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Este geriátrico es una ruina: desmayos, inundaciones y un solo celador por planta
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LOS FAMILIARES PIDEN UN AUMENTO DE PLANTILLA

Este geriátrico es una ruina: desmayos, inundaciones y un solo celador por planta

El personal afirma que tiene que doblar turnos para mantener un nivel de cuidado aceptable mientras se multiplican los problemas de gestión

Foto: Inundación en el vestíbulo de la Residencia de la Tercera Edad Mirasierra (i) y algunos de los ancianos que descansan en planta (d). (EC)
Inundación en el vestíbulo de la Residencia de la Tercera Edad Mirasierra (i) y algunos de los ancianos que descansan en planta (d). (EC)

"Si alguien te pregunta algo, dices que eres mi sobrino". Esta es la única consigna que hace falta para entrar a la habitación de un anciano en la Residencia de la Tercera Edad Mirasierra, en Madrid, y una vez dentro hacer lo que te venga en gana, porque la mayoría de ellos han perdido la capacidad de gritar. De cualquier modo, nadie nos preguntó nada en la recepción.

Acudimos a este geriátrico, de titularidad pública y ubicado en una de las zonas más caras de la ciudad, para comprobar de primera mano que las denuncias de los familiares son reales. Han firmado un escrito dirigido a la Comunidad de Madrid y al director del centro, gestionado por la concesionaria SARQuavitae, en el que piden que se aumente el personal, que se refrigeren las habitaciones y que se estudien mejoras para los servicios de comida, lavandería y limpieza. Han comenzado a concentrarse periódicamente a las puertas del centro para hacer ruido, ya que no obtienen respuestas concretas a sus peticiones.

La residencia se divide en cinco pisos; en los superiores están los ancianos con mayores discapacidades, ya sean psíquicas o físicas, mientras que abajo están los que pueden valerse por sí mismos. Al contrario que el mundo que les rodea, aquí ascender plantas es un mal presagio. A las 5 de la tarde de un 20 de julio el espectáculo es desolador: solo hay aire acondicionado en las recepciones de cada planta, donde se agolpan las decenas de sillas de ruedas en torno a una minúscula televisión. Algunos ni siquiera están orientados al plasma, sino que miran cómo otros ven la televisión. "Después de comer les dejan aquí aparcados hasta la hora de la cena. En teoría tendrían que sacarles a dar una vuelta, pero no hay gente suficiente para hacerlo", denuncia la hija de una de las residentes. No quiere decir su nombre porque "después de publicar esto, mi madre seguirá aquí, y no quiero que sufra más".

El espectáculo se repite en cada una de las plantas. Silencio y televisión. En de ellas es imposible salir del ascensor del atasco de sillas de ruedas. Mientras, los auxiliares aprovechan para limpiarles las habitaciones y cambiarles las sábanas. En realidad tiene sentido que estén aquí, porque las habitaciones son la peor parte de la residencia. Ninguna cuenta con aire acondicionado y, en las que el sol pega en la fachada, literalmente no se puede estar. En el exterior hay 34º grados, y dentro de los habitáculos se mueven entre los 30º y los 33º. "Hemos llegado a 38º y a desmayos por golpe de calor, pero nadie hace nada", explica otro familiar. Por este motivo prácticamente se han hecho con un ventilador y un termómetro, aunque solo sea para demostrar que hace un calor desmesurado.

"Yo he propuesto comprar un 'pingüino' de esos, un aparato de aire portátil, para mi mujer, pero me lo han negado. También estoy por la labor de pagar, junto al resto de residentes interesados, la instalación del aire en las habitaciones. Ni siquiera estamos pidiendo que se pongan individuales, sino que se habiliten los conductos para que al menos llegue a los pasillos", pide Jesús Salamanca, cuya esposa está ingresada desde hace tres años en Mirasierra.

placeholder Uno de los termómetros de la planta tercera marca más de 30º.
Uno de los termómetros de la planta tercera marca más de 30º.

La temperatura no solo es incómoda, sino que magnifica los olores. El hedor a heces echa para atrás en algunos tramos, y eso que no es la hora de la limpieza. "Los baños tampoco están bien atendidos, yo a menudo me traigo un trapo para limpiar un poco", dice Julia, cuyo padre está en la quinta planta. Los familiares no cargan contra el personal, al que elogian a la mínima oportunidad, sino contra el gobierno de Cristina Cifuentes y el que, consideran, un presupuesto insuficiente.

Ana relata que el problema de la falta de personal se extiende a todas la situaciones. Recuerda que hace unos días reventó una tubería y el piso bajo se llenó de agua. Los celadores alejaron a los ancianos de la humedad, pero no pudieron moverlos tan rápido como era necesario: "Cuando llegué vi que mi padre tenía las zapatillas y los calcetines empapados. A él le da vergüenza decir nada, no te digo ya quejarse, de modo que se habría pasado el día entero así, arriesgándose a coger una pulmonía", dice Julia. "Le sacaron del agua, que caía del techo como una cascada, pero se necesitan más personas para cambiar a los que se han mojado, que a veces ni se quejan".

La madre de Amparo Arboledas (92 años) es residente en Mirasierra. Un mal día de noviembre se cayó en el baño y desde entonces no ha vuelto a andar. El traumatólogo y la psicóloga que la atendieron en La Paz no entiendían qué sucedió: “Me dijeron: ‘Amparo, tu madre ha sufrido un trauma muy grande y le ha cogido miedo a levantarse de la silla. Hemos intentado que se incorpore varias veces, pero se nos agarra a la ropa, está asustadísima. No va a volver a andar’”.

Efectivamente, la madre de Amparo no ha vuelto a caminar. Lo más sorprendente es que en la caída no se hizo ni siquiera un moratón: “Me dijo una residente que mi madre se había caído en plena madrugada y nadie la había levantado hasta la mañana. Me pongo en su lugar, una persona de 92 tumbada en el suelo en plena oscuridad, en noviembre, pasaría un miedo y un frío horribles”, lamenta Amparo. “Pero no lo sé, yo no lo vi, es solo lo que me han dicho y que me encaja con el trauma que sufre mi madre. Ellos dicen que se cayó y la recogieron al momento, pero yo no me lo creo”.

placeholder Arboledas posa junto a su madre.
Arboledas posa junto a su madre.

Otro de los problemas que ha sufrido Arboledas con su madre tiene que ver con la administración de medicamentos: “Mi madre cuando llegó aquí tenía alto el colesterol y mucho sobrepeso. Sin embargo, después de tres años comiendo esta comida (señala hacia la cafetería con desprecio) se ha quedado en 45 kilos, así que le pregunté a la enfermera si mi madre seguía necesitando tomar las pastillas para el colesterol. ¿Sabes lo que me dijo? Que no lo sabían, que no le han hecho una analítica en los más de tres años que lleva en la residencia. ¿Pero cómo es que no le hacen una analítica a una señora de 92 años, cuando yo, que soy más joven, me las hago anualmente? Pues nada, conseguí que le hicieran la analítica y descubrimos que no tenía el colesterol alto, así que dejaron de darle la medicación. Si no me quejo, hubieran seguido dios sabe cuánto tiempo”.

Arboledas denuncia también que en la habitación de su madre, en un tercer piso, ha encontrado cucarachas en dos ocasiones. “Me dicen que es de las cañerías, como si los demás no tuviésemos cañerías en casa y no por eso tenemos bichos”, dice. "Los baños están sucios y la comida es mala, está dura y es congelada, todos tenemos la sensación de que están haciendo negocio con nuestros familiares, dándoles lo más bajo para sacar más dinero".

placeholder Cabrera junto a su madre.
Cabrera junto a su madre.

La madre de María del Carmen Cabrera tiene 87 y llegó a la residencia en 2011. Eran tiempos mejores, afirma: "Hace años esto era mucho mejor que ahora, mejor incluso que las privadas de Sanitas por las que pasamos”, dice Cabrera, hasta que la crisis se llevó por delante a 27 trabajadores del centro. “No es solo que haya poco personal, sino también demasiada rotación. Uno de los celadores, que era nuevo, entró y el primer día golpeó a mi madre en la cabeza con una grúa de las que usan para moverlos. La tuvimos que dar puntos y llevarla al hospital. A los diez días se les olvidó bascular la silla de ruedas y se dio un golpe tremendo, se le quedó media cara morada. La realidad es que no pueden hacerse cargo de todos los residentes, están cansados y tienen fallos, como nos pasaría a cualquiera”, dice Cabrera.

Su madre está en la quinta planta, donde están los más dependientes. El ambiente de trabajo es duro, porque los residentes necesitan de su auxiliar para cualquier acción cotidiana: “Los profesionales que aquí trabajan son muy buenos, pero es que ahora muchos llegan de prácticas, ven cómo es el trabajo, y no regresan. Por el sueldo que les pagan a muchos no les merece la pena. Antes se quedaban más tiempo, conocían a los ancianos, era otro tipo de relación”, explica.

Los ánimos están caldeados en torno a este asunto, más aún después de la muerte desatendida de una anciana en una residencia de Alcorcón, de modo que interrumpen súbitamente en las conversaciones los familiares de los internos. “Ni les asean, ni les limpian bien, se hace todo de aquella manera, rapidito, porque no pueden ir más al detalle", dice Jesús Salamanca, cuya esposa es una de las más veteranas del lugar. “Mi mujer tiene ahora seis puntos en el brazo por un golpe que le han dado. Preguntas y te dicen que no ha pasado nada, que se ha caído fortuitamente. Ya es la segunda incidencia que le sucede, y se lo he dicho bien claro: que no haya una tercera, porque a la próxima vengo y me llevo por delante a quien haga falta”, advierte Salamanca. Se suma otra mujer a la conversación: “¡A mí madre también le ha pasado! Y he avisado: la próxima vez que la vuelva a ver una lesión, le hago una foto y pongo una denuncia en comisaría!”.

Auxiliares y enfermeros no pueden más

A la concentración convocada por los familiares también acuden miembros del personal de la residencia. Concretamente Carlos y Vero, ambos enfermeros en el turno de noche. “Claro que falta personal y claro que las condiciones podrían ser mejores. ¿Que si es posible cuidar con seis auxiliares y un enfermero a todos los residentes? Solo si están todos bien. Hay que tener en cuenta que en realidad un geriátrico en un hospital encubierto: la gente está medicada, tiene patologías, a todos les pasa algo. Si a un anciano le da un desmayo, por el calor que hace en las habitaciones, hasta que uno pasa un auxiliar ahí se queda”, relata Carlos.

placeholder Carlos y Vero acudieron a la concentración de las familias.
Carlos y Vero acudieron a la concentración de las familias.

Según su relato, las ratios que establece la comunidad (un auxiliar por cada cuatro residentes o uno por cada tres grandes dependientes) solo funcionan en ausencia de percances, que no solo incluyen a los residentes, sino también cualquier baja inesperada de la plantilla. “¿Tú crees que un solo celador en una planta puede cumplir con los cambios posturales, las revisiones, los cambios de pañal, la medicación… y además les podemos dar agua, como exigen los protocolos? Es imposible, no damos abasto, de repente la cabeza te hace un ‘click’ y ya no das para más hasta que no descanses”.

No podemos cumplir con lo que exigen los protocolos ni haciendo horas extra


Carlos hace un parón en su discurso y se dirige a María Antonia Sloker, una de las personas que se concentran fuera y ahora escucha su testimonio. “No sé si te acordarás, pero tú me pusiste una reclamación hace poco. Y tenías razón. Fue una noche que había un brote de gastroenteritis y tu madre tuvo que ser hospitalizada, como muchos otros residentes. Con todo el jaleo, se me olvidó avisarte y tu madre tuvo que pasar la noche sola en La Paz…” lamenta Carlos, mientras María Antonia le pone la mano sobre el hombro en señal de perdón.

Vero confiesa que el trabajo le supera más de una noche: “Muchas veces he tenido que hacer de enfermera, médico y auxiliar… siempre se nos desborda el trabajo. Hay residentes, sobre todo los que están en las plantas bajas, que pueden dar un grito si les sucede algo, pero los que están arriba… si no tienes un control exhaustivo sobre ellos, cuando les pase algo lo más probable es que ni te enteres… a veces hasta que sea demasiado tarde. Y eso que salgo en ocasiones una hora y media después para intentar llegar a todo”.

placeholder Ancianos y sus familiares se concentran en las puertas del recinto. (EC)
Ancianos y sus familiares se concentran en las puertas del recinto. (EC)

“Ahora mismo tenemos dos frentes abiertos en este sector. El primero tiene que ver con el convenio colectivo, que está paralizado porque los empresarios no quieren aflojar. Ahora mismo el personal de esta residencia está viviendo con sueldos de beneficencia: cobran 800 euros por una jornada laboral de 1.786 horas”, dice Andrés Santana, portavoz de Comisiones Obreras en la residencia Mirasierra.

“El otro frente que tenemos abierto son las ratios que establece la Comunidad para cada residencia. En Mirasierra, por las mañanas, hay 20 auxiliares para 240 abuelos. Menos de 14 en el turno de tarde y solo seis por la noche. Son ratios ínfimos, es una realidad que acontece en toda la Comunidad de Madrid. En el resto de residencias públicas se destinan 81 euros por usuario y día, mientras que en Mirasierra estamos en 54 euros por usuario y día. Los trabajadores están estresados, saltándose todos los protocolos de riesgos laborales, doblando jornadas por cuidar más a los ancianos”, prosigue Santana. “La Comunidad de Madrid no se preocupa por los abuelos, solo se dejan caer por la Asamblea de Madrid agarrándose a que se cumplen los ratios. Es una falta de humanidad increíble”.

“No pedimos que nos paguen más, ni siquiera que nos mejoren las condiciones laborales, lo único, que contraten a más personal para poder llevar a cabo nuestro trabajo decentemente, que no hablamos de muebles o papeles, que son personas que han alcanzado una edad a la que llegaremos si tenemos suerte”, zanja Vero.

Gastamos más en ayuda a la dependencia que en mantener toda la red de transportes de la región


Este periódico se ha puesto en contacto con el director del centro, que ha derivado cualquier responsabilidad en la Comunidad de Madrid. Desde la Consejería de Políticas Sociales y Familia tampoco aportan respuestas, sino que nos vuelven a derivar, en esta ocasión, a un audio grabado de Carlos Izquierdo, el responsable político. Dice así: "El personal viene fijado por el Consejo Territorial en 2008, que también se fijó con la Ley de Dependencia, que se fijó con un gobierno socialista, y en todas las residencias de la Comunidad, ya sean privadas o públicas, esas tasas se cumplen. Hemos reforzado las inspecciones: hacemos dos al año, muy rigurosas y completas. Estamos vigilando las residencias públicas, que tienen unos ratios muy por encima de lo que manda el Consejo Territorial. Todos los ratios se están cumpliendo sobradamente. Los sindicatos nos están diciendo que el funcionamiento de las residencias es mejorable, pero muy correcto".

Además, el consejero ha indicado que la comunidad va a dotar con 7.000 millones de euros hasta 2021 una estrategia para los mayores y los dependientes: "Nos gastamos más en atender a los dependientes que todo lo que gasta la región en toda la red de transportes, nunca hemos destinado tanto dinero en esta partida, y vamos a seguir mejorando, pero claro, puede suceder cualquier accidente, al que el personal reaccionó de manera ejemplar".

"Si alguien te pregunta algo, dices que eres mi sobrino". Esta es la única consigna que hace falta para entrar a la habitación de un anciano en la Residencia de la Tercera Edad Mirasierra, en Madrid, y una vez dentro hacer lo que te venga en gana, porque la mayoría de ellos han perdido la capacidad de gritar. De cualquier modo, nadie nos preguntó nada en la recepción.

Cristina Cifuentes
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