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Linares, la ciudad suspensa
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CINCO AÑOS DEL CIERRE DE LA FÁBRICA DE SANTANA

Linares, la ciudad suspensa

Tras cinco años, la localidad jienense no ha podido sobreponerse económicamente al cierre de Santana, la fábrica que dejó tras de sí una ciudad asfixiada por el paro y la incertidumbre

Foto: Calle Bailén, en Linares. (Adrián Mateos)
Calle Bailén, en Linares. (Adrián Mateos)

Por aquel entonces, “cuando aún se podía”, Cristóbal y sus compañeros solían visitar a Paco 'El Joyas' todos los viernes a la salida del trabajo. Paco, que tenía menos joyas que deudas a sus espaldas, era el gerente de un humilde bar cercano al parque empresarial de la localidad jienense de Linares. “Nos reuníamos allí, con los amigos, a gastar hígado y dinero”, apunta Cristóbal. Eso era antes del desastre. Hoy, aquella tasca no es más que un sucio local abandonado, y apenas quedan trabajadores en las fábricas de los alrededores. La angustia se ha extendido como un virus por una ciudad golpeada por la crisis, que ha perdido el brillo y la vitalidad de antaño.

El tiempo avanza de forma distinta en Linares desde la mañana del 16 de febrero de 2011, hace cinco años. Un día gris en el que Santana Motor SA, el corazón de la ciudad, cesó definitivamente sus actividades después de más de 55 años de liderazgo en el sector automovilístico español. La compañía se llevó consigo el empleo de más de un millar de linarenses, dejando en estado de 'shock' a una región basada en la microeconomía industrial que le proporcionaba la fábrica encargada de la producción de los motores de la compañía de coches japonesa Suzuki.

Santana, la única marca propiamente española del sector que había logrado sobrevivir a la apertura económica del país, fue durante la segunda mitad del siglo XX el motor del crecimiento de Linares y uno de los emblemas de la provincia jienense. Una empresa que daba trabajo a 1.341 personas y que, indirectamente, abastecía a la mayor parte del municipio. Su cierre, fruto de una larga cadena de indecisiones por parte de sus directivos y de la Junta de Andalucía, comprometió gravemente el futuro de Linares, que aún no ha sido capaz de reconducir la situación.

Hoy, esta localidad andaluza de 60.290 habitantes vive asfixiada por el paro y la inactividad empresarial, derivados de la crisis que arrasó España en 2008. Su tasa de desempleo es desoladora. Casi la mitad de los ciudadanos en edad de trabajar, un 43,61%, está actualmente en paro. Es decir, más del doble que la media española, que en el tercer trimestre de 2015 se situaba en el 21,18%. El secretario general de Podemos Linares, Juan Manuel Aleo, admite que la situación es crítica: “La ciudad requiere al menos 10.000 nuevos puestos de trabajo para poder siquiera acercarse a los estándares nacionales, algo que no parece que se vaya a conseguir a corto y medio plazo”. Según Aleo, “hasta que no se favorezca una política que incentive la llegada de nuevas industrias” al recinto abandonado por Santana, Linares “seguirá estando a la cola de Europa”.

Lo cierto es que, durante los años posteriores al cierre de la empresa de motores, el ayuntamiento, gobernado por el PSOE en nueve de las 10 legislaturas desde la formación de la democracia, ha intentado impulsar varias iniciativas para reindustrializar el municipio. Sin embargo, ninguna ha finalizado con éxito. El proyecto más destacado fue el llamado Plan Linares Futuro, del que formó parte directamente el consejero de Economía, Innovación y Ciencia de la Junta de Andalucía, Antonio Ávila, que prometió relanzar la actividad industrial de la comarca “mediante la implantación de nuevas empresas y la reutilización de las instalaciones de Santana”.

Las palabras volvieron a caer en saco roto, algo que provocó el descontento de la población linarense, cansada de esperar una solución que no llegaba. Desde 2012, se sucedieron diversas manifestaciones de protesta de los extrabajadores de Santana, que clamaban por una salida que satisficiera a todas las partes. Ante la incapacidad de encontrar una solución, tuvo que dar explicaciones el por entonces presidente andaluz, José Antonio Griñán, que achacó la falta de interesados en la parcela empresarial a la situación financiera del país: “Nadie puede sustraerse a una realidad, y la realidad es que hay una crisis económica”, sentenció.

“En Linares no se puede estar ahora mismo”

Si bien la situación laboral de la ciudad andaluza es ya de por sí alarmante, los indicadores del paro juvenil son aún más desoladores. Siete de cada 10 personas de entre 18 y 25 años se encuentran desempleadas o firman contratos precarios de tan solo unos días. Actualmente, hay 5.300 jóvenes que buscan trabajo en Linares, lo que ha obligado a muchos de ellos a probar suerte lejos de su casa.

Es el caso de Jesús Momblant, un joven de 25 años que estudió Programación Informática y tuvo que emigrar a Murcia para labrarse un futuro. “En Linares, simplemente, no se puede estar ahora mismo”, apunta. “Es prácticamente imposible encontrar algo que te permita vivir de forma digna. La única solución es salir de allí y probar suerte en otro sitio”.

Manolo Molina, de 24 años, vive ahora en Karlsruhe (Alemania) donde trabaja como maquinista de trenes. Para él, “salir de Linares se ha convertido en algo obligatorio” para aquellos jóvenes que siguen en situación de desempleo. “Al principio, da algo de vértigo el verte solo en un lugar desconocido, pero para mí está siendo una experiencia muy positiva y no me arrepiento de lo que he hecho”, afirma Manolo, que sin embargo no esconde su ilusión de poder volver algún día a su país, “aunque no hay prisa”.

Una ciudad fantasma

El éxodo de buena parte de la población joven ha dejado tras de sí una ciudad envejecida y falta de recursos, cada vez menos atractiva para los turistas y los inmigrantes. Desde el estallido de la crisis, Linares ha perdido alrededor de 1.000 habitantes, en su mayoría estudiantes y extranjeros de diferentes nacionalidades que han decidido volver a su país ante la grave situación económica que atraviesa la zona.

Según el profesor y geógrafo de la Universidad de Jaén José Menor, este desalojo de inmigrantes “es un síntoma preocupante de la inestabilidad en la que se encuentra Linares”. “El declive de la actividad empresarial ha creado una 'zona muerta' en la que tener trabajo es un privilegio, por lo que la gente de fuera ha preferido seguir siendo pobre en su país”, afirma.

El problema demográfico se ha agravado aún más debido al descenso del número de nacimientos. Muchas parejas han decidido esperar a que llegue una situación más desahogada para tener un hijo, ya que no se ven capacitadas para hacer frente a los gastos que conlleva. En Linares, alrededor del 50% de los hogares tiene problemas para pagar las facturas a final de mes, y uno de cada cuatro menores vive en el umbral de la pobreza. “Mi marido y yo no nos podemos arriesgar a tener ahora mismo un niño, sería una locura”, afirma Emilia Castillo, que trabaja como dependienta de una tienda de ropa a media jornada. Su sueldo es el único dinero que entra en casa, además de las pequeñas ayudas que reciben por parte de sus padres. “Nosotros no seríamos capaces de mantener a un hijo ahora mismo, así que habrá que esperar a que eso cambie”.

Ni siquiera el paso del tiempo ha logrado cicatrizar la profunda herida que la crisis dejó en Linares. De la alegría que antaño colmaba sus calles solo queda un amargo sucedáneo. Las calles están vacías. Las tiendas, cerradas. La eterna sensación de desasosiego continúa acechando a sus habitantes, que en apenas siete años han sido testigos de cómo una de las localidades más prósperas de la provincia se ha convertido en un lugar vacío y envejecido que no es capaz de seguir el ritmo del resto del país. El futuro es, a día de hoy, una incógnita. El pasado, un cruel recordatorio de que la vida puede dar un giro de 180 grados en cuestión de horas.

Por aquel entonces, “cuando aún se podía”, Cristóbal y sus compañeros solían visitar a Paco 'El Joyas' todos los viernes a la salida del trabajo. Paco, que tenía menos joyas que deudas a sus espaldas, era el gerente de un humilde bar cercano al parque empresarial de la localidad jienense de Linares. “Nos reuníamos allí, con los amigos, a gastar hígado y dinero”, apunta Cristóbal. Eso era antes del desastre. Hoy, aquella tasca no es más que un sucio local abandonado, y apenas quedan trabajadores en las fábricas de los alrededores. La angustia se ha extendido como un virus por una ciudad golpeada por la crisis, que ha perdido el brillo y la vitalidad de antaño.

Paro Crisis José Antonio Griñán
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