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Golpe integrista al corazón de Europa: París vive su 11-S contra el pensamiento libre
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EL ATAQUE cuestiona el multiculturalismo

Golpe integrista al corazón de Europa: París vive su 11-S contra el pensamiento libre

Francia despierta atemorizada, porque sabe que es un objetivo prioritario del terrorismo islámico, e indignada, porque ayer atacaron uno de los pilares de la República

Foto: Una mujer sostiene una pancarta que reza "Yo soy Charlie" durante una concentración en Londres en tributo a las víctimas del ataque contra Charlie Hebdo (Reuters).
Una mujer sostiene una pancarta que reza "Yo soy Charlie" durante una concentración en Londres en tributo a las víctimas del ataque contra Charlie Hebdo (Reuters).

Francia se ha despertado hoy atemorizada e indignada. Atemorizada porque sus ciudadanos saben que su territorio es un objetivo prioritario y fácil para el terrorismo islamista. Indignada porque esos terroristas atacaron ayer uno de los pilares de la República: la libertad. La libertad a secas, ni de expresión ni de opinión.

La matanza en el semanario Charlie Hebdo deja de momento doce muertos y cuatro heridos muy graves. Es el peor atentado en la historia de Francia, pero no por el número de víctimas, sino por el impacto y el significado del crimen: el yihadismo está en guerra contra Francia, y son franceses los protagonistas de los asesinatos. La policía rodeaba a última hora de ayer un barrio de la ciudad de Reims, donde se pensaba que los tres miembros del comando, tres franceses de origen árabe, se habrían refugiado. El más joven de los sospechosos, Mourad Hamyd, se habría entregado a la policía en la localidad de Charleville-Mézières, junto a la frontera con Bélgica, tras haber visto su nombre circular en las redes sociales, según la prensa francesa.

La sátira de Charlie Hebdo hacia el islam y hacia los islamistas le había valido ya un incendio, cientos de amenazas y la protección oficial las 24 horas del director y de la sede del semanario. Poco antes de las once de la mañana, el comité de dirección de la revista estaba reunido para preparar el número siguiente.

Dos encapuchados, protegidos con chalecos antibalas y armados de Kaláshnikov, irrumpen en el portal y logran subir al segundo piso, donde se sitúa la sede de la redacción. El guardaespaldas de Charb, el director, no tiene tiempo de reaccionar y es abatido. Los asaltantes citan el nombre del director y le acribillan. También caen dibujantes históricos y representativos de la revista, como Cabu o Wolinski, entre otros.

"¡Hemos vengado al Profeta!”

Ya en la calle, los encapuchados realizan nuevos disparos al grito de “Alá es el más grande”. Dirigiéndose a su coche dicen: “¡Hemos vengado al Profeta; hemos matado a Charlie Hebdo!”. Otro policía es herido cuando intenta frenar la huida de los asesinos. Estos bajan del coche sin prisa, para rematar de un tiro en la cabeza a quemarropa al agente, después de decirle en perfecto francés: “¿Querías matarme?”.

La sensación provocada por el atentado de París se explica por el hecho de que las escenas callejeras fueron grabadas por profesionales de una agencia vecina o por ciudadanos que utilizaron sus móviles. Y esos gritos proferidos por los criminales dejaban pocas dudas sobre la ideología que les anima. A pesar de ello, los medios franceses ocultaron la evidencia durante largos minutos, como también censuraron hasta la noche la imagen del tipo que descarga su AK-47 sobre el policía que yace en la acera.

Tomar precauciones es loable: ocultar la realidad o diferirla forma parte de esa actitud compartida por cierta prensa y los partidos del establishment, temerosos de señalar a los cinco millones de musulmanes franceses.

Los trabajadores de Charlie Hebdo eran de los pocos franceses que no se dejaban vencer por el miedo a los islamistas; las amenazas y los atentados no los frenaban para seguir criticando al islam a secas, sin adjetivos de “moderado” o “radical”. En una sociedad agarrotada por temores de todo tipo, el pavor a provocar la susceptibilidad de los musulmanes se ha convertido en la nueva religión oficial.

Ya se pudo comprobar con los tres ataques que estas Navidades se produjeron en diferentes localidades francesas y que provocaron la muerte de una persona. Los protagonistas gritaron, según testigos, “Alá es el más grande”. La maquinaria de propaganda oficial se puso en marcha para minimizar los hechos y atribuírselos a “desequilibrados”.

Cierto es que, en el caso de la masacre de Charlie Hebdo, el método empleado por los autores ha sido muy diferente. Por su manera de vestir, por su frialdad, por su propia actuación antes y después de la balacera, demuestran estar preparados militarmente. Y en ambos casos, ya sean terroristas amateurs o profesionales del terror, los franceses no pueden ocultar su miedo. Un temor ante un enemigo que puede actuar en cualquier momento, sin prevenir, aunque sí están fichados, como uno de los tres terroristas identificados ayer.

Miles de franceses llenaron anoche las plazas heladas en las principales ciudades del país, algo que no se veía desde hace mucho tiempo. Las redes sociales consiguieron unir a los indignados contra los enemigos de la libertad. Miles portaban carteles con la frase “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie). Centenares blandían lápices y bolígrafos como armas contra el oscurantismo. Algunos líderes de partidos políticos no tuvieron más remedio que unirse a la masa para acaparar un poco de foco televisivo.

La “batalla de los belenes”

Entre esas miles de personas, muchos se manifestaron también por primera vez contra la complacencia de los partidos de izquierda con el integrismo musulmán. Millones de franceses están hartos de comprobar cómo se cede ante la presión islamista en barrios y ciudades. Y esos mismos franceses no hacen, ni tienen más ganas de establecer la diferencia, entre islam moderado e islam radical.

La batalla de los belenes” de estas pasadas Navidades es el último ejemplo. En Francia, el país que presume de laicismo, algunos alcaldes permiten que en las piscinas municipales existan horarios diferentes para mujeres y hombres, o hacen la vista gorda a que las niñas lleven el velo islámico en las guarderías públicas. Pero esos mismos defensores del multiculturalismo protestan airados y llevan a los tribunales a los alcaldes que instalan un belén en la sede de su ayuntamiento.

Votos para Le Pen

Si en Francia no existiera esa presión mediática, política y social contra cualquier atisbo de crítica al islam, los “Pegidas” locales inundarían las avenidas por millones. Después de los asesinatos de París, el temor al insulto máximo –“xenófobo”, “fascista”– va a ser reemplazado por el miedo a perder la vida a manos de supuestos “lobos solitarios”, “desequilibrados” o franceses hijos de musulmanes –o no– entrenados en Siria, Irak o Pakistán.

En todo caso, esos ciudadanos, privados de voz por miedo al insulto, hablan en las urnas y su voto va a parar al Frente Nacional. Marine Le Pen también dijo ayer –como todos los representantes políticos– que no había que acusar a todos los musulmanes, pero fue la única que atribuyó sin reparo a los fundamentalistas islámicos la autoría del atentado.

Le Pen, que la semana pasada inició una campaña de conquista publicitaria en Oriente Próximo, adonde envió a su sobrina Marion Marechal Le Pen y a su “ministro de Exteriores”, Aymeric Chauprade, sabe que hablar claro no resta adhesiones electorales. Tiene por seguro que muchos musulmanes, y especialmente los que viven en los guetos dominados por los salafistas, están hartos de sus “hermanos de religión”. Es consciente de que son los musulmanes los más perjudicados por la habitual asimilación entre islam y terrorismo.

La izquierda, mientras tanto, ha hecho caso omiso de los pocos intelectuales, políticos y periodistas de su campo que se han cansado de denunciar que hablar de islamización, criticar el multiculturalismo, defender el laicismo y repensar la regulación de la inmigración no debería ser sólo argumentos explotados por Le Pen. La misma discusión se ha producido en la derecha cuando se le acusa de intentar pescar en “los caladeros del FN”. Lo mismo pasó con las polémicas sobre la delincuencia, los “sin papeles”, y otros asuntos considerados por la izquierda como propios de horteras y fachas.

El atentado de París se produce pocos días después de la aparición del libro Sumisión, del escritor Michel Houellebecq, en el que se describe una Francia regida por la sharia (la ley islámica) en el año 2022, gracias a una grosse koalition entre izquierda, centro-derecha e islamistas para evitar la presidencia de Le Pen. Los periodistas de la galaxia mediática progre han agotado sus vómitos sobre el autor y su libro. Pero nadie puede borrar que Houellebecq describe el sentir de muchos de sus compatriotas.

Esa misma izquierda mediática biempensante lanzó una fatua contra el ensayista Eric Zemmour, también por un libro (El suicidio francés) en el que se cuestiona la inmigración masiva permitida en Francia, el multiculturalismo y la pérdida y el desprecio de los valores de la cultura y la historia del país. El autodafé consiguió que Zemmour fuera expulsado del debate que mantenía desde hace años en la televisión donde trabajaba.

En Francia algo no ha funcionado cuando los asesinatos de los franceses Merah en Toulouse, o de los Nemmouche en Bruselas, son jaleados en los guetos donde los islamistas están más presentes que los representantes de la República.

Un 11-S contra el pensamiento

Charlie Hebdo es una publicación de izquierda y, además de atentados, había sufrido procesos judiciales inspirados por defensores del islam, mientras otros comprensivos hablaban de limitar la libertad de expresión. Cuando esos comprensivos se manifiesten en la calle con los millones de musulmanes franceses en contra de los atentados cometidos en nombre del islam, se podrá a empezar a hablar de normalidad. Hasta el momento, la actitud de las autoridades religiosas de los musulmanes de Francia ha sido ambigua, por decirlo de forma educada. Después de este 11-S francés, se espera que sean más firmes con sus hermanos desviados.

Hoy es día de luto oficial en Francia. Las calles están tomadas por fuerzas especiales que no disimulan sus ametralladoras ni su nerviosismo. De momento, es la imagen que los terroristas esperaban propagar: el miedo a la libertad.

Francia se ha despertado hoy atemorizada e indignada. Atemorizada porque sus ciudadanos saben que su territorio es un objetivo prioritario y fácil para el terrorismo islamista. Indignada porque esos terroristas atacaron ayer uno de los pilares de la República: la libertad. La libertad a secas, ni de expresión ni de opinión.

Ataque Charlie Hebdo Al Qaeda
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