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El alcalde mexicano que fusilaba a sus rivales al pie de un cerro
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El alcalde mexicano que fusilaba a sus rivales al pie de un cerro

Si no puedes con tu enemigo, deshazte de él. Si alguien te molesta, critica, amenaza con despojarte del poder, mátalo. Ese era el lema de José Luis Abarca

Foto: José Luis Abarca, y su esposa,esposa María de los Angeles Pineda (EFE)
José Luis Abarca, y su esposa,esposa María de los Angeles Pineda (EFE)

Si no puedes con tu enemigo, deshazte de él. Si alguien te molesta, critica, amenaza con despojarte del poder, mátalo. Ese era el lema de José Luis Abarca Velázquez, exalcalde de Iguala. Una máxima política y vital con la que se sentía tan cómodo que no dudó en aplicarla sobre 60 estudiantes la tarde del 26 de septiembre.

Ocurría que estos jóvenes amenazaban con irrumpir en la presentación pública de su esposa, María Ángeles Pineda, como candidata a sucederle en la alcaldía. Era un acto clave, el que debía sellar la continuidad del clan Abarca en la cima del poder de Iguala. Y no iba a permitir que un puñado de estudiantes alterados pusieran en riesgo su imperio.

Así que, como marca el protocolo, llamó al jefe de Policía de Iguala, su compadre Felipe Flores, y le ordenó dar un “escarmiento” a los estudiantes. En menos de 24 horas, los 43 normalistas de Ayotzinapa que no pudieron escapar a la caza mayor de las fuerzas policiales estaban ya ejecutados, calcinados y arrojados río abajo en bolsas de plástico. Tal como le gusta al jefe.

¿Y quién era el jefe de ambos grupos? El mismo José Luis Abarca. Él era el amo de Iguala y gozaba a lo grande esa condición. Cada mes entregaba tres millones de pesos (178.000 euros) a los operadores financieros de su cártel, de los cuales 600.000 (36.000 euros) eran destinados a la Policía Municipal. Le encantaba ostentar su poder en los solitarios cerros que flanquean el municipio. Ahí es donde la guerra de cárteles se cobra a sus víctimas en este rincón de México. Y es adonde Abarca conducía a sus rivales para mostrarles, en la última imagen que verían en sus vidas, quién es el jefe.

“¿Qué tanto estás chingando con el abono?”, le espetó la noche del 31 de mayo de 2013 el alcalde al ingeniero Arturo Hernández, compañero de partido político (PRD) y líder de Unidad Popular, un movimiento campesino muy crítico con su gobierno. Al pie de unos matorrales, Hernández se veía demacrado. Llevaba dos días secuestrado junto a otros siete activistas. Habían sido detenidos por dos vehículos a la salida del municipio, nada más terminar su última protesta contra el alcalde. Los habían estado torturando sin descanso desde entonces.

placeholder Paraje cerca de Cocula donde se cree que fueron quemados los cadáveres de los estudiantes. (AP)

Echado sobre el monte, junto a la fosa que sus custodios habían cavado apenas unas horas antes, Hernández miraba a su verdugo. Hacía un instante ese hombre al que tan bien conocía sorbía una lata de cerveza. Ahora tenía un fusil AK-47 apuntándole al rostro. “Me voy a dar el gusto de matarte”, le informó Abarca.

Esas fueron las últimas palabras que el ingeniero Arturo Hernández escuchó en su vida. El alcalde le disparó a bocajarro en la cara y luego en el pecho. Así lo narró ante las autoridades Nicolás Mendoza, a quien una tormenta repentina y un breve desconcierto de sus captores le permitió escapar y conservar la vida. Esa noche murieron tres miembros de Unidad Popular.

Ese es el único asesinato a manos de José Luis Abarca del que se tiene constancia, acusación por la que oficialmente ha sido perseguido durante un mes y medio hasta ser capturado el martes junto a su esposa. La “pareja imperial” de Iguala aguarda hoy la confirmación oficial de que los restos calcinados encontrados en ocho bolsas corresponden a los 43 estudiantes desaparecidos, pero, al margen de esa barbarie, son muchos los ciudadanos y actores sociales de Iguala que le atribuyen la autoría intelectual de otras tantas decenas de asesinatos más.

Ernesto Pineda Vega, líder vecinal del municipio, ofreció una declaración a la Fiscalía mexicana en la que afirmaba que el exalcalde ordenó “desaparecer” a “un innumerable número de personas” anónimas, víctimas del sadismo de Abarca. En la lista están Luis Pacheco y su esposa, quienes fueron secuestrados por el simple hecho de reclamar al jefe de Policía, Felipe Flores, y al propio Abarca la desaparición de su hijo a manos de Guerreros Unidos. O el caso del síndico municipal, Justino Carbajal, o el de aquel revoltoso líder vecinal a quien Abarca borró del mapa “porque no quiere ningún líder que le haga contrapeso”. Por no hablar de “los dueños de una gasolinera y sus trabajadores, siendo estos aproximadamente veinte”, que fueron secuestrados y luego asesinados “ya que no tuvieron dinero para pagar su rescate”. Y así suma y sigue.

En realidad, Abarca no gestionaba la plaza de Guerreros Unidos para sí mismo, sino para su esposa, la “primera trabajadora social del municipio de Iguala”, como le gustaba autodenominarse. Otros preferían llamarla simplemente 'Lady Iguala'.

María Ángeles Pineda es la que ostenta el pedigrí criminal en la pareja. Es hija del clan Pineda, quienes fueran destacados miembros del cártel de los Beltrán Leyva. La familia se escindió de esa marca y no le fue demasiado bien. Sus hermanos Alberto 'el Borrado' y Marco Antonio 'el MP' desertaron para encabezar Guerreros Unidos, con el único fin de ser ajusticiados por los Beltrán Leyva poco después.

El único hermano vivo de María Ángeles, Salomón 'el Molón', estuvo preso entre 2009 y 2013. En cuanto recuperó su libertad tomó las riendas del brazo militar de Guerreros Unidos. El aparato ejecutivo lo comandaban con muy buena mano su hermana María Ángeles y el alcalde de Iguala. Al menos en dos ocasiones este año las autoridades judiciales pusieron en conocimiento de la unidad contra la delincuencia organizada de México (SEIDO) las actividades del matrimonio Abarca y su relación con el cártel de Guerreros Unidos. Secuestros y asesinatos de ciudadanos tan inocentes como molestos para la pareja que ninguna instancia política o judicial se dignó a investigar.

Tan regulares eran las visitas que al sobrino, Jesús Ernesto Aguirre, lo conocían como “el señor de las maletas”. Esa relación entre el matrimonio Abarca-Pineda y el gobernador de Guerrero se remontaría a los pactos que la señora Leonor Villa Ortuño, madre de María Ángeles Pineda, alcanzó con el gobernador: financiación a sus campañas políticas a cambio de impunidad para el cártel de los Beltrán Leyva. Un supuesto acuerdo que prevaleció en los más de tres años que Aguirre fue gobernador, justo hasta el momento en que se vio forzado a dimitir por el caso de los estudiantes. Ninguna investigación judicial ha alcanzado todavía este punto tan comprometido para la estabilidad institucional mexicana.

Muchos años hacía que en Iguala no veía a José Luis Abarca con un semblante tan vulnerable y abatido como el que exhibió la noche en que fue apresado en los suburbios de la Ciudad de México junto a su esposa. Incluso había adelgazado varios kilos, hasta alcanzar la complexión delgada de aquel joven descarado que se dedicaba a la venta de sombreros y sandalias en Iguala y que luego se metió al negocio de la joyería, empresa que sentaría los cimientos de su imperio. No todo el mérito fue suyo, pues Abarca sabía que tenía un as bajo la manga. María Ángeles, tan bien conectada con los bajos fondos, entró al negocio del oro y en menos de una década el ambicioso José Luis pasó a ser un próspero empresario. Entre amasar fortunas y lanzarse a la alcaldía de Iguala había un solo paso. Y ese se consumó en 2012.

En el último lustro la “pareja imperial” ha amasado tanto dinero como para construir Plaza Tamarindos, un flamante centro comercial en el centro de Iguala, el único que cuenta con aire acondicionado en todas sus instalaciones y varias salas de cine de primer nivel. Los Abarca cuentan con 17 propiedades en la ciudad y un total de 65 inmuebles en todo México, entre joyerías, farmacias, plazas comerciales y viviendas.

La hija del matrimonio, la joven Yazareth, gozaba una vida de cuento de hadas, llena de caprichos caros y fabulosos viajes por el mundo. El mismo matrimonio gustaba exhibir ropa de marca y mucho glamour en todas sus apariciones públicas. Hasta conjuntaban el color de sus trajes. Eran el vivo reflejo del éxito.

Mientras sus empleados mataban y calcinaban vivos a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, José Luis Abarca disfrutaba de un baile popular junto a su esposa. Adoraban bailar frente a su pueblo, tales eran sus delirios de grandeza. Algunos hasta le conocían como “alcalde bailador”. Hoy el circo termina para Abarca, quien aguarda su destino recluido en un penal de máxima seguridad del que, salvo para prestar declaración, no saldrá durante décadas. Y si lo hace antes, a buen seguro no será vivo.

Si no puedes con tu enemigo, deshazte de él. Si alguien te molesta, critica, amenaza con despojarte del poder, mátalo. Ese era el lema de José Luis Abarca Velázquez, exalcalde de Iguala. Una máxima política y vital con la que se sentía tan cómodo que no dudó en aplicarla sobre 60 estudiantes la tarde del 26 de septiembre.

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