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El Zuckerberg francés hijo de españoles que encabezó la revuelta contra Hollande
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CARLOS DÍAZ, EMPRENDEDOR ‘EXILIADO’ EN EEUU

El Zuckerberg francés hijo de españoles que encabezó la revuelta contra Hollande

El franco-español Carlos Díaz, considerado como un ejemplo de 'serial entrepreneur', explica la singularidad de la relación de Francia con sus emprendedores

Foto: El emprendedor franco-español Carlos Díaz pide a Hollande que le abrace durante su visita a Estados Unidos. (Reuters)
El emprendedor franco-español Carlos Díaz pide a Hollande que le abrace durante su visita a Estados Unidos. (Reuters)

La temporada otoño-invierno de las manifestaciones callejeras en Francia está en pleno apogeo: abogados, notarios, empleados de imprenta, comadronas, policías, médicos generalistas… Pero la gran novedad este año es sin duda que, por primera vez en la historia de la pasarela de la protesta francesa, pequeños, medianos y grandes empresarios han desfilado con banderolas, pancartas y armados de pitos para denunciar lo que consideran un sistema que los mantiene encadenados a un rígido código de trabajo y unas cargas fiscales que los ahogan.

Pese a las promesas liberalizadoras del presidente Hollande, del primer ministro, Manuel Valls, y del responsable de Economía, Emmanuel Macron, la gran patronal Medef (Mouvement des Entreprises de Francia), la organización que representa a las pymes y las de los llamados artesanos por cuenta propia (fontaneros, electricistas, albañiles…), han roto el monopolio que los sindicatos tradicionales tenían sobre la propiedad de las calles del país.

Las medidas de Valls han encendido la exasperación de muchos empresarios, atados por el ‘dumping social’ de empresas extranjeras que ganan contratos aplicando la legislación de sus países

Los factores desencadenantes de la acción han sido las nuevas normas que el Gobierno socialista ha introducido para contentar a su ala izquierda en el debate ideológico esquizofrénico que viven el PSF y el Ejecutivo. Entre ellas, la llamada “cuenta de dificultad”, que obliga a las empresas a llevar un complicado nuevo cálculo de puntos para adelantar la jubilación de ciertos asalariados por trabajo nocturno, repetitivo, temperaturas extremas o sujetos a “vibraciones”, por ejemplo…

Otra decisión del Gobierno impide hacer contratos de menos de 24 horas semanales; la obligación de informar a los trabajadores dos meses antes de la cesión de la empresa ha encendido también la exasperación de muchos pequeños y medianos empresarios, ahogados en burocracia y atados, según ellos, por un código de trabajo de más de mil páginas, por la “absurdidad” de la semana de 35 horas y por el “dumping social” de empresas extranjeras que ganan contratos en Francia aplicando la legislación de sus respectivos países, mucho menos generosas en salarios y cobertura social para los trabajadores importados temporalmente.

La fiscalidad aplicada a las empresas francesas ha aumentado en 42.000 millones de euros en cinco años. El Gobierno conservador de Sarkozy es responsable de la mitad de esa cifra. Los empresarios no ven claro cómo el Ejecutivo aplicará la reducción de 40.000 millones prometida a la patronal, de ahora a 2017 (año electoral), a cambio de la creación de puestos de trabajo.

Francia castiga el éxito individual

Por si fuera poco, añaden los representantes de los empresarios, la imagen que prevalece en Francia sobre los dueños de empresas y sobre cualquier emprendedor es negativa. Ciertamente, los clichés sobre su supuesta “codicia” y riqueza parecen sacados de los panfletos de la época de la revolución industrial o de la literatura de Zola.

El franco-español Carlos Díaz, considerado en Francia como un ejemplo de serial entrepreneur, creador de empresas innovadoras de éxito en su país, comenta a El Confidencial, desde su exilio en Silicon Valley, la singularidad de la relación de Francia con sus emprendedores: “Francia tiene un problema con el dinero y con el éxito personal. Ama a sus emprendedores sólo cuando trabajan 16 horas al día y se alimentan a base de pasta. El éxito no forma parte de la ecuación y si, a pesar de todos los obstáculos, algunos triunfan, entonces son aplastados con impuestos”, denuncia.

‘Francia tiene un problema con el éxito personal. Ama a sus emprendedores sólo cuando trabajan 16 horas al día y se alimentan a base de pasta. El éxito no forma parte de la ecuación y si, a pesar de todos los obstáculos, algunos triunfan, entonces son aplastados con impuestos’

“El éxito empresarial va aparejado a una especie de castigo fiscal en lugar de recibir el apoyo oficial, por lo que los emprendedores desarrollan un reflejo pavloviano que les hace temer conseguir sus objetivos. Cuando veo esto, me entran todavía más ganas de luchar contra la mentalidad francesa, que caricaturiza la empresa dentro de un modelo de lucha de clases completamente desfasado. Ya es hora de que Francia salga de esa visión obsoleta de izquierda/derecha y apoye la innovación en vez de considerarla sistemáticamente como una amenaza para un país que sólo sabe vivir de la nostalgia de su pasado. Basta con ver la situación política actual para darse cuenta de ello”, añade.

Hay que subrayar que para Carlos Díaz esa mentalidad de lucha de clases es compartida tanto por el poderoso sindicato CGT (Confédération Général du Travail), como por la gran patronal (Medef). “No tengo ninguna simpatía por el Medef, que con la CGT son la herencia de una época pasada y cuya razón de ser supone un freno a la competitividad y el desarrollo de la sociedad”, confiesa.

Los “tontos” y el “genocidio” contra los emprendedores

Díaz sabe lo que es mantener un pulso contra un Gobierno. Hace dos años encabezó la revuelta de los teknautas franceses contra una ley del primer Ejecutivo Hollande que pretendía gravar con un 75% las plusvalías en las ventas de empresas del mundo digital. Al frente de los autodenominados “Pigeons” (literalmente “palomos/as”, pero que en Francia tiene también la acepción de “tontos” o “ingenuos”), Díaz emprendió una original campaña que obligó a Hollande a envainarse la medida: “Lo que hicimos fue reaccionar contra la Ley de Finanzas de 2013, que era un verdadero genocidio contra los emprendedores. Nos dijimos que teníamos que lanzar una campaña en las redes sociales, una protesta tipo Anonymous, pero nunca pensamos que el movimiento obtuviera tal amplitud. Creo que a la gente le gustó que hablábamos sin tapujos, de forma anónima, sin líderes ni estrellas visibles y, sobre todo, postulamos nuestro rechazo sistemático a asociarnos con partido político alguno. De la noche a la mañana nos encontramos en la primera página de todos los diarios del mundo y el Gobierno empezó a temernos. Fue excitante, muy flipante”.

Instalado en San Francisco desde hace cuatro años, Díaz protagonizó la paz con Hollande cuando el dirigente francés visitó Silicon Valley. Las cámaras pudieron grabar un abrazo improvisado y fuera de protocolo que él propuso a su presidente. Le dijo que Obama apoyaba a los emprendedores norteamericanos y lo demostraba abrazándolos en público, y le preguntó si él podría hacer lo mismo. “El hug (abrazo) –nos cuenta Díaz– fue, ante todo, un desafío para François Hollande. Él acababa de pronunciar un discurso muy proemprendedores, después de haber intentado asesinarnos fiscalmente. Vi tantos periodistas y tantas cámaras que me dije que había que crear una imagen. El viaje de Hollande a Estados Unidos no despertaba ninguna pasión en sí; el presidente había emprendido ya su volantazo socialdemócrata y estaba inmerso en pleno affaire con Julie Gayet. Le pregunté si era capaz de abrazar a un emprendedor, y lo hizo”.

Carlos Díaz puede ser un ejemplo de lo equivocado de los clichés sobre emprendedores o empresarios franceses. Nacido en Limoges en 1973, es hijo de un escayolista y de una vendedora de comercio. Su madre, descendiente de republicanos españoles exiliados, conoció a su padre en Tarragona y juntos se instalaron en Francia. Sus abuelos maternos eran comunistas, como su madre. Educado por tanto en esa idea francesa de “emprendedor igual a explotador”, Díaz dice entre bromas que su madre se llevó un disgusto cuando le dijo que se instalaba por su cuenta: “La educación siempre fue algo fundamental en casa, pero el emprendimiento no formaba parte del software de mi familia, que siempre ha sido comunista y ha estado muy implicada política y sindicalmente. Cuando les dije que había creado una empresa con mi hermano pequeño (Manuel, cinco años más joven), no saltaron de alegría precisamente. Para ellos era como pasar al lado oscuro del mundo, algo desconocido y temido”.

De especialista en Borges a creador de una start-up

Antes de tomar esa decisión, Carlos Díaz llevaba otra vida. Profesor de Literatura Hispanoamericana en un colegio de Limoges, este especialista en Borges lo dejó todo cuando en 1996 “descubrió” internet. Con su hermano, estudiante de medicina, creó una start-up en su ciudad, aunque no en el garaje de su casa: “Limoges no es precisamente la cuna de las nuevas tecnologías. Cuando presentamos nuestro proyecto, nadie nos hizo caso. Suplicamos que nos dejaran un hueco en la zona industrial y, efectivamente, nos dejaron el cuarto de las escobas, 20 metros cuadrados sin ventanas. Estábamos encantados”.

Hace dos años encabezó la revuelta de los 'teknautas' franceses contra una ley del primer Ejecutivo Hollande que pretendía gravar con un 75% las plusvalías en las ventas de empresas del mundo digital

Su primera empresa, y su primer éxito, se llamaba Reflect, una web agency de comunicación que ayudó a desarrollar el negocio de algunas empresas locales. Reflect fue comprada por el belga Emakina Group. Más tarde, Díaz creó Bluekiwi, que revolucionó las comunicaciones intranet de las empresas, con un prototipo de red social interna que obtuvo cleintes como Dassault, BNP Paribas, SFR, L’Oréal, Total…

Bluekiwi fue adquirida por el grupo Atos en 2012 y Carlos se dedicó a su nuevo bebé, Kwarter, una empresa creada en San Francisco, donde se instaló y donde vive con su mujer y sus dos hijas. Kwarter es una aplicación para tabletas y smartphones que permite interactuar con los amigos en las redes sociales durante la retransmisión en directo de partidos de fútbol americano, béisbol, baloncesto o hockey sobre hielo, los principales deportes de masas de Estados Unidos. El objetivo es participar en directo a través de comentarios y acciones y juegos durante las retransmisiones, obteniendo premios y otras ventajas. Además, ofrece a los anunciantes un target más apropiado. “Imagina –dice Carlos– una marca de comida que participa en el juego y que, según tus acciones, te permita ganar una pizza que te llevan al instante a casa. No es lo mismo que una publicidad de champú. Nadie se lava el pelo mientras ve un partido”. El último éxito de Carlos Díaz trabaja ya con clientes como Turner Broadcasting, Bud Light, Corona o Axa.

Emprender en EEUU es como jugar en el Barça

Carlos Díaz se fue de Francia y se ha instalado en Estados Unidos, pero no por facilidad: “Francia apoya ahora mucho a las start-up. Aquí nadie te ayuda. Mucha gente viene a este país pensando que es más fácil emprender aquí. No es cierto. Pero hay que venir precisamente porque es más difícil. Es como si un jugador de fútbol tiene la oportunidad de jugar en el Barça, del que soy fan. No puedes decir que no, sabiendo que la competencia va a ser más dura, los pases más rápidos y las entradas mucho más salvajes. Si triunfas, eso sí, nadie te va a pedir que te excuses ni te obligan a esconderte. Y, además, si fracasas, puedes siempre comenzar de nuevo. Esas son las principales diferencias con Francia”.

El emprendedor francés más conocido de los que triunfan en Estados Unidos tiene una crónica en la radio pública francesa, cada sábado, sobre las novedades en Silicon Valley. Antes de mudarse a San Francisco, se compró una casa en Tarragona: “España forma parte de mi identidad y estoy orgulloso de mis raíces. Quiero que mis hijas, Inés y Ana Rosa, sepan de dónde venimos”.

La temporada otoño-invierno de las manifestaciones callejeras en Francia está en pleno apogeo: abogados, notarios, empleados de imprenta, comadronas, policías, médicos generalistas… Pero la gran novedad este año es sin duda que, por primera vez en la historia de la pasarela de la protesta francesa, pequeños, medianos y grandes empresarios han desfilado con banderolas, pancartas y armados de pitos para denunciar lo que consideran un sistema que los mantiene encadenados a un rígido código de trabajo y unas cargas fiscales que los ahogan.

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