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La caza del ‘Chorizo’ en Estepa
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“NO SOMOS RACISTAS”

La caza del ‘Chorizo’ en Estepa

Todo se precipita cuando un vecino sorprende, desde su ventana, a uno de los miembros de ese clan, el clan de “los chorizos”, saltando por la azotea

Foto: Varios centenares de vecinos se dirigen a las casas de un clan gitano.
Varios centenares de vecinos se dirigen a las casas de un clan gitano.

"La gente ha explotado. Pero esto ni empezó ayer ni se va a acabar mañana”. Lo dicen con calma y determinación; es una de las primeras sentencias que le espetan al curioso que se acerca al casino del pueblo a tomar un café, o se acoda en cualquier barra de la localidad en el aperitivo del mediodía, tras los incidentes del fin de semana, en el que varios centenares de vecinos se dirigieron a las casas de un clan gitano, al que culpan de una oleada de robos en el pueblo.

Si los gitanos, alertados por el murmullo del pueblo, salieron huyendo aquel mismo día fue, a la vista de lo ocurrido luego, lo único que evitó que el conflicto hubiera degenerado en una batalla campal, entre la multitud agolpada frente a las puertas de las viviendas del clan gitano y los miembros de esa familia, que se habrían visto atrincherados en las casas que acabaron asaltando y, en algún caso, incendiando.

Primer incidente, hace un año

No empezó ayer, explican, porque hace justo un año, en julio del año pasado, ya comenzaron a caldearse los ánimos, los primeros hervores de la irritación social que ha estallado ahora. Entonces, un vecino de Estepa decidió tomarse la justicia por su mano cuando llegó a casa de su madre y se la encontró llorando: unos ladrones habían entrado y le habían robado una cadena de oro que para ella era mucho más que una joya.

Este vecino habló con algunos familiares y organizaron una patrulla. “Cogieron a varios del clan de los Chorizos –cuentan– y se los llevaron al campo. Cavaron un agujero y les dijeron que, si no aparecía la cadena de oro de forma inmediata, acabarían enterrados en aquel agujero”. La cadena de oro, como presumían, apareció esa misma tarde y lo que hicieron los gitanos del clan de los Chorizos fue poner una denuncia y ganar, al poco, una orden de alejamiento del vecino que los agredió.

Se convocaron algunas manifestaciones de protesta, pero fueron minoritarias, aunque lo relevante –dicen– es que la dinámica de venganza inmediata, de justicia popular, se inició entonces. Aquella salvajada abrió la senda de lo que ha venido después.

En la subdelegación del Gobierno sostienen que tanto la Policía como la Guardia Civil han atendido correctamente todas las denuncias que se han presentado, y que, tras cada investigación, los presuntos autores de algún robo se ponían a disposición judicial. Pero que, a partir de entonces, ya son los jueces y fiscales sobre quienes recae la responsabilidad de que los autores de esos hurtos pudieran salir de nuevo a la calle.

Y en el mundo judicial, a su vez, se recuerda que jueces y fiscales aplican las leyes que existen, pero no son los responsables de lo que esas determinan. Si en este clan gitano, como ocurre en otros casos, se utiliza a menores de edad para delinquir, para burlar la Ley del Menor, ¿qué pueden hacer jueces y fiscales sino aplicar esa ley que se ha aprobado en las Cortes?

La realidad, no obstante, es que para las personas que padecen los robos, que temen quedarse solos en sus casas, para los comerciantes que temen cerrar las puertas del negocio cada noche, para los estepeños, la cuestión se resuelve en un axioma imbatible en las redes sociales: “Los delincuentes gozan de impunidad porque no hay justicia”. Ni se admiten matices ni se repara en detalles: la realidad abrupta es la única que se impone. “En los últimos meses –dice un comerciante del centro– se había llegado ya a tal absurdo que eran los propios guardias civiles y policías los que le aconsejaban a la gente que no denunciara, salvo que fueran robos muy importantes, porque no iba a ocurrir nada; que los podrían detener, pero que al poco estarían otra vez en la calle”.

La foto desencadenante

En ese estado de tensión, de ebullición, todo se precipita la tarde en la que un vecino sorprende, desde su ventana, a uno de los miembros de ese clan, el clan delos Chorizos, saltando por la azotea de un vecino. Le hace una foto con su móvil y la hace circular por WhatsApp. Pronto, está en todos los móviles del pueblo. Se convoca una concentración de protesta, no autorizada, y los ánimos se exaltan al punto que ya conocemos, con dos viviendas incendiadas.

En una de las casas que ocupaban los quince o veinte miembros de esa clan –dos o tres familias de edades comprendidas entre los 15 y los 50 años– llegan incluso a encontrar una especie de depósito con algunos objetos robados. “La gente del pueblo –explican– sabían perfectamente dónde guardaban las cosas robadas, porque se les veía entrar y salir, pero en la Guardia Civil decían que no podían entrar a una casa sin una orden judicial”. La imagen de unos ciudadanos cargando con un televisor de plasma que les habían robado, robado y recuperado, después de asaltar la vivienda del clan de los Chorizos, es la mejor expresión del peligroso orden que se ha establecido aquí de justicia callejera.

Porque después de lo acontecido, el propio hecho de que la Guardia Civil haya reforzado la vigilancia en el pueblo y que, incluso, se haya detenido a varios miembros del clan de los Chorizos, no hace más que reafirmar la tesis que impera: “Hasta que no han ocurrido los incidentes, nadie hacía nada”.

Es, en definitiva, la pescadilla que se muerde la cola. Ante un problema real que tienen unos vecinos, el Estado de derecho no ofrece soluciones, y cuando se exaltan los ánimos y se impone la justicia callejera, es cuando se refuerza la vigilancia, el control y las detenciones, con lo que mentalmente se consolida la rebelión popular como fórmula inequívoca de solucionar un problema enquistado que pone en jaque a una ciudad.

Esa es la espiral peligrosísima que se ha generado en Estepa, pero también el estallido que puede ocurrir en cualquier otra ciudad porque el diagnóstico es común en otros muchos lugares. Y los tiempos de redes sociales y movilizaciones espontáneas que vivimos han facilitado el guion y la estrategia.

Payos y gitanos

De forma colateral, lo ocurrido en Estepa proporciona otro debate de enorme calado social en España, también irresoluble. El clan de los Chorizos tiene tanta historia en el pueblo como cualquier otra familia. La diferencia entre hace cincuenta o sesenta años y la actualidad, explican, es que entonces los gitanos estaban perfectamente integrados en el pueblo; una familia más de jornaleros que vivían de las peonadas del campo, esos inmensos campos de olivos que rodean a Estepa. Pero eso eran los abuelos del clan; las siguientes generaciones se han ido acomodando en las prestaciones sociales y en la delincuencia de baja intensidad, desde televisores de plasma de las casas particulares, que revendían, hasta jamones y embutidos de las tiendas.

Pero oficialmente, este clan, los actuales, sólo pasan por ser familias en una situación de exclusión social, a las que se le facilita una casa (tres de las cuatro viviendas en las que residían eran de la Junta de Andalucía) o, sencillamente, ocupaban ilegalmente un inmueble embargado por un banco y alargaban hasta el infinito el desalojo.

¿Qué ocurre cuando algunas familias utilizan el sistema de protección social para ahondar en la exclusión, la marginalidad o la delincuencia, como era el caso? Ahí, también, la sentencia popular no se detiene en matices; sólo ven a un lado a quienes pagan impuestos y en otro a quienes se sirven del dinero público para delinquir. Otro axioma popular extensible, generalizable y peligroso, muy peligroso. Ahora es Estepa, pero…

“En Estepa no somos racistas”

“En Estepa no somos racistas”, dicen con cierta razón al señalar el pasado de este clan gitano en la localidad. Los llaman “los Chorizos”, pero no porque los abuelos fueran delincuentes, que eran gente sencilla y trabajadora, dicen. Es un mote, como otros muchos del pueblo, que con el paso del tiempo, en la tercera generación familiar, ha ido a coincidir con un clan de delincuentes. “Nada de racismo, lo que no se puede permitir es que los ladrones tengan atemorizado a un pueblo y nadie haga nada”. Por eso, porque tiene esa firmeza en los planteamientos, lo primero que aseguran es que la movilización ciudadana no empezó ayer ni se termina mañana; de hecho, para este fin de semana ya se prepara otra concentración. “Esos no vuelven más por Estepa”.

Dicen que cuando salieron huyendo de Estepa, los gitanos del clan de los Chorizos se refugiaron en Puente Genil y que, de allí, ante las protestas que se estaban generando también en esa ciudad cordobesa, se marcharon a Casariche, otra vez en la provincia de Sevilla. Y es posible que, también de ese pueblo, acaben echándolos los vecinos. El final, es verdad, no se puede ver ahora. Sólo una espiral, como las columnas de humo que salían de las casas, un humo negro en el que ardía el cabreo irracional del gentío y el fracaso de tanto absurdo por solucionar, tanta impotencia por responder.

"La gente ha explotado. Pero esto ni empezó ayer ni se va a acabar mañana”. Lo dicen con calma y determinación; es una de las primeras sentencias que le espetan al curioso que se acerca al casino del pueblo a tomar un café, o se acoda en cualquier barra de la localidad en el aperitivo del mediodía, tras los incidentes del fin de semana, en el que varios centenares de vecinos se dirigieron a las casas de un clan gitano, al que culpan de una oleada de robos en el pueblo.

Guardia Civil Sevilla
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