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¿De dónde procede la práctica de las decapitaciones entre los grupos yihadistas?
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¿De dónde procede la práctica de las decapitaciones entre los grupos yihadistas?

Cinco encapuchados posan frente a la bandera de Tawhid-wa-Al-Yihad, un grupo terrorista relacionado con Al Qaeda. En el suelo, arrodillado, un hombre.

Foto: Fotograma del vídeo donde un miembro del Estado Islámico ejecuta al periodista James Foley.
Fotograma del vídeo donde un miembro del Estado Islámico ejecuta al periodista James Foley.

Cinco encapuchados vestidos de negro posan frente a la bandera de Tawhid-wa-Al-Yihad, un grupo terrorista iraquí relacionado con Al Qaeda. En el suelo, arrodillado, un hombre vestido con un mono naranja y los ojos vendados respira profundamente. “Vamos a aplicarle la ley de Dios”, afirma el enmascarado del centro, que extrae un cuchillo de su cinturón y se aproxima a la víctima. Entre varios, le tumban y le colocan el arma en el cuello. El hombre se resiste, grita, pero nada puede hacer: la hoja le raja la garganta, de la que brota un torrente de sangre. La agonía se prolonga unos segundos entre gritos y resoplidos, hasta que el cuchillo consigue seccionar el cuello en su totalidad. Los asesinos colocan la cabeza sobre el cuerpo ensangrentado. La cámara hace un zoom hacia el rostro. El video, en total, dura 57 segundos.

Las brutales imágenes descritas tienen ya una década de antigüedad: pertenecen a la ejecución de Eugene Armstrong, un ingeniero civil de Michigan secuestrado por el tristemente célebre Abu Musab Al Zarqaui, un terrorista de origen jordano con vínculos personales con el núcleo duro de Al Qaeda. Desde la muerte de Al Zarqaui -liquidado por un misil estadounidense en 2006-, la práctica de la decapitación a manos de grupos yihadistas parecía más o menos cosa del pasado, hasta que esta semana el video del asesinato del reportero estadounidense James Wright Foley a manos del Estado Islámico ha vuelto a traer a colación esta sangrienta técnica.

Este grupo, liderado por Abu Bakr Al Bagdadi, lleva tiempo utilizando la decapitación de forma ejemplarizante. En la plaza pública de Raqqa, la ciudad siria convertida en la capital temporal del Califato, las cabezas cortadas -por lo general de soldados del régimen de Bachar Al Assad, opositores al Estado Islámico o miembros de minorías religiosas- son exhibidas de forma regular en los pinchos de la valla del parque, tal y como prueban cientos de testimonios gráficos.

Los combatientes kurdos conocen bien a los yihadistas. En 2001, horas antes del 11-S, los miembros de Ansar Al Islam (un grupo radical establecido en el Kurdistán iraquí y relacionado con Al Qaeda) capturaron a una docena de milicianos kurdos ‘peshmerga’, los asesinaron y clavaron sus cabezas en picas. Y desde hace más de dos años, la ‘guerra santa’ decretada por el Estado Islámico contra la población kurda ha devastado el norte de Siria y ahora amenaza incluso Erbil, la capital del Kurdistán iraquí.

Su salvajismo es tal que ha conseguido unir a las diferentes facciones kurdas, eternamente divididas, ante el enemigo común. En frentes como Majmur, los peshmerga combaten hombro con hombro junto a la guerrilla del PKK, que normalmente opera en Turquía contra el ejército turco. “El Estado Islámico mata, amputa manos, nunca habíamos visto algo así”, comentaba hace apenas una semana Sadiq, un comandante del PKK que confesaba haber participado en numerosas acciones bélicas. Pero lo de esta ocasión le había superado: “En Singal [una de las áreas tomadas por los yihadistas], mataron a una embarazada, le sacaron el feto y lo decapitaron. No son humanos”, contó este guerrillero a El Confidencial.

La práctica actual de la decapitación proviene del Grupo Islámico Armado durante la guerra civil argelina. Los radicales llegaron a tener guillotinas portátiles instaladas en furgonetas para hacer 'ejecuciones express'

La práctica, en su forma contemporánea, la inauguraron los militantes del Grupo Islámico Armado (GIA) durante la sangrienta guerra civil argelina en los años 90. Según los relatos de algunos testigos de la época, los radicales llegaron a tener guillotinas portátiles instaladas en la parte trasera de furgonetas para hacer “decapitaciones express”, incluso en el casco urbano de Argel. También la utilizaron ampliamente a finales de esa década los salafistas en Chechenia, que recuperaban una vieja tradición guerrera del Cáucaso, tremendamente eficaz a la hora de sembrar el pánico en las filas de las tropas rusas.

Algunos de los voluntarios árabes que combatieron en estos frentes yihadistas decidieron importar la costumbre, y no tardarían en comprobar su impacto: seis meses después del 11-S, el periodista estadounidense Daniel Pearl, secuestrado en Pakistán, se convirtió en el desafortunado conejillo de indias de la “yihad mediática”. El grupo militante responsable de su captura exigió una serie de demandas imposibles –la liberación de todos los encarcelados por terrorismo en el país, y el envío de cazas F-16 al ejército paquistaní– a cambio de su liberación, dando para ello un plazo de apenas 24 horas. Cuando expiró, sus captores emitieron un video en el que se veía cómo seccionaban la cabeza de Pearl y la exhibían orgullosos, anunciando que, de no cumplirse sus peticiones, aquello ocurriría “una y otra vez”.

Y así fue: en la época en la que Eugene Armstrong fue sometido a este tormento, las decapitaciones estaban ya a la orden del día en Irak. Junto a él fueron secuestrados su compatriota Jack Hensley y el británico Kenneth Bigley, el 16 de septiembre de 2004, que sufrieron el mismo destino en un plazo de apenas dos semanas. A Al Zarqaui se le atribuyen también las ejecuciones –siempre por seccionamiento de la cabeza ante una cámara- del coreano Kim Sun-il, el turco Durmus Kumdereli, el japonés Shosei Koda y los búlgaros Georgi Lazov e Ivalo Kepov, entre otros.

Una larga tradición

Esta forma de ejecución tiene una larga tradición en el mundo musulmán, tanto en la Península Arábiga como en el Imperio Otomano. El primer biógrafo de Mahoma, Ibn Ishaq, describe cómo en el año 627 el Profeta dio su consentimiento para la decapitación de casi un millar de miembros de la tribu judía de Banu Qurayza, después de que esta se rindiera ante el primer ejército musulmán tras un asedio de 25 días. Y en 1480, tropas otomanas acabaron de esta misma forma con ochocientas personas que se habían negado a convertirse al islam en la ciudad de Otranto, en lo que hoy es el sur de Italia, por citar solo dos ejemplos.

Existen al menos dos versículos coránicos que justifican esta práctica, ampliamente citadas por los extremistas como justificación de sus actos. La Sura 47 contiene un párrafo que dice:“Cuando encontréis a los infieles en el campo de batalla, cortad sus cabezas hasta derrotarles”. Y la Sura 8:12 ordena: “Yo estoy con vosotros. Reafirmad a aquellos que crean. Yo infundiré miedo en el corazón de quienes no creen. Cortadles el cuello y cortadles cada uno de los dedos. Hacedlo porque ellos se oponen a Dios y a Su mensajero (…), Dios es severo en su castigo”.

A lo largo de la historia han existido diversas interpretaciones teológicas sobre el significado real de estos versículos (y dado que el Corán está escrito en árabe clásico medieval, la traducción de algunos de sus términos varía), pero caben pocas dudas de que los yihadistas los toman en sentido literal. Incluso la principal autoridad religiosa del mundo musulmán suní, el Gran Sheikh Mohamed Sayed Al Tantawi, de la Mezquita de Al Azhar, en El Cairo, declaró durante el zénit de esta práctica en 2004 que “el Islam prohibe el asesinato de inocentes”, arremetiendo así contra las ejecuciones de rehenes a manos de los grupos insurgentes iraquíes, pero sin condenar las decapitaciones en sí mismas.

Está contemplada en los códigos penales de Qatar, Yemen, Irán y Arabia Saudí. Las autoridades saudíes han ejecutado de esta forma a alrededor de 1.700 personas en las últimas tres décadas

Y de hecho, esta práctica está contemplada en los códigos penales de Qatar, Yemen, Irán y Arabia Saudí, si bien este último país es el único que la aplica. Las autoridades saudíes han ejecutado de esta forma a alrededor de 1.700 personas en las últimas tres décadas, por delitos como el narcotráfico, el asesinato o la hechicería. Según Human Rights Watch, al menos 19 personas han sido sometidas a esta forma de pena capital en el reino durante este mes de agosto, algo que la organización califica de “aumento preocupante”.

A James Foley le ha cabido el dudoso honor de ser el primer occidental decapitado por yihadistas desde la guerra de Irak. Tras la muerte de Al Zarqaui, otros grupos de secuestradores, menos ideologizados, entendieron que los rehenes tenían mucho más valor vivos que muertos. Esto es lo que salvó la vida de los reporteros españoles Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricard García-Vilanova (así como de una docena de periodistas franceses, italianos y de otras nacionalidades, secuestrados en Siria y liberados a principios de este año), aparentemente tras el pago de rescates.

Pero el regreso al teatro iraquí de las fuerzas armadas estadounidenses, cuyos bombardeos han detenido el hasta ahora imparable avance del Estado Islámico, han vuelto a cambiar las reglas. El próximo en la picota es el también reportero norteamericano Steven Sotloff, que aparece –con vida– en el video de la ejecución de Foley. Tras el saqueo de Mosul y con varias refinerías sirias e iraquíes bajo control, el Estado Islámico ya no necesita el dinero de los rescates. Y, según parecen creer, una cabeza cortada delante de una cámara puede servir mejor a la causa que sobre los hombros de su propietario.

Cinco encapuchados vestidos de negro posan frente a la bandera de Tawhid-wa-Al-Yihad, un grupo terrorista iraquí relacionado con Al Qaeda. En el suelo, arrodillado, un hombre vestido con un mono naranja y los ojos vendados respira profundamente. “Vamos a aplicarle la ley de Dios”, afirma el enmascarado del centro, que extrae un cuchillo de su cinturón y se aproxima a la víctima. Entre varios, le tumban y le colocan el arma en el cuello. El hombre se resiste, grita, pero nada puede hacer: la hoja le raja la garganta, de la que brota un torrente de sangre. La agonía se prolonga unos segundos entre gritos y resoplidos, hasta que el cuchillo consigue seccionar el cuello en su totalidad. Los asesinos colocan la cabeza sobre el cuerpo ensangrentado. La cámara hace un zoom hacia el rostro. El video, en total, dura 57 segundos.

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