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Funcionarios de brazos cruzados: "Me jubilo tras años intentando que me den trabajo"
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EL ACOSO OCULTO EN LA ADMINISTRACIÓN

Funcionarios de brazos cruzados: "Me jubilo tras años intentando que me den trabajo"

Jaime Nicolás, que puso voz a los altos funcionarios relegados en el pasillo, afronta su retiro. Pleiteó y pidió puestos menores a su rango. Interior no le considera para una plaza al pedirla por e-mail

Foto: El funcionario Jaime Nicolás en un despacho. (Fotos: Enrique Villarino)
El funcionario Jaime Nicolás en un despacho. (Fotos: Enrique Villarino)

Jaime Nicolás sí preferiría hacerlo. A sus 69 años, este técnico de la Administración Civil, uno de los cuerpos de élite de funcionarios, brillante y socarrón, encara los últimos meses de servicio al Estado. "El 25 de agosto, día de san Luis, rey de Francia, cumplo 70 años y ya no puedo seguir. No me jubilo, me jubilan. Voy a llevar 45 años de servicio y los últimos cinco sin hacer nada". Porque Jaime lleva ese tiempo arrinconado en un pasillo, pese a que ha pedido repetidamente tarea, incluso por vía judicial. "Me he presentado a las plazas que salían y he pedido puestos por debajo de mi nivel en la Administración [30, el máximo], pero no me han dado nada. En una semana, digamos que mi trabajo lo resuelvo en una hora. Es indignante y humillante". Hace unos años, él dio el paso y denunció públicamente la situación de aislamiento y ostracismo que viven muchos altos funcionarios cuando llega un político que no se fía de ellos. En la práctica, no le ha servido de mucho. Aunque añade: "He ganado la dignidad y el respeto de mis compañeros. Todo el mundo sabe que yo he intentado trabajar".

Jaime Nicolás ocupó durante años el cargo de mano derecha de Francisco Rubio Llorente en el Consejo de Estado. Cuando el PP llegó al poder, volvió al Ministerio del Interior. Le correspondía ese puesto porque allí había sido su último destino: "Asesor ejecutivo del director general de Policía y Guardia Civil". No le fue fácil encontrar ocupación. "Me costó dos meses que me dieran un destino. Estuve dos meses en mi casa cobrando y llamando a personal a ver si me asignaban destino. Ya cuando conseguí hablar con la subdirectora de personal, le dije que en el ministerio había política electoral, extranjería, asilo, relaciones internacionales… 'No, no, no.. Hemos pensado en un puesto idóneo para una persona como tú”.

"He ganado la dignidad y el respeto de mis compañeros. Todo el mundo sabe que yo he intentado trabajar"

Ese 'puesto idóneo' era el de "vocal asesor al secretario general de la Gerencia de Infraestructuras y Equipamiento de la Seguridad del Estado" (GIESE), el organismo que vende y compra terrenos y cuarteles de Interior. Con su nivel y sus trienios, el sueldo no es malo: más de 3.500 euros al mes. La oficina está en un buen sitio en el centro de Madrid y tiene un buen despacho. Jaime cuelga su sombrero y su abrigo y despliega papeles sobre una mesa para contar su caso. Cuando lanza alguna maldad con su fina ironía, mira por encima de las gafas y parece que le brillan los ojos. El problema en el GIESE no es que no fuera su área. Es que no había nada que hacer. “Estuve año y medio sin hacer absolutamente nada. Salvo una llamada al Consejo de Estado para ver si había entrado un dictamen que interesaba mucho al organismo, pero con la orden de no hablar con los letrados, solo con el auxiliar del registro. No sé, quizá fueron 10 minutos. O más, porque no se puso a la primera e insistí. Quizás una hora. Y yo, dale que te pego: 'Oye, quiero trabajar, quiero trabajar".

En esas circunstancias, el camino al trabajo no era sencillo. Agarra un papel y garabatea un esquema con el recorrido que tiene que hacer a diario para llegar a su despacho. "Cada mañana cuando voy al despacho, entro desde los ascensores y paso el arco de seguridad. Camino por el pasillo y me ve el agente de seguridad, la secretaria del director, un funcionario, otro, aquí hay un gran despacho con varios funcionarios que también me ven. Giro, vuelvo a girar, vuelvo a girar hasta que llego a mi despacho en el culo del edificio. Al principio, acojonaba e indignaba. En todos los despachos me veían y pensaban: ¿Y este tío? ¿Viene aquí a tocarse las pelotas? ¡Será sinvergüenza! ¡Será fresco!. ¿O será realmente un desecho de tienta? ¿Estará para el arrastre, para el pudridero?".

Entonces puso la primera demanda por acoso. Se basaba en "el protocolo de actuación frente al acoso laboral en la Administración General del Estado”. Se trata de un texto aprobado en 2011 que cita como primera causa de acoso “dejar al trabajador de forma continuada sin ocupación efectiva, o incomunicado, sin causa alguna que lo justifique”. Llevó su caso a los tribunales y perdió. Eso sí, la juez de la Audiencia Nacional que negó que sufriera acoso a la vez criticó la actitud del Ministerio del Interior. “No se justifican situaciones como la analizada, de destinar a puestos carentes de trabajo y funciones y con inevitables consecuencias en el derecho al cargo y a la dignidad profesional. Falta de justificación inconcebible más aún en la actual situación de crisis económica”. "No me dio la razón, pero me dio el derecho. La satisfacción moral, que era lo que buscaba, me la llevé", cuenta Jaime. "Lo que defiendo con la denuncia del acoso y de los otros desmanes es luchar por mi dignidad y por la dignidad y profesionalidad de la función pública".

"Pongamos que trabajo una hora cada semana. Voy todos los días, cumplo mi horario. ¿Qué hago dentro? No me toco las narices: leo, estudio..."

Ese primer caso está plagado de extravagancias. Los instructores del ministerio no vieron ninguna irregularidad, aunque admitían que él llevaba un año y medio mano sobre mano: "La instrucción ha constatado en la presente investigación que efectivamente solo se le ha encomendado un trabajo específico [la llamada de teléfono] al señor Nicolás. Pero también ha podido comprobar que él conocía de los temas que se llevaban en la gerencia, de los que podía opinar y asesorar con absoluta libertad aunque fuera en un lugar tan singular como una cafetería, pues ese era el estilo personal de dirección". Él no puede contener la carcajada: "Es decir, que como todos los días vamos a tomar café y puedo hablar allí, pues ya está".

Después, la situación mejoró, pero no del todo. “Yo tengo de jefe a un general de división de estado mayor que es una persona razonable y tiene por mí un gran respeto y un posible afecto que surge de tomar cafés todos los días. No se trabaja mucho, pero crea ciertos vínculos. Él me da el mínimo trabajo posible para que no le acusen de no cubrir el expediente y me hace trabajar algo para evitar que vuelva a presentar yo más batalla. Creo que él no tiene la culpa. Yo señalo al subsecretario del ministerio y a otros altos cargos”.

¿Cuánto puede ser ese mínimo trabajo posible? Se lo piensa. “Eso puede ser una hora cada 15 días, no llega a uno hora cada día. Pongamos una hora cada semana. Voy todos los días, cumplo mi horario, voy por las tardes con regularidad. ¿Qué hago dentro? No me toco las narices: leo, estudio sobre la Revolución rusa, la Revolución francesa y la Guerra Civil, y he traducido un libro del alemán, pero no hago crucigramas. Estoy infrautilizadísimo y es indignante. Me da vergüenza decir las horas que trabajo y que me ocupo de Habermas y Robespierre. Me da vergüenza aunque no es culpa mía". Jaime encadena una idea con otra, solo interrumpe cuando le llama uno de los aspirantes a magistrado del Tribunal Constitucional para quedar a cenar: "La lacra mayor de esta situación es que tienes que estar permanentemente justificándote ante los demás: que de verdad no lo has buscado, que quieres trabajar… Permanentemente. En tu casa, con tus amigos, compañeros. Mientras que los acosadores no tienen que dar ni una explicación".

"En cinco años, solo he participado en dos o tres reuniones con alcaldes. Se me ha cerrado el acceso al correo corporativo de la Gerencia, al que tienen acceso todos los demás responsables (todos de menor nivel de puesto de trabajo que el mío). No he participado ni asistido a ninguna reunión de los órganos de dirección del organismo (consejo rector, comisión delegada), como hacen con normalidad mis compañeros, no se me ha permitido contactar con nadie del ministerio, Abogacía del Estado, secretaría general técnica, subsecretaría", cuenta. "Solo el buen ambiente con mis compañeros del GIESE de todos los niveles (guardias civiles y policías, especialmente) me ha ayudado a superar esas barreras y aislamientos. Me he esforzado en cuidar esa relación también como un mecanismo de no hundirme más en el aislamiento. He participado en todos sus festejos, jubilaciones, he jugado a todas las loterías colectivas habidas y por haber".

Recuerda que al mejorar la relación personal tiempo después un superior le confesó: "Cuando te mandaron aquí, pensé que eras un desecho de tienta". Ya, afirma, no es así: "Ahora todos me respetan, en parte porque he pedido trabajar y he pedido puesto de nivel 28, más bajo que el mío, para trabajar. He pedido una dirección en Protección Civil, la subdirección general de asilo y no me la han dado, el puesto de jefe de gabinete del subsecretario…".

"La lacra es que tienes que estar permanentemente justificándote ante los demás: que de verdad no lo has buscado, que quieres trabajar"

Jordi Solé Estalella, inspector de Hacienda y presidente de la Federación de Asociaciones de los Cuerpos Superiores de la Administración Civil del Estado (Fedeca), explica que estos casos de aislamiento de funcionarios son "lamentables". "No hemos radiografiado cuántos hay, pero son más de los que la gente piensa. Todos conocemos gente en esa situación. Hay una usurpación de la Administración por el poder político. Se aparca a la gente en un despacho con sueldos interesantes". Solé señala que a veces estos castigos no tienen ningún motivo y que abundan en empresas públicas y organismos que orbitan alrededor de la Administración: "Muchos altos puestos en la Administración se basan en la confianza. Con cada Gobierno, se van agregando capas de altos cargos. En un departamento puede haber 14 directores de los que trabajan dos. Los otros se han ido sumando con cada Administración, como los sedimentos en la geología". En Exteriores, por ejemplo, muchos antiguos embajadores se pasan años en el pasillo sin ocupación o haciendo informes sobre áreas remotas que nadie lee. Esperan a que cambie el Gobierno o a que un amigo ascienda y los rescate. Allí es ley de vida.

Sin embargo, es difícil que los afectados den la cara como lo ha hecho Jaime. No ha querido hablar para este reportaje esa funcionaria que denunció que la habían arrumbado en "un cementerio de elefantes", en el que "la gente va ahí a vivir bien y a disfrutar del nivel" y que "intentan justificar la necesidad de continuidad de la unidad mediante la elaboración de farragosos informes". José Manuel López, responsable del sector público en el sindicato UGT, explica que el protocolo para evitar estos casos de arrinconamiento de funcionarios no funciona: "En la Administración General del Estado hay 220.000 personas excluyendo policía y guardia civil. En 2015, hubo 61 denuncias de acoso, de las que 18 ni se admitieron, 33 se archivaron y solo hubo cinco expedientes. Es un porcentaje nimio. El protocolo está pensado para proteger a la Administración más que para denunciar. Son cifras ridículas. Algo no cuadra". Señala que "la Administración es juez y parte y por eso no denuncia".

Jaime Nicolás coincide con esa impresión: "La gente no protesta. Lo que hace es quejarse internamente, pero poner en el registro una denuncia es muy duro. Y comprendo que si tienes mucha carrera por delante, cuesta. Cuando alguien en esa situación viene y me pregunta qué puede hacer, le digo que si tiene familia que dependa de él, que lo deje correr". Jaime achaca el origen de su aislamiento en que hace años denunció por plagio a un profesor que era del Opus y amigo de Jorge Fernández Díaz. Así que cuando este llegó a Interior, siempre según su versión, dio la orden de apartarlo.

A pesar de todo, él ha seguido. Su última batalla es pleitear por un puesto de libre designación. Afirma que el ministerio no ha tenido en cuanta su candidatura porque la envió por correo electrónico. "La libre designación no es nombramiento político. No es cargo de confianza y es un procedimiento competitivo, de méritos de los que concurren. Luego la Administración tiene cierto margen para seleccionar, pero sigue siendo un procedimiento competitivo basado en la igualdad y la capacidad. Tengo unos méritos y creo que podría haber soportado la concurrencia de otros competidores. Pero me niegan el derecho a concurrir porque lo he pedido por correo electrónico. Me contestan que mi candidatura no vale y lo hacen con un correo electrónico y con un informe que la Abogacía del Estado envía también por correo. La ley del embudo: mi correo no vale pero los suyos sí".

Con esto intenta demostrar que los concursos para los puestos de libre designación son "una farsa". “Hay que ponderar los méritos, pero eso se ha olvidado porque los partidos han colonizado la Administración. Han convertido los puestos de libre designación en puestos de confianza. Se presentan muchos pero se nombra al que está elegido. No se comparan méritos. Se ve que sí, que pertenece al grupo A1 y punto”. Admite que esto no es algo nuevo, que lleva mucho tiempo ocurriendo. "Yo soy nivel 30 hace 30 años y siempre ha sido así".

—¿Va a pleitear por esto?

—Claro.

—¿Pero no está a punto de jubilarse?

—¿Y qué tiene que ver? La dignidad la tiene uno aunque se jubile.

Jaime Nicolás sí preferiría hacerlo. A sus 69 años, este técnico de la Administración Civil, uno de los cuerpos de élite de funcionarios, brillante y socarrón, encara los últimos meses de servicio al Estado. "El 25 de agosto, día de san Luis, rey de Francia, cumplo 70 años y ya no puedo seguir. No me jubilo, me jubilan. Voy a llevar 45 años de servicio y los últimos cinco sin hacer nada". Porque Jaime lleva ese tiempo arrinconado en un pasillo, pese a que ha pedido repetidamente tarea, incluso por vía judicial. "Me he presentado a las plazas que salían y he pedido puestos por debajo de mi nivel en la Administración [30, el máximo], pero no me han dado nada. En una semana, digamos que mi trabajo lo resuelvo en una hora. Es indignante y humillante". Hace unos años, él dio el paso y denunció públicamente la situación de aislamiento y ostracismo que viven muchos altos funcionarios cuando llega un político que no se fía de ellos. En la práctica, no le ha servido de mucho. Aunque añade: "He ganado la dignidad y el respeto de mis compañeros. Todo el mundo sabe que yo he intentado trabajar".

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