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Esclavitud y trata: así compite Tailandia con las atuneras españolas
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LA AMENAZA DE UN NUEVO TLC CON EUROPA

Esclavitud y trata: así compite Tailandia con las atuneras españolas

Los trabajadores sufren castigos físicos y el descanso apenas llega a cuatro horas. Así es la producción en una industria pesquera que amenaza la europea

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El puerto de Mahachai, a poco más de una hora de la capital tailandesa, empieza a hervir cada día con los primeros rayos de sol. Poco después de las cinco de la mañana, comienzan a llegar los primeros barcos de los cientos que atracarán en una selva de almacenes privados donde descargan, en apenas dos horas, miles de kilos de pescado que alimentarán una de las industrias más exitosas del país.

Mahachai es el testimonio vivo del liderazgo del sector pesquero tailandés que se ha convertido en poco más de 20 años en uno de las más importantes del mundo. Uno de sus productos estrella es el atún, que ha conquistado ya Estados Unidos y varios países de Asia, y que ahora hace temblar a la industria atunera española, la más importante de Europa.

La Unión Europea y Tailandia comenzaron a negociar el pasado mes de marzo un Tratado de Libre Comercio (TLC) que permitirá, en caso de que se firme, que ambos intercambien mercancías exentas de impuestos. Tailandia dejaría así de pagar el 24% de tasas aduaneras a las que está sujeto el atún enlatado, un producto clave para la industria española, que copa el 67% del mercado europeo y el 7% del sector a nivel mundial.

La UE y Tailandia negocian un TLC que permitirá que ambos países intercambien mercancías exentas de impuestos. Tailandia dejaría así de pagar el 24% de tasas aduaneras a las que está sujeto el atún enlatado

Una amenaza directa a la industria española

La eliminación de los impuestos es vista como una amenaza directa a la industria española, que ha pedido en varias ocasiones que el atún quede fuera del acuerdo. Se denuncia a la industria pesquera de este país asiático de “graves deficiencias en cuanto a las condiciones sociales, laborales, de derechos humanos, e inclusive respecto a abusos vinculados al tráfico de personas y al uso de inmigrantes ilegales en las plantas tailandesas”, según asegura a El Confidencial por email el secretario general de la Asociación Nacional de Fabricantes de Conservas de Pescados y Mariscos (ANFACO-CECOPESCA), Juan Vieites.

Los informes de organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales han corroborado durante años esos abusos, con el testimonio de víctimas e inspecciones a fábricas y barcos pesqueros. Uno de los más recientes, publicado el pasado mes de enero por la Environmental Justice Foundation bajo el título “Vendido al mar”, detallaba la compraventa de inmigrantes de países más pobres para engrosar las tripulaciones de los barcos pesqueros.

Una vez en alta mar, explica el informe, los patrones tienen impunidad para imponer duras condiciones laborales y confiscar sus pasaportes, en caso de que los tengan, para evitar su huida, una restricción de movimientos que es catalogada por la Organización Internacional del Trabajo como una situación análoga a la esclavitud. Esta misma organización también ha encontrado evidencias recientemente de trabajo forzado, maltrato y violación continuada de las leyes laborales tailandesas, según su informe “Prácticas laborales y condiciones de trabajo en el sector pesquero en Tailandia”.

Castigos físicos y cuatro horas de descanso

Mahachai es el testimonio de cómo se ha construido esa industria. Entre sus calles, especialmente en los suburbios, casi nadie habla tailandés y en las teterías lo que se oye es el birmano. Las organizaciones calculan que hasta 250.000 inmigrantes alimentan esta y otras industrias de la región. Min Tun es uno de ellos. Se enroló por primera vez en un pesquero tailandés hace dos décadas, cuando sólo tenía 19 años.

Los pescadores deben estar siempre preparados para trabajar y a menudo el tiempo de descanso apenas llega a las 4 horas. Los patronos utilizan además el castigo físico cuando consideran que un trabajador no rinde lo suficiente

Por aquel entonces, Birmania, su país de origen, vivía un recrudecimiento de la dictadura y los birmanos emigraban al país vecino en busca de mejores oportunidades. Sin visado ni pasaporte -entonces en Birmania era casi imposible conseguir uno y la mayoría acudía a los agentes para ser traficados de manera ilegal-, no le quedaban muchas opciones de trabajo aparte de pescar en alta mar.

Allí, las condiciones eran duras. Los pescadores debían estar siempre preparados para trabajar y a menudo el tiempo de descanso apenas llegaba a las cuatro horas. Los patronos utilizaban además el castigo físico cuando consideraban que un trabajador no rendía lo suficiente.

“Muchos de ellos propinaban palizas a los pescadores, aunque nunca vi que mataran a nadie”, asegura el birmano, quien dejó definitivamente los barcos el pasado mes de abril y ahora ayuda a otros inmigrantes a salir del sector. Un estudio de la United Nations Inter-Agency Project on Human Trafficking (Proyecto entre Agencias de las Naciones Unidas sobre el tráfico de personas,UNIAP en sus siglas en inglés) sugiere que Tun fueafortunado: un 59%de los inmigrantes enrolados han sido testigos de algún asesinato a bordo de los buques, según los datos recogidos por la agencia.

Las fábricas: jornadas eternas por cinco euros diarios

Las fábricas, la siguiente fase de la cadena, tampoco están libres de sospecha. Durante años, la atención internacional se ha centrado en los centros de procesamiento, más fáciles de controlar que los barcos que operan en alta mar. “Las condiciones han mejorado en las fábricas exportadoras gracias a la presión internacional, pero aún hay otras ilegales que están menos controladas”, asegura Sompong Srakaew, activista y director de la ONGtailandesa Labour Rights Promotion Network (Red para la Promoción de los Derechos Laborales). Los inmigrantes que preparan el pescado aún hablan, sin embargo, de jornadas demasiado largas y maltratos psicológicos.

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“Lo peor es cuando te gritan porque no eres suficientemente rápido”, asegura Nyo Nyo Oo, una joven birmana que trabajó en una de estas grandes fábricas exportadoras hasta que su jefe descubrió que su pasaporte era falso. “Nos pagaban entre 200 y 250 baths diarios (entre 5 y 6,25 euros)”, afirma, cifra inferior al salario mínimo obligatorio en el país, que se sitúa en unos 7,5 euros diarios.

Otros trabajadores aseguran que hay menores de hasta 14 años trabajando en las fábricas con documentación falsa que nadie se encarga de comprobar. La patronal se defiende insistiendo en que existen controles constantes y que se han hecho esfuerzos por mejorar las condiciones de los trabajadores. “Las fábricas cumplen los estándares internacionales, si no, no podrían exportar”, afirma Arthon Piboonthanapatana, portavoz de la Thai Frozen Foods Association, una de las principales patronales del sector.

Europa es ya el tercer mercado para las importaciones de pescado tailandés, después de Estados Unidos y Japón. Una relación comercial que se vería incrementada si las negociaciones del TLC llegaran a buen puerto. Acuerdo que, aseguran desde la patronal española, pondría en peligro la industria pesquera europea para sustituirla por el barato pescado tailandés y su sabor a esclavitud humana.

El puerto de Mahachai, a poco más de una hora de la capital tailandesa, empieza a hervir cada día con los primeros rayos de sol. Poco después de las cinco de la mañana, comienzan a llegar los primeros barcos de los cientos que atracarán en una selva de almacenes privados donde descargan, en apenas dos horas, miles de kilos de pescado que alimentarán una de las industrias más exitosas del país.

Tailandia Unión Europea Industria Importaciones Derechos humanos
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