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El Torito, la temida cárcel para los mexicanos que ‘manejan’ con dos tequilas
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DE 20 A 36 HORAS DE PRISIÓN POR NO SUPERAR EL ALCOHOLÍMETRO

El Torito, la temida cárcel para los mexicanos que ‘manejan’ con dos tequilas

Unos muros de ladrillo rojo, ubicados en un humilde barrio del norte de Ciudad de México, encierran uno de los mayores terrores de los conductores que

Foto: El Torito, la temida cárcel para los mexicanos que ‘manejan’ con dos tequilas
El Torito, la temida cárcel para los mexicanos que ‘manejan’ con dos tequilas

Unos muros de ladrillo rojo, ubicados en un humilde barrio del norte de Ciudad de México, encierran uno de los mayores terrores de los conductores que colapsan el tráfico de esta gran urbe. El Centro de Sanciones Administrativas e Integración Social, conocido popularmente como El Torito, es la cárcel donde van a parar todos aquellos que son cazados con más de 0,40 miligramos de alcohol en sangre. Solo en las últimas fiestas navideñas, más de 1.700 mexicanos acabaron en sus celdas por manejar con algún tequila de más. Y el temor se ha disparado ahora que las autoridades se disponen a aumentar de tres a cuatro días semanales los controles de alcoholemia.

A diferencia del modo en que se aplican las sanciones en otros países, como en España, no superar la prueba del alcoholímetro en la capital mexicana significa ser encerrado directamente en una de las celdas de El Torito, de forma “inconmutable”, por un periodo de entre 20 y 36 horas. Una eternidad para quienes pisan por primera vez un reclusorio, y que ha hecho que circulen todo tipo de leyendas negras sobre lo que sucede en el interior de este centro.

Sin embargo, el miedo a verse tras las rejas, más que el trato que allí se recibe, parece estar detrás del mito de El Torito. “No es algo tan traumático como pinta la gente”, señala Santos a El Confidencial, un joven arquitecto que tuvo que pasar 20 horas encerrado tras superar por muy poco el límite de alcohol permitido. “Al llegar, tienes que dejar todas tus pertenencias. Te registran y pasas a uno de los dos pasillos cerrados con celdas. En cada una hay dos literas, pero dejan la puerta de los calabozos abierta, de modo que puedes salir a platicar al pasillo. Yo elegí la celda donde vi que estaba la gente más fresa [pija]. Por ejemplo, había un empresario que había caído en el alcoholímetro tras una junta”, explica.

Las horas pasan entre la zona de celdas, el patio y el comedor. “Te obligan a salir un rato al patio, a pleno sol, yo creo que para que sufras más la cruda [resaca]”, relata Santos. “También hay una biblioteca con libros y juegos de mesa, pero no dejan estar a muchos internos a la vez. A mí me obligaron a ver un video sobre los peligros del alcoholismo”. En el centro se sirven tres comidas al día, pero también hay una pequeña tienda donde se pueden comprar refrescos o snacks. “Yo no me atreví a probar mucho la comida. Esperé a que mis padres me trajeran algo de cena. El agua, que estaba guardada en una especie de cántaro, tampoco parecía muy potable”, recuerda.

Las autoridades coinciden en que el castigo no es para tanto. Los arrestados pueden recibir visitas de sus familiares y, si es necesario, atención médica y psicológica. Además, durante el tiempo que permanecen en El Torito, atienden a charlas sobre alcoholismo, farmacodependencia o VIH/sida. No obstante, muchos de los que llegan detenidos hasta el reclusorio buscan la manera de salir cuanto antes, pagando lo que les pidan los llamados coyotes.

“Llegó un abogado ofreciendo un ‘amparo’ para poder salir, pero yo no estaba dispuesto a pagar 4.000 pesos (240 euros) para ahorrarme unas horas. Además, pueden obligarte a regresar más adelante a cumplir el tiempo de detención que te faltó”, apunta Santos. En las inmediaciones de El Torito o de las delegaciones policiales por donde pasan previamente los detenidos es fácil detectar a estos personajes, que ofrecen “amparos” legales para escapar del arresto a las pocas horas, eso sí, tras pagar desde 2.000 pesos (unos 120 euros). Y son muchos los que recurren a este sistema para no verse entre rejas.

Brindando en el control de alcoholemia

“Los agentes que te detienen en el control te llevan a la delegación para que un médico certifique tu estado de embriaguez. Luego pasas un tiempo allí hasta que te llevan a El Torito. Yo busqué el amparo allí mismo, para que no me trasladaran. Nada más llegar a la delegación me recibieron burlonamente unos policías que olían a alcohol y que tenían una botella de ron sobre la mesa. Después me metieron en una celda con varios acusados de robar y de otros delitos. Solo pensaba en cómo salir de allí”, cuenta Jaime, un conductor que prefirió pagar y esperar que nunca le llamen para terminar de cumplir su sanción.

Como no podía ser de otra manera, las historias surrealistas también se suceden desde la implantación de los controles de alcoholemia. Así, Rodrigo, otro joven cazado por manejar ebrio, relata cómo, tras dar positivo y antes de ser llevado al reclusorio, compartió unas cervezas con los policías en el coche patrulla. Después, una vez en el calabozo, consiguió convencer a los agentes de que le dejaran ver con ellos el partido del Barça que retransmitían por televisión. 

Chóferes de reemplazo para evitar el alcoholímetro

Pero no solo los conseguidores de amparos legales han encontrado una forma de negocio en los efectos del alcohol al volante. Un joven de 24 años, Mario Gómez, creó hace dos años, con la ayuda de su familia y de su socio, Víctor Cervantes, un servicio de chóferes de reemplazo para conductores ebrios. La empresa, Yo Manejo, se ha consolidado con quince empleados y ofrece llevar a casa al cliente en su propio vehículo por unos 250 pesos (15 euros).

El funcionamiento es similar a un servicio de taxis, pero permite regresar sano y salvo, así como evitar El Torito, sin prescindir del propio coche. “Comenzamos dirigidos a un público joven, pero ahora nos llaman sus papás o sus tíos para que les llevemos a casa. Estas Navidades la demanda ha crecido mucho”, explica Gómez a este diario.

El problema de los siniestros no es menor en México. El país ocupa el séptimo lugar mundial en muertes por accidentes viales, dejando unos 17.000 fallecidos al año, según la Secretaría de Salud. Se trata de cifras que llegan a superar la violencia del narcotráfico, pero que ocupan muchas menos portadas.

Unos muros de ladrillo rojo, ubicados en un humilde barrio del norte de Ciudad de México, encierran uno de los mayores terrores de los conductores que colapsan el tráfico de esta gran urbe. El Centro de Sanciones Administrativas e Integración Social, conocido popularmente como El Torito, es la cárcel donde van a parar todos aquellos que son cazados con más de 0,40 miligramos de alcohol en sangre. Solo en las últimas fiestas navideñas, más de 1.700 mexicanos acabaron en sus celdas por manejar con algún tequila de más. Y el temor se ha disparado ahora que las autoridades se disponen a aumentar de tres a cuatro días semanales los controles de alcoholemia.