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La última oportunidad para Hollande y Valls
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MAÑANA ANUNCIARÁN UN NUEVO GOBIERNO

La última oportunidad para Hollande y Valls

Hollande y Valls están obligados a entregarse a la coherencia. Para ello, no pueden mantener en su gobierno ministros que critican todas sus decisiones

Foto:  El presidente francés, François Hollande (izq), y el primer ministro galo, Manuel Valls (dcha) (Efe)
El presidente francés, François Hollande (izq), y el primer ministro galo, Manuel Valls (dcha) (Efe)

François Hollande y Manuel Valls están obligados a entregarse a la coherencia. Para ello, no pueden seguir manteniendo en su propio gobierno ministros que cada vez que abren la boca en público, critican las medidas defendidas por el presidente y aplicadas por su Primer Ministro.

No se puede dirigir un gobierno como se gestiona un partido político. En el Partido Socialista francés conviven tendencias enfrentadas: los social-liberales por un lado y, los izquierdistas, que siguen soñando con una gran coalición que incluya a comunistas, partidarios de la reducción de los déficits contra enemigos de la austeridad que, dicen, viene impuesta por Berlín y Bruselas.

Hollande ganó las elecciones con un discurso izquierdista, señalando como su principal enemigo al mundo de las finanzas y mostrándose poco amigable con la patronal. Sus primeras medidas económicas se centraron en aplicar un aumento brutal de impuestos del que no se salvaban ni las familias con ingresos más bajos. Y poco más. Fiel a su práctica dentro del partido, Hollande pensaba que la mejora de la economía se produciría sola con el tiempo. Pero los indicadores económicos entraron en alerta roja. En especial las cifras del paro.

El presidente galo se encontró con su propia mentira a los dos años de presidencia y con la popularidad en el fondo del pozo. En enero pasado salió del armario político y se confesó socialdemócrata. A partir de entonces, se olvidó de sensibilidades «gochistas» y eligió a Manuel Valls, un social-liberal sin complejos, para aplicar la política que Bruselas exige y Angela Merkel defiende.

Pero ni Bruselas ni Berlín son culpables de la explosión de los déficits franceses. Tampoco es su culpa si la izquierda y la derecha francesa se han negado durante décadas modernizar su país y a llevar a cabo las reformas que hubieran reforzado sus defensas frente a la crisis. Ni Bruselas ni Berlín son responsables del mantenimiento de un paraíso social artificial sufragado con aumento de impuestos a la clase media. Ni Bruselas ni Berlín han obligado a Francia -derecha e izquierda- a aplicar la semana de 35 horas y a impedir al mismo tiempo el trabajo nocturno o en fin de semana. Nadie fuera del Hexágono es el responsable del mantenimiento de privilegios en múltiples sectores laborales, subvencionados con dinero público.

Hollande y Valls tienen claro que la reducción de la curva ascendente e imparable del paro pasa por reducir las cargas sociales de las empresas. Los 50.000 millones dedicados a ello provocaron la gran explosión dentro del PSF y dentro del propio ejecutivo. El titular del Ministerio de Economía, Arnaud Montebourg, un provocador permanente e histrión del gabinete, ha aprovechado su tradicional «Fiesta de la Rosa» en su circunscripción para atacar a sus jefes y provocar el estallido del primer Gobierno Valls. Montebourg no es, sin embargo, un izquierdista histórico. Es un soberanista anti-europeo y anti-norteamericano que coincide en muchos postulados con la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen. Con las críticas a la línea de Hollande y Valls, el ya exministro pone los cimientos a su candidatura interna como aspirante a las presidenciales de 2017.

Hollande y Valls necesita un ejecutivo fuerte y coherente. Así lo ha pedido el propio presidente. Esa coherencia implica acabar con la disidencia interna dentro del gabinete. Ministros como el de Educación, Benoit Hamon, la responsable de Justicia, Christiane Taubira, y la titular de Cultura, Aurelie Filippetti, han expresado opiniones muy parecidas a las de Montebourg en múltiples ocasiones. Todos ellos son enemigos políticos personales de Valls.

Valls puede formar un gobierno unido y sin fisuras ideológicas. Lo que ni él ni Hollande pueden es hacer lo mismo con el grupo parlamentario socialista, dividido claramente entre socialdemócratas e izquierdistas. Estos últimos, que ya se han abstenido en votaciones importantes para el Ejecutivo, tendrán ahora más razones para pedir un congreso extraordinario del PSF, para hacer saltar la línea política y económica del duo Hollande-Valls. Un juego peligroso dada la débil mayoría de los socialistas en la Asamblea y la pérdida de la mayoría en el Senado. Algunos portavoces de la derecha reclaman una disolución de las cámaras y nuevas elecciones, pero con la boca pequeña. A la derecha no le apasionaría hacer frente a la crisis y tampoco tienen todavía claro quién es su líder.

La rentrée política francesa no puede ser más caótica. Un gobierno que se ‘automutila’, una derecha dividida y huérfana de «salvador», y una izquierda que ve cómo su gran esperanza, Jean Luc Melenchon, se retira momentáneamente, tras sus fracasos electorales. Por si faltaba poco, los «verdes» también se destripan entre partidarios de alianzas con el PSF y favorables a esponsales con los comunistas.

Mientras tanto, los ciudadanos se preparan para un otoño caliente, con pocas esperanzas de ver reducido el desempleo y con menos aún de ver aumentar su capacidad adquisitiva. Hollande y Valls van a necesitar un gabinete de guerra.

François Hollande y Manuel Valls están obligados a entregarse a la coherencia. Para ello, no pueden seguir manteniendo en su propio gobierno ministros que cada vez que abren la boca en público, critican las medidas defendidas por el presidente y aplicadas por su Primer Ministro.

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