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¿La salud de los políticos importa? Lecciones del 'caso Hillary' que aprendió Garzón
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TRANSPARENCIA Y COMUNICACIÓN POLÍTICA

¿La salud de los políticos importa? Lecciones del 'caso Hillary' que aprendió Garzón

Las exigencias de transparencia por parte del electorado son cada vez mayores y la opacidad sobre el estado de salud tiene más riesgos que beneficios, según coinciden los expertos

Foto: El lider de Izquierda Unida, Alberto Garzón, a su llegada al hemicíclo del Congreso de los Diputados durante el debate de investidura. (EFE)
El lider de Izquierda Unida, Alberto Garzón, a su llegada al hemicíclo del Congreso de los Diputados durante el debate de investidura. (EFE)

Los problemas de salud de Hillary Clinton han entrado en campaña generando un encendido debate del que se derivan algunas conclusiones y muchas preguntas. La gestión realizada por el equipo de campaña de la candidata a la presidencia de EEUU ha sido puesta en tela de juicio, no solo por su oponente electoral Donald Trump, sino por reputados expertos en comunicación política, en un momento en el que las exigencias de transparencia son cada vez mayores. Un caso del que se han extraído lecciones sobre la idoneidad o no de que los políticos informen sobre su estado de salud, siempre con un único objetivo: conseguir el favor de la opinión pública o, al menos, conservar el que se tiene. Entonces, ¿qué es lo más correcto en términos de popularidad? Y, sobre todo, ¿qué consecuencias acarrea para un político?

La sociedad actual es cada vez más exigente con los políticos y las instituciones, con una demanda de transparencia que, según apunta Daniel Ureña, presidente de la Asociación de Comunicación Política (ACOP), debe llevar a los políticos a entender que “si tiene una enfermedad debería comunicarla, pero no solo por esta exigencia social, sino también por cuestiones estratégicas”. Entre las más importantes, explica Ureña, se encuentra el hecho de controlar el mensaje, decidiendo qué se comunica y qué no o con qué periodicidad, así como cerrar la puerta a rumores. Es decir, “que te acusen de querer ocultar la enfermedad si esta sale a la luz, una acusación que repercutirá negativamente en la reputación del político”.

El efecto negativo de una ocultación fallida es precisamente el que ha sufrido la candidata demócrata y que su contrincante, quien cada vez le recorta más distancia en las encuestas, se ha encargado de explotar. “Hillary y su equipo se han equivocado. Si tienes una enfermedad, infecciosa como era en este caso y por tanto curable, y se la calla después de que ya hubiese rumores por su tos recurrente, es mejor informar de ello y evitar riesgos”, explica el catedrático de Comunicación Política de la Universitat Autònoma de Barcelona Pere-Oriol Costa. En comunicación estratégica electoral, añade, “siempre que tomas una decisión tienes que medir las contraindicaciones”, lo cual fue un error, a no ser que la candidata incluso omitiese esta información a su equipo más cercano.

Afrontar la situación para reducir los riesgos es la mejor opción comunicativa, puesto que de lo contrario se propagarán los rumores, podrá darse una imagen de debilidad y finalmente, de ocultación, lo cual penalizará mucho más que si el público está en preaviso, apunta el catedrático de la UAB. Dar la cara es por tanto la opción menos arriesgada. Un mal menor, ya que, como reconoce Oriol Costa, se ha probado en estudios poselectorales que para una masa significativa de la población la enfermedad de un candidato supone un problema a la hora de votarle. Máxime tratándose de una persona de avanzada edad y que se presenta para dirigir el país durante los próximos cuatro años.

Coincide Ureña en este punto, quien sentencia que “el riesgo es aún mayor si se decide ocultar”, pues si sale a la luz se generará una crisis que costará mucho controlar. Para el presidente de ACOP no cabe duda de que siempre existe riesgo cuando comunicas algo relacionado con la salud, “pero si se tiene clara la estrategia y los objetivos y se va analizando cómo evoluciona se podrá minimizar”. ¿A quién debe achacársele entonces el fallo, a Clinton, a sus asesores? ¿El estrecho margen que las encuestas dan a la candidata la han empujado a incurrir en este tipo de riesgos?

La sensibilidad del electorado estadounidense sobre estas cuestiones es mayor porque hasta cinco presidentes han fallecido en el cargo, como recuerda el asesor y experto en comunicación política Ignacio Martín Granados. Una preocupación que volvió a sobrevolar en esta campaña por la edad de los candidatos. “El presidente no solo debe ser el más listo y el mejor preparado, sino también el que tenga mejores condiciones de salud para dirigir un país”, explica Martín Granados.

Otra particularidad del electorado estadounidense y sus representantes es que la vida privada importa, ya sea por la creciente espectacularización como porque puntúa que abran al público las puertas de su casa y enseñen su vida privada. “Se les pide que vivan en palacios de cristal, que expliquen hasta el mínimo detalle su día a día, desde qué desayunan hasta con quién se acuestan” y Clinton ha demostrado en este caso la repetida frase entre los expertos en comunicación política de que “sería mejor presidenta que candidata”. Trump, en cambio, ha mostrado una mayor inteligencia comunicativa, pero, como advierte Martín Granados, puede acabar pasándose de frenada y generar el efecto contrario.

El 'caso Alberto Garzón'

Al margen del 'reality show' en el que han derivado las campañas norteamericanas, la exigencia de luz y taquígrafos se está extendiendo también a España. Si quienes enarbolaron esta bandera fueron principalmente Podemos y Ciudadanos, que nacieron con una vocación regeneradora, quien más parece haber aprendido del 'caso Clinton' es el coordinador federal de Izquierda Unida, Alberto Garzón.

Desde que su equipo informó sobre su ausencia en una reunión de la dirección del partido el pasado domingo por motivos de salud, ha ido explicando día a día su evolución, sin ocultar el tipo de su enfermedad, pruebas clínicas y, finalmente, alta médica. Un ejercicio de transparencia poco habitual entre los representantes españoles, pues no son pocos los políticos sobre los que sus problemas de salud, incluso de gravedad, solo han transcendido tras apartarse de su cargo.

Para el asesor político Ignacio Martín Granados la generalización de las redes sociales, que generan una situación en la que los políticos están comunicando continuamente lo que hacen, impulsan esta necesidad de transparencia. De lo contrario, advierte, pueden saltar las alarmas. “Si hay opacidad es cuando se sospecha de que puede tratarse de algo grave, mientras que si lo comunicas evitas preocupaciones, sobre todo si se tiene que suspender la agenda”, añade. En todo caso, sentencia que la máxima que debe regir en estos casos, es “transparencia, sentido común, normalizar la situación y capacidad para prever las consecuencias”.

“Si hay opacidad es cuando se sospecha de que puede ser grave, pero si lo comunicas evitas preocupaciones, sobre todo si se tiene que suspender la agenda"

El sentido común, las costumbres y las diferencias culturales entre electorados, que mencionaba Martín Granados, acarrean una serie de dilemas éticos y políticos que enuncia el profesor de Ciencia Política en la URJC José Manuel Sánchez Duarte. “Pienso por ejemplo en un presidente que fuese portador del VIH. Es una enfermedad crónica y que en la gran mayoría de los casos no te incapacita para desarrollar de manera efectiva tu trabajo. En casos como este, ¿habría necesidad de que la ciudadanía lo supiese? ¿Qué ocurriría con el estigma social asociado a este tipo de enfermedades? ¿Hasta qué punto una parte del electorado le juzgaría por lo que tiene más que por lo que hace?”.

El uso partidista de las dolencias es otra de las cuestiones éticas que plantea Sánchez Duarte. “El sufrimiento humaniza a las personas”, explica, “más a aquellas con una exposición mediática y con las que nos sentimos identificadas”. Cuestión por la que se pregunta si podría ser este un recurso para legitimar políticas y candidatos.

Las diferencias culturales importan y este profesor de la URJC pone sobre la mesa el peso que tiene la sexualidad de los políticos en unos países y en otros. “En EEUU es un factor importante y determinante. Sin embargo, en España son temas que tienen poco recorrido, que no dejan de ser chascarrillos y son asimilados de manera rápida por la ciudadanía. Incluso cuestiones como la orientación sexual ya no suman ni restan en términos electorales”, apunta. Una reflexión que lo lleva a cuestionar si no ocurre lo mismo en lo referente al estado de salud, puesto que el respeto por la vida privada es mayor en España, por ejemplo, que en EEUU. La transparencia también tiene límites, pero los políticos se deben al electorado y sus exigencias. Si no, que se lo pregunten al equipo de Hillary Clinton.

Los problemas de salud de Hillary Clinton han entrado en campaña generando un encendido debate del que se derivan algunas conclusiones y muchas preguntas. La gestión realizada por el equipo de campaña de la candidata a la presidencia de EEUU ha sido puesta en tela de juicio, no solo por su oponente electoral Donald Trump, sino por reputados expertos en comunicación política, en un momento en el que las exigencias de transparencia son cada vez mayores. Un caso del que se han extraído lecciones sobre la idoneidad o no de que los políticos informen sobre su estado de salud, siempre con un único objetivo: conseguir el favor de la opinión pública o, al menos, conservar el que se tiene. Entonces, ¿qué es lo más correcto en términos de popularidad? Y, sobre todo, ¿qué consecuencias acarrea para un político?

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