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Sirenas en Tel Aviv, caen misiles de Hamás
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CARTA DE PABLO BORNSTEIN, HISTORIADOR

Sirenas en Tel Aviv, caen misiles de Hamás

Pablo Bornstein dejó Madrid hace tres años para mudarse a Tel Aviv. En esta carta explica lo que ello conlleva y analiza el régimen de terror de Hamás

Foto: Israelíes que cenaban en un restaurante de Tel Aviv se dirigen a un refugio al sonar las sirenas (Reuters).
Israelíes que cenaban en un restaurante de Tel Aviv se dirigen a un refugio al sonar las sirenas (Reuters).

Hace casi tres años dejé Madrid para mudarme a Tel Aviv. Lo más llamativo para cualquier joven judío de la diáspora que emigra a Israel es, a pesar de la obviedad, la normalidad con la que se vive aquí el ser judío. Encontrar que esa parte de tu identidad con la que no siempre has podido sentirte cómodo en tu país de origen es asumida por todos como algo natural sigue maravillándome a pesar del tiempo transcurrido. No es ese sentimiento de pertenencia, por cierto, la expresión de un nacionalismo ideológico del que nunca he bebido, a pesar de haber abrazado profundamente la idea sionista. Un segundo aspecto que suele sorprendernos a aquellos que hemos llegado a Tel Aviv en los últimos años es el dinamismo de esta ciudad.

Mentalizados de que dejábamos atrás una realidad que, a pesar de que desafortunadamente se veía sumergida en una amarga crisis económica y social, no veía en ninguna manera amenazada su estabilidad en un sentido militar, nos encontrábamos sin embargo rápidamente hipnotizados por el relajante ambiente de las cafeterías de nuestro nuevo lugar de residencia y la intensa vida nocturna que vibra en el corazón de uno de los puntos más conflictivos del Medio Oriente. No tardé en adaptarme completamente a la vida en una ciudad cuyo hedonismo representa el mejor símbolo de la voluntad de buena parte de los israelíes de normalizar su relación con el mundo occidental y dejar atrás los traumas del pasado.

El lanzamiento por parte de Hamás de misiles sobre el epicentro del cosmopolitismo israelí hacía escalar el conflicto a una nueva fase cuyos efectos son aún difíciles de prever. Mientras la incertidumbre se apodera de Tel Aviv, la vida continúa, las cafeterías siguen bulliciosas, pero la ansiedad es evidente en mucha gente

Mi vínculo emocional como judío se fortaleció en gran manera con una sociedad que me abrió los brazos como a un miembro más de una gran familia, y que me dio la oportunidad de desarrollar profesionalmente una carrera en la que, en mi otra casa, hubiera encontrado grandes dificultades. En la Universidad de Tel Aviv encontré una vida académica enormemente estimulante, y el gran apoyo que en este país se concede a todos los campos de la investigación e innovación me han permitido comenzar un doctorado que ciertamente tiene algo de irónico: había dejado atrás mi casa madrileña para hacerme un especialista en historia española desde el Medio Oriente.

La fragilidad de una vida normal

Sin embargo iba a pasar poco tiempo antes de que experimentase personalmente que la normalidad con que se disfruta la vida en Israel tiene siempre una gran dosis de fragilidad. Cuando pasaba algo poco más de un año de mi estancia en Tel Aviv, tras el detonante de la conocida como operación Pilar Defensivo en noviembre de 2012, me veía en la extraña situación de tener que esconderme en un refugio antimisiles a diario durante una semana. Poco después, Hamás y el Gobierno israelí llegaban a un acuerdo de no agresión, pero la toma de conciencia de vivir en una situación donde la estabilidad puede saltar por los aires en cualquier momento se queda en tu cabeza. De repente te encuentras que en una de tus visitas a Madrid, coger un autobús va a acompañado de una hasta entonces desconocida sensación de absoluta seguridad.

Cuando hace unos días las tensiones crecientes que se vivieron a raíz del cruel asesinato de los tres jóvenes israelíes y la venganza desalmada que ejecutaron jóvenes terroristas judíos sobre un inocente e indefenso adolescente árabe, desembocaron en un aumento de las hostilidades entre el Ejército israelí y las milicias islamistas gazatíes, en seguida me abordaron las sensaciones vividas hace menos de dos años. Desafortunadamente el nerviosismo se vio reafirmado con el sonido de la primera sirena en Tel Aviv, cuando todos los clientes de la cafetería en la que me encontraba trabajando con mi ordenador tuvimos que salir a cobijarnos en el edificio aledaño.

El lanzamiento por parte de Hamás de misiles sobre el epicentro del cosmopolitismo israelí hacía escalar el conflicto a una nueva fase cuyos efectos son aún difíciles de prever, al igual que sucede a la hora de dilucidar cuáles son los objetivos que ambas partes pretenden alcanzar. Mientras la incertidumbre se apodera de Tel Aviv, la vida continúa, las cafeterías (desde una de ellas escribo estas líneas) siguen bulliciosas, pero la ansiedad es evidente en mucha gente. A pesar de la normalidad aparente de la burbuja del Tel Aviv, su economía floreciente y su alta tecnología no pueden esconder que vivir en oriente medio exige un cambio de mentalidad para quienes venimos de un contexto europeo o norteamericano.

Ante la inminencia de una crisis de autoridad de la organización en su feudo, Hamás se lanzó a una escalada gradual de la tensión con Israel como parte de su método preferido de legitimación popular, el que consiste en una mezcla de terror y reivindicaciones maximalistas

No quiero parecer exagerado en la descripción de cómo se vive esta nueva escalada en Tel Aviv. Las manifestaciones más reales del conflicto de momento se reducen a escuchar las explosiones que tienen lugar cuando el sistema antimisiles intercepta algún artefacto en dirección a localidades vecinas, o a buscar refugio en caso de la trayectoria de los proyectiles hagan saltar la sirena en la ciudad. En este caso tenemos minuto y medio para buscar asilo y generalmente hay algún lugar cercano que ofrece protección. Cuando te pilla en casa te encuentras compartiendo ese momento con vecinos que hasta entonces no conocías.

Por supuesto la tensión aquí no es mínimamente similar a la que se experimenta en el sur del país en zonas cercanas a Gaza, donde el peligro de cohetes es constante y la aparente normalidad que aquí gozamos es inviable. Desde luego tampoco tiene nada que ver con el sufrimiento de la población civil de Gaza, expuesta a una destrucción de pura pesadilla. A pesar de ello, como español residente en Israel me gustaría expresar ciertas consideraciones morales sobre este conflicto, aunque sean siempre difíciles de articular cuando trato de explicar mi visión del mismo en el que sigue siendo mi país, y al que me siento profundamente apegado, España.

El régimen de terror que Hamás impone en Gaza

Me limitaré a analizar la parte más restringida de la contundente respuesta israelí a la estrategia de Hamás en Gaza. En esta valoración no entraré en la tediosa cuestión de la ocupación en Cisjordania, que a pesar de considerarla como una gran injusticia y una carga moral sobre la sociedad israelí, sin embargo me parece susceptible de ser sujeto de las interminables acusaciones en las interpretaciones sobre las relaciones de causa-consecuencia a la hora de enjuiciar la responsabilidad moral en este conflicto en general.

Me gustaría por el contrario centrarme en la lógica de actuación de Hamás en Gaza desde que consolidara su poder en la Franja tras la breve guerra civil que luchó con Fatah después de la desconexión militar israelí sobre ese territorio. Sin entrar en detalle sobre el régimen de terror impuesto por sus milicias, guiadas por el fanatismo de este movimiento, que tiene su razón de ser en tratar de infligir el máximo daño posible a la población israelí, Hamás salió relativamente bien parada de la última confrontación en 2012, a pesar del daño militar recibido. La inestabilidad del contexto regional en ese período había resultado en que, a pesar de la necesidad de desvincularse del eje Hezbolá-Siria-Irán, Hamás contase con el apoyo del nuevo presidente islamista egipcio, Mohammed Morsi, y con un generoso apoyo económico de Qatar.

Sin embargo, el cambio de régimen en Egipto volvió a debilitar la situación de Hamás en Gaza y profundizar su aislamiento internacional. El agotamiento de la ayuda económica qatarí llevó a Hamás a la firma del acuerdo de unidad nacional con Fatah, en términos bastante desventajosos. Pero la abducción y asesinato de los jóvenes israelíes por un comando de Hamás en Cisjordania (aparentemente sin contar con el apoyo de la dirección política del movimiento) produjo una nueva vuelca de tuerca en la relación de las dos organizaciones palestinas y alejó la posibilidad de que la Autoridad Palestina, presidida por un Abbas que condenó firmemente el secuestro de los israelíes, apoyase las demandas económicas de Hamás para pagar a sus funcionarios en Gaza.

Ante la inminencia de una crisis de autoridad de la organización en su feudo, Hamás se lanzó a una escalada gradual de la tensión con Israel como parte de su método preferido de legitimación popular, el que consiste en una mezcla de terror y reivindicaciones maximalistas. Es la confrontación con víctimas civiles lo que Hamás promueve como principal baluarte propagandístico, en una población que cada vez está más cansada del grupo islamista, como demuestra una reciente encuesta internacional.

Es la confrontación con víctimas civiles lo que Hamás promueve como principal baluarte propagandístico, en una población que cada vez está más cansada del grupo islamista, como demuestra una reciente encuesta internacional

Hamás ha aprovechado el clima de tensión resultado de la violencia reciente para contrarrestar su creciente impopularidad a través del terror. Netanyahu, a pesar de su retórica inflexible y su indecente política de construcciones de asentamientos en Cisjordania, se había mostrado proclive a buscar una negociación auspiciada por Egipto, aguantando la presión de las voces más fanáticas de su coalición para operar con contundencia, hasta que Hamás elevó la escalada lanzando misiles contra las principales poblaciones del país. Las devastadores imágenes que vemos estos días en la televisión, que a mí personalmente me perturban enormemente, son en primer lugar la consecuencia de una estrategia perseguida por Hamás.

A falta de las ansiadas imágenes de civiles israelíes muertos que tanto desearía enseñar la organización como éxito, como las que podrían haber resultado de la infiltración de un comando islamista hace unos días en el sur del país si no hubiera sido neutralizado por el ejército israelí, el mejor capital político para una frustrada Hamás son las imágenes de sus propios civiles muertos. Por eso impiden mediante coacción el desalojo de civiles en áreas en las que el ejército israelí avisa con antelación que van a ser atacadas.

Ante la crudeza del entorno en el que vivo, la normalidad aparente del café desde el que escribo, y a través de cuyas ventanas veo a la gente acercarse a la playa en bañador, parece surrealista. Aquí está el drama de Tel Aviv y lo que representa, hedonista y deseosa de disfrutar de la vida, y apática ante un conflicto al que se intenta desvincular con una sensación irreal de normalidad occidental, que queda amenazada con cada sirena. Tel Aviv sigue su camino sin saber muy bien a dónde se dirige. Es triste pensar que sólo los extremistas tienen las ideas claras en esta región. En cualquier caso, esta sigue siendo mi nueva casa.

*Pablo Bornstein es un historiador residente en Tel Aviv.

Hace casi tres años dejé Madrid para mudarme a Tel Aviv. Lo más llamativo para cualquier joven judío de la diáspora que emigra a Israel es, a pesar de la obviedad, la normalidad con la que se vive aquí el ser judío. Encontrar que esa parte de tu identidad con la que no siempre has podido sentirte cómodo en tu país de origen es asumida por todos como algo natural sigue maravillándome a pesar del tiempo transcurrido. No es ese sentimiento de pertenencia, por cierto, la expresión de un nacionalismo ideológico del que nunca he bebido, a pesar de haber abrazado profundamente la idea sionista. Un segundo aspecto que suele sorprendernos a aquellos que hemos llegado a Tel Aviv en los últimos años es el dinamismo de esta ciudad.

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