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¿Quiénes son los 'infieles’ que combaten al régimen sirio?
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UN EJÉRCITO DE DESERTORES LIDERA LA OPOSICIÓN ARMADA

¿Quiénes son los 'infieles’ que combaten al régimen sirio?

En Siria nadie se fía de nadie. Bachar al Asad protagoniza una oscura novela negra sembrada de soplones y de crímenes a sangre fría. Sólo un

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¿Quiénes son los 'infieles’ que combaten al régimen sirio?

En Siria nadie se fía de nadie. Bachar al Asad protagoniza una oscura novela negra sembrada de soplones y de crímenes a sangre fría. Sólo un puñado de incautos opositores se atreven a alzar la voz ante el trasiego de confidentes que pululan por cada uno de los rincones del país. Una crítica puede ser motivo de tortura o incluso de muerte. Un sórdido guión integrado en un laberíntico contexto religioso. El muñidor de la trama lidera a la élite alauí, una rama del islam chií, que representa a la minoría en el poder. Como antagonistas, los movimientos suníes, que aspiran a desbancar al régimen y trasladar su mayoría al Gobierno. El resto de grupúsculos (drusos, cristianos y kurdos) ostentan el papel de meros figurantes por miedo a compartir el amplío reparto de víctimas. La religión es el principal motivo de obediencia en este juego macabro.  

La infidelidad sobrevuela la relación entre los personajes. El régimen sofoca los levantamientos ciudadanos con la mayor parte de su Ejército paralizado, por miedo a la deserción de sus miembros. Sólo la Guardia Republicana y la Cuarta División Mecanizada, integrada exclusivamente por alauíes y liderada por el propio hermano del presidente, Maher al Asad, responden a las instrucciones de la familia dominante. La mayoría suní se mantiene atrincherada en los cuarteles o al frente de un Ejército opositor que trata de que la Primavera Árabe se cobre su próxima víctima.

El Ejército Libre Sirio (ELS) se fundó a finales de julio del año pasado, cuatro meses después de que comenzaran las protestas contra el Gobierno. La represión inicial y la desafección ante la confesión dominante llevaron a miles de soldados a formar este grupo opositor armado, que se negó a disparar contra su propia población. Nadie conoce más cifras que las que aporta la propia milicia, que estima su potencial en unos 40.000 hombres. Se hicieron fuertes en la provincia de Idleb, en la frontera norte del país, a sólo unos kilómetros de Turquía. Aunque pronto comenzaron a asentarse en Deraa, al sur del país, y en la región central de Homs, donde la contestación social ya se había abierto camino.

Hace apenas una semana que el argumento alcanzó su clímax. Los rebeldes comenzaron a poner en jaque a su enemigo, a escasos kilómetros de Damasco. Al Asad tuvo que desplegar a más de 2.000 soldados para sofocar el avance hasta la capital, ya que los insurgentes tomaron varias poblaciones locales. La contraofensiva del presidente fue brutal. El asedio sobre la ciudad de Homs, que comenzó el pasado sábado, se ha saldado con la muerte de cientos de personas. Unas horas más tarde del primer bombardeo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ni siquiera consiguió condenar la violencia del régimen, tras el veto de China y Rusia.

La implicación de los secundarios ha cobrado un rol fundamental. Sin el apoyo de la comunidad internacional, los soldados opositores buscan que otros países participen en el relato. El líder sirio, que cuenta con la simpatía de Irán y del movimiento libanés Hezbolá, siempre ha acusado a los opositores de “terroristas” y de recibir armas “del exterior”, fundamentalmente de Turquía. El ELS niega esta colaboración y asegura que las únicas armas de que dispone son las que se llevaron los desertores al abandonar el Ejército regular, sobre todo fusiles de asalto AK-47 y cohetes RPG. Los milicianos están en desventaja y carecen de armamento pesado, aunque parece complicado que puedan resistir las embestidas del Ejército sirio, un cuerpo militar reducido pero bien preparado, sin esos apoyos del exterior. Tras su victoria contra Muamar el Gadafi algunos combatientes libios se han sumado a las filas de sus compatriotas sirios, que también dirigen a algunos cientos de voluntarios civiles. Su estrategia se basa en la guerrilla. Atacan infraestructuras, controlan pequeñas poblaciones o asesinan por la espalda a los soldados del Ejército leal antes de sumarse a las filas rebeldes.

Divisiones en la oposición

Este cuerpo de desertores nació con el objetivo de proteger a la población civil de los desmanes de Al Asad, aunque pronto pasó a la acción. Su única causa es acabar con el dictador y no se ha alineado con la oposición política, en la que afloran las contrariedades. Según las últimas cifras de la ONU, casi 7.000 personas han muerto desde que en marzo de 2011 comenzaron las protestas. Y mientras Siria se adentra en una guerra civil cada vez más sangrienta, los opuestos al Gobierno se dividen entre un grupo de exiliados que acusan a un movimiento interno de colaborar con el régimen, al tiempo que estos últimos rechazan una intervención armada de los países árabes y la OTAN, como sugieren los rebeldes del exterior.

Tras el veto del Consejo de Seguridad este desenlace parece ahora remoto. El Ejército Libre Sirio seguirá representando su papel en solitario, mientras las tropas de Al Asad masacran Homs con francotiradores y disparos de mortero. Entretanto los propios desertores se desgastan por sí mismos, ya que esta semana un grupo de soldados anunció la creación de un nuevo órgano militar revolucionario, sin la aquiescencia del ELS. El general Mustafa Ahmad al Sheij encabezará este nuevo movimiento, mientras que Riad Al Assad y Malik Kurdi lideran al Ejército Libre Sirio. Los personajes son públicos, pero ni ellos mismos se reconocen.

En Siria nadie se fía de nadie. Bachar al Asad protagoniza una oscura novela negra sembrada de soplones y de crímenes a sangre fría. Sólo un puñado de incautos opositores se atreven a alzar la voz ante el trasiego de confidentes que pululan por cada uno de los rincones del país. Una crítica puede ser motivo de tortura o incluso de muerte. Un sórdido guión integrado en un laberíntico contexto religioso. El muñidor de la trama lidera a la élite alauí, una rama del islam chií, que representa a la minoría en el poder. Como antagonistas, los movimientos suníes, que aspiran a desbancar al régimen y trasladar su mayoría al Gobierno. El resto de grupúsculos (drusos, cristianos y kurdos) ostentan el papel de meros figurantes por miedo a compartir el amplío reparto de víctimas. La religión es el principal motivo de obediencia en este juego macabro.