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¿Por qué este Congreso de Estados Unidos es el menos productivo de toda la historia?
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Nunca se había legislado tan poco como hoy

¿Por qué este Congreso de Estados Unidos es el menos productivo de toda la historia?

La ley de libertad de pesca se aprobó la primavera pasada en el Congreso y fue firmada un mes después por Barack Obama. Lo agradecen desde entonces decenas de aficionados a este deporte en Kentucky y Tennessee, quienes obtuvieron una moratoria de dos año

Foto: Obama condecora a un batallón puertorriqueño. (Efe)
Obama condecora a un batallón puertorriqueño. (Efe)

La "ley de libertad de pesca" se aprobó la primavera pasada en el Congreso y fue firmada un mes después por Barack Obama. Lo agradecen desde entonces decenas de aficionados a este deporte en Kentucky y Tennessee, quienes obtuvieron una moratoria de dos años para seguir echando el anzuelo cerca de un puñado de presas. Un mes después de aquel hito reformista, representantes y senadores votaban otra decisión trascendental: condecorar (o no) a un grupito de veteranos por su servicio durante la Segunda Guerra Mundial. Algo más tardaron en aprobar la construcción de un horrendo monumento de hormigón en el patio del muy modesto Museo del Aire de Riverside (California), o en autorizar el traslado de varias lápidas de un Parque Nacional en Dakota del Sur.

Los contribuyentes estadounidenses pagan 30 millones de dólares por cada una de las 126 sesiones anuales de su Congreso. A cambio, más de 500 legisladores, flanqueados por legiones de ayudantes, deciden reformas del calado a las descritas en el párrafo anterior: un lunes condecoran a alguien, un miércoles enmiendan una coma de una ley federal que genera un problemilla vecinal en un condado remoto y un viernes, con suerte y si queda tiempo, desbloquean la financiación anual de un proyecto que ya existía.

De los verdaderos problemas del país (algunos tan urgentes como la inmigración o la deuda pública) también discuten a diario, redactan borradores de reformas y votan propuestas. Pero por primera vez en décadas, son incapaces de alcanzar acuerdos de mínimos. Ni siquiera lo intentan. La Casa de Representantes, por ejemplo, ha llevado más de 50 veces al pleno la reforma sanitaria (Obamacare), siendo el suyo un acto meramente simbólico, ya que saben que el Senado nunca va a ratificar lo que decidan. “La salud de la democracia americana, su capacidad para legislar y tomar decisiones, no es quizá el mayor problema que tiene ahora mismo el mundo, pero desde luego es uno de los grandes problemas”, sentencia en entrevista con El Confidencial el profesor Mark Rom, profesor de política estadounidense de la Universidad de Georgetown.

Es un hecho que el Capitolio, símbolo tradicional de transparencia, democracia y debate, se está convirtiendo en uno de los órganos más improductivos que existen. En toda su historia nunca había sido tan incapaz como hoy. Durante la legislatura 113, la que acaba este invierno, sólo han ratificado 163 textos, la mayoría presupuestos que hay que renovar para evitar el colapso, condecoraciones o asuntos de muy relativo alcance, como la citada "ley de libertad de pesca". “En dos años sólo han pasado dos leyes relevantes, el Farm Bill (agricultura) y la reforma de los veteranos”, resume el asistente de un representante demócrata.

A sus señorías les quedan 27 días de trabajo antes de cerrar la legislatura en curso y a estas alturas se da por hecho que batirán el récord de inoperancia, pulverizando la plusmarca alcanzada el ciclo inmediatamente anterior (años 2011 y 2012), cuando sólo se ratificaron 284 leyes. Para hacerse una idea del deterioro de sus capacidades, basta pensar que en los años de Clinton y Regan se aprobaban 500 leyes por legislatura de media. En 1948, el presidente Harry Truman se quejaba de sufrir lo que denominó el “do-nothing Congress” porque en una legislatura se aprobaron menos de 1000 leyes.

La parálisis se está llevado por delante, además, la popularidad de la clase política (especialmente del Congreso) hasta niveles nunca antes alcanzados. Según un reciente sondeo de Gallup, menos del 15 por ciento aprueba ya el trabajo de sus legisladores. Otra encuesta del Pew Research Center refleja que el 53 por ciento considera que representantes y senadores son ya “un peligro para sus libertades y derechos”. No es una casualidad que la serie de moda sobre la política americana ("House of Cards") sea poco menos que un retrato del mal ambientado en el Capitolio.

Llegados a este punto, la pregunta quema. ¿Qué le está ocurriendo a la democracia americana?

"Nosotros trabajamos, de hecho los veteranos dicen que ahora se trabaja más que nunca. Aquí no sucede como en democracias europeas o latinoamericanas, donde los parlamentarios no aparecen por el Congreso o se dedican a sus asuntos privados”, explican a El Confidencial en el equipo de un representante republicano. Como si fueran capaces de ponerse por fin de acuerdo en algo, la impresión es confirmada por otro "staffer", en este caso de un congresista demócrata. “Se trabaja mucho, apenas hay días libres. Mi jefe ha votado en más de 1100 veces esta legislatura, sólo se ha saltado tres votaciones y porque tenía que estar en su distrito. Está todo registrado y el que se ausenta más del 10 por ciento, ya queda marcado”, explica.

Lo que pasa es que la mayoría de los debates acaban en punto muerto. Y, de entre los que alcanzan el pleno, menos de un tres por ciento llegan al Despacho Oval y se convierten en leyes. Parte del problema radica en la propia arquitectura de la democracia estadounidense y de las dinámicas que genera cuando hay resultados como los de las últimas elecciones: Gobierno y Senado para los demócratas; Casa de Representantes para los republicanos. Para que una iniciativa se convierta en ley tiene que pasar por las dos Cámaras y, posteriormente, por la Casa Blanca. A menudo ni siquiera es suficiente con tener a favor a una mayoría simple, sino que se requiere "una mayoría de la mayoría" (mayoría dentro del partido dominante) en cada una de las Cámaras.

El sistema no es el único responsable. De hecho, republicanos y demócratas conseguían sortearlo para entenderse en lo básico cuando se repartían los poderes ejecutivo y legislativo. "Estamos atravesando una situación inédita porque los partidos se han hecho más ideológicos y se han polarizado. Demócratas y republicanos nunca habían sido tan diferentes entre sí y esto es un gran problema”, asegura Rom. "En el pasado”, desgrana el profesor, “ambos estaban dispuestos a hacer pactos”. Y pone el ejemplo del presidente Ronald Reagan, conservador pero dispuesto a trabajar con los demócratas. Y el de Bill Clinton, liberal (en el sentido americano), pero dispuesto a trabajar con los republicanos. “Este espíritu se ha desvanecido. Hoy es casi imposible que colaboren con miembros del partido rival porque temen que, si hacen eso, van a perder a su base electoral", dice.

El propio líder republicano en la Cámara de Representantes, John Boehner, ha admitido que parte de su trabajo consiste en “frenar al Presidente Obama para evitar que haga cosas”. Como él, muchos conservadores creen que la parálisis es un mal menor si se consigue congelar la actividad de la Casa Blanca más “socialista” en la historia reciente de EEUU. “Además”, argumenta el "staffer" republicano consultado, “desde 1918 no habíamos controlado la Casa de Representantes enfrentándonos a un presidente y un Senado demócratas. Es lógico que esta combinación genere parálisis porque todas las iniciativas se basan gastar más dinero, mientras que nuestra prioridad es reducir la deuda pública”.

Con las elecciones de medio término a la vuelta de la esquina, las perspectivas son igual de oscuras. “No se va a arreglar nada", aventura el profesor Rom. "Yo creo que los demócratas no van a recuperar la Casa de Representantes y que los republicanos tienen algunas posibilidades de ganar en el Senado. Cualquiera de estos dos escenarios nos deparará otra legislatura igual o más improductiva que las anteriores. No veo nada sustantivo en lo que vayan a ponerse de acuerdo y esto nos debilita como país porque no podemos afrontar muchos problemas urgentes, temas sociales, económicos, políticos, etcétera”, concluye.

La "ley de libertad de pesca" se aprobó la primavera pasada en el Congreso y fue firmada un mes después por Barack Obama. Lo agradecen desde entonces decenas de aficionados a este deporte en Kentucky y Tennessee, quienes obtuvieron una moratoria de dos años para seguir echando el anzuelo cerca de un puñado de presas. Un mes después de aquel hito reformista, representantes y senadores votaban otra decisión trascendental: condecorar (o no) a un grupito de veteranos por su servicio durante la Segunda Guerra Mundial. Algo más tardaron en aprobar la construcción de un horrendo monumento de hormigón en el patio del muy modesto Museo del Aire de Riverside (California), o en autorizar el traslado de varias lápidas de un Parque Nacional en Dakota del Sur.

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