Alertaba el martes en este blog sobre los peligros de una Justicia que no funciona. No es una mera coincidencia que en los últimos días hayamos asistido a actos que responden a la búsqueda de una justicia particular, impulsados por la no actuación de la oficial y de los medios que ésta tiene para ejercer su acción. Pienso en la represalia que toma Emilio Gutiérrez contra el mundo etarra y en el clamor que canaliza Juan José Cortés, padre de la desaparecida Mari Luz.

Anida en el ser humano una gran sed de Justicia. Cuando se nos hace un daño necesitamos dos cosas: reparación y perdón. Reparación acorde al daño causado, ni mayor ni igual, ni tampoco mucho menor. Y perdón, pero ¿cuántas veces el culpable lo pide a sus víctimas?

Nuestro sistema, cuando funciona, es superior al basado en la ley de la venganza o en la del Talión. Los humanos somos seres sociales que desde el principio de nuestra existencia como especie nos hemos agrupado (familias, hordas, clanes, ciudades, naciones). Y ello por nuestra necesidad de relación, de organización y de seguridad. El Estado se constituye para ayudar al hombre en su evolución, para contribuir a su desarrollo en libertad. En este sentido, podemos afirmar la superioridad del Estado que, como dijo Platón, es más perfecto cuanto más se asemeja al hombre.

La desesperación de Juan Jose Cortés, Emilio Gutiérrez y otros, es el espejo donde se refleja un Estado que no funciona. La calidad de un Estado tiene mucho que ver con la equidad de su sistema judicial, con su integridad, con el funcionamiento en calidad y tiempo de las herramientas de ese sistema. La solidaridad que muchos queremos mostrar con ellos es un grito contra el desmoronamiento de instituciones clave de nuestra democracia. Pero, ¿cuánto dura esa solidaridad y hasta dónde llega? Recordando el añorado “espíritu de Ermua” creo tener razones para pensar que no muy lejos. Por ello, es necesario que el estado funcione, que recoja estos ‘espíritus’ y que siga perfeccionándose.

Vuelvo a recordar, como ya dijo Gandhi: no nos convirtamos en un mundo de ciegos. Muchos pensarán que ya lo somos. Yo creo que no, que tan sólo somos miopes, pero con capacidad de curarnos. Ello exige de todos una cierta responsabilidad, especialmente de quienes la tienen delegada por el conjunto de los ciudadanos. Que un momento de justa indignación no sirva para sembrar años de caos sino para exigir al Estado que cumpla. Ese ciudadano que pide Justicia somos todos.

Existe una forma ideal de gobierno. Pero no es para mañana. Debe ser descubierta lenta y laboriosamente por las mujeres y los hombres de cada estado a través del tiempo. En ello estamos.

1.  Dr. Aragonz27/02/2009, 18:28 h.

Siendo además honestos con nosotros mismos, sabemos que no podrá ser un modelo o sistema perfecto, puesto que será humano. Pero, sin duda, teniendo a nuestra disposición nuestra propia historia, tenemos todos los elementos al alcance de nuestras inteligencias para que ese modelo o sistema sea al menos un poco mejor del que estamos viviendo...
¡Fuera la confrontación guerrera de dos bandos enfrentados y que trabajen por el bien común todas las ideas! ¿Por qué no un sistema unicameral, obligado a la "parlamentación" y un ejecutivo elegido directamente por el pueblo, cuyas decisiones administrativas sean revisadas [tampoco siempre] por esa cámara de auténticos representantes? ¡Se admiten discrepancias u otros planteamientos!

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