Una vez fueron refugios antibombas, construidos en tiempos de guerra, o de previsión de guerra, para acoger a los vecinos en caso de ataque. Por eso los búnkeres son claustrofóbicos, de gruesas paredes de hormigón, sin ventanas y muchas veces subterráneos.
Pero pasado el miedo a un ataque, también son espacios originales a los que dar nuevos usos. Arquitectos y ciudadanos de a pie han reconvertido búnkeres olvidados por todo el mundo en casas, galerías de arte y estudios de música entre otras muchas cosas.