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Viaje al infierno de Zaatari
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HOGAR EN JORDANIA DE 130.000 REFUGIADOS SIRIOS

Viaje al infierno de Zaatari

Es el campamento de refugiados sirios más grande de Jordania y es tan inmenso que ha terminado por convertirse en la cuarta ciudad más grande del país

Foto: Un niña siria en el campamento de refugiados de Zaatri, en Jordania, el segundo mayor del mundo. (Reuters)
Un niña siria en el campamento de refugiados de Zaatri, en Jordania, el segundo mayor del mundo. (Reuters)

Es el campamento de refugiados sirios más grande de Jordania, que hasta la fecha ya alberga tres centros similares (el cuarto comenzará a funcionar entre finales de septiembre y octubre). Es tan inmenso que ha terminado por convertirse en la cuarta ciudad más grande del país. Aquí, en Zaatari, viven, según los registros, 130.000 personas, lo que lo convierte en el segundo mayor campamento de refugiados del mundo (después del de Dadaab, ubicado en el este de Kenia). El Confidencial lo ha visitado para contar cómo viven, con qué sueñan y qué dejaron atrás sus habitantes.

“No es la primera vez que Al Asad usa armas químicas”

A pesar del calor, el polvo y la facilidad para rendirse en un lugar donde más que vivir se subsiste, Mohamed luce un corte de pelo cuidado y una barba bien afeitada… en Zaatari, además de pequeñas fruterías o modestos supermercados, los más emprendedores también han abierto algunas peluquerías.

Este hombre de 34 años vivía en los alrededores de Damasco. Llegó al segundo campamento de refugiados más grande del mundo en marzo de este año, tras pasar 40 días escondido en varios pueblos cercanos a la frontera con Jordania, donde aguardaba el momento más seguro para cruzar al otro lado. "Cinco días después bombardearon mi pueblo con armas químicas", asegura.

Según un informe preparado por el Comité Conjunto de Inteligencia británico, publicado por el Gobierno de David Cameron el pasado 29 de agosto, se cree que el régimen de Bachar al Asad podría haber utilizado armas químicas hasta en 14 ocasiones desde 2012. La última vez, el pasado 21 de agosto contra el suburbio damasceno de Ghuta, cercano a la aldea de Mohamed.

"Ahora se conoce, pero las ha utilizado más veces”. Hoy, este sirio de mirada orgullosa sólo piensa en poder regresar a su casa. "Esta tortura se tiene que acabar", añade. A su lado, otros refugiados esperan pacientes a que termine de hablar para contar su historia.

“Prefiero morir en mi país antes que en un campamento”

Lo que más sorprende de Hilal es su aspecto afable. Le encontramos caminando solo por una de las decenas de avenidas polvorientas que forman el campamento de Zaatari. A sus 57 años, este oriundo de la provincia de Deraa lleva colgada una pequeña bandolera negra como único equipaje. Se acerca. "Que sepa el mundo que la gente también se marcha de aquí", explica mientras se aproxima. "Yo me vuelvo a mi ciudad, a mi casa en Siria, prefiero morir en mi país antes que aquí".

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Hilal, que lleva en Zaatari cinco meses, se dirige caminando a la comisaría de policía situada en la entrada del campamento. Hasta allí deben acudir todos aquellos que quieran abandonar esta ciudad de refugiados para registrarse y ser incluidos en una lista. Periódicamente, el Ejército jordano los agrupa y les proporciona transporte (autobuses de pasajeros y camiones de mercancías) para devolverlos a la frontera. En los casi 380 kilómetros de línea de demarcación que existe entre Jordania y Siria, hay más de 40 pasos ilegales por donde entran y salen los refugiados.

"¿No tiene miedo de volver?", le preguntamos. "No, ninguno. Ya no". A Hilal es fácil imaginarlo riendo… su mirada y sus expresiones faciales dan cuenta de un buen carácter. Ahora se despide también con una sonrisa, pero esta vez triste. Saluda con la mano mientras se aleja. Sigue con prisa su camino, cualquiera que este sea.

“Salimos de Siria porque ya no teníamos nada que beber”

Al amparo de la seguridad que ofrece una verja, en el lateral de una de las avenidas principales de Zaatari, está sentada Jaulah con sus cuatro hijos. Uno de ellos es aún un bebé, al que apenas puede verse porque su madre lo protege escondiéndolo bajo la ropa, en su regazo. Es la única forma de resguardarlo de los millones de partículas de polvo que a cada rato golpean su refugio improvisado, en un rincón. "Llegamos hace cinco días de Idlib (ciudad al noroeste de Siria)”, explica desde el suelo esta mujer de 36 años.

A su derecha, su hija de cinco años mira curiosa, pero no responde al saludo con una sonrisa. A su izquierda, otro niño de no más de dos años juega en el suelo con una botella de plástico vacía. Todos los pequeños están cubiertos por una capa de polvo, especialmente espesa en el pelo y en los pies. "Salimos de Siria porque bombardeaban cada día y ya no teníamos nada que comer ni beber", explica Jaulah cubriéndose con su hijab negro. "Aquí saldremos adelante; si hace falta buscaré trabajo, lo que sea, pero aquí estamos seguros", añade.

De los casi 560.000 refugiados sirios acogidos por Jordania, alrededor de un 70% son mujeres y niños, según datos de Naciones Unidas. Jaulah asegura que lo peor de Zaatari es la tierra árida y estéril del desierto donde se encuentra, un espacio cedido por el Gobierno hachemita que ocupa tres kilómetros cuadrados de la provincia de Mafraq.

Un abanico de enfermedades

El pequeño Ibrahim (10 años) yace solo en una de las camillas del hospital militar francés de Zaatari, uno de los tres centros sanitarios repartidos por el campamento (junto a uno marroquí y otro de gestión saudí, además de varias instalaciones gestionadas por ONG como Médicos Sin Fronteros o Médicos del Mundo). Allí acabó hace unas semanas cuando su jaima ardió tras volcar en el interior el hornillo de gas con el que hacía té.

Las malas condiciones de vida en el campo extienden el abanico de enfermedades tratadas por los médicos del hospital militar: diarreas, hepatitis A, salmonelosis, infecciones respiratorias, etcétera. "Además, hay otros problemas”, explica J. Leyral, el militar médico jefe del hospital, "a los niños (alrededor de 60.000 en todo el campo) les encanta subirse a las camionetas en marcha, algunas están oxidadas o en malas condiciones, por lo que suelen hacerse cortes y fracturas". Un dato: apenas un cuarto de los niños sirios desplazados acuden a la escuela.

Los casos más graves que llegan al campamento suelen referirse a hospitales públicos jordanos situados fuera del campo. La gran mayoría están al límite de su capacidad, por lo que Jordania ha solicitado en numerosas ocasiones la ayuda de la comunidad internacional.

“En Siria lo tenía todo. Nunca imaginé verme así”

Desde el exterior de su casa prefabricada (algunos refugiados han logrado sustituir las jaimas por pequeñas viviendas), observamos a Bassam remendando unos pantalones. Este hombre de 68 años es sastre, o al menos a eso se dedicaba en Siria, cuando vivía en Deraa. Sobre su mesa hay una máquina de coser que bien podría ser más vieja que su dueño.

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A pesar de su edad, Bassam ha tenido que retomar su antiguo oficio. Asegura que la ayuda proporcionada por las organizaciones internacionales "no da para vivir". Los precios de los alimentos se han disparado. "En Siria un kilo de patatas costaba entre 10 y 15 libras (alrededor de 10 céntimos de euro), aquí en Zaatari vale más de 200 (alrededor de 1 euro y 30 céntimos)". Las cajas de suministros que proporciona la ONU, en coordinación con el Gobierno de Jordania, sólo incluyen comida envasada (pasta, azúcar, latas…). Frutas, verduras o legumbres tienen que buscarse fuera.

Bassam se emociona. "Nunca imaginé que a mi edad me vería así", se lamenta. "En Siria lo tenía todo, sencillo, pero no me faltaba de nada". El anciano cuenta cómo empezaron las revueltas, que degeneraron en guerra civil, en su provincia natal. "Fue por la desigualdad", explica.

Cuenta su propio caso. Un día, uno de sus clientes acudió a su sastrería. "Me preguntó que cuántos de mis hijos trabajaban. Le respondí que tenía siete, todos con carrera pero ninguno con empleo". Todos los hijos de su cliente, en cambio, tenían un empleo. "Tenía enchufe, su hermano era diputado en el Parlamento de Deraa". Así se encendió la chispa.

Bassam evita hablar de guerra sectaria en su país. "Ese no es el auténtico problema. Son los privilegios que tienen aquellos vinculados con el régimen", afirma. Ahora sólo sueña con poder morir en su casa...

Es el campamento de refugiados sirios más grande de Jordania, que hasta la fecha ya alberga tres centros similares (el cuarto comenzará a funcionar entre finales de septiembre y octubre). Es tan inmenso que ha terminado por convertirse en la cuarta ciudad más grande del país. Aquí, en Zaatari, viven, según los registros, 130.000 personas, lo que lo convierte en el segundo mayor campamento de refugiados del mundo (después del de Dadaab, ubicado en el este de Kenia). El Confidencial lo ha visitado para contar cómo viven, con qué sueñan y qué dejaron atrás sus habitantes.

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