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¿Se merece el activista Lagarder Danciu que le expulsen de España?
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EL 22 DE DICIEMBRE VENCE EL PLAZO PARA SU SALIDA

¿Se merece el activista Lagarder Danciu que le expulsen de España?

Rumano, gitano, sin techo y gay. Así se presenta el agitador callejero más activo de nuestro país. Su lucha por los derechos de los marginados ha terminado en una orden de expulsión

Foto: Lagarder Danciu, agarrado por dos agentes de policía en un cartel de protesta por su expulsión.
Lagarder Danciu, agarrado por dos agentes de policía en un cartel de protesta por su expulsión.

Quince meses. Es el tiempo que ha tardado Lagarder Danciu en colmar el vaso de la paciencia de las autoridades españolas. O, como él dice, en "hincharle los huevos a los políticos". Quince meses en los que ha tenido tiempo de gritarle "sois mafia" a Mariano Rajoy y a la plana mayor del PP, de increpar a Pedro Sánchez en un acto de campaña electoral, de sulfurar a los filofascistas el 20N hasta el extremo de llevarse una paliza por bramarles "Franco asesino". No hay jardín en el que Lagarder no se haya metido últimamente. Héroe de los desposeídos para unos, golfo con ansias de protagonismo para otros, la meteórica carrera del activista "rumano, gitano, sin techo y gay", como a él le gusta definirse, puede haber tocado a su fin bruscamente.

"No sé si después del 22 de diciembre voy a seguir en España", reconoce Lagarder. En esa fecha vencerá el plazo de 15 días para su salida del país, aunque su abogado ya ha presentado alegaciones. El expediente de expulsión fue emitido por la Brigada de Provincial de Extranjería y Fronteras de Málaga, y es fruto de su segunda detención policial. Ocurrió en esa ciudad el 6 de diciembre, Día de la Constitución, en uno de sus escraches al alcalde Francisco de la Torre, a quien acusa de hostigar a los sin techo. Según la policía local, "agredió y mordió" a los agentes que lo redujeron, algo que el activista niega rotundamente y en lo que el fiscal, que sobreseyó la causa, le ha dado la razón: "Necesitaban un segundo precedente, otra encarcelación por mordisco a la policía, para poder aplicarme la ley de extranjería". Lagarder se refiere al Real Decreto 240/2007, que regula la estancia en España de los ciudadanos de países de la Unión Europea, como es el caso de Rumanía. Según esa normativa, un comunitario puede ser expulsado si supone una amenaza para el "orden público, seguridad pública o salud pública".

¿Es Lagarder, con sus gritos y sus pancartas, una amenaza para el orden público o la seguridad del Estado? La respuesta es muy subjetiva. Desde luego no lo es si nos basamos en su ‘modus operandi’: irrumpir en actos políticos de primer orden con ímpetu pero sin violencia. Tampoco lo es para sus 27.900 seguidores en Twitter, que lo jalean y defienden como a un paladín de los descastados.

Sí supone una amenaza en cambio para la Dirección General de la Policía de Málaga, que ha emitido su expediente de expulsión. Y también para todos aquellos que lo atosigan constantemente, ya sea en la red o a través de su teléfono móvil. "En los últimos días he recibido más de 5.000 wasaps con amenazas de muerte, gente llamándome maricón, diciendo ‘vete a tu país, gitano de mierda'", denuncia el activista. "Pero no me sorprende, en este país hay mucho neonazi oculto. Dicen que no tenemos partidos de ultraderecha, pero en España hay un fascismo encubierto que nos está quitando derechos a diario".

La eclosión y objetivos de Lagarder también han sido motivo de debate y teorías de la conspiración. Sus detractores lo acusan de pertenecer a movimientos antisistema europeos, que lo estarían financiando. No hay otra forma de explicar, exclaman en la red, que un vagabundo sin ingresos declarados pueda viajar por toda España reventando actos políticos o se pase el día enganchado a internet (su actividad en Twitter y Facebook es frenética). Lagarder, ya bregado en esta clase de insinuaciones, se defiende: "El móvil lo paga una asociación de personas sin hogar de Cádiz. En una asamblea decidieron costear esta herramienta porque la consideran el ojo de la gente que sufre en este país. Y si puedo viajar es por la solidaridad de toda la gente buena que me encuentro en el camino. Ahora ya es más fácil, porque muchos me conocen y me ayudan".

Y lanza con dardo: "Parte de la cultura del español es la envidia. Es un país que cuando ve a alguien resaltar no incide en su idea, no se fija en que está pidiendo derechos y visibilizando un problema. Va al otro lado: es que se quiere hacer famoso, dicen, en vez de ir a la raíz de por qué Lagarder le llama a Mariano Rajoy mafioso".

La forja del héroe

Lagarder Danciu recuerda el día en que dejó de ser un inmigrante más para convertirse en el activista callejero más ocupado del país. Fue el 17 de septiembre de 2015 en Sevilla. Llevaba ya diez años en Andalucía (llegó en 2005) alternando labores de educador en centros de menores e intérprete en los juzgados. Y ese día vio la luz. "Me habían dejado sin nada, mi casera me quería denunciar por no pagar el alquiler. Me había gastado todos los ahorros denunciando a las instituciones públicas que me habían echado por, precisamente, hacer bien mi trabajo, que es señalar la segregación de los gitanos en los institutos y denunciar el robo de fondos en la Unión Romaní. Así que pensé: antes de que venga la policía a echarme de casa, me voy yo a vivir a la calle". Y convenció a 33 indigentes, la mayoría rumanos que vivían "en furgonetas, parques y puentes", para levantar el Campamento Dignidad, una pequeña comuna de vagabundos llena de pancartas con mensajes muy duros hacia el alcalde de Sevilla, el socialista Juan Espadas, y la Junta de Andalucía.

El campamento aguantó 127 días antes de ser desmantelado. "En todo ese tiempo los políticos nos despreciaron, ni se interesaron por nosotros. Lo único que hicieron fue enviar ‘lecheras’ (furgones policiales). Yo alucinaba". Fruto de esa indignación, decidió extender su lucha por los derechos de los sin techo y los colectivos marginados a toda España. Y no solo eso, sino hacerlo a lo grande, plantando cara a los políticos.

Su primera aparición estelar se produjo el 24 de mayo, cuando se coló en la presentación de todos los cabezas de lista del Partido Popular para las elecciones del 26-J al grito de "el PP es mafia". También estuvo en la calle Génova para "unirse" a la fiesta de los populares por la victoria electoral, con una pancarta que rezaba "50.000 sin techo hoy no han votado". Entremedias, una bronca a Pedro Sánchez, que se quedó mirándolo con media sonrisa en un acto de campaña, o la más reciente paliza sufrida en la plaza de Oriente a manos de neofascistas, pasando por la interpelación al alcalde de Málaga. Y todo ello narrado casi en tiempo real en Facebook y Twitter.

¿Ganas de dar la nota o activismo sincero? Lagarder no niega que el objetivo de sus exabruptos y provocaciones es llamar la atención de los medios y de las redes sociales. "Al ver el horror que hay en la calle y lo poco que se interesa la gente por ello, pensé: ‘tu estás luchando en esta dimensión, pero nadie se va enterar de lo que haces aquí’. Entonces empecé a trabajar en dos vertientes: una es el trabajo de calle pedagógico, y la otra los actos de denuncia, ir a por la élite y echarle esta realidad en la cara. Yo ya había visto en Sevilla que tocar las narices a los políticos te da visibilidad y la gente se da cuenta de lo que está pasando".

Y reconoce: "Yo mismo estoy sorprendido de la repercusión. Desde que estoy durmiendo en la calle tengo más valentía. Te da igual si te pasa algo porque sabes que lo has perdido todo. Antes no hubiera sido capaz de ponerme ante los políticos y decirles todo esto, pero la desesperación de todas las historias duras que veo cada día, de gente que ha pagado sus impuestos en este país y está en la calle, de nuestros mayores que los tenemos abandonados en los parques, eso me da fuerza".

Otra de las críticas que recibe Lagarder es su empeño en reivindicar día sí y día también una vida digna para los marginados en lugar de buscarse un empleo. Ante esto el activista se enciende: "Yo he trabajado muchos años y he pagado siempre mis impuestos. A mí me echaron por incomodar al poder y ahora no me quieren dar trabajo. Por eso uso las calles como aula para educar, que es mi vocación, y también para aprender de la gente. Y en el camino por los derechos me encuentro con centros sociales o colectivos okupas que me ayudan, que me prestan un sofá o me ofrecen un plato de comida. Somos muchos los que luchamos contra la pobreza, no estoy solo".

Una lucha en la que excluye a Podemos, partido al que se le ha vinculado repetidamente. "Yo no soy de Podemos. Estuve cerca al inicio pero me aparté al ver la forma que tomaba, tan parecida al tipo de organización del PP. Hasta Monedero me ha llamado sinvergüenza. Podemos ha desestabilizado todos los movimientos sociales, le ha hecho un favor al sistema al apartarse de la calle y entrar en las instituciones".

Un paso más en su carrera

Su orden de expulsión podría ser, en realidad, un paso adelante en su fulgurante carrera de defensor de los marginados. Es elevar su lucha de la calle a los tribunales. Porque, como adelanta el abogado Francisco Solans, uno de los mayores expertos en extranjería, la deportación de Lagarder es poco probable. "No tiene sentido que por dos detenciones, una de las cuales está sobreseída y la otra pendiente, se califique a este hombre como un peligro para el orden público y se le aplique una medida de tanta gravedad como una expulsión", indica el letrado. "No sé lo que dirá finalmente la subdelegación del gobierno, que no ha dictado aún la resolución, pero si finalmente lo expulsa tendrá que dar explicaciones muy serias, estaríamos hablando de echar a alguien como represalia política".

La sola apertura del expediente ya es para Solans "un hecho preocupante", pero el abogado aduce razones prácticas para considerar que todo quedará en nada. "No hay muchas expulsiones de ciudadanos comunitarios cada año, y no las hay por puro pragmatismo. Es pagarle las vacaciones a casa, porque en una unión sin fronteras, donde no hay que pedir ningún visado para ir de un país a otro, es absurdo expulsar a un ciudadano".

"¿Que si soy un peligro? Claro que lo soy. Un peligro para la élite porque pongo en evidencia la pobreza severa en este país, por colgar historias en Facebook de familias y niños españoles tirados en la calle, entre escombros y ratas. Están utilizando las instituciones para deportar a un extranjero, y eso puede crear un precedente muy grave. Todo por visibilizar la pobreza en este país, a estas alturas hemos llegado", dice Lagarder por su parte, quien se reconoce inquieto ante la perspectiva de ser expulsado.

"Si ese día llega y me echan de este país, como persona libre que soy iré a otro país de Europa y haré lo mismo que estoy haciendo en España", advierte. "Pero mi implicación aquí está muy clara, llevo 12 años viviendo, aquí tengo mi vida y he hecho mi carrera profesional. Y sería una lástima dejar la lucha a medias ahora que justo íbamos a pasar de una primera fase de visibilización a una segunda fase de organización, en la que lanzaremos una iniciativa legislativa popular para llevar al Congreso la realidad de los pobres y los marginados. Y eso no me lo quieren permitir".

Quince meses. Es el tiempo que ha tardado Lagarder Danciu en colmar el vaso de la paciencia de las autoridades españolas. O, como él dice, en "hincharle los huevos a los políticos". Quince meses en los que ha tenido tiempo de gritarle "sois mafia" a Mariano Rajoy y a la plana mayor del PP, de increpar a Pedro Sánchez en un acto de campaña electoral, de sulfurar a los filofascistas el 20N hasta el extremo de llevarse una paliza por bramarles "Franco asesino". No hay jardín en el que Lagarder no se haya metido últimamente. Héroe de los desposeídos para unos, golfo con ansias de protagonismo para otros, la meteórica carrera del activista "rumano, gitano, sin techo y gay", como a él le gusta definirse, puede haber tocado a su fin bruscamente.

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