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¿Por qué los policías que matan civiles nunca acaban en la cárcel en EEUU?
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¿Por qué los policías que matan civiles nunca acaban en la cárcel en EEUU?

Unas 600 personas mueren cada año en Estados Unidos a manos de la Policía. Es casi imposible que los agentes acaben condenados. Y estos son los motivos.

En Estados Unidos hay cifras oficiales sobre las mordeduras de tiburón, con detalles que permiten saber exáctamente donde se produjo el ataque. También se puede rastrear con cierta facilidad el número de fallecimientos relacionados con picaduras de avispas. Pero no hay datos sobre los civiles que cada año cose a tiros la Policía. Si nos atenemos a las noticias, parece que son bastantes. Varios investigadores independientes aseguran que más de mil cada año.

Entre los muertos y heridos en tiroteos policiales hay peligrosos delincuentes armados, pero también personas que protagonizan reacciones extrañas o violentas en situaciones tensas, ante un agente o una patrulla. Y víctimas totalmente inocentes, como el niño de 12 años cuya pistola de juguete fue confundida con un arma real la semana pasada en un parque de Cleveland.

A pesar de la sofocante cobertura mediática y de haber ocupado durante meses la atención de la clase política (incluido el presidente Obama), no ha quedado del todo claro en cual de las dos últimas categorías se encuentra Michael Brown: el afroamericano desarmado de 18 años al que un policía (blanco) disparó en Ferguson (Misuri) resucitando un viejo fantasma americano que algunos consideraban enterrado: el de los disturbios raciales.

Tras semanas entrevistando testigos, revisando exámenes balísticos y de ADN, un tribunal de instrucción absolvió el lunes por la noche al agente Darren Wilson. Se alegó que las pruebas presentadas eran demasiado débiles, que los testimonios resultaron contradictorios y que sí existen indicios de que Brown intentó arrebatar el arma del agente cuando éste se encontraba aún dentro de su coche.

En definitiva, no se dio por buena la hipótesis de que el adolescente fue ejecutado a sangre fría cuando estaba a una considerable distancia y con los brazos en alto. Y sí caló el testimonio del propio Wilson, quien dijo sentirse como un “niño de 5 años delante de Hulk Hogan” cuando vio acercarse al corpulento chaval, quien “solo gritaba como si se prepararse a embestir” y tenía “una cara intensamente agresiva (...) como un demonio”.

Vídeo: Las protestas se extienden a 15 ciudades de EEUU

Probablemente nunca se termine de aclarar lo que ocurrió el 9 de agosto, pero hay dos realidades estadísticas que trascienden al caso y sobre las cuales activistas y manifestantes han reforzado su alegato y detonado su ira: la abrumadora mayoría de los civiles abatidos por la policía son jóvenes o adolescentes negros (un blanco tiene 21 veces menos probabilidades de ser disparado por la policía) y resulta casi imposible que el agente que dispara, generalmente blanco, acabe en la cárcel.

Semanas atrás, cuando el clamor mediático ya había sentenciado a Wilson, los expertos legales advertían que no había demasiados precedentes de policías encarcelados. “Es realmente difícil condenar a un agente de policía. Digamos que su presunción de inocencia es infinitamente superior al del resto de ciudadanos”, declaraba Laurie Levenson, un ex-fiscal federal que hoy trabaja como profesor en la Universidad Loyola. “Simplemente no queremos creer que la gente que contratamos para protegernos puede ser la gente que nos quiere hacer daño y por ello les damos un gran beneficio de la duda”, insistía.

Es dificil afinar el análisis porque, una vez más, no hay estadísticas sobre el porcentaje de policías condenados tras disparar su arma y matar a un civil desarmado. Y tampoco existen muchos estudios académicos, algo aún más raro en un país donde se analiza todo desde todos los puntos de vista, especialmente cuando se trata de un tema polémico. Tenemos que remontarnos a 1979 para encontrar algo parecido, un trabajo que documentó 1500 muertes en enfrentamientos con la Policía. Sólo tres agentes recibieron algún tipo de castigo penal.

David Rudosky, abogado experto en derechos civiles, asegura que la mayoría de las veces ni siquiera se abre un proceso criminal. “Si yo, un ciudadano normal, me viese una situación como la de Ferguson, si yo estoy en mi coche, utilizo mi arma y alguien muere, lo normal es que fuese arrestado enseguida", indica. "Pero esto es lo norma, hay un sinfin de situaciones en las que los agentes no responden ante la Justicia como el resto. A veces por razones que están justificadas, claro. Recordemos que el Estado ofrece a la Policía el monopolio de la fuerza, y permite que se use una fuerza que puede ser letal”, dice.

Vídeo: Disturbios raciales en Ferguson

En un país donde miles de personas poseen armas de fuego y donde se comercializan pistolas rosas para niñas, la ley permite disparar contra civiles en dos supuestos: si el policía cree que existe una amenaza inminente que pone en riesgo su vida o la de una tercera persona; o si determina que un sospechoso está escapando y ello entraña riesgos para la seguridad. Ocurre que en muchas ocasiones, alega la Policía, los agentes se ven obligados a determinar en cuestión de segundos si se cumple alguno de estos dos supuestos. Y, obviamente, se cometen errores.

“El llamado “instante de decisión” es uno de los argumentos de defensa más utilizados y más efectivos. Son unas décimas de segundo todo lo que tienen. Así que, si se equivocan, ¿es justo que reciban un castigo penal? Resulta muy poderosa la imagen del policía que por dudar demasiado acabó muerto”, dice Rudosky, recordando que incluso está reconocido por una histórica sentencia de la Corte Suprema en 1989. “Este mensaje se complementa con el argumento de que si no les dejas utilizar la fuerza, vamos a estar todos más desprotegidos. Habrá más crímenes y más criminales si ellos tienen miedo a disparar. No estoy necesariamente de acuerdo, pero es muy repetido”, añade.

Pero el abogado cree que existen también motivos “institucionales” que hacen más difícil hacer justicia cuando quien dispara es la Policía. Para empezar, muchas veces son los propios compañeros del asesino (agentes y/o fiscales) quienes deben iniciar o formular la investigación, lo que dispara las posibilidades de encubrimiento. Y aún cuando, como en el caso de Ferguson, se nombra un tribunal y una comisión de investigación externa, los policías también disponen de ventajas de las que carecen el resto de los mortales.

“Hay una tendencia innegable a dar más credibilidad a la palabra de un policía que a la de un civil. Cuando el agente está en un juicio, la duda razonable cobra muchísima fuerza. Un fiscal necesita unas pruebas realmente contundentes para que un jurado determine que alguien, la misma persona a quien normalmente confía la protección de todos, se ha pasado y tiene que ser condenado”, concluye el abogado.

En Estados Unidos hay cifras oficiales sobre las mordeduras de tiburón, con detalles que permiten saber exáctamente donde se produjo el ataque. También se puede rastrear con cierta facilidad el número de fallecimientos relacionados con picaduras de avispas. Pero no hay datos sobre los civiles que cada año cose a tiros la Policía. Si nos atenemos a las noticias, parece que son bastantes. Varios investigadores independientes aseguran que más de mil cada año.

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