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Caza al musulmán en el corazón de África
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'EL CONFIDENCIAL', EN EL ASEDIO A BODA

Caza al musulmán en el corazón de África

El barrio musulmán se ha convertido en un gueto, en una inmensa cárcel. Ocultos en la tierra de nadie, la milicia Antibalaka acecha a sus 11.000 habitantes

Foto: Said Bouba, el único miembro de su familia que sobrevivió a una emboscada de los Antibalaka en Boda. (Trinidad Deiros)
Said Bouba, el único miembro de su familia que sobrevivió a una emboscada de los Antibalaka en Boda. (Trinidad Deiros)

El barrio musulmán de la ciudad diamantífera de Boda (República Centroafricana) se ha convertido en un gueto, en una inmensa cárcel. Ocultos en la arrasada tierra de nadie que rodea el suburbio, miembros del grupo armado Antibalaka acechan a sus 11.000 habitantes. Abandonar el gueto significa desafiar a la muerte, personificada en esta sangrienta milicia. El Confidencial entra en Boda para narrar el asedio desde dentro.

En lo que fue el próspero barrio comercial de Boda no queda nada. La muerte ha pasado por esta tierra de nadie, dejando tras de sí la huella de la venganza y del saqueo. Lo único que sigue en pie son los muros a punto de claudicar que, al caer la noche, dan cobijo a sicarios del grupo armado Antibalaka, asesinos que mantienen sitiados a los 11.000 habitantes del barrio musulmán. Desde finales de enero, los islámicos de la ciudad viven en un gueto que no pueden abandonar, so pena de caer abatidos por una bala o una granada de las que ahora se pueden comprar en República Centroafricana por tres euros.

Faouzía es un bebé de cinco meses. Un día de abril, su madre salió a buscar leña para cocinar. Nunca volvió. Al día siguiente, los soldados de la operación Sangaris –enviados por Francia en diciembre para pacificar el país– encontraron su cuerpo tirado cerca del riachuelo que delimita el barrio. La mujer, de 24 años y madre de otros tres hijos, había sido acribillada desde alguna de las tiendas en ruinas. Tres meses antes se había quedado sola a cargo de sus cuatro vástagos, después de que un tirador acabase con la vida de su marido.

La noche del 29 de enero se desató en Boda una venganza ciega contra todos los musulmanes, hombres, mujeres y niños, a quienes los milicianos Antibalaka asimilan sin excepción a los brutales Seleka, que durante meses habían recorrido el país matando y violando

La madre de este bebé, ahora al cuidado de una tía adolescente, ha sido una muesca más en la masacre por capítulos a la que se han entregado los Antibalaka más radicales en esta ciudad desde que, en enero, Michel Djotodia, líder de la brutal alianza de mayoría musulmana Seleka, fuera desalojado definitivamente del poder que había obtenido mediante un golpe de Estado. La noche del 29 de enero se desató en Boda una venganza ciega contra todos los musulmanes, hombres, mujeres y niños, a quienes los milicianos Antibalaka (antimachete en sango, la lengua vehicular nacional) asimilan sin excepción a los brutales Seleka, que durante meses habían recorrido el país matando, saqueando y violando.

Durante el primer mes de asedio, los musulmanes de Boda estuvieron abandonados a su suerte, sin apenas comida y sin que nadie les prestara asistencia. Ni el fallido Estado centroafricano, ni Naciones Unidas ni tampoco las ONG, que entonces aún no habían podido acceder a esta otrora próspera población, a la que se llega con dificultad desde la capital, Bangui, tras recorrer cuatro horas y media de una pista que atraviesa un océano de verdor.

En medio de un constante reguero de muertos musulmanes (tiroteados, degollados, abatidos con flechas o víctimas de granadas de los Antibalaka), el hambre también se cobró su tributo en el gueto. Aouat Mahamat, el musulmán que antes era el alcalde de toda la ciudad, cuenta siete muertos por inanición. “La mayoría de los muertos eran niños”, deplora, y asegura a este diario que “durante un mes, no entró nada de comida en el barrio”.

Una niña musulmana de Boda en un refugio para desplazados (Reuters).
La niña a la que salvó la selva

La casa del alcalde es el centro donde se reúnen los líderes de la comunidad islámica. Son todos hombres de mediana edad y todos dicen ser centroafricanos, aunque los Antibalaka y buena parte de la población de religión cristiana y animista asimilan a los miembros de esta minoría, que antes constituía el 15% de la población, con extranjeros. De repente, una niña famélica entra por la puerta trasera con un balde vacío bajo del brazo. Camina con dificultad, con una cadencia extraña, como si las rodillas de sus piernas raquíticas se negaran a plegarse.

Durante el primer mes de asedio, los musulmanes de Boda estuvieron abandonados a su suerte, sin comida y sin que nadie les prestara asistencia. Ni el fallido Estado centroafricano, ni Naciones Unidas ni tampoco las ONG

Se llama Zeinabom y no sabe la edad que tiene. Aparenta ocho años, aunque debe tener entre diez y doce. Es pequeña, diminuta, y su estado de desnutrición es tan evidente que no hace falta mirar el cuaderno que lleva en la mano, en el que figura una lista de medicamentos y su peso: 20 kilos.

Como Faouzía, Zeinabom es huérfana. Cuando empezó la caza a los musulmanes por parte de los Antibalaka, la niña se escondió con su padre en los espesos bosques de la zona para escapar de los milicianos que les perseguían. No lo consiguieron. Un día, se toparon con un grupo de hombres armados que mataron al padre.

Zeinabom logró escapar, pero se encontró sola en medio de una selva impenetrable poblada de peligros y serpientes venenosas. Sin saber qué hacer, echó a andar. Varios días después, unos trabajadores de la Cruz Roja la encontraron vagando por el bosque. Había recorrido 70 kilómetros y estaba tan exhausta que, desde entonces, apenas puede caminar. El alcalde de Boda dice que tiene las piernas semiparalizadas y que, tal vez, las secuelas sean permanentes.

Sobrevivir al machete

A su lado, un hombre de piel oscura pero de rasgos más árabes que africanos escucha en silencio. Su nombre es Said Bouba y, como la mayoría de los habitantes de este país, arrasado primero por la ira de los Seleka y ahora por la venganza de los Antibalaka, lo ha perdido todo.

Said Bouba, superviviente de una ataque con machete (T.D.) En su cabeza tiene tres surcos profundos, rastro de un brutal ataque con un machete del que cuesta imaginar que haya sobrevivido: uno, aún sin cicatrizar del todo, recorre la base del cráneo justo detrás de la oreja izquierda; otro marca ya para siempre una de sus mejillas y la tercera herida divide la cabeza en dos. Quizás cuando intentaba protegerse el rostro con la mano, otro machetazo rebanó nervios y tendones del interior de la muñeca izquierda. La mano de este pastor de 46 años y de la etnia peul cuelga ahora inerte.

Said fue el único miembro de su familia que sobrevivió a una emboscada de los Antibalaka. “Estábamos cerca de Boda preparándonos para llevar el ganado a Camerún (los peul son pastores trashumantes) cuando una tarde vimos venir a un grupo de 40 hombres armados. Al acercarse, empezaron a disparar; yo traté de huir, pero me enganché en el alambre de espino que rodeaba a las vacas para que no se dispersaran y caí al suelo. Entonces, uno de ellos me atacó con un machete”, cuenta a este diario.

Said fue el único miembro de su familia que sobrevivió a una emboscada de los Antibalaka. En su cabeza tiene tres surcos profundos, rastro de un brutal ataque con un machete

Dándolo por muerto, los Antibalaka se marcharon llevándose las 300 cabezas de ganado. Herido, y sin saber la suerte que habían corrido sus dos mujeres y sus ocho hijos, de entre 25 y 4 años, este musulmán permaneció solo en los pastos, hasta que, tres días después, otros pastores lo socorrieron para traerlo de vuelta a la ciudad. Mientras regresaba a Boda, explica Said, fueron encontrando los cuerpos de sus hijos. Los habían matado a todos.

Banderas francesas para delimitar el gueto

La crisis en República Centroafricana ha adquirido tintes de odio religioso, como demuestra el hecho de que en todo el suroeste del país sólo queden dos núcleos de población musulmana, Boda y el barrio Pk5 de Bangui, ambos sitiados por los Antibalaka. El resto de los centroafricanos de confesión islámica ha sido forzado a exiliarse en el norte o en otros estados. Sin embargo, las razones de esta persecución van más allá de las creencias: tienen también un trasfondo de utilización política del hecho religioso, de diferencias económicas y de marginación previa de los musulmanes.

Eric Valory es el comandante de las tropas francesas de la operación Sangaris en Boda. Apenas un centenar de militares cuyos blindados patrullan cada día el barrio musulmán. De hecho, las banderas francesas colgadas de los cables de la luz, que delimitan la zona más o menos segura bajo vigilancia de los sangaris, marcan la frontera simbólica del gueto. Este legionario francés se ha convertido, junto con los representantes de Naciones Unidas y de las ONG, en lo más parecido a la autoridad que hay en esta ciudad, que lleva un año sin representantes del Estado.

Soldados franceses patrullan una calle de Boda (Reuters).
Valory subraya a El Confidencial que, desde su llegada, “nunca ha visto a un musulmán matar a un cristiano”, sino lo contrario. Los musulmanes “son pacíficos”, explica. Sin embargo, este militar también confirma que la aparente buena convivencia anterior entre las comunidades de Boda –que incluso se casaban a menudo entre ellas (siempre hombres musulmanes con mujeres cristianas)– escondía un sentimiento de “explotación” entre los cristianos. La actividad comercial, incluida la compra-venta de diamantes, los rebaños de ganado y otros lucrativos negocios, como los locutorios telefónicos, estaban en manos de musulmanes que empleaban a los cristianos de la ciudad a veces por muy poco dinero.

Valory subraya a El Confidencial que, desde su llegada, nunca ha visto a 'un musulmán matar a un cristiano', sino lo contrario. Los musulmanes 'son pacíficos', explica

Las diferencias económicas, la codicia y el ansia de venganza desencadenaron el ataque contra los islámicos del 29 de enero. Desde entonces, el goteo de asesinatos ha dejado “varias decenas de muertos”, según calcula el exalcalde de Boda.

Los musulmanes no son las únicas víctimas de esta crisis, que ha provocado que más de la mitad de la población centroafricana necesite hoy asistencia humanitaria (2,5 millones de 4,6), según Naciones Unidas. También los cristianos de la ciudad se han visto afectados. De hecho, la mayor parte de la población cristiana de Boda, unas 38.000 personas de aproximadamente 50.000, se hacina en campos de desplazados, como el levantado junto a la iglesia St. Michel, en el que malviven unas 10.000 personas.

Los cristianos no están sitiados y en teoría son libres de volver a sus casas. El problema es que muchos ya no la tienen, pues la alianza Seleka arrasó barrios enteros. Otros conservan sus hogares, pero estos se encuentran en el gueto islámico. No pocos cristianos siguen desplazados simplemente por miedo a represalias de los musulmanes, a pesar del hecho de que estos no puedan poner un pie fuera de su barrio.

Desplazados por las matanzas esperan a recibir comida en Boda (Reuters).
“Limpiar el país de musulmanes”

Los miembros más radicales de los Antibalaka, un grupo que surgió como brigadas de autodefensa y que integra tanto a exmilitares como a simples ciudadanos (y a no pocos bandidos), tienen un objetivo: “limpiar” de musulmanes el país, expulsándolos o bien acabando con ellos.

“¿Cómo se puede trasladar a 11.000 personas?”, se pregunta el comandante Valory. “¿Adónde? ¿A un campo de refugiados en otro país? La gente que ha sido trasladada a Chad, por ejemplo, está llamando a sus familiares para contarles que están peor que aquí”, explica.

Las banderas francesas colgadas de los cables de la luz, que delimitan la zona más o menos segura bajo vigilancia de los legionarios, marcan la frontera simbólica del gueto

La situación de los musulmanes ha mejorado algo desde la llegada de unas pocas ONG, que reparten alimentos básicos como arroz y aceite del Programa Alimentario Mundial (PAM) de la ONU y tratan de proporcionar un mínimo de asistencia tanto a los desplazados cristianos como a los habitantes del barrio musulmán. Los habitantes del gueto ya no se mueren literalmente de hambre –explica Goy-Ghezo Ndamatchi, médico de la organización humanitaria AHA–, pero la situación en el barrio sigue siendo grave. Los musulmanes no pueden ni acudir al hospital, a 200 metros de su barrio, porque este se encuentra fuera del perímetro “seguro”, y la malnutrición que sufren muchos niños, sumada a la malaria, endémica en este país, puede convertirse en un cóctel mortal.

La salida a una situación que parece insostenible sería la reconciliación. Pero esa vía parece cerrada de momento en Boda; para los Antibalaka de la ciudad incluso la palabra reconciliación se ha convertido en un tabú. Los miembros más radicales del grupo armado sólo quieren que los musulmanes se vayan. La semana pasada, una delegación ministerial llegada de la capital para tratar de sentar en la misma mesa a cristianos y musulmanes, tuvo que ser evacuada. Los Antibalaka recibieron a los representantes del frágil Gobierno de transición del país con un ataque al vecindario musulmán en el que resultaron heridos dos niños. Sin reconciliación, lo que puede suceder es que la situación “degenere aún más”, explica el comandante Valory, que teme que la carnicería a cuentagotas dé paso a una masacre en toda regla.

El barrio musulmán de la ciudad diamantífera de Boda (República Centroafricana) se ha convertido en un gueto, en una inmensa cárcel. Ocultos en la arrasada tierra de nadie que rodea el suburbio, miembros del grupo armado Antibalaka acechan a sus 11.000 habitantes. Abandonar el gueto significa desafiar a la muerte, personificada en esta sangrienta milicia. El Confidencial entra en Boda para narrar el asedio desde dentro.

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