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El espejismo de Obama
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LUCES Y SOMBRAS DE SUS CIEN DÍAS EN LA CASA BLANCA

El espejismo de Obama

Fin del primer acto. El flamante líder de EEUU, Barack Obama, ha cumplido sus primeros cien días en la presidencia, un período que desde Franklin D.

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El espejismo de Obama

Fin del primer acto. El flamante líder de EEUU, Barack Obama, ha cumplido sus primeros cien días en la presidencia, un período que desde Franklin D. Roosvelt viene reflejando la medida de trabajo de los sucesivos inquilinos del Despacho Oval. En este tiempo, el presidente ha lanzado un paquete de estímulo fiscal de 787.000 millones de dólares -aprobado solo cuatro semanas después de jurar su cargo-, ha ordenado el cierre de Guantánamo, ha intentado un acercamiento con Cuba e Irán, sentado las bases para el fin de la ocupación de Iraq y diseñado una nueva estrategia para Afganistán.

Nunca antes el mundo había escrutado con tanto interés cada movimiento en la Casa Blanca. Y por el momento, al menos en su tierra, Obama logra el respaldo ciudadano. El 66% de los estadounidenses aprueba la labor de su presidente, según una encuesta del Washington Post, un índice que superaron únicamente tres de sus antecesores: Eisenhower, Kennedy y Reagan. Otro sondeo, éste de Gallup, refleja que un 56% de los norteamericanos cree que está haciendo un trabajo excelente mientras que un 79% considera que lo está haciendo ‘ok’. Un apoyo que ya se traduce en hechos: la confianza de los consumidores estadounidenses batió ayer de largo todas las previsiones al situarse en el nivel más alto en lo que va de año, 39,2 puntos frente a los 29,7 que auguraban los expertos.

No obstante, el camino ha sido duro y pedregoso. Obama, el héroe negro del cambio, el hombre que llegó a Washington con una nueva actitud bipartidista, no ha obtenido el esperado apoyo de los republicanos en cuestiones vitales. Su plan contra la crisis, por ejemplo -que agravará el déficit heredado hasta los 1,75 billones de dólares- solo logró el respaldo de tres conservadores en el Senado y ninguno en la Cámara de Representantes. Las críticas hacia sus medidas contra la depresión económica surgen a ambos lados del espectro político. Desde la izquierda, figuras relevantes como el economista Paul Krugman consideran que su esfuerzo es tímido. Mientras, desde la derecha, se condena el gasto social y se reclaman más recortes fiscales. Los planes de rescate millonarios -tanto el de apoyo al sector financiero como el de inversiones públicas- todavía no están dando resultados. Y eso es preocupante.   

Por otra parte, el acto inicial de la opereta Obama ha dejado sus primeros tropiezos políticos, como la renuncia de varios candidatos a integrar su Gabinete, la más notable, la del aspirante a la secretaría de Salud, Tom Daschle, por sus problemas con el fisco. O el hecho de que su principal asesor económico, Larry Summers, defensor de un endurecimiento de la regulación en los mercados, ganase millones en fondos especulativos de alto riesgo en Wall Street. Sin embargo, no ha perdido ni un ápice de popularidad.   

¿Un mundo nuevo?

Obama no solo heredó crisis y guerras de su antecesor en el cargo. El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha sabido superar la hostilidad visceral que generaba George W. Bush en medio globo con un cambio radical en política exterior. Al anunciar una nueva era de multilateralismo, el presidente de EEUU generó un torrente de esperanza, como si él solo, por su cuenta y riesgo, pudiese erigir un nuevo orden internacional. Este excesivo entusiasmo podría terminar evaporándose tan rápidamente como surgió.   

En primer lugar, la prohibición de las torturas contra sospechosos de terrorismo y el establecimiento de un calendario para el cierre de Guantánamo chocan frontalmente con el silencio sobre el futuro del penal de Bagram, una base de la fuerza aérea al norte de Kabul, donde EEUU retiene a 630 presos en condiciones tan duras como en la tristemente famosa prisión cubana. Washington se niega incluso a dar a conocer los nombres de los detenidos.

Asimismo, la decisión de publicar los memorandos sobre los métodos de tortura empleados por la CIA y el Ejército -duramente criticada por el bando republicano, que considera estas prácticas esenciales, por útiles, para la seguridad del país-, refleja, para los analistas más críticos, fisuras en el liderazgo de Obama, más centrado en hacer realidad “las fantasías de la izquierda” que en proteger a los ciudadanos estadounidenses. Una izquierda que, por otra parte, ataca ya su silencio ante la reciente ofensiva israelí sobre Gaza y las pretensiones del nuevo Ejecutivo en Tel Aviv.    

En segundo lugar, algunas de sus políticas apuntan a una continuación de las que propugnaba la administración Bush, como por ejemplo, su discurso sobre la derrota de Al Qaeda, o la imprecisa estrategia para Afganistán, basada principalmente en un incremento de efectivos militares, cuando todavía los avances en el avispero iraquí amenazan con ser tan solo un espejismo, como desmuestran los últimos atentados y el recrudecimiento de la violencia sectaria, y los afganos se muestran cada vez hostiles con las tropas internacionales y el corrupto Gobierno pro occidental de Hamid Karzai.    

Fin del primer acto. El flamante líder de EEUU, Barack Obama, ha cumplido sus primeros cien días en la presidencia, un período que desde Franklin D. Roosvelt viene reflejando la medida de trabajo de los sucesivos inquilinos del Despacho Oval. En este tiempo, el presidente ha lanzado un paquete de estímulo fiscal de 787.000 millones de dólares -aprobado solo cuatro semanas después de jurar su cargo-, ha ordenado el cierre de Guantánamo, ha intentado un acercamiento con Cuba e Irán, sentado las bases para el fin de la ocupación de Iraq y diseñado una nueva estrategia para Afganistán.

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