Este 2016 supone el fin de una era para China. El fin de la llamada arquitectura extraña, aupada durante los últimos años por la explosión de edificios que rompieron con la tradicional imagen del gigante asiático y firmados por algunos de los arquitectos de mayor prestigio del planeta.
El gobierno chino ha decretado el final de este tipo de edificios. Será el ejecutivo el que decida ahora qué formas tendrán los grandes edificios de los años venideros. La idea es dar forma a un paisaje que sea sostenible, económigo, ecológico y que sea agradable a la vista. En otras palabras, China quiere regresar a una arquitectura cercana a sus raíces culturales.
El presidente Xi Jingping ya dejó caer, en 2014, su descontento con la escalada de edificios que desafiaban el legado cultural construido durante miles de años. La intención del gobierno chino pasa por reforzar la influencia cultural del gigante asiático atendiendo a su propia tradición y alejándose del todo de cualquier influencia extranjera.