Es noticia
Así vive un valle dividido, pero con un mismo sentir: "Garoña no se va a abrir"
  1. España
la central parte los pueblos en dos bandos

Así vive un valle dividido, pero con un mismo sentir: "Garoña no se va a abrir"

Los pueblos del Valle de Tobalina se dividen en detractores y partidarios de la central nuclear. Pero, en el fondo, todos saben que la actividad nuclear nunca volverá

Foto: Central nuclear de Santa María de Garoña. (Antonia Gutiérrez)
Central nuclear de Santa María de Garoña. (Antonia Gutiérrez)

Apoyada con los codos en el mostrador de secretaría, la alcaldesa del Valle de Tobalina, Raquel González Gómez, ojea con interés los periódicos, que llevan todos a portada el aval del CSN a la apertura de la cercana central nuclear de Santa María de Garoña. "No me voy a posicionar si estoy a favor o en contra de su apertura", advierte antes de que pueda surgir la primera pregunta. No quiere dar carnaza a los numerosos medios que están friendo el teléfono del ayuntamiento. "No sé si las respuestas te van a contentar o no", remarca para marcar territorio.

Sus distancias, precisa, no tienen nada que ver con las siglas del PP ("tenemos nuestra independencia", recalca) ni tampoco con el hecho de que su marido trabaje de forma indirecta en la central. Asegura que su discurso, en otras circunstancias, no cambiaría. Respeto, respeto y respeto a la decisión que sea, insiste sin querer ir más allá. Pero sin querer decir, la alcaldesa dice mucho. No como el anterior regidor, el también popular Rafael González, que tildó de "catastrófico" el cierre de Garoña, pero en su discurso se manifiesta un apoyo a la apertura de la central. "Si los expertos, que se basan en aspectos técnicos fiables, han determinado que es segura si se cumplen una serie de condiciones...", señala.

Su discurso no deja lugar a dudas en base a los efectos del pasado. No quiere utilizar la palabra 'decadencia', pero sí asegura que el valle, en el que viven un millar de personas, "está un poco decaído" desde que Garoña se desconectara de la red eléctrica en diciembre de 2012. Ha bajado la actividad, los negocios se han resentido, las subcontratas han caído, el movimiento generado en torno a Garoña se ha reducido... Pero, por encima de todo, el mayor golpe ha sido en "el ánimo" de los vecinos. "Hay menos ilusión, menos expectativas entre la población. La gente decía 'ya me contratará Garoña de forma temporal' y tenía esperanzas. Todo esto ha desaparecido", relata.

La población apenas se ha resentido en estos cuatro años (apenas ha perdido una veintena de habitantes), a pesar del descenso de la actividad. Muchos aún aguardan a ese plan de reactivación económica que prometieron las instituciones con motivo del cierre de Garoña y que el paso del tiempo ha convertido en una cortina de humo. "En cuatro años no ha habido nada", lamenta la alcaldesa, que se muestra convencida de que los vecinos van a "entender" la decisión definitiva que adopte el Gobierno, tanto si se reabre como si se determina el cierre definitivo.

Los vecinos de la comarca discrepan sobre los efectos que tendría la posible reapertura cuatro años después del cierre

Pero en la calle no existe esta unanimidad. Todo lo contrario. En Quintana Martín Galíndez, el mayor núcleo de población del valle, hubo mucha división hace cuatro años con motivo del fin de la actividad de Garoña y hoy sigue reinando la fuerte controversia.

División en el pueblo mayor

Hay división en todos los sentidos: en si se debe abrir la central, en si es segura la instalación o hasta en el impacto que ha conllevado y conllevará el cierre, con posturas que incluso niegan cualquier repercusión. Reina el desacuerdo. Por haber división, la hay hasta a la hora de hablar. El silencio se impone en la mitad de los casos, en especial en los negocios, donde pocos quieren retratarse. Es el "miedo" a posicionarse de forma pública en un pueblo enfrentado en el sí y el no. "Si digo que estoy a favor de la central, los que piden su cierre por motivos de seguridad van a dejan de venir, y si digo que quiero que se cierre, la gente que aún vive de la central o quiere su reapertura no va a entrar", exponen desde uno de los bares. Lo que sí se dice abiertamente al otro lado de la barra es que la cifra de negocio ha bajado estos últimos años.

Alberto es de los pocos que se atreven a poner nombre y rostro a las palabras. Desde diciembre, regenta el único hostal del pueblo (se lo alquila al ayuntamiento) y no duda en rechazar el argumento de la reapertura por motivos laborales. "No se puede lograr trabajo a costa de cualquier cosa. Garoña está ya muy vieja", asevera. Y lo dice de forma rotunda, pese a que está echando piedras contra su propio tejado. Más trabajo en la central abre la puerta a más pernoctaciones y comidas. Además, a día de hoy, tiene como clientes entre semana a operarios que trabajan en la central en la construcción temporal individualizada del combustible nuclear gastado. Pero por encima del negocio priman más las convicciones personales, se impone esa larga lista de manifestaciones en contra de Garoña. "Pero no se puede depender de una empresa privada a la que el Gobierno le ha echado una mano", sostiene.

"Antes venían autobuses con trabajadores..."

Y llega la confrontación. "Es la única empresa del valle. Lo demás son servicios", replican dos jóvenes vecinas. "Claro que se ha notado el cierre. Sus efectos son indiscutibles", rebaten. Antes venían autobuses con trabajadores de Garoña que paraban en los bares, había muchas excursiones para visitar la central que luego comían en el pueblo... No dudan en declararse "proGaroña" por "muchos motivos", en especial por los elevados impuestos que deja la central en un pueblo que no llega a los 400 habitantes. "¿Cómo vamos a mantener la biblioteca, la guardería, el gimnasio y otras instalaciones que tenemos y que son mejores que las de otros pueblos de alrededor más poblados? ¿Con el dinero de nuestro bolsillo?", preguntan.

La apertura o el desmantelamiento de la central garantiza la actividad en la zona en una década. "Habrá movimiento durante los próximos 10 años"

El presupuesto anual del ayuntamiento es de tres millones de euros, de los que la mitad "o algo más" procede de la central nuclear vía tributos. "Se nota mucho", enfatiza la alcaldesa. Esta aportación "ha permitido hacer obras que otros municipios no han podido", y cita como ejemplo el flamante edificio de Desarrollo Rural. "Pero no lo miramos de forma egoísta", matiza para dejar constancia de que "la seguridad es lo primero". Pero 'la pela es la pela' y con el dinero recaudado el ayuntamiento puede realizar contrataciones temporales de gente del valle, de hasta seis meses, para mitigar el paro.

La época de esplendor de Garoña

En la época de esplendor de Garoña, unas 40 personas del valle trabajaban en la central. Ahora apenas unos pocos mantienen el puesto en una plantilla que está conformada por más de 200 personas sumidas en ERE continuos. "Si la abren, al menos habrá más empleos", valora una antigua trabajadora cuyo marido se mantiene dentro. "Siempre he vivido aquí y nunca me ha asustado y me he preocupado por motivos de seguridad", resalta para rechazar el argumento esgrimido por la mayoría de partidos e instituciones del entorno para exigir su cierre definitivo.

La falta de seguridad empuja a otros vecinos a exigir el desmantelamiento de Garoña. Son los mismos que aseguran que "la comarca no ha notado nada" el cierre de la central porque muchos de los trabajadores proceden de Miranda de Ebro y de Medina de Pomar, dos grandes ciudades situadas a pocos kilómetros, y "no han dejado un duro en la comarca". "El pueblo se está muriendo, pero no precisamente por el cierre de la central", asevera Trini, una mujer que lleva 40 años en el pueblo mientras señala un edificio que lleva más de una década con todos sus pisos con el cartel de 'Se vende'. Incluso, los críticos denuncian que el "único negocio es el que tiene montado el ayuntamiento" con las licencias que requiere Garoña para acometer las obras. "¿Dónde se va todo el dinero que da Garoña? Porque ni se han mejorado las carreteras", censura otra vecina.

"Traería un empleo que hace falta"

Joseba hace 11 años que llegó de Bilbao. Trabaja en la carnicería del pueblo y habla desde la experiencia. Sus productos son muy demandados (envían género a otras comunidades) pero hubo épocas mejores. "Sí se ha notado mucho el bajón", indica. Su mujer está en el paro y es favorable a la reapertura de la central porque no duda de que "traería un empleo que hace falta". Junto a la tienda, en uno de los bares del pueblo, un grupo de extrabajadores de Garoña, la mayoría ya jubilados, se calienta del frío copa en mano antes de entrar a comer. Hoy toca ritual. Comida, mus y bolos. Hoy están nueve, pero se suelen juntar 14 en una cita que se repite más o menos cada dos meses. De hecho, ya piensan en la siguiente antes siquiera de sentarse a la mesa: patatas con jabalí en el cercano pueblo de Frías.

"¿Dónde va todo el dinero que da Garoña? Porque ni se han mejorado las carreteras", censura otra vecina

Aquí no hay dudas sobre las bondades de la central. "Cada dos años, con cada parada de Garoña, esto era la hostia. Venían muchos 'recargeros' y se llenaban todos los hostales y casas rurales de los alrededores. Ni los conciertos, ni el verano ni las fiestas traían tanto movimiento", destacan para poner en valor el particular 'agosto' que vivía este pueblo con cada parada de la central. Y en pleno debate sobre si el cierre de Garoña ha provocado efectos negativos echan mano de un dato "objetivo" que consideran "revelador": desde el fin de la actividad de la central, el hostal ha cambiado tres veces de mano. "Por algo será", sentencian.

Habrá trabajo si la abren... y si la desmantelan

David, un extrabajador de Garoña, resume esta disparidad de criterios sobre el impacto en unas pocas palabras: "Los vecinos que quieren que cierre la central nunca van a admitir que ha habido repercusiones negativas, y los que desean su reapertura siempre van a decir que se han notado los efectos". Las opiniones nunca van a cambiar, pero tampoco parece que la situación vaya a cambiar mucho a corto plazo, sea cual sea la decisión del Gobierno, como pone de manifiesto Alberto. "Si la abren hasta 2031, habrá más actividad, pero si la cierran también habrá unos 10 años de 'trabajo a saco' por las tareas de desmantelamiento", razona. Y lo mismo piensa la alcaldesa. "De una u otra manera, habrá movimiento durante los próximos 10 o 12 años", expone.

"Cada dos años, con cada parada de Garoña, esto era la hostia. Venían muchos 'recargeros' y se llenaban todos los hostales"

En la calle, cada palabra alimenta la división. Pero hay algo en lo que todos (o casi todos) coinciden: Garoña no se va a abrir. "El pueblo tiene muy asumido que no se va a abrir", afirman varias voces. Los ciudadanos creen que la central burgalesa es la "excusa" para ampliar hasta los 60 años la vida útil del resto de centrales nucleares de España, que tienen mucha más capacidad que esta vetusta instalación situada a escasos kilómetros de Euskadi. "Esto nada tiene que ver con Garoña", coinciden de forma gráfica varios vecinos.

La Guardia Civil sigue en la central

En las inmediaciones de la central nuclear, parece que nada ha cambiado. El zumbido de la red eléctrica martillea los oídos y hace imperceptible el transcurrir pausado del río que abraza las instalaciones. La central sigue estando custodiada por la Guardia Civil (hasta cuatro patrullas llegan a coincidir en un momento), el 'parking' sigue estando repleto de vehículos y hasta el característico frío helador de la zona sigue intacto. Es más, la niebla apenas deja reconocer el rostro de la central. Solo deja adivinar un cartel que da cuenta de las obras del almacén temporal individualizado. Es la única huella escrita, porque no hay pintadas sobre Garoña. Es un entorno limpio de mensajes. De hecho, en las inmediaciones de la central las únicas pintadas tienen en la diana al 'fracking', la técnica de extracción de gas del subsuelo.

—¿Qué pasaría si un día se abre la central?

—Pues que algún otro día se cerrará —bromea un joven. Él pone el tono humorístico a un tema que sigue generando mucha controversia en el pueblo—. Y la que está por llegar —señala.

Apoyada con los codos en el mostrador de secretaría, la alcaldesa del Valle de Tobalina, Raquel González Gómez, ojea con interés los periódicos, que llevan todos a portada el aval del CSN a la apertura de la cercana central nuclear de Santa María de Garoña. "No me voy a posicionar si estoy a favor o en contra de su apertura", advierte antes de que pueda surgir la primera pregunta. No quiere dar carnaza a los numerosos medios que están friendo el teléfono del ayuntamiento. "No sé si las respuestas te van a contentar o no", remarca para marcar territorio.

Centrales nucleares Noticias de Castilla y León
El redactor recomienda