Dos días antes de que su hijo fuera coronado, Don Juan Carlos -aún Rey- fue homenajeado en el restaurante Currito, situado en la madrileña Casa de Campo, por los políticos más relevantes de la Transición. Desfilaron por uno de los establecimientos más señeros de la cocina vasca los padres de la Constitución que aún quedan vivos: exministros, empresarios y amigos de toda la vida del hoy monarca emérito.
La cena sirvió para visualizar el fin de una época. Pocos meses después volvió a cargarse de simbolismo con el cierre del restaurante, que no pudo soportar la falta de clientes, un mal que ha castigado a la práctica totalidad de los locales de aquel fallido paseo de la restauración. El 29 de octubre del año pasado, Currito, que fuera símbolo de toda una época, bajó la persiana para siempre y las instalaciones viven hoy sus horas más bajas.
Cual Titanic hundido, el restaurante vive congelado en el tiempo. Las cuberterías siguen perfectamente colocadas en los comedores, las bodegas están llenas de botellas pero los ladrones han arrancado buena parte del tendido eléctrico en busca de cobre. Al cruzar una puerta de cristal destrozada, la elegancia de sus comedores y su decoración chocan de lleno con el absoluto abandono que padece el establecimiento.
Sus cocinas, que han preparado al punto los mejores chuletones, huelen hoy a aceite usado y humedad. Los equipos han sufrido un severo expolio, y la basura y los escombros se amontonan a lo largo y ancho del edificio. Un mal que no sólo afectó y 'mató' a Currito: el paseo de la restauración en su totalidad está afectado por los robos, los ocupas y la dejadez del consistorio madrileño.
Hoy, un año después del cierre precipitado, Currito parece un fantasma en cuyas tripas aún quedan cavas con botellas de vino barato y mesas puestas entre los escombros y que un fotógrafo de El Confidencial ha podido explorar por primera vez desde que el establecimiento puso fin a su ya olvidado 'reinado'.