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"Me fui a dormir la siesta y cuando me desperté estaban los islamistas"
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visita a un pueblo reconquistado a los fanáticos

"Me fui a dormir la siesta y cuando me desperté estaban los islamistas"

Todos los habitantes de Makhmur huyeron, pero Hussein estaba durmiendo. Fue el único que presenció la llegada de los brigadistas del Estado Islámico. Esto es lo que vio

Foto: Combatientes kurdos, en un despliegue de seguridad en Makhmur, Irak. (Azad Lashkari/Reuters)
Combatientes kurdos, en un despliegue de seguridad en Makhmur, Irak. (Azad Lashkari/Reuters)

Hussein, de 62 años, estaba viendo una película en su casa en Makhmur cuando escuchó el canto del muecín llamando a la oración en la mezquita del pueblo. Se incorporó, se lavó las manos, rezó y se echó una siesta. Cuando volvió a escuchar la llamada al rezo del atardecer se dio cuenta de que se había quedado dormido. También notó algo extraño en la voz del muecín, que no parecía ser el habitual. Decidió salir de casa para ir al templo y allí se topó con un tipo armado y vestido con túnica y pantalones que le dio el alto obligándole a levantar las manos. “Me preguntó si era peshmerga (un soldado kurdo), a quienes llaman despectivamente muharret, y le dije que no, que sólo soy un trabajador normal", explica acelerado. Así fue como Hussein cayó en la cuenta de que sus vecinos habían huido y él era el único civil que quedaba en el pueblo, el único que recibió a los milicianos del Estado Islámico (EI) que irrumpieron en la villa la semana pasada.

Yihadistas del autoproclamado EI, la escisión de Al Qaeda antes conocida como Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS, en siglas en inglés), se hicieron el pasado jueves con el control de esta pequeña localidad, de mayoría kurda y a unos 50 kilómetros al sureste de Erbil, la capital de la región autónoma del Kurdistán iraquí. Antes ya se habían desplegado en la planicie cristiana de Nínive, en los alrededores de Mosul, la segunda ciudad iraquí cuya conquista el pasado junio propició la fundación del Califato por parte del líder del EI, Abu Bakr al Baghdadi, con la intención de unificar los territorios bajo su control en Siria e Irak.

El avance de los radicales sobre Makhmur y la vecina Gwer, las dos primeras localidades de mayoría kurda en caer en sus manos, marcó una línea roja que ni el Gobierno kurdo ni las potencias occidentales estaban dispuestos a cruzar. El resultado fue la primera campaña de ataques aéreos estadounidenses desde que en 2011 las tropas norteamericanas abandonasen el país tras ocho años de ocupación y tutela.

“Han estado bombardeando todos, americanos, peshmerga, ISIS (sic)…”, enumera Hussein, en referencia a los dos días de enfrentamientos a comienzos de esta semana que permitieron finalmente la liberación de la ciudad, donde los vecinos han comenzado a regresar con cuentagotas. Sólo un tercio de los 28.000 habitantes ha vuelto, según el coronel Hayar, jefe de Asayis, la policía kurda encargada de mantener la seguridad en el interior del pueblo. La mayoría de los que han regresado son hombres que han decidido dejar a sus familias desplazadas en Erbil ante el temor a que se reanuden los combates, al menos en las afueras de la ciudad, donde las tropas del ejército kurdo han marcado un radio de seguridad de entre cinco y diez kilómetros con trincheras y esporádico fuego de artillería que resonaba durante toda la tarde en intervalos casi musicales.

“Se llevaron ropa kurda”

A las puertas de su casa, Taraq asegura que la misma mañana del jueves, tres explosiones levantaron una humareda de polvo frente a su edificio. Insiste en que han sido morteros lanzados desde el sur, donde se replegaron los milicianos tras la entrada, el lunes, de los peshmerga. La cierto es que, según las fuerzas de seguridad, lo más probable es que lo que Taraq dice haber visto y oído fuesen, en realidad, dispositivos explosivos improvisados, esto es, bombas caseras sembradas en la carretera por los yihadistas durante su huida y que estos días están siendo desactivadas por los peshmerga.

Con cierto nerviosismo el hombre, un chapuzas para todo de 34 años, mecánico y tendero a partes iguales, repite una y otra vez que los yihadistas aún están ahí, “a solo cinco minutos”. Aún así ha decidido traerse de vuelta a su mujer y sus siete hijos, incluido Taraq Taraq, su ojito derecho de unos tres años, que corretea por la casa haciendo un saludo militar mientras la comida está servida en el suelo.

“Estaba todo revuelto, hecho un lío”, cuenta Taraq mientras come, “nos fuimos sólo dos días, pero dejamos todo casi vacío, limpio”. Durante su ausencia forzada, los milicianos del Estado Islámico visitaron a su casa, a juzgar por cómo se la encontraron a su regreso. “Debieron de coger agua para lavar las ropas o algo, porque dejaron como mal olor”. No sabe cuántos estuvieron allí durmiendo y comiendo, pero sí que dejaron los platos esparcidos y que se llevaron una cámara y algunos pantalones bombachos y camisas que guardaban en el armario. “Creo que se llevaron la ropa kurda para, en caso de que se queden atrapados en algún sitio, poder disfrazarse y pasar desapercibidos”, comenta.

Hussein, el dormilón que convivió dos días con los guerrilleros, asegura que a él solo le acompañaron a rezar después de asegurarse de que era un “civil normal y corriente”. “El tipo del EI me dijo: ‘¿Cómo puedes probar que no eres un muharret?'", cuenta. “Le dije que tenía las llaves de mi tienda, así que fuimos allí y había una foto mía. Me preguntó por qué tenía barba larga y bigote y el pelo largo en la foto y les dije que era joven”. Tras escoltarle hasta la mezquita y comprobar, acompañado de otros 25 milicianos ataviados “como afganos o paquistaníes”, que sabía orar en condiciones, le dejaron en paz. “Eran árabes iraquíes”, dice. “Conozco el acento”.

A la caza del árabe

“Es la tercera vez que esta zona es invadida por los árabes”, denuncia Abdulá, de 60 años, con el resentimiento de un padre que ha sobrevivido a su hijo Dashtalán, asesinado a los 32 años, hace dos meses, cuando los yihadistas entraron en Mosul: “Los árabes son daesh y daesh son los árabes”. El hombre, sereno mientras juguetea con un rosario musulmán enganchado a la cintura del pantalón, aún se empeña en utilizar el término despectivo que usa las siglas en árabe para nombrar a EI. Referirse a ellos como estado e islámico es una ofensa.

“Nosotros los respetábamos (a los árabes) y ellos nos respetaban a nosotros”, se queja uno de los civiles que decidió coger su rifle y unirse a los peshmerga en la lucha para expulsar a los yihadistas. Ahora se pasea por las calles armado mientras espera el momento para traer de vuelta a su mujer y sus hijos. “Nos han traicionado”, insiste. “Les decían (a los milicianos del EI) dónde atacar”.

Makhmur es una de las villas de mayoría kurda que cae en la zona en disputa entre Bagdad y el Gobierno Regional del Kurdistán. Los vecinos aseguran que el 1% de la población árabe asentada en el pueblo llegó con las oleadas de arabización emprendidas por Sadam Hussein, cuya administración no cejó en esfuerzos para extender la influencia de la minoría suní, concentrada en el oeste del país, por todo el territorio iraquí. Ubicada a la entrada de la provincia de Anbar, donde los radicales han plantado su Califato borrando la frontera con el país vecino, la localidad acogía a varias familias suníes a las que ahora la mayoría kurda acusa de haber ayudado a los yihadistas a tomar el pueblo.

“Antes de los enfrentamientos la gente vivía junta”, comenta el coronel Hayar. “Ahora los árabes temen regresar por miedo a las represalias”. Según el jefe de la policía, la toma del pueblo provocó un éxodo dividido: los kurdos se desplazaron hacia zonas kurdas, al norte, y los árabes hacia los pueblos de mayoría suní en los alrededores. Ese movimiento ha extendido la idea de que las familias no kurdas han encontrado refugio en otras zonas bajo control de los yihadistas, lo que ha servido para afianzar la teoría del colaboracionismo. “Estamos preocupados por la reacción de la gente”, reconoce el coronel Hayar. “Han muerto civiles (dos vecinos), no eran soldados que luchaban, así que es normal que quieran venganza”.

“De hecho, no tenemos ningún problema con los árabes, tenemos problemas con el Estado Islámico, pero por supuesto, ha debido haber algún tipo de colaboración”, dice. Baja el tono e intenta quitar hierro al asunto: “En algunos casos las familias han sido obligadas a cooperar”. “Volverán”, confía Abdulá. “Hasta ahora hemos convivido juntos, pero no te puedes fiar, cuando los árabes tienen el poder, dejan de ser tus amigos”.

Hussein, de 62 años, estaba viendo una película en su casa en Makhmur cuando escuchó el canto del muecín llamando a la oración en la mezquita del pueblo. Se incorporó, se lavó las manos, rezó y se echó una siesta. Cuando volvió a escuchar la llamada al rezo del atardecer se dio cuenta de que se había quedado dormido. También notó algo extraño en la voz del muecín, que no parecía ser el habitual. Decidió salir de casa para ir al templo y allí se topó con un tipo armado y vestido con túnica y pantalones que le dio el alto obligándole a levantar las manos. “Me preguntó si era peshmerga (un soldado kurdo), a quienes llaman despectivamente muharret, y le dije que no, que sólo soy un trabajador normal", explica acelerado. Así fue como Hussein cayó en la cuenta de que sus vecinos habían huido y él era el único civil que quedaba en el pueblo, el único que recibió a los milicianos del Estado Islámico (EI) que irrumpieron en la villa la semana pasada.

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