baño y ducha privada. Ciertos aspectos del sistema penitenciario noruego pueden resultar sorprendentes, pero hay pruebas de su eficacia. Sólo el 20% de los presos vuelve a delinquir

Foto: Un agente de policía entra en la prisión de Ila, en el pueblo de Eidsmarka, cerca de Oslo (Reuters).
Un agente de policía entra en la prisión de Ila, en el pueblo de Eidsmarka, cerca de Oslo (Reuters).

Vista desde fuera, la cárcel noruega de Skien tiene el mismo aspecto deprimente y gris que cualquier otra prisión de alta seguridad. Las elevadas y gruesas paredes de hormigón que conforman su fachada no tienen nada que envidiar a los correccionales de países mucho menos avanzados en el arte de la rehabilitación. Sin embargo, basta superar la puerta de entrada para comprender las claves del éxito del sistema penitenciario noruego, cuyo índice de reincidencia delictiva es uno de los más bajos de todo el mundo.

En Skien, precisamente, cumple actualmente condena Anders Behring Breivik, el preso más famoso del país. Autor confeso del atentado en el que murieron 77 personas en julio de 2011, se podría decir que el Estado noruego se muestra benigno y compasivo con su más temido criminal. Responsable de la mayor masacre perpetrada en este país desde la Segunda Guerra Mundial, el terrorista dispone de tres celdas para él solo. La primera, dotada de televisión, baño y ducha privados, la utiliza para dormir y descansar. En la segunda, dispone de varias máquinas para hacer ejercicio, mientras que la tercera la destina a actividades de tipo intelectual, como leer o estudiar.

Breivik lee a diario los periódicos, sale a pasear al patio y, desde hace unos meses, ha empezado a estudiar la carrera de Ciencias Políticas a distancia. Pero, lejos de estar satisfecho, considera que su situación es “inhumana”, un verdadero “infierno”. Es más, el ultraderechista ve en ella una “forma de tortura”, un ataque a sus derechos humanos más fundamentales. Tal es su desesperación que sus abogados han anunciado que en breve presentarán una demanda contra el Ministerio de Justicia de Noruega, al que acusan de vulnerar la Convención Europea de Derechos Humanos.

En el centro de la demanda se halla el estricto régimen de aislamiento al que lleva sometido desde el día de su detención y que le impide mantener cualquier contacto con los demás reclusos. Y es cierto: su caso no tiene paragón en Noruega; Breivik es el único preso de todo el país que vive en estas condiciones. Su correspondencia, acceso al teléfono y posibilidades de recibir visitas también se han visto fuertemente restringidos, justo para impedir que propague sus sanguinarias ideas o reclute adeptos a su causa.

La defensa del terrorista lleva tiempo exigiendo el levantamiento de estas medidas, cuya vigencia tiene que ser renovada cada seis meses por las autoridades. Estas, no obstante, insisten una y otra vez en “el claro riesgo de fuga” y en la “peligrosidad del sujeto, que podría volver a cometer graves crímenes”, explica a El Confidencial Erling Faeste, director adjunto del sistema penitenciario de la Región Sur del país, donde se encuentra la cárcel.

“Lo que ocurre con Breivik es terrible”

“A todo ello se añade la posibilidad de que otros reclusos intenten acabar con él, pensando que al matarle se convertirían en héroes nacionales”, destaca a este diario Nils Christie, profesor emérito de Criminología de la Universidad de Oslo. Christie es un entusiasta defensor del enfoque humano y reconciliador que distingue al sistema penitenciario de su país. Por esto, lo que ocurre con Breivik le parece “terrible, tanto para él como para Noruega, pero, lamentablemente, no hay alternativa”.

En su opinión, es necesario mantenerlo aislado. Para contrarrestar la dureza de estas condiciones, sin embargo, propone permitir que personas ajenas a su ideología política le visiten y hablen con él. “Tendrían que ser, por decirlo de alguna manera, buenos noruegos, es decir, ni nazis ni gente susceptible de cometer atentados como el suyo”.

Según este experto, permitir que los presos tengan contacto con personas corrientes es parte del modelo de reinserción que ya se utiliza en los países nórdicos. “Ayuda a darles el sentido de normalidad del que, por mucho que nos esforcemos, carecen dentro de la cárcel”, asegura. Por lo demás, tampoco es cierto que Breivik se pase las 24 horas del día sin tener contacto con nadie. Si lo desea, tiene permiso para conversar con los guardas, el personal médico o el pastor protestante que visita regularmente el centro.

placeholder El interior de una celda de la prisión de Halden, en Noruega (Reuters).

Bungalows de madera en un fiordo bucólico

Sea como sea, el caso del terrorista plantea serios retos al modo en que Noruega ha administrado sus prisiones hasta ahora. La idea fundamental es que lo único que se pierde cuando se entra en una cárcel es la libertad. Prima la rehabilitación, antes que el castigo. “No hay que olvidar que gran parte de los presos proceden de las clases sociales más bajas, carecen de educación o formación para desempeñar algún oficio”, destaca Christie. Más allá de alejarles de la sociedad por razones de seguridad, la función principal de la reclusión es ofrecerles una segunda oportunidad, que para algunos se convierte en la posibilidad de estudiar o aprender una profesión que nunca tuvieron.

En síntesis, se trata de lograr que, una vez libre, el preso prefiera llevar una vida normal a volver a caer en la criminalidad. Este es el espíritu en el que fue construidaBastøy, una cárcel especialmente diseñada para los últimos años de condena. Ubicada en una isla en medio del bucólico fiordo de Oslo, los presos viven en bungalows de madera equipados con cocina y baño. Trabajan en distintos oficios y reciben una discreta remuneración que les permite comprar comida en el pequeño supermercado de que dispone el recinto. Así pueden prepararse el desayuno y la cena ellos mismos. El almuerzo es la única comida que se sirve en común.

También se cuidan sus actividades de ocio. Pueden jugar al tenis, montar a caballo o bañarse en la playa en verano. El objetivo es prepararlos gradualmente para la vida activa que volverán a tener fuera de la prisión. Un sistema penal, por lo tanto, diseñado para curar y generar esperanza y no pena y desesperación.

La prueba de su eficacia la revelan los datos. Sólo el 20% de los presos noruegos vuelve a delinquir una vez en libertad. Una cifra que, en el caso de los que pasan por Bastøy, se reduce al 16%, muy por debajo de los niveles de reincidencia superiores al 50% que registran países como España o Estados Unidos.

El “Abu Ghraib” de Breivik

Condenado a 21 años prorrogables indefinidamente mientras se le siga considerando un peligro público, muy pocos creen que Breivik vuelva algún día a ser libre. Esto no le excluye de gran parte de los beneficios de que gozan los demás presos. Pero el terrorista no parece valorar los esfuerzos que está haciendo su país a pesar de la gravedad de sus ofensas. En los dos años y medio que lleva de condena, sus quejas han sido innumerables. Ha acusado a las autoridades de encerrarle en un “mini Abu Ghraib” por servirle el café frío, no proporcionarle suficiente mantequilla para untar el pan o no dejarle guardar crema hidratante en su celda.

Irrisoria también fue su amenaza de iniciar una huelga de hambre si no le cambiaban la PlayStation 2 por un modelo más reciente de la PlayStation 3, además de facilitarle videojuegos para adultos, en lugar de los inofensivos programas diseñados para niños a los que tiene acceso. En esa misma ocasión también reclamaba que le sustituyeran la “dolorosa” silla de su habitación por un confortable sofá. Demandas que, como es lógico, las autoridades le han denegado.

Ya es mucho que le permitan disfrutar de tres celdas enteras. Un trato privilegiado que los demás reclusos denuncian, pues aseguran que las atenciones especiales que recibe el terrorista provocan una reducción en los recursos que les dedican a ellos. Tras pasar el primer año de condena en la prisión de Ila, al oeste de Oslo, Breivik fue trasladado a Skien a mediados de 2013. Pero su singular visión de los derechos humanos le impide sentirse a gusto en ninguna de las dos. Según declaró él mismo durante el juicio, habría preferido que le condenaran a muerte. Con todo, la conmiseración con que le trata el Estado se ha convertido en la peor de sus condenas.

Vista desde fuera, la cárcel noruega de Skien tiene el mismo aspecto deprimente y gris que cualquier otra prisión de alta seguridad. Las elevadas y gruesas paredes de hormigón que conforman su fachada no tienen nada que envidiar a los correccionales de países mucho menos avanzados en el arte de la rehabilitación. Sin embargo, basta superar la puerta de entrada para comprender las claves del éxito del sistema penitenciario noruego, cuyo índice de reincidencia delictiva es uno de los más bajos de todo el mundo.

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