Preparados, listo... ya. Poco más le hace falta a este chico para dar rienda suelta a su increíble habilidad. 

Una tremenda agilidad, más propia de los monos que de las personas, le permite subir y bajar por el tronco de este inmenso árbol a la velocidad de la luz. Jaleado por los presentes, nuestro protagonista no duda en recrearse en la parte alta del tronco y juguetear balanceándose entre las ramas más gruesas antes de emprender un vertiginoso descenso que le lleva de nuevo a la solidez de la tierra firme.

Aunque visto lo visto, igual este chico se sienre más cómodo en el papel de Tarzán del siglo XXI que en el de simple mortal.