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Hogar del legionario: la labor de acogida con los ‘juguetes rotos’ de la unidad
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Hogar del legionario: la labor de acogida con los ‘juguetes rotos’ de la unidad

La Fundación Tercio de Extranjeros ayuda a exmilitares veteranos con escasos recursos económicos. En Málaga y Alhaurín de la Torre ya funcionan dos casas

Fuma y fuma. Como si no hubiera un mañana. Fuma y recuerda. Mostar, mayo de 1993. El cabo Luis Muñoz Torres, de 43 años, era escolta del teniente de Infantería Muñoz Castellanos. Luis vio a su jefe caer gravemente herido. Sangrar por el cuello. “Fue muy duro, me pilló muy joven. La guerra la habíamos visto por la tele. Íbamos en misión de paz, pero tuvimos situaciones de casi entrar en combate. Esto te curte”. Muñoz Castellanos fue el primer legionario español fallecido de la Agrupación Málaga, el primer destacamento de la Legión en misiones internacionales, a los mandos del general Zorzo.

Luis, brazo fortísimo con tatuaje incluido, cuenta esta historia. Le escuchan con atención sus compañeros de piso. No son unos colegas cualquiera. El cabo Enrico, el cabo Grueso, el cabo Pavón y el antiguo legionario de primera Arana comparten hogar en la calle Cobertizo del Conde, en el centro de Málaga, lindando con la Cruz Verde, una zona que fue marginal y ahora está en proceso de cambio. Esta es una de las dos casas de acogida de toda España de la Fundación Tercio de Extranjeros, que ayuda a veteranos legionarios con escasos recursos económicos. El otro hogar se encuentra en Alhaurín de la Torre, también en la provincia de Málaga. Allí vive a tiempo parcial el cabo Carmona, de 57 años, natural de Alicante. Cobra 426 euros al mes. “Soy el manitas de la fundación. Yo estaba bien hasta que llegó la crisis de la construcción en 2008. Me quedé parado y eso me costó la separación. Al menos estoy en una casa digna, en condiciones y tengo trabajillos que me salen”.

El padre de estas casas de acogida es el coronel Juan Díaz (63 años), presidente de la fundación. Él es una especie de guía, de luz, de estos legionarios con llagas en el alma y que quieren vivir tranquilos. Sin sobresaltos, ni vaivenes. “Es muy edificante seguir sintiéndote útil en la Legión cuando ya estás en retirada. Además, por mi condición de abogado, también le echo la mano a más de uno. Esta fundación faltaba. Me ha tocado la lotería de ser el pionero de esta idea”, explica a El Confidencial. “Una cosa es que tengamos esa expresión de marcialidad y otra cosa es que nos olvidemos de ellos. No hay nadie más preocupado por sus hombres que los mandos”, añade.

Ninguno sabe cuánto tiempo permanecerá en la casa donada por la familia Rojas España, antes ‘habitada’ por okupas. El cabo Muñoz espera que sea algo temporal “y según me vayan bien las cosas irme de alquiler. A lo mejor estoy aquí tres, cuatro o cinco meses”. El resto de cabos tienen ya 64 años (Pavón), 63 (Enrico) y 59 (Grueso).

El legionario Arana tiene 46 años. Estuvo destacado en Ronda y en el desaparecido Campamento Benítez de Málaga. Fue el último, asegura, que hizo una instrucción de dos años. Perteneció a la banda de música. Era el cornetín de orden. Cuando se fue de la Legión trabajó en albañilería, repartiendo publicidad, “en lo que me iba saliendo”. Tuvo un hijo, vino la caída del ladrillo… y llegó el atraco. A las 9.30 horas y a mano armada. Se puso de acuerdo con un sargento que había conocido en Benítez y tenía las armas. Hicieron el seguimiento de un banco La Caixa de la calle Mauricio Moro de Málaga, junto a la sede principal de la Junta de Andalucía y la estación de autobuses. Sabían a qué hora el furgón de la empresa de seguridad entraba en la sucursal y se llevaba el dinero de la cámara acorazada.

Seis años en la cárcel por un atraco

Arana llevaba un subfusil de asalto. “Cuando entró la Policía sabía que ya no podía escapar. ¡No iba a venir un helicóptero a rescatarme! ¡Eso solo pasa en las películas!”, relata. Hace muy poco que salió de la cárcel. Fue el pasado 11 de junio. Sus vivarachos a la par que tristes ojos azules delatan necesidad de vida, de recuperar lo perdido. Hace seis años del atraco. Le pedían 11 años de prisión, pero como se declaró culpable estuvo ‘solo’ seis encarcelado. Primero en el centro penitenciario de Alhaurín de la Torre. Luego en Nanclares de Oca, en Soto del Real, en Botafuego (Algeciras). “Decían que era peligroso por haber armas por medio. Ojalá pudiera echar el tiempo para atrás y entrar otra vez en la Legión. Realmente allí conocí a muchos compañeros buenos. Aquello fue muy bonito. No te quejas de tener fatiga o sueño”. Ahora lleva dos semanas en el hogar legionario. “Son hermanos, una familia. Lo que necesita uno”

- Yo soy el cabo Grueso. Como estoy tan gordo…

Grueso es enclenque. Huérfano de dentadura, lleva un año en la casa. Tuvo problemas con el divorcio de su mujer. Apenas sobrevive con 400 euros al mes. Y en Melilla, en un banco del Parque Hernández, le vieron un día dormir. Así no podía seguir, pensó este ebanista que trabajó en una fábrica de muebles. Atrás quedan décadas en el Tercio, donde llegó en 1979. Se enteró de la existencia de la fundación y habló con el coronel. Grueso, aficionado al concurso ‘Pasapalabra’ y devoto de la película ‘Winchester 73’ (los filmes de Chuck Norris también le entretienen un rato), es el que menos habla. Le sigue el cabo primero Pavón. Miguel Pavón Martínez. Le falta un año para jubilarse. Estuvo en Villa Cisneros y El Aaiún (ambas en el Sáhara Occidental) y también en Canarias hasta que le enviaron a Melilla a trabajar en la frontera española con la marroquí de Beni Enzar.

“Ha llegado el tiempo de retirarnos”

“Después de mi madre, la Legión es lo máximo… Me ha dado de todo”. Las palabras que surgen por encima del bigote de Pavón llegan humedecidas a sus ojos, que sigue con la mirada perdida en la televisión de tubo de color gris. “¿Qué quieres que te diga más, compañero? Ha llegado el tiempo de retirarnos. Me enteré que lo llevaba el coronel, y ¿qué mejor sitio que estar con mis jefes y compañeros?”.

El padre de Enrico era español. Se crio en Cúneo, a 100 kilómetros de Turín. Se fue de voluntario al cuarto Tercio, a Villa Cisneros. Estuvo dos años allí, “los más tranquilos y serenos de mi vida”. Se acuerda de un gran capitán y lo que aprendió en la artillería telemetrista del Tercio. Se quedó en España, “como militar en la expectativa”. Trabajó de técnico químico en una fábrica de revelado de fotos, pero duró poco. Volvió a Italia. Como cocinero en hoteles ganaba el triple. En 2007 le atracaron en casa. Tuvo una crisis psicológica “fuerte”. Colaboraba para Cáritas en su país natal. Trabajó para una fundación con estudios sociales. Montó un negocio y se arruinó. Sus hermanos tenían locales de hostelería en Valencia. Conoció al presidente de los Antiguos Caballeros Legionarios, le hablaron de la fundación y llegó a la casa el 7 de marzo.

La comida está lista. Hoy toca cazuela asturiana. “Siempre cocino yo. En la cocina soy el jefe”, señala Enrico antes de encender otro cigarrillo Pall Mall. “Intento que aquí comamos bien y variado, con todos los elementos necesarios para una buena dieta. Para comer hay más cuchara y por la noche, para cenar, más plancha y algo ligerito”. El italiano habla mucho: le gusta 13 TV porque “emiten la misa”. Enrico es el enlace entre los mandos y los compañeros. “Yo mando en la cocina por orden taxativa del coronel y por seguridad alimentaria”, deja claro el italiano.

Más normas.

- Las señoras pueden venir de visita, pero no pueden quedarse. Entran y salen. No pueden pernoctar sin permiso de la autoridad.

Esta ley no parece haberla acatado a rajatabla el cabo Muñoz, formado como legionario en Ceuta. Se fue de la unidad por amor a una malagueña, de la que está ya separado y tuvo un hijo. Por eso está en Málaga. Es de Alicante. Lleva un mes en la casa. “Prefiero vivir en compañía de mis hermanos que solo en un piso. La economía no está boyante”. Es el más independiente. Se ganó muy bien la vida como oficial primero de obra en la constructora granadina Ávila Rojas. Desde que se destaparon las tropelías de Juan Antonio Roca en la Marbella de Jesús Gil y pos-Gil no se ha vuelto a enganchar a la obra. “A mí me hizo polvo la ‘Operación Malaya’. Desde hace diez años no me he vuelto a enganchar a la obra”, lamenta.

Donde sí ha tenido más recorrido ha sido en el flamenco. Es cantaor. Desde el ‘jondo’ al comercial. Ha cantado junto a José Mercé, Chiquetete o Juani de la Isla. “Los jóvenes vienen con la música muy fresca y está complicada la cosa, pero siempre se puede aportar algo. Como cantaor me pueden quedar cinco o seis años. Si saliera un contrato bueno lo aprovecharía, pero la edad no me lo va a permitir”. En su casa son una dinastía. “Somos todos flamencos. Y el que menos canta soy yo”. Sí, soy gitano, aclara ante la escasa duda. Un gitano legionario que estuvo seis meses en Mostar. Y que no solo vio cómo herían de muerte al teniente Muñoz Castellanos. Apenas un mes después, delante de él, moría de un disparo en el cuello el teniente Aguilar. Ocurrió en el Puente Tito, que unía en Mostar los barrios croata y musulmán.

El cabo Pavón estuvo seis meses durmiendo en un coche. “Me echaba una manta al cuerpo y ya está”

¿Cómo se mantiene la fundación? El Ministerio de Defensa aporta 15.000 euros. También hay donaciones. El año pasado entre ingresos como el pago de la entrada de conciertos de la banda de música de la Legión consiguieron 60.000 euros en total. Para cambiar el tejado y rehabilitar la fachada de la calle Cobertizo del Conde se destinaron 30.000 euros. Ahora pedirán presupuesto para la instalación de un ascensor. La escalera es muy empinada hasta llegar a la tercera planta. Enrico controla las cuentas del piso. Dispone de un móvil de la fundación y en una de las habitaciones hay un ordenador. Tienen wifi en toda la casa. Hay un reproductor DVD que todavía no se ha encendido. Hay más de 450 películas que no han visionado aún.

La conversación avanza y el cabo primero Pavón relata que estuvo seis meses durmiendo en un coche. “Me echaba una manta al cuerpo y ya está”. Aquello era un estercolero. “¿Esto? ¿Que qué opino de esto? ¡Que es el hotel Versalles!”. Enrico relata que en Valencia estuvo trabajando con los sintecho y que las reglas de los albergues son mucho más estrictas. El que llegue a la casa (hay espacio para un par de ellos más sin problemas) tiene que saber que todos fuman. “Encontrar a un exlegionario que no fume es muy difícil. A mí nadie me va tocar el tabaco”, señala Enrico. “Mañana no sabes lo que te puede pasar. ¿Dónde vas a vivir? Las residencias tienen más reglas. Aquí tienes a un abogado a tu disposición o la ayuda del teniente Cinta [colaborador del coronel Díaz y de la Hermandad de la Legión de Torremolinos]”.

Posan con el retrato de Millán Astray, ya tuerto y manco, situado en el salón junto a los de Franco y Valenzuela, cofundador de la Legión. “La historia está ahí y no podemos cambiarla”, apostilla el coronel. Y Arana dice que el Ayuntamiento de Madrid tiene que estar más pendiente “de dar trabajo a los que lo necesitan” en vez de cambiar el nombre de un calle. El cabo Muñoz saca de su habitación el ‘chapiri’, el gorrillo legionario. Se lo coloca muy feliz. Arana lo tiene en casa de sus padres. Llega la hora de la siesta. Nadie la perdona. A punto ya de dormir están estos juguetes rotos en vías de recomponer las piezas desencajadas de su hasta ahora vida.

Fuma y fuma. Como si no hubiera un mañana. Fuma y recuerda. Mostar, mayo de 1993. El cabo Luis Muñoz Torres, de 43 años, era escolta del teniente de Infantería Muñoz Castellanos. Luis vio a su jefe caer gravemente herido. Sangrar por el cuello. “Fue muy duro, me pilló muy joven. La guerra la habíamos visto por la tele. Íbamos en misión de paz, pero tuvimos situaciones de casi entrar en combate. Esto te curte”. Muñoz Castellanos fue el primer legionario español fallecido de la Agrupación Málaga, el primer destacamento de la Legión en misiones internacionales, a los mandos del general Zorzo.

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