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Viaje a los bastiones de la insurgencia prorrusa en el este de Ucrania
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“QUEREMOS QUE TODOS LOS ESLAVOS ESTÉN JUNTOS”

Viaje a los bastiones de la insurgencia prorrusa en el este de Ucrania

El Confidencial visita tres de las ciudades de la región de Donétsk donde los prorrusos han tomado edificios oficiales. Niegan luchar por la anexión con Rusia

Foto: Miembros de la insurgencia prorrusa en Slaviansk. (EFE)
Miembros de la insurgencia prorrusa en Slaviansk. (EFE)

El Confidencial visita tres de las 11 ciudades de la región de Donetsk donde los rebeldes prorrusos han tomado edificios oficiales. Encontramos gentes humildes, DJs pinchando ABBA, alcaldes sublevados, canciones patrióticas rusas, chalecos antibalas y suelas llenas de agujeros. La mayoría niega luchar por la anexión con Rusia.

La primera jornada de "operación antiterrorista" lanzada por el Gobierno interino de Ucrania en el este del país ha concluido sin que los periodistas desplegados sobre el terreno, en Slaviansk y Kramatorsk, hayamos podido confirmar el número de víctimas. Entretanto, un baile de cifras ha incendiado las redes sociales, desde los 11 muertos de Kramatorsk anunciados por Russia Today hasta las cuatro bajas que, en el momento de escribir esta crónica, decían haber sufrido los prorrusos.

Sí está confirmado que 500 soldados, 20 tanques y cuatro helicópteros del ejército ucraniano han rodeado Slaviansk en una misión que aparentemente se ha conformado con recuperar el aeropuerto. Los movimientos militares, fotografiados libremente por los periodistas, podrían estar destinados a mostrar una operación de medias tintas: lo suficientemente notorios como para mostrar solidez y calmar a la extrema derecha del Gobierno, pero no tanto como para provocar una guerra civil o una invasión de Moscú.

En las últimas horas El Confidencial ha visitado tres de las once ciudades de la región de Donetsk donde los rebeldes prorrusos han tomado edificios oficiales para comprobar su grado de acuerdo y uniformidad. Los focos insurgentes ofrecen un perfil humilde, están coordinados entre sí y al menos uno de los ‘cabecillas’, el de Jartsyzk, reconoce haber pasado una semana en el edificio ocupado de Donetsk, sede del Consejo separatista, justo antes de la rebelión.

Gorlovka

Las barricadas forman un cuadrado frente a la ocupada sede local del Ministerio del Interior de Gorlovka, que muestra las heridas de una toma violenta: casi todas las ventanas están rotas y hay sombras de fuego en las paredes. Los activistas prorrusos ocuparon la comisaría tras sacar a su jefe por la fuerza y enviarlo al hospital. Ahora la dirigen una mezcla de policías rebeldes, jóvenes enmascarados y veteranos de Afganistán que “comen del mismo plato”.

Incluso empiezan a sonar gestas locales. “El jefe de policía lanzó una granada desde una ventana, y unos manifestantes la apartaron de una patada salvándole la vida a un periodista”, cuenta uno de los treinta curiosos que echan allí la mañana.

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Detrás de una pila de neumáticos ensartados aparece Vladislav, que reconoce tener cierta autoridad. Va vestido de camuflaje y lleva un chaleco antibalas que rima con su cara de líneas gruesas. “La comisaría de policía trabaja exactamente igual que antes; la única diferencia son las barricadas”, dice confiado. Vladislav es un mecánico de 39 años reciclado en rebelde. La comisaría tiene las armas justas para la rutina policial.

Esta ciudad de casi 300.000 habitantes encarna como ninguna la fea textura del poscomunismo: calles agrietadas, edificios color ceniza y una población envejecida. “Queremos que todos los eslavos estén juntos, igual que antes”, dice Aleksandr Aleksandrovich. “Rusos, bielorrusos, ucranianos... ¡por eso han tomado este edificio!”. A sus 85 años, Aleksandr todavía escribe canciones patrióticas como “Rusia mía” o “Donbás”, que para mi sorpresa llevo días escuchando en las calles de Donetsk. Su pieza favorita es “Vladímires de Rusia”, en honor a (Vladímir Ílich) Lenin y Putin.

Yenákievo

La patria chica del presidente depuesto, Víktor Yanukóvich, luce estatuas de obreros y campesinos que sacan pecho al sol para revelar después un horizonte de moles negras y torres humeantes.

Sería incorrecto decir que el Ayuntamiento de Yenákievo, de 185.000 habitantes, fue “asaltado” por “fuerzas rebeldes”. Más bien, algunos vecinos entraron para echar una mano al alcalde, que sigue en su puesto, y colocar la bandera independentista en el tejado. El único cartel dice “OTAN no” y entramos con facilidad. Alguien nos dice “bienvenidos” por primera vez en más de una semana.

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Antes de que la inestabilidad política los llamase a “defender” su ciudad de la “junta” de Kiev, Serguéi y Andréi trabajaban, respectivamente, de camionero y obrero manual. Sin que nadie se lo pregunte, me enseñan su pasaporte y los agujeros de los zapatos. Quieren demostrar que no son rusos y que nadie les paga, las dos acusaciones más odiadas entre los activistas prorrusos. Serguéi es comisario político (término en desuso desde hace décadas) desde hace tres días:

“El problema es el presupuesto; Kiev acumula todo el dinero. Por eso queremos una Ucrania federal o la independencia para poder volver a invertir en nuestra ciudad”, explica Serguéi. Su nostalgia soviética es aplastante; incluso nos ofrece hacer un tour por varias ciudades de la región para comprobar los efectos catastróficos que tuvo la independencia (en 1991) sobre la economía. Serguéi abre su chaqueta de cuero como si tuviese alas para mostrar los remiendos.

Ambos reiteran que la unión con Rusia no es parte del plan. Sin embargo, la sintonía del móvil de Andréi, que suena con fuerza, es el himno de Rusia.

Jartsyzk

Si en Gorlovka el asedio estuvo a punto de costar vidas, y en Slaviansk y Kramatorsk los sublevados deambulan cargados de armas, Jartsyzk tiene a un DJ pinchando ABBA en la puerta. La barricada es una breve línea de neumáticos ordenados. Hay señoras charlando y los milicianos, de edad madura, visten uniformes limpios, condecoraciones e incluso una identificación plastificada que dice “Berkut”. Lo que más impresiona: junto a la bandera independentista está la de Ucrania.

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El coordinador del Consejo Local, Dmitry Klimenko, de 33 años, explica a este diario que ha dejado la enseña nacional para tranquilizar a la gente. “Hasta que no haya referéndum, no la podemos quitar”, dice pasándonos un borrador de la papeleta, que da tres opciones: mantener Ucrania como está, federalizarla e independizar la región de Donetsk. Klimenko tacha la línea que proponía la unión con Rusia. “Va contra la ley”, nos dice.

El Consejo ha prohibido llevar máscaras de ningún tipo, dado que, según Klimenko, “pueblo y autoridades no están en conflicto”. Al final de la entrevista, reconoce mantener contacto regular con los otros centros insurgentes, y lo que es más interesante: pasó una semana en el edificio ocupado de Donetsk justo antes de tomar el ayuntamiento. Para qué, no lo explica, pero puede desmentir la teoría de que las insurrecciones han sido espontáneas.

El Confidencial visita tres de las 11 ciudades de la región de Donetsk donde los rebeldes prorrusos han tomado edificios oficiales. Encontramos gentes humildes, DJs pinchando ABBA, alcaldes sublevados, canciones patrióticas rusas, chalecos antibalas y suelas llenas de agujeros. La mayoría niega luchar por la anexión con Rusia.

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