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La fórmula de China contra “el yihadismo”: aplastar a las minorías musulmanas
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PEKIN CRIMINALIZA A LA COMUNIDAD UIGUR

La fórmula de China contra “el yihadismo”: aplastar a las minorías musulmanas

Pekín se sirve de la retórica occidental antiterrorista que justifica la intervención militar en Irak y Siria para doblegar al movimiento secesionista violento uigur

Foto: Una mujer uigur ante un camión de la policía paramilitar china en Urumqi, capital de la provincia de Xinjiang (Reuters)
Una mujer uigur ante un camión de la policía paramilitar china en Urumqi, capital de la provincia de Xinjiang (Reuters)

Donde había dos muertos, de pronto hubo 50. El extraordinario aumento del balance de víctimas de la cadena de atentados que aparentemente se produjo hace semanas en la región autónoma de Xinjiang –la más grande de toda China y principal hogar de la minoría uigur, musulmana y de origen turco, que denuncia una flagrante discriminación de la mayoría étnica han y justifica así la creciente animadversión y violencia contra el poder central– es imposible de comprobar, dado el férreo control informativo que ejerce Pekín en este distrito situado al oeste del país más poblado del planeta.

Pero algo llama la atención: de las cinco decenas de fallecidos que citan las agencias estatales chinas, 10 fueron víctimas de los ataques contra un mercado, una tienda y dos comisarías. Los 40 restantes son descritos como “alborotadores” que habrían sido abatidos por las fuerzas policiales o habrían fallecido “en explosiones suicidas”.

Observadores denuncian cómo Pekín se sirve de la retórica occidental antiterrorista que justifica la intervención militar en Irak y Siria para doblegar al movimiento secesionista violento

Según las autoridades, se trató de “un ataque terrorista serio y organizado” que suscita comparaciones con la situación de Oriente Próximo. Algunos observadores denuncian cómo las autoridades chinas se sirven de la retórica occidental antiterrorista que justifica la intervención militar en Irak y Siria para doblegar al movimiento secesionista violento que actúa en su territorio, y que explicaría el hecho de que Pekín, tan activo en su defensa del régimen de Damasco –que se servía del discurso antiimperialista para acusar a potencias occidentales de intentar desestabilizar al régimen mediante la oposición– guarde ahora silencio.

Eso podría explicar las recientes informaciones difundidas por medios oficiales chinos, que han llegado a vincular al movimiento secesionista uigur con el autodenominado Estado Islámico para Irak y Siria (antiguamente conocido como ISIS). Las autoridades anunciaron la detención, a finales de septiembre, de cuatro miembros de la comunidad uigur en Indonesia, el país musulmán más poblado del mundo, cuando supuestamente iban camino de entrevistarse con uno de los extremistas islámicos más buscados del país, que habría jurado lealtad al ISIS.

El pasado mes de julio, el enviado especial chino para Oriente Próximo, Wu Sike, aseguraba que un centenar de ciudadanos chinos –en su mayoría, uigures– combatían en las filas del ISIS. El Global Times, un diario gubernamental, ha publicado que las autoridades de Pekín temen ataques de combatientes chinos del Estado Islámico en territorio nacional. Según el rotativo, secesionistas uigures se han visto envueltos en las actividades del ISIS en Irak y Siria, así como en ramas locales del ISIS en el sureste asiático. “No sólo quieren entrenarse en técnicas terroristas, sino también expandir sus conexiones con organizaciones terroristas internacionales para obtener su apoyo en la escalada de actos terroristas en China”, escribía citando a un experto chino en lucha antiterrorista no identificado.

La ‘guerra contra el terror’ como instrumento político

Es difícil saber si se están exagerando informaciones para justificar una campaña de represión que, desde la pasada primavera, ha mermado aún más los derechos de la comunidad uigur, según denuncian los grupos de protección de Derechos Humanos. Las autoridades han prohibido el uso del velo islámico y restringen las actividades religiosas. El presidente chino, Xi Jinping, incluso ha sugerido la necesidad de trasladar a parte de la comunidad uigur a otras provincias para facilitar la asimilación con los han y desactivar el separatismo en Xinjiang. La proximidad de este gigantesco territorio autónomo a países musulmanes como Pakistán, Afganistán, Tayikistán y Kirguizistán y el creciente malestar de los uigures hacia las autoridades –especialmente por la represión de las fuerzas armadas, que tienden a abatir a los sospechosos antes que a arrestarlos con vida– favorece la radicalización.

40 fallecidos son descritos como ‘alborotadores’ que habrían sido abatidos por las fuerzas policiales o habrían fallecido ‘en explosiones suicidas’

“En el pasado, el Gobierno chino se ha aprovechado de la guerra contra el terror para avanzar en su propia agenda política. Por ejemplo, persuadiendo a Estados Unidos de añadir al Movimiento Islámico de Turkistán Oriental en su lista de grupos terroristas, pese a las dudas de los expertos sobre la mera existencia de ese grupo (que finalmente fue excluido de la lista). Es muy difícil en tiempos de enorme preocupación sobre el terrorismo global hacer entender a los Gobiernos que Pekín usa esa etiqueta para limitar, radicalmente y sin pruebas, los derechos humanos más básicos”, explica a El Confidencial Sophie Richardson, directora de la sección china de Human Rights Watch.

Según el profesor de Estudios de Seguridad de la Universidad Nanyang de Singapur, Rohan Gunaratna, los ataques que acontecen en suelo chino son espontáneos y menos del 20% están dirigidos directamente por el Partido Islámico de Turkistán (principal fuerza independentista uigur). “Eso explica que China emplee sólo un 10% de su presupuesto en políticas antiterroristas”, afirma el académico. Los ataques de la minoría uigur solían caracterizarse por el uso de armas blancas –uno de los más graves, acontecido el pasado mes de marzo, acabó con la vida de 29 personas en una estación de tren de Kunming: tres de los atacantes fueron condenados a muerte a principios de septiembre–, aunque el uso de explosivos ha comenzado a extenderse. El último caso, ocurrido el 12 de octubre en un mercado de Maralbeshi, combinó ambos elementos según las fuerzas de seguridad chinas: la acción de cuatro uigures "armados con cuchillos y explosivos" provocó 22 muertos, incluidos oficiales de policía y los propios atacantes.

Cadena perpetua para el ‘Nelson Mandela’ uigur

“El Gobierno chino siempre está dispuesto a usar los acontecimientos internacionales para su propio provecho sin contribuir a la paz o la seguridad global”, denuncia el portavoz del Congreso Mundial Uigur Alim Seytoff en un intercambio de correos electrónicos desde su exilio estadounidense. “Desde el 11 de septiembre, Pekín reorganizó su represión del pueblo uigur y secuestró los objetivos de la guerra global contra el terror para justificar su apartheid y su control colonial sobre Turkistán Oriental”, explica empleando el nombre del estado que pretenden instaurar los secesionistas. “No hay duda de que China trata de aprovecharse de la crisis de Oriente Próximo creada por el ISIS para retratar a los uigures con el mismo enfoque y así deslegitimar sus demandas de autodeterminación. Por eso, China ha juzgado y sentenciado al profesor Tohti mientras la atención internacional se centraba exclusivamente en el ISIS”, añade Seytoff.

‘En el pasado, Pekín se ha aprovechado de la guerra contra el terror para avanzar en su propia agenda política’, explica la directora de la sección china de Human Rights Watch

El portavoz uigur se refiere al académico condenado a finales de septiembre a cadena perpetua por “secesionismo”, en una sentencia que ha despertado una condena internacional unánime. Ilham Tohti es calificado por algunos como el Nelson Mandela uigur: no en vano, este profesor universitario de 44 años es conocido y respetado por ser una voz moderada que promueve el entendimiento entre ambas comunidades como única solución al conflicto. Sin embargo, su abierto discurso sobre el problema uigur –especialmente ante los medios internacionales– molestaba a las autoridades hasta el punto de que lo arrestaron y le aplicaron una de las sentencias más duras que se recuerdan. “La condena a Ilham Tohti evidencia lo dura que puede llegar a ser la aproximación de Pekín (al problema)”, prosigue Richardson. “Nos anima que Estados Unidos, la Unión Europea, Alemania y otros lo hayan condenado. Pero no estoy segura de que el mismo sano escepticismo siga siendo aplicado si China insiste en que muchos de los individuales a los que juzga son presuntos terroristas”, razona la responsable de HRW para el gigante asiático.

En las últimas semanas, las condenas por terrorismo se multiplican. La agencia oficial Xinhua informó recientemente de las condenas a hasta 20 años de prisión a cuatro personas acusadas de “planear ataques terroristas” en la provincia suroccidental de Yunnan. Por sus apellidos, podrían ser uigures. “El tribunal afirmó que la banda estaba influida por extremistas religiosos y confeccionó explosivos en Pekín y Yunnan para intentar lanzar la yihad”, redactó la agencia.

Según Seytoff, la estrategia de Pekín va a tener consecuencias. “El Gobierno parece decidido a usar toda su fuerza para aniquilar las demandas políticas legítimas de los uigures vinculándolos a movimientos terroristas islámicos de moda en la comunidad internacional. Esa es la raíz que causa tensión política en el Turkistán oriental. A largo plazo, esa política radicalizará ciertos segmentos de una población uigur desencantada. Sólo una solución política puede reducir la actual tensión”.

Donde había dos muertos, de pronto hubo 50. El extraordinario aumento del balance de víctimas de la cadena de atentados que aparentemente se produjo hace semanas en la región autónoma de Xinjiang –la más grande de toda China y principal hogar de la minoría uigur, musulmana y de origen turco, que denuncia una flagrante discriminación de la mayoría étnica han y justifica así la creciente animadversión y violencia contra el poder central– es imposible de comprobar, dado el férreo control informativo que ejerce Pekín en este distrito situado al oeste del país más poblado del planeta.

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