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El 'otro Ferguson': estos son los estudiantes que tumbaron la segregación hace 60 años
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El 'otro Ferguson': estos son los estudiantes que tumbaron la segregación hace 60 años

Estos son los estudiantes que acabaron con la segregación en las escuelas de EEUU hace 60 años. El Confidencial regresa ahora al lugar de los hechos

Foto: Antiguos alumnos del colegio para niños negros Robert Russa Moton, en Farmville, Virginia, que participaron en las protestas que acabaron con la segregación legal en los colegios hace 60 de años (L.G.A.).
Antiguos alumnos del colegio para niños negros Robert Russa Moton, en Farmville, Virginia, que participaron en las protestas que acabaron con la segregación legal en los colegios hace 60 de años (L.G.A.).

Farmville, en el condado de Prince Edward, Virginia, con sus casas bajas con porche, sus restaurantes de ‘soul food’ (comida sureña) y sus amplias avenidas por las que los adultos van en coche a hacer la compra y los niños juegan en bici, podría ser uno de esos lugares que, como diría Truman Capote, otros habitantes de Virginia llaman “allá”. Pero en esta localidad de menos de 7.000 habitantes se escribió uno de los acontecimientos claves de la historia racial de Estados Unidos. Tuvo lugar en un colegio, hace ahora 60 años.

El “otro Ferguson”

Era el 17 de mayo de 1954, cuando el Tribunal Supremo de los EEUU declaró por unanimidad (9-0), en el caso “Brown contra el Consejo de Educación de Topeka”, que la segregación racial en las escuelas era inconstitucional. Hasta entonces, regía una doctrina aprobada en 1896 -en el caso de “Plessy contra Ferguson”-, que sostenía que mientras los colegios segregados para blancos y negros tuviesen las mismas instalaciones, la segregación no violaba la 14ª Enmienda.

En el pueblo había dos colegios, el de los niños negros, al que ellos mismos llamaban ‘el gallinero’, y el de los niños blancos, ‘a solo unas manzanas, con cafetería, gimnasio y un magnífico salón de actos’, recuerda Speakes

Apenas se han hecho un hueco en los libros de Historia, pero el 70% de los demandantes de ese caso procedían de la huelga de estudiantes que surgió en un colegio para niños negros, en una localidad de Virginia tan remota como su nombre: “granja” (Farmville). Un humilde museo en lo que un día fue una escuela es el único homenaje a su hazaña. Algunos de sus antiguos alumnos, aún con vida, son héroes anónimos; llevan una existencia tranquila en ese mismo pueblo.

Acaba 2014, un año especialmente simbólico para la historia racial de EEUU, en el que se cumple el 60º aniversario del fin de la doctrina “separados, pero iguales” y El Confidencial regresa al lugar de los hechos. En un momento en el que los acontecimientos en Ferguson reabren una herida aún sin cicatrizar y seis décadas después de que ese “otro Ferguson” se borrara de la historia de EEUU, dicen sus protagonistas que “algunas cosas no han cambiado”.

Los héroes anónimos de Farmville

Una pizarra intacta en un despacho del museo recuerda que esa habitación, no hace tanto, fue una clase. La del colegio para niños negros Robert Russa Moton, en Farmville, Virginia. En ella está escrito con tiza: “This is your moment. Size it” (Es tu momento, toma medidas). Los baños, aunque renovados, también conservan el aspecto de antaño y el auditorio, su escenario; solo que sus antiguos alumnos hoy peinan canas y presumen de nietos.

Como cada lunes, algunos de ellos, que aún residen en el condado, se acercan al museo para compartir lo que llaman un “Brown bag lunch” (almuerzo de bolsa) y charlar un rato. Hablan de cómo vivieron aquellos días: “Todo pasó muy rápido. Éramos niños. Creo que lo único que me daba miedo era que mis abuelos me regañaran por faltar a clase”, recuerda con media sonrisa, Joy Speakes, una de alumnas que participaron en las protestas, hoy una esbelta señora de 71 años, de traje rojo y coleta, que dirige el comité de desarrollo del museo. Speakes explica, con voz dulce y cansada, que, “como el colegio estaba pensado para 180 niños y éramos 450, no cabíamos, así que el Condado construyó tres gallineros para meternos”.

“¿Ves esta sala de aquí?, es una réplica de cómo era una de las clases”, señala, mientras pasea por un pasillo del museo. “Solo había una estufa de leña en el medio y cuando llovía, el agua se colaba por el techo, así que teníamos que sostener el paraguas durante toda la clase para no mojarnos”.

En el pueblo había dos colegios, el de los niños negros, al que ellos mismos llamaban “el gallinero”, y el de los niños blancos, “a solo unas manzanas, con cafetería, gimnasio y un magnífico salón de actos”, recuerda Speakes. Junto a la réplica de la clase, una pregunta escrita en una pared objeta: “¿Se puede estar separados y ser iguales?”

‘Los segregacionistas se negaban a que niños blancos y negros estudiaran juntos. Como no podían incumplir la ley, cerraron todos los colegios públicos y se las ingeniaron para financiar centros privados para los blancos’, explica Reid

En respuesta a esas aulas, “más pensadas para gallinas que para niños”, sostiene Justin G. Reid, director asociado del museo, el 23 de abril de 1951, una alumna de 16 años del colegio, organizó a escondidas, una huelga de estudiantes. Se llamaba Barbara Rose Johns y falleció de cáncer en 1991, sin reconocimiento alguno. Pero su hermana pequeña, Joan Johns Cobbs, hoy de 76 años, rememora cómo lo vivieron: “Yo tenía 13 años entonces y recuerdo el miedo por las posibles consecuencias de ir a la huelga. También me acuerdo bien el colegio, con las tres casuchas de ‘tar paper’ (cartón asfaltado) y de discutir con mi hermana sobre las diferencias con la escuela de niños blancos pero nunca me habló de sus planes”.

A Edwilda Allen Isaac, que estaba en octavo, sí se lo contó: “Pero nunca pensé que fuese a funcionar, nos habían enseñado toda la vida a ser obedientes y Barbara nos estaba animando justo a lo contrario: a desobedecer. Era chocante”. Allen, de media melena ceniza, chándal azul y mirada serena, explica con ojos llorosos que “eran tiempos de mucho miedo”. “Mi madre, que era profesora, perdió su licencia para enseñar en el Estado de Virginia y tuvo que irse a Carolina del Norte a trabajar”. “Nuestros padres fueron personas muy fuertes”, reconoce.

Pero la joven Barbara llegó hasta el final. Y ese día -rememora su hermana-, envió notas a todos sus profesores pidiéndoles que llevaran a sus alumnos al auditorio. Solo iban firmadas con la inicial “J”, por lo que todos pensaron que se trataba del director Jones. Una vez allí, la niña subió al escenario y convenció al resto para protestar por las condiciones de la escuela. Sus antiguos compañeros describen el discurso como “electrizante e inspirador”, en el libro ‘La chica de la escuela de cartón asfaltado’, de Teri Kanefield, uno de los únicos documentos disponibles sobre su historia.

La huelga duró dos semanas. Entonces, Barbara escribió a dos abogados de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) y les pidió que se hicieran cargo del caso. La NAACP sumó el caso “Davis contra el Consejo de Educación del Condado de Prince Edward” a otros cuatro de los colegios de Delaware, el Distrito de Columbia, Kansas y Carolina del Sur. “Nunca imaginamos que llegaríamos tan lejos, tan solo queríamos un colegio mejor”, recuerda Speakes. Ganaron. Pero en Virginia, la victoria de Topeka implicó nuevos retos.

placeholder Protestas tras la sentencia del caso Michael Brown en Ferguson, Misuri (Reuters).
Protestas tras la sentencia del caso Michael Brown en Ferguson, Misuri (Reuters).

La generación perdida

En 1959, la Corte del Distrito Federal ordenó al condado Prince Edward abolir la segregación en sus colegios. “Pero los segregacionistas del condado se negaban a que niños blancos y negros estudiaran juntos, así que como no podían incumplir la ley, lo que hicieron fue cerrar todos los colegios públicos e ingeniárselas para financiar centros privados para los blancos”, explica Reid. Los colegios públicos de este condado estuvieron cerrados durante casi cinco años hasta 1964. Era el año en que el compositor de Soul, Sam Cook, cantaba aquello de “A change is gonna Come” (un cambio va a llegar).

Algunos -como la mitad de los estudiantes negros de Chicago, y un tercio de los estudiantes negros de Nueva York- asisten a colegios donde no hay un solo niño blanco, según ese estudio

Mickie Garrington, hoy de 65 años, fue una de las estudiantes afectadas por el cierre: “Cuando mis padres me lo dijeron, me sentí tan mal”, rememora emocionada. “Porque realmente me gustaba la escuela, aunque fuese segregada y las instalaciones fueran malas, me encantaba ir. La decisión no tenía sentido para una niña de 10 años. Decirle a una niña: no puedes ir al colegio porque la gente blanca cree que no mereces ir a clase con ellos, ¡eso para una niña no tiene sentido!”, exclama.

Garrington acabó el instituto gracias a las “escuelas libres” que abrieron en 1963 y otros, como Ernest y Roderick, los dos hermanos de Barbara “tuvieron que mudarse a otros estados con familias extrañas para acabar el instituto”, recuerda Joan Johns, pero hubo toda una generación perdida de niños negros en Virginia que no volvieron a estudiar, porque cuando las escuelas reabrieron, ya eran mayores para ir al colegio. Finalmente, en 1969, los centros públicos de Virginia abrieron sus puertas para niños blancos y negros. Habían pasado 13 años desde el caso Davis.

60 años después de Topeka

“Algunas cosas han cambiado” interrumpe el reverendo Samuel Williams, de jersey rojo y gorrito amarillo, exalumno del colegio, “pero otras no”, continúa. “Tenemos un presidente negro, pero mira cómo hablan algunas personas de este país de él y mira a los colegios, con niños negros e hispanos de 12º curso que leen y escriben como si estuviesen en séptimo, ¿eso es igualdad?”. El último informe de la Oficina de Derechos Civiles del Ministerio de Educación de EEUU advierte de que a los estudiantes afroamericanos se les expulsa de clase tres veces más que a sus pares blancos (16% frente a 5%) y que asisten en mayor proporción a colegios con profesores con escasa experiencia y peor pagados.

En la práctica, la segregación escolar tampoco parece haber terminado: el 43% de los estudiantes latinos y el 38% de los afroamericanos van a “escuelas intensamente segregadas”, donde las minorías representan entre el 90% y 100% de los estudiantes, según el estudio del Proyecto de Derechos Humanos de la Universidad de California (2012). Algunos incluso -como la mitad de los estudiantes negros de Chicago, y un tercio de los estudiantes negros de Nueva York- asisten a colegios donde no hay un solo niño blanco, según ese estudio.

60 después preguntamos a la hermana Barbara si, alguna vez después, sufrió racismo. Contesta tajante: “Sí, especialmente buscando trabajo y casa, en New Jersey, donde ahora resido”.

Farmville, en el condado de Prince Edward, Virginia, con sus casas bajas con porche, sus restaurantes de ‘soul food’ (comida sureña) y sus amplias avenidas por las que los adultos van en coche a hacer la compra y los niños juegan en bici, podría ser uno de esos lugares que, como diría Truman Capote, otros habitantes de Virginia llaman “allá”. Pero en esta localidad de menos de 7.000 habitantes se escribió uno de los acontecimientos claves de la historia racial de Estados Unidos. Tuvo lugar en un colegio, hace ahora 60 años.

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