Es noticia
El ISIS y el ébola disparan la demanda de búnkeres entre los ricos españoles
  1. España
una industria en auge

El ISIS y el ébola disparan la demanda de búnkeres entre los ricos españoles

La industria se ha transformado en un par de décadas. De las sencillas bodegas revestidas de hormigón de hace dos décadas se ha pasado a hormigueros prefabricados y ultratecnológicos

La primera norma del club del búnker es que no se habla del club del búnker. En España son ya cientos, quizá miles, las familias que disponen de un agujero bajo tierra donde contener la respiración si viene mal dadas. No se exhiben, ni se habla demasiado de ello, porque una de las principales obsesiones de sus propietarios es pasar desapercibidos. Tiene sentido. Basta sintonizar levemente con la paranoia que te lleva a construir una habitación a prueba de bombas atómicas para entender que el razonamiento es impecable: un refugio sólo cobra sentido en caso de Apocalipsis. Pero en ese escenario se convierte en la posesión más preciada.

"Mis clientes exigen máxima discreción y suelen pedir que las obras se hagan muy deprisa para que nadie note nada. Algunos módulos prefabricados los podemos instalar en hora y media. Se le oculta a los vecinos, incluso a los familiares más cercanos. Piensa que las plazas están contadas y, en caso de catástrofe, todo el mundo va a querer estar dentro. Te podrían incluso matar por entrar en tu búnker, así que hasta el mantenimiento lo tenemos que hacer nosotros bajo la más estricta cláusula de confidencialidad”.

Quien habla es Ángel Castro, CEO de Valbeca, constructora especializada en refugios e instalaciones militares. En sus oficinas ("mejor no escribas donde estamos") se almacenan los planos de algunos de los búnkeres más sofisticados de España. Dicen haber construido más de 20 grandes estructuras para clientes particulares a lo largo de 2014. “Este año vamos a superar con creces la cifra. La demanda ha crecido por la inestabilidad internacional y el miedo se ha disparado por la amenaza del Estado Islámico y, en menor medida, el ébola. Muchos clientes nos dicen que temen un gran atentado en España, con armas nucleares, químicas, bacteriológicas... Algunos son personas muy bien conectadas y con un altísimo poder adquisitivo”, dice.

¿Pero quién demonios encarga un búnker? Según Castro, lo hacen millonarios (“es curioso pero algunos ofrecen pagar en negro”), banqueros, gente de la farándula (“muy conocidos”), aunque también familias de clase media alta con diferentes grados de exigencia. La demanda ha cambiado mucho. Hace un par de décadas se construían poco más que bodegas revestidas de hormigón. Hoy el cliente consulta catálogos: desde sencillas estructuras de cemento dotadas de filtros hasta hormigueros ultra-sofisticados que se arman como un lego con módulos metálicos. Y cuyo aspecto nos transporta a algunas películas de ciencia ficción.

Como en todo, existen modas. La última, importada de Estados Unidos, son las “carpas de interior protegidas”, campanas plásticas para aislarse de epidemias, parecidas a las que pueden verse en algunos hospitales especializados. Los catálogos prometen la certeza de "seguir haciendo vida normal, dormir y trabajar, dentro de la estructura, aunque se produzca una epidemia mortal". "Estamos recibiendo muchas consultas sobre este tipo de estructuras, claramente motivadas por la psicosis que ha desatado el ébola", dice Castro.

Carmen, decoradora de refugios

En la industria de los búnkeres hacen falta suministradores de comida deshidratada (similar a la que usan los militares) para llenar despensas, sistemas electrónicos y descompresores, filtros de aire, depósitos de agua, de oxígeno... Y también decoradores, como Carmen, que ha realizado varios proyectos de este estilo en los últimos años. “No es un tipo de decoración muy complicado porque son espacios pequeños donde no se pueden hacer tampoco virguerías. Yo trato de crear un ambiente lo más parecido posible al hogar del cliente, para suavizar el trauma”.

Lo más importante, incide Carmen, es la luz. “Intentamos que vivir bajo tierra se parezca lo más posible a vivir en la superficie. Para conseguirlo, instalamos fluorescentes de luz blanca con visillos para simular el interior de un ventanal diurno muy luminoso. Podemos crear también una escena exterior estática, como un prado o un bosque, para simular la experiencia de estar fuera. Además, la luz va cambiando con un potenciómetro que recorre todas las horas del día. Vamos, que parezca que amanece y anochece. Y cuando anochece, se pueden encender lámparas, como en cualquier casa. Suena intrascendente pero es importantes para los biorritmos y esas cosas”, asegura.

Las periferias pudientes de las grandes ciudades, como el noroeste de Madrid, son el mejor lugar para instalar un búnker. “En el centro es casi imposible y demasiado lejos del núcleo urbano no tiene tampoco sentido porque a lo mejor no vas a llegar a tiempo si pasa algo”, razona Castro. Se producen casos extremos: familias que han creado refugios en páramos perdidos donde nadie pueda encontrarlos. “Hay de todo. Una vez llegó una petición de una asociación que quería un búnker capaz de aguantar un ataque de zombies. Pensábamos que había una cámara oculta”.

Cada búnker es un mundo, adaptado a los caprichos del cliente. Pueden ser zulos o superar los 200 metros cuadrados. Algunos ofrecen protección sencilla frente a un bombardeo; y otros disponen de sistemas de oxígeno autónomos para que 50 personas aguanten hasta 72 horas con vida. “Lo mínimo es tener filtros, un generador de energía propio, válvulas de descompresión, etcétera. Para la gente de menos presupuesto ofrecemos un kit con lo básico para que se lo construyan ellos mismos si tienen conocimientos de albañilería”.

En contra del primer instinto de la mayoría de sus clientes, en Valbeca recomiendan no construirlos en el sótano de casa. “Eso se puede convertir en una tumba si hay una explosión y la casa se derrumba”. Lo ideal, dicen, es hacerlo en un espacio apartado dentro de una finca. “Y con dos salidas, por si acaso. Tan importante como proteger el refugio es asegurarse de que se podrá salir pasado un tiempo prudencial. En general, se recomienda no permanecer bajo tierra más de quince días.

Los proyectos más ambiciosos disponen también de un plan de huida, por ejemplo un par de motocicletas sin sistema eléctrico (a prueba de ataques electromagnéticos), dotadas con bombonas de oxígeno y trajes especiales. “El objetivo de esto es poder alejarse hasta 300 kilómetros del epicentro de un ataque nuclear, bacteriológico o químico”, dice Castro.

Aunque es dificil saber con exactitud lo que ocurre en las entrañas del planeta, parece que España no es un país precisamente puntero en la construcción de bunkers privados. Los líderes indiscutibles son Suiza y Estados Unidos, seguidos por Israel y algunos países del este de Europa, como Polonia, de donde vienen la mayor parte de los suministros. "Dicen que en Suiza hay suficientes plazas bajo tierra para resguardar a toda la población. Allí se construyen con mucha más naturalidad. Aquí en España todavía se lleva con cierta vergüenza, algunos clientes prefieren ocultarlo por lo que pueda pensar la gente. No quieren que nadie piense que se han vuelto locos".

La primera norma del club del búnker es que no se habla del club del búnker. En España son ya cientos, quizá miles, las familias que disponen de un agujero bajo tierra donde contener la respiración si viene mal dadas. No se exhiben, ni se habla demasiado de ello, porque una de las principales obsesiones de sus propietarios es pasar desapercibidos. Tiene sentido. Basta sintonizar levemente con la paranoia que te lleva a construir una habitación a prueba de bombas atómicas para entender que el razonamiento es impecable: un refugio sólo cobra sentido en caso de Apocalipsis. Pero en ese escenario se convierte en la posesión más preciada.

Terrorismo