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El negocio global del reciclaje: China saca partido a la chatarra que Occidente desprecia
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mueve 500.000 millones de dólares al año

El negocio global del reciclaje: China saca partido a la chatarra que Occidente desprecia

China necesita acero, cobre, aluminio y otro tipo de metales. ¿Cómo conseguir estos productos al mejor precio? En los desechos de americanos y europeos

Foto: Un vehículo de tres ruedas cargado de botellas de plástico reciclables en la provincia de Shanxi. (Reuters)
Un vehículo de tres ruedas cargado de botellas de plástico reciclables en la provincia de Shanxi. (Reuters)

Para la mayoría de personas, el reciclaje comienza en la cocina de casa y termina en los contenedores de la calle. Una vez que hemos colocado nuestras botellas, envases y cartones en sus correspondientes papeleras, nos creemos que la misión ha terminado. Pero la realidad es que en ese momento el proceso de reciclaje tan sólo acaba de empezar. De ahí, nuestros desechos serán trasladados a vertederos o plantas de reciclaje, en ocasiones cruzando la mitad del planeta para llegar a Asia, donde se convertirán en nuevos materiales dispuestos a entrar en las cadenas de producción.

A pesar de la creciente concienciación medioambiental, la industria global del reciclaje sigue siendo casi tan desconocida como rentable: produce anualmente 500.000 millones de dólares, más o menos el producto interior bruto (PIB) de Noruega.

Para romper con muchos de los mitos en torno a este particular, el periodista estadounidense Adam Minter ha publicado recientemente Junkyard Planet: Travels in the Billion-Dollar Trash Trade, un libro donde expone con todo lujo de detalles el funcionamiento y la importancia de esta industria en todo el planeta. “Es una industria gigantesca, no es simplemente una industria nicho que hace unos pocos y bonitos productos ecológicos”, explica su autor a El Confidencial. “Lo hace todo: desde los motores de los automóviles hasta los cables de tu nevera, pasando por una lavadora o un teléfono móvil”.

A pesar del idealismo que mueve al movimiento ecologista, la industria del reciclaje, salvo contadas excepciones, se rige por los mismos intereses económicos que cualquier otro negocio. “Las buenas intenciones no hacen que las viejas latas de cerveza se conviertan en nuevas latas de cerveza”, afirma Adam Minter. “Nadie va a abrir una línea de fundición de aluminio porque es bueno para la Tierra; lo hacen porque ven una oportunidad de ganar dinero”, dice este periodista de Bloomberg, quien creció desde pequeño rodeado de piezas de coches, cables y lavadoras en la chatarrería de su padre en Minneapolis.

placeholder Empresa de reciclaje de electrodomésticos en China. (Reuters)
Empresa de reciclaje de electrodomésticos en China. (Reuters)

Como explica en su libro, durante las últimas décadas, la globalización también ha afectado a la industria del reciclaje. Aunque tanto Estados Unidos como la Unión Europea (UE), los dos grandes consumidores del planeta, reciclan en sus fronteras en torno al 60% de sus residuos, otra parte importante acaba en los países en vías de desarrollo de Asia (como China, India, Tailandia o Malasia) y África (Nigeria, Ghana). Desde el año 2003, el continente asiático se ha convertido en el principal destino de los residuos de plástico de los países de la UE, que también exportan cobre, aluminio y níquel. El principal importador, con mucha diferencia, es China, que desde los años 90 se ha convertido no sólo en la fábrica del mundo, sino también en la chatarrería del planeta.

Para Adam Minter, el principal motor detrás de este flujo internacional de desechos es el desarrollo económico chino. El país asiático lleva varias décadas embarcado en un gigantesco proceso de construcción de viviendas, aeropuertos, autopistas, trenes de alta velocidad y fábricas. Pero para todo eso, como para alimentar a la industria de manufacturas, se necesitan ingentes cantidades de acero, cobre, aluminio y otro tipo de metales. ¿Cómo conseguir estos productos al mejor precio? Muchas fábricas chinas han encontrado la respuesta al otro lado del planeta: en los desechos de estadounidenses, europeos y japoneses.

A este comercio también ha ayudado el déficit comercial entre los países desarrollados y China. Hace décadas que millones de contenedores de mercancías parten de Asia con destino a las costas de Estados Unidos y los países de la Unión Europea, cargados con ropa, coches y las últimas novedades tecnológicas. Esos barcos, sin embargo, tienen que hacer el camino de vuelta a China. Con poca producción en los países desarrollados, ¿qué se podía enviar a Asia en esos contenedores? Las empresas de transporte bajaron los precios de forma considerable y comenzaron a llegar clientes: las empresas de reciclaje y chatarrerías.

placeholder Un trabajador descansa sobre montañas de plásticos para reciclar. (Reuters)
Un trabajador descansa sobre montañas de plásticos para reciclar. (Reuters)

En este contexto económico, las ciudades del sur de China importan todos los años toneladas de basura de piezas de automóviles, papel, lavadoras, teléfonos móviles, cables y latas de refresco. Una vez aquí, las empresas chinas se encargan de sacarle el máximo provecho a la mercancía: el papel y el cartón se reutilizan en la impresión de periódicos y el embalaje de productos; las estructuras de metal se envían a los hornos para producir más coches; las viejas latas de Coca-Cola vuelven a las cadenas de producción; y cualquier objeto metálico o electrónico es examinado en busca de cobre, que más tarde se incorporará a los cables de las líneas de teléfono. De esta forma, los desechos de los países desarrollados llegan a China, son separados y reciclados, y finalmente enviados a las fábricas para crear nuevos productos; más tarde, estos harán el viaje de vuelta hacia los consumidores de Estados Unidos y Europa, completando así el círculo de producción-consumo-reciclaje-producción.

La historia sería perfecta si no fuera por los costes humanos y medioambientales asociados al proceso de reciclaje global. En las fábricas chinas, los residuos no son tratados con la misma consideración medioambiental que en los países del Norte, lo que ha provocado la contaminación de ríos y tierras a lo largo y ancho del país. Algunos procesos de reciclaje incluyen el quemado de plásticos y otros elementos químicos dañinos para la salud (por eso no se hace en los países desarrollados), lo que ha provocado el aumento de todo tipo de enfermedades en las ciudades que se dedican a este negocio. El problema es especialmente grave con los residuos electrónicos (ordenadores, teléfonos móviles, impresoras, fotocopiadoras...), que son considerados como peligrosos por la Unión Europea y cuya exportación está prohibida a los países que no son miembros de la OCDE, lo que no impide que sigan llegando a Asia y África bajo la etiqueta de bienes de segunda mano.

A pesar de reconocer las sombras de la industria del reciclaje, Adam Minter piensa que no se puede considerar a los países del Sur como el vertedero de los países del Norte. “Esos productos no se envían gratis a China, la gente está pagando por ellos, y está pagando mucho dinero”, explica Minter en referencia a los importadores chinos, que pueden llegar a invertir hasta 120.000 dólares por un contenedor de cobre. “Mi punto de vista, que es el de alguien que lleva en esta industria muchos años y que ha visto cuánto dinero y cuánto valor medioambiental China, India y otras regiones sacan de ahí, es exactamente el contrario: son los chinos los que están explotando al mundo desarrollado, que no ve ningún valor en las cosas que tiran”.

En opinión de Minter, los países en vías de desarrollo no están haciendo nada que su familia no hubiera hecho hace 50 años. Hasta los años 60, por ejemplo, los motores eléctricos (procedentes de coches, ventiladores o maquinaria agrícola) se abrían manualmente en las chatarrerías de EEUU y Europa para extraer el cobre y el acero. Con el incremento de los sueldos, sin embargo, el proceso dejó de ser rentable y acabaron en los vertederos. En la actualidad, esos motores estropeados o anticuados se exportan a Taizhou, una ciudad costera china que se encarga de arreglarlos y extraer los metales, que luego venden a la creciente industria automovilística de la región.

placeholder Una montaña de residuos sobre un pequeño carro. (Reuters)
Una montaña de residuos sobre un pequeño carro. (Reuters)

Como explica este periodista en su libro, desde el punto de vista medioambiental, la principal ventaja de este reciclaje a gran escala (formado sobre todo por los desechos de las empresas, no de las familias) es que ayuda a reducir el consumo de materias primas. En el caso de China, el mayor consumidor de cobre del mundo, un 50% de este metal lo consigue ya a través del reciclaje, en su mayor parte gracias a los objetos llegados del extranjero. Si hablamos de productos finales, se calcula que producir una lata de cerveza reciclada consume un 92% menos de energía que una lata original. Sin ese reciclaje, los desechos de europeos y estadounidenses acabarían en el vertedero, mientras que chinos e indios tendrían que destinar mayores recursos a extraer y transportar materias primas.

Pero el reciclaje no es la solución mágica para salvar el planeta. “El reciclaje también tiene una tasa medioambiental: necesita de energía, agua y materias primas, y nada es reciclable al 100%”, explica Adam Minter. Es por eso que este periodista, que ha visitado más de 100 vertederos, chatarrerías y plantas de reciclaje en todo el planeta, piensa que lo más importante es reducir el consumo y utilizar los productos el mayor tiempo posible. “Cuanto más tiempo extiendas la vida de tus productos, sea a través de la reparación o sencillamente comprando cosas que duran más, menos presión estarás poniendo en los recursos del planeta”, dice Minter.

Para poder seguir utilizando un producto, la industria del reciclaje global también tiene una solución: el envío de productos de segunda mano a los países del Sur. Aunque este comercio ha recibido las críticas de varias ONG, sobre todo debido al mal estado de los aparatos, Adam Minter explica que los importadores de Ghana, India, China y Malasia siguen comprando viejos ordenadores, discos duros, teléfonos móviles, DVD y televisores que no quieren los consumidores de los países desarrollados. Lo que para los europeos no merece la pena arreglar o utilizar, porque es mejor comprar otro producto nuevo y más actualizado, para otros puede ser la única forma de ver la televisión o acceder a internet (en India, por ejemplo, tan sólo el 12,6% de la población se conecta a la red).

Aunque la investigación de Adam Minter genera muchas preguntas sobre la sostenibilidad de nuestro modelo de desarrollo, lo cierto es que describe de forma detallada el actual funcionamiento de la industria del reciclaje, que vive mucho más pendiente de la Bolsa de Metales de Londres que de preocupaciones medioambientales. A nivel global, eso significa que la basura que sobra en Europa y Estados Unidos (este último, conocido en el sector como la Arabia Saudí de la chatarra) acaba llegando a Asia y África. Al menos de momento, allí sí saben lo que hacer con ella.

Para la mayoría de personas, el reciclaje comienza en la cocina de casa y termina en los contenedores de la calle. Una vez que hemos colocado nuestras botellas, envases y cartones en sus correspondientes papeleras, nos creemos que la misión ha terminado. Pero la realidad es que en ese momento el proceso de reciclaje tan sólo acaba de empezar. De ahí, nuestros desechos serán trasladados a vertederos o plantas de reciclaje, en ocasiones cruzando la mitad del planeta para llegar a Asia, donde se convertirán en nuevos materiales dispuestos a entrar en las cadenas de producción.

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