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¿Un oasis para emprendedores? Españoles en el espejismo del Uruguay de Mujica
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sueldos bajos en el país del "quiero y no puedo"

¿Un oasis para emprendedores? Españoles en el espejismo del Uruguay de Mujica

El país que ha cobrado notoriedad como un oasis emprendedor es, para muchos españoles, un espejismo de bajos salarios y elevado coste de vida

Foto: Ciudadanos de Montevideo disfrutan de un día de sol en la costa de la ciudad. (Reuters)
Ciudadanos de Montevideo disfrutan de un día de sol en la costa de la ciudad. (Reuters)

Hace dos años, una llamada telefónica cogió por sorpresa a David Estela en su casa en Mallorca. Al otro lado de la línea, una empresa que había sido contratada por Antel, la compañía telefónica estatal de Uruguay, que le ofrecía un empleo en el país suramericano. Su misión era ayudar a instalar la fibra óptica en Montevideo, una tarea en principio sencilla para él, que había trabajado en el sector durante años hasta que su propio negocio tuvo que echar el cierre después de un concurso de acreedores.

Con 42 años, David jamás se había planteado la posibilidad de emigrar, pero lo habló con su pareja y decidieron cruzar el Atlántico. Al poco tiempo de aterrizar en Montevideo, ella atravesó otra vez el charco para regresar a Mallorca porque no había conseguido adaptarse a su nuevo hogar. Pero él decidió seguir a orillas del Río de la Plata. Y así, hace nueve meses, logró cumplir su sueño de abrir su propio restaurante. Desde entonces ofrece comida mediterránea que él mismo cocina en un local ubicado en el centro de la capital.

‘Sinceramente, cuando oigo todo lo que se dice de Uruguay y veo la realidad…’. María tiene cuatro empleos. El martes es su único día libre pero, pese a la cantidad de horas que trabaja, solo ingresa 800 euros mensuales

El mallorquín se siente muy integrado en la sociedad uruguaya. Cuenta, orgulloso, que se ha sentido “como en casa desde el primer día. Veo que hay una discriminación positiva con respecto a los españoles. Si sabes aprovecharla está muy bien, para alquilar una casa, para buscar trabajo, para tratar con la gente”, asegura. Sin embargo, y a pesar de las bondades que detalla sobre su país de adopción, David se confiesa abatido, desmoralizado. “Es jodido vivir aquí”, reconoce.

Uruguay, el país que en los últimos años ha cobrado notoriedad –junto a la figura de su presidente, José Mujica– por la legalización de la marihuana, la despenalización del aborto y el matrimonio gay, es, para muchos de los españoles que residen en esa tierra ubicada entre los dos colosos latinoamericanos, un espejismo más que un oasis.

David trabaja casi de sol a sol, de martes a domingo y, aun así, no le salen las cuentas. “Malvivo del restaurante y me veo obligado a gastarme mis ahorros. El pasado mes fue horrible. Estoy intentando sobrevivir, pero es todo muy caro. Un litro de gasolina en España te cuesta el 0,2% de tu sueldo, mientras que aquí es el 0,7%; una caña allí te cuesta un euro y te dan algo para picar y aquí, dos euros y poco. Pero, además, en proporción, la caña es mucho más en el porcentaje de tu salario”. De acuerdo con los datos del INE de Uruguay correspondientes a enero de este año, el salario medio ronda los 14.600 pesos (unos 460 euros).

Indignación. Eso es lo que siente María (una toledana que pide que no se publique su verdadero nombre) cada vez que comprueba el elevado precio de los bienes y alimentos. Suma, resta, hace cuentas sin cesar, pero los números no le encajan. “¿Cómo es posible que en un país lleno de vacas (la ganadería es el segundo producto exportador uruguayo, después de la soja) una botellita de yogur cueste un euro? No me lo puedo explicar”, dice.

Tiene 42 años y hace dos decidió agitar el tablero, dejar Madrid y recolocar las piezas en Montevideo. Las ironías del destino la llevaron a alquilar una habitación en un piso de la calle 2 de Mayo, donde también residen otros tres españoles que, como María, comparten la vivienda con la casera. “Soy consultora en turismo y vine buscando destinos emergentes. Veo mucho potencial turístico en este país, pero todavía no se explota y no tengo tiempo para esperar a que eso ocurra. Así que en diciembre regreso a España y a ver qué hago después. Mi periplo por Uruguay está finalizando”, dice con un deje de desilusión.

“Este es el país del quiero y no puedo”

El día de la entrevista con este diario, María acaba de terminar su turno en uno de sus trabajos. Son las 9.00 de la mañana. La toledana tiene cuatro empleos: imparte clases en dos universidades y trabaja como educadora en dos centros-refugio para mujeres de la calle o en situación de desamparo. El martes es su único día libre pero, a pesar de la cantidad de horas que trabaja, a final de mes sólo ingresa 1.000 dólares (800 euros). “Sinceramente, cuando oigo todo lo que se dice de Uruguay y veo la realidad… Este es el país de las contradicciones: todo parece que sí, pero luego te dicen que no. No es competitivo turísticamente, no puedes pedir 80 dólares por una habitación en un hotel cutre. Me han sugerido que traiga europeos, pero ¿cómo voy a traer a un alemán si tiene destinos muchos más baratos y mejores?”.

‘Llegué con mucha ilusión, pensando que éste era un país desarrollado, porque Uruguay está en todos los periódicos. Pero este es el país del quiero y no puedo’, cuenta Manuel

Manuel (nombre ficticio) es uno de los tres españoles que convive con María. Apenas vivirá dos meses en Montevideo porque la empresa canadiense que lo contrató ha decidido rescindir el acuerdo firmado con el Estado uruguayo antes siquiera de comenzar la actividad. “Llegué con mucha ilusión, pensando que este era un país desarrollado, porque Uruguay está en todos los periódicos. Pero este es el país del ‘quiero y no puedo’: no saben hablarte claramente, eso hace que vengas con una idea y que, poco a poco, se te caiga”, dice.

Los jefes de Manuel, de 30 años, se habían postulado para invertir en el país a través de Softlandings, un programa que fomenta la instalación de empresas de base tecnológica. “El supuesto apoyo que dan se va en impuestos. A las semanas de comenzar, mi empresa se dio cuenta de que (el contrato) suponía un desgaste, de que no compensaba. Son canadienses y tienen otra cultura. Alucinan, por ejemplo, con las figuras legales”, explica.

Pese a las dificultades a las que se enfrentó esta compañía, el FM Global Resilience Index (GRI) –un indicador que califica a los países según su atractivo para hacer negocios e invertir– no ubica a Uruguay en las peores posiciones. El país ocupa el puesto 56º del ranking global, superado sólo en América Latina por Chile (en el lugar 40º) y Brasil (49º).

‘Españoles’ residentes y la Memoria Histórica

El volumen de españoles que han llegado a Uruguay expulsados del país por la crisis no puede calificarse, ni mucho menos, de aluvión migratorio. El año pasado, el Consulado General de España en Montevideo dio de alta a 2.462 personas y, en 2012, a 3.432. En total, la oficina tiene registrados a 68.000 españoles residentes en Uruguay. Sin embargo, son cifras que hay que coger con pinzas, porque un gran número de uruguayos tiene la doble nacionalidad.

“Lascifras pueden ser un poco engañosas ya que, casi en su totalidad, las nuevas altas desde 2009 corresponden a la aplicación dela Leyde Memoria Histórica,por lo que se trata de inscripciones de nietos de españoles. Gracias a esta normativa se amplió de forma temporal los casos de adquisición de nacionalidad”, explica a El Confidencial Jorge Friend, consejero de la Embajada de España en Montevideo.

Para el funcionario, sí ha habido, sin embargo, un aumento en la llegada de empresarios y trabajadores de compañías españolas. El número de firmas españolas instaladas en Uruguay se aproxima actualmente al centenar. “Una cantidad que no deja de crecer con la incorporación de empresas de menor tamaño que las que se instalaron en los (años) 90”, asegura Jorge Friend.

‘Hay una falta responsabilidad en la gente, un estancamiento colectivo, prima la cultura de la burocracia, te tiras de los pelos mil veces por perder el tiempo por cosas absurdas. Pero eso puede cambiar’, cuenta Chus Sanz

Chus Sanz, de 46 años, pertenece al círculo de pequeños empresarios españoles que se aventuran en Uruguay. Ocupa el cargo de directora ejecutiva de Geiser, su propia compañía. Llegó desde Pamplona en julio de 2013, junto a su marido y sus dos hijos, para empezar de cero. “Sí nos mudábamos, teníamos que hacerlo con decisión, apostándolo todo. La idea es que Uruguay sea nuestra casa, pero (queremos) trabajar en toda América Latina”, explica.

Chus y su marido se dedican a gestionar procesos de cambio, liderazgo, coaching y constelaciones organizacionales en empresas. Cuenta que lo que les motivó a venir fue el deseo de construir un proyecto colectivo. “Es un lugar bonito para educar a los niños, es precioso. Siento que aquí todavía se puede construir y que podemos aportar. Hay muchas cosas que trasformar”, dice.

Entre esos cambios que Chus define como necesarios destaca el abandonar la mentalidad burocrática, desterrar los liderazgos verticales y descubrir talentos. “Hay una falta de responsabilidad en la gente, hay un estancamiento colectivo, prima la cultura de la burocracia, te tiras de los pelos mil veces por perder el tiempo por cosas absurdas. Pero eso puede cambiar”. Debido a ese optimismo, Chus no tiene intenciones de volver a España por el momento.

Ocho horas diarias de trabajo por 380 euros

Tampoco la gallega Alexandra Bugarin, de 28 años, que llegó de Vigo en el año 2012 junto a su pareja uruguaya. “Me gusta mucho la gente de aquí, veo que todo el mundo es curioso, todos me preguntan por qué me vine y eso me hace sentir bien”. Sin embargo, como la mayoría de los españoles entrevistados, se queja de los bajos salarios. Alexandra trabaja ocho horas diarias en una heladería de Carrasco, el barrio más adinerado de Montevideo, libra sólo los martes y gana 12.000 pesos (unos 380 euros).

La andaluza Marta González, también de 28 años, se toma las cosas con más calma. Llegó a Uruguay en 2011, gracias a un intercambio, para estudiar política latinoamericana. Espera a esta periodista en la puerta del bar donde trabaja de camarera. Aclara en seguida que se trata de un empleo extra para ahorrar dinero con vistas al verano austral que se avecina. Con un lenguaje que mezcla la jerga local con el español, cuenta algunas vicisitudes: lo difícil que es compartir piso, los bajos salarios que todos mencionan, lo caro que es el país en proporción con España… aunque ninguna razón pesa lo suficiente para convencer a Marta de regresar.

Hace dos años, una llamada telefónica cogió por sorpresa a David Estela en su casa en Mallorca. Al otro lado de la línea, una empresa que había sido contratada por Antel, la compañía telefónica estatal de Uruguay, que le ofrecía un empleo en el país suramericano. Su misión era ayudar a instalar la fibra óptica en Montevideo, una tarea en principio sencilla para él, que había trabajado en el sector durante años hasta que su propio negocio tuvo que echar el cierre después de un concurso de acreedores.

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