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Viaje a Baltimore, la capital de la heroína
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EL 10% DE LA POBLACIÓN ES ADICTA

Viaje a Baltimore, la capital de la heroína

El 10% de la población de Baltimore está enganchada a la heroína. El dinero de la droga sostiene a miles de personas y se filtra a todos los sectores económicos

Foto: Una mujer con un carrito de bebé camina entre edificios abandonados en un barrio marginal de Baltimore, Estados Unidos (Reuters).
Una mujer con un carrito de bebé camina entre edificios abandonados en un barrio marginal de Baltimore, Estados Unidos (Reuters).

Los informes de salud pública de Baltimore lo reflejan como un problema más. De cada diez habitantes, cuatro sufren sobrepeso, dos fuman tabaco y uno es adicto a la heroína. En pocos lugares del mundo se convive hoy con esta droga de una manera tan cotidiana, y quizá no haya otra economía tan adicta al caballo en todo el mundo industrializado.

En según qué barrios, los niños aprenden desde pequeños a reconocer las marcas que dejan los pinchazos y los síntomas de quienes están en pleno viaje opiáceo. Hay quien se entretiene fotografiándolos y catalogándolos. El autor de este blog les atribuye además una puntuación, como si se tratase de un concurso de saltos. A un tipo de cabeza pelada, doblado sobre su estómago en el parque Vernon, le pone una nota de 2,3 puntos sobre 5. Lo justifica así: “Es una gran foto pero hay algunas cosas que bajan la puntuación. La primera y más importante es que este tío está sentado en una silla. Lo he dicho una y otra vez: picarse heroína y sentarse es como tirarse por el Gran Cañón en una bici con las ruedas de aprendizaje… Jodidamente aburrido”.

El diez por ciento de la población de Baltimore está enganchada a la heroína. El dinero de la droga sostiene a miles de personas y se filtra a todos los sectores de la economía

Hace más de 20 años, el doctor Michael Hayes y su enfermera, Marian Currens, empezaron a tratar a heroinómanos que buscaban ayuda desesperadamente por las calles de esta ciudad industrial y portuaria que lleva medio siglo en decadencia. Fundaron la Clínica Médica para la Adicción, un centro privado asociado a la Universidad de Maryland que ahora cuenta con 30 empleados y recibe 220 pacientes al día de media.

En su sala de espera matan el tiempo una señora de buen aspecto acompañada de su hijo de cinco años, un tipo sin dientes que lee una revista de deportes, dos chavales de complexión atlética y un adolescente que parece a punto de desmayarse. Algunos llevan décadas en tratamiento, otros acaban de empezar o vuelven a intentarlo después de una recaída. “No existen los exadictos, sino gente en rehabilitación que puede hacer una vida casi del todo funcional con o sin medicación, con sustitutivos como la metadona, el suboxone o el vivitrol. Muchos son gente totalmente normal”, explica a El Confidencial la enfermera Currens.

La Agencia Antidrogas, la DEA, habla de 60.000 heroinómanos sobre una población de 600.000, aunque el doctor Hayes no sabe si dar credibilidad a la cifra. “Es muy difícil calcular cuántos son y quizá están sumando gente que no es de Baltimore, sino que viene aquí a drogarse”. Enérgico, rondando los sesenta y dotado de un cuello venoso que estira al hablar, el doctor Hayes le resta importancia a la aritmética. “Da igual el número, de cualquier manera no se puede discutir que Baltimore es la capital de la heroína. Y la droga está tan arraigada que pasa de una generación a otra, tiene una dimensión cultural”.

placeholder Un heroinómano prepara una dosis en un lugar indeterminado de EEUU (Roy Morsch, Corbis).

“Cuando las fábricas se fueron, la heroína ocupó su lugar”

Hayes define el problema como una infección. “Nos contagiamos hace 40 o 50 años y, como todas las infecciones que no se tratan correctamente, ha ido en aumento”. En Baltimore, recuerda, había industria acerera, fábricas automovilísticas, uno de los principales puertos de la Costa Este… “Llegaron inmigrantes de muchos sitios, había mucho trabajo y dinero. Después las fábricas se fueron para siempre y la heroína ocupó su lugar. Ten en cuenta que la droga es también una forma de vida y un negocio. Aquí nunca se le ha cogido demasiado miedo”, dice.

Baltimore es hoy una ciudad pobre, con un 63% de población afroamericana, altísimas tasas de crimen y desempleo y un nutrido historial de disturbios raciales. Como en otras muchas ciudades desindustrializadas de EEUU, los ricos han huido a las zonas residenciales o han emigrado. El consumo de heroína, sin embargo, no está en absoluto segregado.

No existen los exadictos, sino gente en rehabilitación que puede hacer una vida casi del todo funcional con o sin medicación, con sustitutivos como la metadona, el suboxone o el vivitrol. Muchos son gente totalmente normal, explica la enfermera Currens

“Hay adictos negros, latinos y blancos, jóvenes y adultos, pobres y ricos. Es muy difícil identificarlos, cualquiera puede estar enganchado. ¿O es que alguien sospechaba (del actor fallecido) Philip Seymour Hoffman? Lo que notamos es que la droga llega a más gente, a veces alarmantemente joven. Y los números van en aumento”, dice Chris Serio-Chapman, del Departamento de Salud de la ciudad.

Su equipo reparte cada año medio millón de jeringuillas limpias para evitar que los heroinómanos contraigan enfermedades como el sida. Para conseguir una nueva, los drogadictos tienen que entregar las ya usadas. Serio-Chapman asegura que el número de casos está creciendo y ofrece un último dato al respecto: en 2012 murieron 126 personas de sobredosis, un 66% más que el año anterior.

Mercados de la droga al aire libre

Cientos de personas acuden a los llamados “mercados de la droga al aire libre” desde otras localidades de la zona o desde los barrios pudientes. Dinero no falta. El estado de Maryland, que acoge muchas de las mansiones del poder político y económico que gravita en torno a Washington D.C., sostiene de hecho la mayor renta per cápita del país. La Casa Blanca se encuentra a menos de una hora por carretera.

Un grafiti en el que puede leerse 'Una ciudad encantadora' en Baltimore (Corbis).La venta de droga se ha tragado ya buena parte de los antiguos barrios obreros: hileras de viviendas unifamiliares de ladrillos como las que aparecen en la serie The Wire, en las que, esta vez sí, todos los vecinos son negros. Algunas casas resisten con dignidad, otras piden a gritos una mano de pintura o un trabajo de jardinería. El resto, sencillamente, se caen a pedazos.

El principal eje, dice la Policía, se localiza hoy en torno a Pennsylvania Avenue. Otrora vibrante y próspero barrio comercial, ya sólo resisten algunas tiendecillas de alimentación, alguna barbería, un supermercado y comercios con escaparates de vitrinas sucias y contenido inclasificable.

“He vivido en muchos sitios difíciles y esto es lo peor que he visto nunca. En esta acera hay tiros todas las noches, la gente muere ahí delante, como perros; son niños armados, a todas horas”, dice el trabajador de una tienda de comestibles situada en la propia avenida, un hombre joven, originario de Yemen. “Ayer saqué de la tienda a un mocoso y aprovechó para quitarme el móvil del bolsillo”, abunda su jefe.

Varias manzanas más al norte, en la sede de los servicios sociales del barrio, gentes de todas las edades guardan cola impacientemente para ser atendidos. En Baltimore, el 35% de la población recibe cupones de comida para alimentarse y en las calles adyacentes a Pennsylvania Avenue se concentra buena parte de los 220.000 vecinos que dependen de los subsidios.

'Hay adictos negros, latinos y blancos, jóvenes y adultos, pobres y ricos. Es muy difícil identificarlos, cualquiera puede estar enganchado. Lo que notamos es que la droga llega a más gente, a veces alarmantemente joven. Y los números van en aumento', dice Chris Serio-Chapman, del Departamento de Salud de Baltimore

La heroína que se vende en estas esquinas cruzó en algún momento la frontera con México. La DEA asegura que las incautaciones se multiplicaron por cuatro de 2008 a 2012 y que el 95% tiene su origen en Latinoamérica. De acuerdo con Thomas H. Carr, director del programa High Intensity Drug Trafficking Area (HDTA), el grueso del envío está hoy en manos de grupos como La Familia Michoacana o El cártel de Sinaloa, que mantienen acuerdos con bandas locales para asegurarse la distribución. “Hemos detectado todo tipo de modalidades de envío: en contenedores por el puerto, por carretera e incluso por carta certificada”, comenta.

En principio, la heroína es una droga de pobres y en Baltimore, su capital, se puede conseguir un viaje de ocho horas por unos pocos dólares. La tolerancia de los adictos, sin embargo, va creciendo exponencialmente y muchos acaban necesitando dosis salvajes. Y ya no para colocarse, sino simplemente para no sufrir la tortura del mono.

Amy, una de las nuevas pacientes del doctor Hayes, reconoce que ha estado gastando últimamente 300 dólares al día. “Son 100 por la mañana, 100 a mediodía y 100 por la noche. A veces lo pienso y podría haberme comprado una casa”, cuenta a este diario. A los 21 años, Amy empezó a tomar percocet (medicamento opiáceo) en el instituto. “Luego me pasé a la heroína, que era más barata y más intensa. Mi novio y yo nos pasábamos todo el día consiguiendo dinero para meternos. Yo hacía striptease…”, dice dejando la frase en suspenso, justo antes de que le suministren la primera dosis de vivitrol (similar a la metadona). Es la segunda vez que intenta desengancharse.

placeholder Una profesora en un centro para personas sin recursos en Baltimore  (Annie Griffiths. Corbis).

EEUU consume el 80% de los fármacos a base de opio del mundo

Baltimore lleva décadas siendo la capital de la heroína y la industria está imbricada en la economía de la ciudad, hasta el punto de que hay quien se cuestiona qué ocurriría si desapareciese de la noche a la mañana. “Mucha gente vive de ello, no tiene otra vía de ingresos”, reconoce Hayes. El dinero de la droga se filtra a todos los sectores, desde la restauración hasta la construcción. Y por grotesco que resulte, el resurgir del caballo que está experimentando Estados Unidos es una buena noticia para algunos padres de familia en barrios arrasados por el paro y la delincuencia, donde ahora reciben un nuevo tipo de cliente procedente de la periferia.

Baltimore lleva décadas siendo la capital de la heroína y la industria está imbricada en la economía de la ciudad, hasta el punto de que hay quien se cuestiona qué ocurriría si desapareciese de la noche a la mañana. El dinero de la droga se filtra a todos los sectores, desde la restauración hasta la construcción

Sucede que el mapa de las adicciones de EEUU está cambiando, al menos en números relativos. Así, mientras el consumo de cocaína cayó más de un 40% en la última década, la heroína ha aumentado alrededor del 50% en el mismo periodo. Sin exagerar. Aunque es innegable el cambio de tendencia, sigue habiendo 4 millones de consumidores de cocaína frente a 300.000 adictos a la heroína.

“El clásico cocainómano a principios de los 80 era un inversor bancario rico que esnifaba con billetes de 100 dólares. Todo el mundo quería imitarle. Pero la imagen fue empeorando cuando los primeros adictos empezaron a tener problemas, a enfermar y morir. Luego se hundió totalmente a partir de 1986, con la oleada de destrucción del crack”, explica a El Confidencial Mark Kleiman, profesor de Políticas Públicas de la Universidad de California.

La heroína transitó por un camino distinto, destaca Kleiman. Y su resurgir actual está condicionado por una adicción previa a los opiáceos legales, medicamentos de venta en farmacias cuyo consumo se cuadriplicó entre 1997 y 2007 y cuyas sobredosis provocan la muerte de unas 30.000 personas cada año en el país. Aún hoy, tras restringir severamente su uso las autoridades, EEUU consume el 80% de los fármacos a base de opio que se fabrican en el mundo, así como el 99% de la hidrocodona, un derivado sintético.

placeholder Una hilera de viviendas en las afueras de Baltimore (Corbis).

“Lo que ocurrió es que mucha gente se enganchó en la farmacia, con receta, y cuando se lo prohibieron se pasó a la heroína. Esto explicaría por qué está apareciendo esta droga en zonas del país donde antes nunca había llegado, en ocasiones en pequeñas poblaciones rurales apartadas de las grandes ciudades”, dice Kleiman. Algunas de estas poblaciones no están lejos de Baltimore.

El doctor Hayes confirma el diagnóstico. En su clínica recibe cada vez más gente proveniente de zonas rurales. “Muchos son rednecks (paletos) que se han enganchado a pastillas que les recetaron porque les dolía algo. Durante años proliferaron clínicas especializadas en el dolor que administraban opiáceos sin control. Hay que decir que se abusó mucho porque era un gran negocio. Llegabas con artritis o un dolor crónico y te recetaban opiáceos potentes. Pagaba el seguro médico. Cuando los estados empezaron a controlarlo, mucha gente estaba ya enganchada y se pasó a la heroína, que es más barata. Es gente que no empezó a drogarse por diversión y que, aquí en Baltimore, encuentra fácilmente lo que anda buscando”.

Los informes de salud pública de Baltimore lo reflejan como un problema más. De cada diez habitantes, cuatro sufren sobrepeso, dos fuman tabaco y uno es adicto a la heroína. En pocos lugares del mundo se convive hoy con esta droga de una manera tan cotidiana, y quizá no haya otra economía tan adicta al caballo en todo el mundo industrializado.

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