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El club de los valientes vuelve a las aulas

El colegio Andalucía, en el corazón de las Tres Mil Viviendas, lucha contra el absentismo y el analfabetismo en una barriada donde uno de cada tres niños se titula en Secundaria

En el Colegio Andalucía se ha creado el Club de los Valientes. Para pertenecer a él hay ocho normas: decir siempre la verdad, hablar con respeto, defender a los demás con justicia... Cada aula tiene un cartel con la foto de quienes forman parte del club. Si alguien 'cae', su foto se quita. “Pero los actos de cobardía pueden arreglarse realizando un acto de valentía”.

Es viernes. Aún no ha empezado el curso pero en este club hay ganas de que se abran las puertas y alumnos que ya merodean por aulas y pasillos. El colegio es un oasis. Fuera de sus muros están las 624 viviendas, Las Vegas, el corazón de las Tres Mil, uno de los barrios marginales más conocidos y estigmatizados del país, arrasado por la droga y el paro. Dentro, murales de colores, frases con mensaje, bonitas palomas colgando del techo... “Todo lo hemos hecho en comunidad”, explican al alimón y con orgullo Inmaculada Mayorga, jefa de estudios, y Remedios Carmona, maestra. Contagian entusiasmo y vitalidad. Están a punto de cumplir las dos décadas en un centro donde más del 90% de los alumnos son gitanos. La directora, Ángela Molina, no para de atender a gente. Su despacho no es suyo, es de todos. “Las puertas siempre abiertas”, repiten las maestras. En plantilla, hay 23 mujeres y tres hombres. Todos han elegido este destino de forma voluntaria y forman parte de una bolsa de trabajo específica para venir al Polígono Sur.

La abuela Ana llega de visita. Sus hijos y sus nietos han pasado por el colegio. Viene con un ‘roete’ y rociada de pintura porque está aseando su casa. “Lo único que hace falta ya es que me acueste aquí”, bromea. Ella entra antes de que se abran las puertas cada día y espera la llegada del profesorado sentada en un banco con los buenos días en la boca. “Aquí charlo con los maestros, llego antes que ellos, hago talleres de pintura en tela, de jabón, de cocina y cuando necesitan les echo una mano a las maestras”, explica con orgullo. Remedios la abraza y la besa con sinceridad.

La abuela Ana llega antes que los maestros, hace talleres y ayuda en clase. Las escuelas de padres son clave en un barrio con un 23% de analfabetismo

Álvaro Gómez-Cobian, educador social de la Asociación Entre Amigos, otro de los motores contra el absentismo en el barrio, explica que “en el 95% de los casos son las mujeres, las madres y las abuelas las que se echan el peso de la educación de sus hijos a las espaldas”. Sus vacaciones han sido cortas. Su curso acabó el 12 de agosto. Las escuelas de verano también son muy importantes. Brindan a los niños la posibilidad de salir, ir a la piscina y hacer excursiones, les garantizan desayuno y almuerzo y, sobre todo, se tornan esenciales para no perder la rutina y los hábitos. Para no volver atrás.

“Aquí todo funciona alrededor del colegio. Cuando el colegio cierra sus puertas a las seis de la tarde, empieza el baile”, describe gráficamente. Menciona de pasada que entre sus alumnas estuvo la niña de seis años asesinada por error por una bala en una reyerta entre dos clanes gitanos. Fue un tiroteo en 2013 por un asunto de drogas. Los Perla se ‘salvaron’ con un buen acuerdo económico. No quiere ahondar en esto ni que se vuelva a limitar el barrio a esa imagen. Tampoco da mucho bombo a los disparos de fogueo contra autobuses de mediados de agosto. La Policía investiga si fueron realizados por menores. En el verano de 2015, tras una veintena de incidentes y nueve apedreamientos a autobuses, fue detenido un menor de 10 años. “Hay muchos padres que no saben dónde están sus hijos fuera del horario escolar. Hablamos de niños con seis, siete, 10 años... solos en la calle”, explica la comisionada del Polígono Sur, María del Mar González.

El primero de su casa

Desde principios de septiembre, Álvaro ha vuelto al tajo. Pedro le grita afectuoso desde la acera de enfrente y se acerca a saludar. Él ya va al instituto. Repitió primero y este año estrena segundo de la ESO. Es el más pequeño de cinco. Tiene dos hermanas y dos hermanos. Con algunos de sus sobrinos ha compartido aula. Está dispuesto a convertirse en el primero de su casa que se saque "el título". Su madre, que vende romero en la Plaza de España, está empeñada en que este acabe la educación obligatoria. Ya se ha quitado muchas bocas. Pedro, que es moreno, huele a limpio y luce un adorno de metal en un diente, se muestra muy dispuesto a darle ese gusto.

—¿Dónde vas Pedro, qué haces?

—Ahí voy, a desayunar.

—¿Ahora? Son las doce y media.

—Sí, hace poco que me he levantado.

—Pues ya sabes, la semana que viene hay instituto.

—Sí, claro que lo sé. Ahí voy a estar.

El lunes cuando se abran las puertas, Reme e Inma verán a sus alumnos ponerse en una fila y a las madres echárseles en sus brazos mientras que les cuentan al oído sus confidencias y sus penas del verano: un hijo en la cárcel, un marido escondido de la justicia, un hermano muerto por la droga... “Aquí te enfrentas cada día a una realidad y a unos problemas que en tu vida cotidiana no ves”, dice Inma. “Esta es una realidad ciega a los ojos de otras personas”, agrega Remedios. “Hacia las Tres Mil Viviendas hay desconocimiento y desconfianza. En los dos sentidos, de la ciudad hacia ellos y de ellos hacia la ciudad”.

En las Tres Mil se vive "una realidad ciega" a los ojos de la mayoría. Hay desconfianza y desconocimiento. Aquí hay problemas que no son cotidianos

Esta maestra recibió la visita sorpresa de tres antiguos alumnos este jueves en su casa. Vive fuera de las Tres Mil pero sus alumnos más veteranos saben perfectamente su dirección. En su salón, mientras removía el café e invitaba a un helado a sus antiguos estudiantes, le cuentan que uno de ellos se ha olvidado de las divisiones de dos cifras. El más espabilado cogió un bote de laca y, sobre un suelo o una pared, le explicó como se hacía. “No tienen un lápiz. Prefería no preguntar dónde habían hecho la pintada”, dice Reme, como todo el mundo la llama, y se ríe abiertamente. “Yo ya tengo nietos en el cole, hijos de alumnos”.

El inicio de curso es uno de esos que llaman “periodos críticos”. A la vuelta de las vacaciones, hay que repasar quién falta y en muchos casos ir a su casa. “Las madres te dicen ‘no voy a defraudarte’. Mira que voy a tu casa y lo levanto, les digo yo”, cuenta Inma. Entre los padres y los maestros hay una relación de confianza clave que está ayudando a combatir el absentismo. Desde 2005, las cifras han cambiado radicalmente. “Pero los dos últimos años ha existido un estancamiento”, cuenta Álvaro, que lleva días ayudando con las matrículas, explicando cómo pedir las ayudas para el material escolar, avisando del horario del lunes. Hay 800 niños con comedor gratuito de los más de 2.000 escolarizados en el barrio. Las ayudas públicas se han recortado, pero este educador social cree que lo peor es que “no hay controles sobre estas subvenciones, no se evalúan bien y a veces no se destinan a lo que de verdad hace falta”.

Recortes y ayudas mal enfocadas

Frente al despacho de la Asociación Entre Amigos, en un local bajo, acuden unos 30 niños antes de ir al colegio. Allí van con un adulto para ducharse, desayunar, lavarse los dientes. “Hay madres que tienen siete hijos, están solas y no son capaces de llevar adelante esta rutina cada día. Otros acuden porque en su casa no hay agua corriente o se les ha estropeado el calentador. Esto es fundamental también para luchar contra el absentismo. Esos niños antes no estaban cómodos en clase, iban sucios, sus compañeros los discriminaban. Ahora llegan aseados y con tiempo de sobra, van desayunados, sin prisas”, explica Álvaro.

“El Plan Integral para el Polígono Sur tiene en la educación una herramienta crucial de transformación del barrio. El colegio es la llave para salir de la exclusión”, explica la comisionada para el Polígono Sur. Cuando empezó el plan, en el curso 2004-2005, la media de absentismo era del 40%. Además, se descubrió con estupefacción que había un 10% de niños de los que no se tenía constancia, no estaban escolarizados ni censados. Eran los invisibles. El porcentaje es sobre el total de niños escolarizados en el barrio en educación obligatoria, que fueron 2.194 en el último curso con datos públicos (2014-2015). Entonces eran más.

En 2004, la tasa de absentismo era del 40% y había un 10% de niños invisibles, sin censar ni escolarizar. Hoy es del 8% en Primaria y del 23% en Secundaria

Esto ya no existe. El problema ahora se da sobre todo en Secundaria. En total, en esta barriada, con una población de casi 40.000 personas y situaciones muy diferente según las zonas, hay 16 centros educativos, tres guarderías, ocho escuelas de Infantil y Primaria, tres institutos y un cuarto fuera del perímetro de la barriada, pero donde acuden adolescentes del Polígono Sur. Hay también una escuela de adultos.

“Los casos son muy variados. Hay mucha gente que tiene hijos con 16 o 17 años y no tiene adquiridas sus competencias parentales. Las rutinas habituales no son lo normal en muchas de estas casas”, explica la comisionada. Hay niños que tienen dificultades para levantarse temprano, a veces el exceso de ruido en la calle hasta la madrugada les impide dormir. En otros casos, sus padres se van al amanecer a los mercadillos y dejan a los hijos mayores al frente. “El objetivo que tenemos es que se acostumbren a ir a la escuela con regularidad”, explica la responsable del plan del Polígono Sur. La media de analfabetismo en algunas zonas del barrio llega al 26%, muy encima del 1,3% que se registra como dato oficial en el país.

“Lo que tenemos que conseguir ahora es un cambio generacional, cultural, de vida, hay que inculcarles un modo diferente de estar en el mundo. En un porcentaje muy alto de casos, estos niños serán la primera generación escolarizada con regularidad”, deja claro Mar González. “Para mí, esto es un reto, y la educación si tiene sentido es aquí”, defiende la jefa de estudios del Colegio Andalucía. Según los últimos datos disponibles, 2014-2015, el absentismo en Primaria llegó al 8% y en Secundaria alcanzó el 23%. Por eso aquí el paso es distinto. Los chicos siguen en su clase de siempre los primeros meses, son los profesores los que se desplazan del instituto, un edificio colindante, a las aulas del colegio.

La lentitud de la Fiscalía

Cada año se ponen en manos de la Fiscalía de Menores muchos casos. “Si la familia no actúa, hay que denunciar, es un delito, es nuestra obligación. A la Fiscalía le pedimos que actúe con celeridad”, explica María del Mar González. No ocurre así. Álvaro ha visto casos en los que la Fiscalía ha tomado medidas cuando los niños ya han pasado la edad de escolarización obligatoria. Ante las sanciones, son insolventes y todo se salda con unos meses de trabajo a favor de la comunidad. "Y mientras, estamos señalados, saben que hemos denunciado nosotros".

El 13% de los alumnos culmina la enseñanza obligatoria, hasta los 16 años. La mayoría son chicas

Hoy, el 13% de alumnos finaliza los estudios obligatorios. “Uno de cada tres termina con su título hoy por hoy. Esto es lento, partimos de donde partimos. Tenemos que conseguir que estos niños tengan las mismas oportunidades que los que vivan en cualquier otro barrio de Sevilla”, dice la comisionada para el Polígono Sur. Es la misma frase, la de las oportunidades, que repite Álvaro. ¿Sienten frustración? Inma, jefa de estudios del Colegio Andalucía, replica rauda: “¿Frustración? Es un reto para seguir trabajando”. Cuando ella llegó, las niñas desaparecían del sistema educativo a los 12 o 13 años. Las 'pedían' para casarse y las quitaban del colegio. Eso ya no se ve. “Bueno, el año pasado tuvimos un caso, pero hace años que no se veía”. Las niñas se titulan más que sus compañeros, pese a que les dan menos oportunidades. “Mostramos caminos, abrimos mentes”, dice Remedios, “con mucho respeto siempre a su cultura”.

El miércoles, las mujeres del barrio volverán a tomar café en la sala de estudios. Llevan hasta su tostador. “Quien diga que estos niños no quieren aprender o que estos padres no quieren lo mejor para sus hijos miente. Tienen ilusiones y sueños como cualquier niño. Aquí nadie quiere vivir de subvenciones sino tener dignidad”, dice Inmaculada. “Otra cosa es que tengan las mismas herramientas y habilidades que otros”, apunta Reme. A la salida del centro, un niño de unos siete años camina solo con su hermana, más pequeña que él. “¿Cuánto queda para el lunes?”, pregunta a las puertas del colegio. Nada. Días. “Pues estoy deseando volver”. Él es uno de los valientes.

En el Colegio Andalucía se ha creado el Club de los Valientes. Para pertenecer a él hay ocho normas: decir siempre la verdad, hablar con respeto, defender a los demás con justicia... Cada aula tiene un cartel con la foto de quienes forman parte del club. Si alguien 'cae', su foto se quita. “Pero los actos de cobardía pueden arreglarse realizando un acto de valentía”.

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