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Armel, de príncipe a mendigo por el Estrecho: "Los políticos no tienen humanidad"
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Armel, de príncipe a mendigo por el Estrecho: "Los políticos no tienen humanidad"

"Oigo a Zoido con el 'efecto llamada', oigo a Macron echarle la culpa a las africanas que tienen siete hijos y no puedo entenderlo. Siento dolor", narra el fundador de Ma’kebo

Foto: Nya Tamkoua Armel. (G. A.)
Nya Tamkoua Armel. (G. A.)

Armel mira fija a los ojos, los abre con asombro y admite que oye a los políticos hablar y se pregunta: “¿no tienen humanidad?”. Se refiere al ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, que alertó sobre el efecto llamada de las ONG que recogen a inmigrantes que se lanzan al mar para evitar que mueran ahogados. “No lo entiendo, de verdad, no lo entiendo, me da igual que sea de un partido o de otro. Es una cuestión de humanidad”. Oyó al presidente francés Emmanuele Macron que en rueda de prensa del G-20 en Hamburgo contestó a un periodista de Costa de Marfil que el problema de África es que las familias siguen teniendo siete u ocho hijos por mujer. “¿De verdad cree que ese es el problema? Ellos sabrán, yo no me meto. Hay una falta de humanidad muy importante. Todos somos personas. Así de fácil. Es mucho más solidario el pueblo español que sus políticos, no están a su altura”.

Pocas horas después de esta entrevista, el Congreso no es capaz de consensuar una declaración por los 49 fallecidos en el Mar de Alborán por el naufragio de una embarcación. Un par de días más tarde el ministro de Interior envía una carta a las ONG para reconocer su trabajo, pide disculpas y muestra su "tristeza" por la repercusión de sus palabras.

Hay una falta de humanidad muy importante. Todos somos personas. Así de fácil. Es mucho más solidario el pueblo español que sus políticos

Nya Tamkoua Armel tiene 42 años, es montador de aviones, trabaja en el parque aeronáutico Aerópolis, espera las vacaciones para reunirse con familiares en Francia, tiene tres hijos y una mujer, Teresa, profesora y española, que le ha dado alas. Vive en Tomares (Sevilla) y llegó hace ya diez años. Su día a día es posiblemente muy parecido al del hombre de edad similar que comparte con sus hijos desayuno en la mesa de al lado de la cafetería. Pero para él el carrusel de noticias que escupe la radio y que incluye casi a diario información sobre un naufragio, una patera a la deriva o un inmigrante rescatado medio asfixiado escondido en el chasis de un camión no es igual que para los demás. Le rompe el alma. Le hace un nudo. Le impide hablar. “Cada vez que lo oigo siento un dolor muy grande, siento impotencia”, explica con pocas palabras y los ojos repentinamente nublados.

Ayudar a Camerún

Este año ha fundado una ONG, Ma’kebo, que bautizó con el apelllido de su tatarabuela. Para él la familia es el pilar de su vida. Quiere que en Camerún se pueda vivir, que la riqueza del país permita a los jóvenes quedarse en sus pueblos viviendo de la tierra. La asociación que preside ofrece becas a los tres mejores estudiantes de cada clase en un colegio de su pueblo. Otro proyecto financia la compra de maquinaria y la enseñanza de técnicas para modernizar la agricultura. Otros muchos que salieron de África no quieren volver ni pensar de nuevo en lo que ven como un “infierno”. Armel tiene claro que su proyecto de vida pasa por mejorar en la medida de lo posible, en lo que tenga en su mano, la vida de sus paisanos. Él no se quería ir.

No puede hablar aún de “el camino”, como si fuera una película. Es la expresión que utiliza para referirse a los tres años largos de travesía en los que él, un príncipe de los Bandounga de Tonga, vivió como un mendigo, a veces como un animal. “Sí es verdad, soy un príncipe. Mi país se dividía en reinos antes de llegar los occidentales y soy de una familia real”, dice, y se ríe pero no es broma. Enseña una foto del rey Bandounga que hace un año lo visitó con la reina y que estuvo conociendo la zona de arrozales de Sevilla, aprendiendo para su país. Su historia es la de muchos. La Asociación Pro Derechos Humanos acaba de cifrar en 6.000 los muertos en el Estrecho desde 1996. Él podría ser uno de ellos pero la Guardia Civil lo rescató y lo condujo a Ceuta junto con su amigo Lucian, que hoy tiene un camión en Francia. Se arrojó al mar a las cuatro de la mañana.

Armel, un príncipe de los Bandounga de Tonga, vivió como un mendigo, a veces como un animal, durante los tres años que tardó en alcanzar España

“Estaba muy cansado y le dije a mi amigo que volviésemos a la playa marroquí; cinco minutos más tarde la policía llegó y nos recogió. Lo primero que hicieron fue romper los neumáticos que llevábamos puestos con cámara de aire para flotar; subimos en la barca y empezaron a moverse hacia Marruecos, pero con las últimas fuerzas que me quedaban, grité de desesperación y me tumbé en el suelo boca abajo. Los guardias empezaron a hablar por el 'walkie-talkie' y no entendíamos nada porque hablan en español. De repente vimos cómo cambiaron de rumbo y nos llevaban hacia Ceuta. Yo no me lo podía creer hasta que no pisara tierra española, pero mi amigo Lucian ya daba saltos de alegría”.

Pasó siete años pensando en el viaje y la muerte de su tío, que no pudo tener asistencia médica, lo que le dio la rabia que necesitaba para salir de Camerún

Su travesía había comenzado mucho antes. La primera vez que pensó en salir de su país fue en 1997. Participó en la planificación de cuatro viajes. En todos se echó para atrás en el último minuto. Mientras pensaba en “el camino” trabajó en una gasolinera, de azafato en la compañía ferroviaria de su país, en una empresa que construía carreteras… La muerte de su tío, quien no tenía hijos y lo quería como si él lo fuera, lo empujó definitivamente. Era 2004. No pudo brindarle asistencia médica. Su ayuda para pagar un médico llegó “demasiado tarde”. Mientras amortajaba a quien había sido como su padre tuvo claro que se quería marchar. “Me fui por rebeldía. Prefería morir en el intento”.

Soy otra persona

“Muchos me animan a que escriba un libro pero quiero que sean mis hijos quienes decidan qué quieren hacer con una historia que no me pertenece. Es de ellos. 'El camino' me dio valores y sabiduría. Mi madre dice que me hizo otra persona”. Ella vino a verlo casarse a Sevilla y él ha viajado dos veces a Camerún después de nueve años sin volver. Su padre murió antes de que él se fuera. Otro hermano también falleció. Cuatro siguen en Camerún y otro está en Francia.

Las alubias, el cacao de Kenia, la madera de Bassin du Congo, el coltán del Congo, el uranio de Níger… África es muy rica pero la están expoliando

“En el año 72, el 80% del arroz que se consumía en Camerún era del país. Hoy los agricultores llegan al mercado y el arroz que viene de Tailandia es once veces más barato”. “Cuando en los medios de comunicación se habla de África solo se habla de hambrunas, de pobreza, de terrorismo. Cuando un español ve a un africano piensa ‘ay, pobrecito’. No he viajado ni he llegado hasta aquí para dar pena. Una vez fui a un colegio a dar una charla y una niña me preguntó si los niños africanos solo comían tierra porque no tenían nada. No es verdad. África es rica pero son los occidentales quienes están expoliando esa riqueza. Y los menos solidarios son los políticos porque a mí cada día alguien me pregunta que cómo puede ayudar, qué puede hacer”.

Armel dispara en su discurso como una metralleta. Narra que Kenia es el principal productor de alubias del mundo y en sus campos de refugiados se abren latas de alubias que llegan de Europa. Habla de quién tala y se lleva la madera del bosque de Bassin du Congo, del coltán del Congo, con el que se hacen los móviles que tenemos sobre la mesa y que allí mata a muchos niños, del uranio de Níger… La lista es interminable. Habla también de los políticos de África que, cuando quieren anteponer al pueblo a los intereses de grandes potencias europeas, duran muy poco en el cargo, de las guerras, de la corrupción…

El libro de sus hijos

Armel deja claro que cuando se jubile quiere vivir a caballo entre Camerún y España. El libro legado a sus hijos hablará de un infierno de tres años con escala en Nigeria, en Níger, donde sufrió el primer asalto a manos de unos ladrones, de su paso por los calabozos, de su travesía en el techo de un camión de mercancías. Esa historia contará como partió desde Agadez para tratar de cruzar el desierto del Sáhara. De cómo cayó inconsciente y un nómada le salvó la vida antes de ser sepultado por la arena. De su paso por un campamento militar y de cómo vivió meses en los ándenes de una estación donde se convirtió en ‘el jefe’ de la banda. Sus hijos leerán como malvivió en el monte Gurugú, en la frontera de Marruecos con Melilla, y en el bosque de Castillejos, en la frontera de Ceuta.

Podrá contar cómo vio crecer la valla de 3 a 6 metros y llenarse de concertinas, lo que le llevó a cambiar el plan por enésima vez y decidir llegar a nado. En cada intento tenía que acompañar a alguien que no supiera nadar “por solidaridad”. Su segundo compañero, Lucián, tuvo suerte. La primera era una embarazada que perdió la conciencia y al hijo que llevaba y a quien no puede borrar de su pensamiento. La Guardia Civil los rescató y los condujo de nuevo a las costas marroquíes. Sus hijos sabrán también que el consejo de Paula, de la asociación Elín, le dio la fuerza que necesitaba y que el abrazo de Juanma Palma, el cura de Los Pajaritos, uno de los barrios más pobres de España, le brindó el amparo que necesitaba cuando llegó a Sevilla. “A veces solo quieres eso. Un abrazo”.

“En el camino he conocido a gente a los que todo un pueblo les ha dado el dinero para el viaje, eran cuatro o cinco pero al llegar mandarían para todo el pueblo. Que el camino es duro ya se sabe. Eso de que no saben de verdad a lo que vienen o lo que les espera es lo que dicen los políticos. Mira, las dificultades no me las vas a contar tú a mí. En el camino sabes que si llegas puedes conseguir tu sueño y luchas. Llegan los más valientes. Yo no le voy a decir a nadie que se quede allí o que venga, es una decisión personal, cada uno busca su felicidad donde puede. Ahora yo trabajo en mi ONG con jóvenes que quieren quedarse, que quieren vivir en su país, que aman su tierra. A ellos es a quienes hay que darles medios para que puedan cumplir su sueño”.

Armel mira fija a los ojos, los abre con asombro y admite que oye a los políticos hablar y se pregunta: “¿no tienen humanidad?”. Se refiere al ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, que alertó sobre el efecto llamada de las ONG que recogen a inmigrantes que se lanzan al mar para evitar que mueran ahogados. “No lo entiendo, de verdad, no lo entiendo, me da igual que sea de un partido o de otro. Es una cuestión de humanidad”. Oyó al presidente francés Emmanuele Macron que en rueda de prensa del G-20 en Hamburgo contestó a un periodista de Costa de Marfil que el problema de África es que las familias siguen teniendo siete u ocho hijos por mujer. “¿De verdad cree que ese es el problema? Ellos sabrán, yo no me meto. Hay una falta de humanidad muy importante. Todos somos personas. Así de fácil. Es mucho más solidario el pueblo español que sus políticos, no están a su altura”.

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