Es noticia
Confesiones de seis refugiados sirios en España
  1. España
DIFICULTADes PARA SALIR ADELANTE

Confesiones de seis refugiados sirios en España

"No nos preguntan qué pensamos sobre las cuotas, de las cifras que aterrorizan a los españoles afectados por la crisis y que enervan a algunos políticos", explican a El Confidencial

Dice la periodista y filóloga Suzanne Zaura, madrileña e hija de sirio emigrado en los años ochenta, que nadie escucha lo que piensan los sirios, que nadie está interesado en parar una guerra, que nadie se pregunta por qué el ISIS no ataca Israel por los Altos del Golán, en la inmaculada frontera con Siria. “No nos preguntan qué pensamos sobre esas cuotas a subasta de refugiados, de esas cifras que aterrorizan a los españoles afectados por la crisis, que enervan a algunos políticos y que sacan a otros a la calle con pancartas de bienvenidos. Adopta un perro, adopta un refugiado”, y arranca el coche. El destino: un recoleto restaurante sirio, Damasco, en el casco antiguo de Alcobendas. Organizamos allí una charla entre cuatro mujeres que llevan dos años y medio, un año y medio, un año y toda la vida, como el caso de Zaura, ya nacida en España e hija de esa ola de refugiados, en su mayoría médicos y comerciantes que huyeron con el padre de Bachar aI Assad. La dueña del restaurante es Jala, de 28 años, estudió Bellas Artes (se ríe cuando lo recuerda). Y su madre, Loubaba, es ingeniera petroquímica. (Vea las todas las imágenes de la reunión)

Ambas son refugiadas sirias, aunque Jala lo es por partida doble, porque su padre, arquitecto, es refugiado palestino y este estatus se hereda de padres a hijos. Vinieron hace dos años medio invitados por un familiar que residía en España. Emprendieron y montaron un negocio con sus ahorros. Hoy les ahogan los pagos, los alquileres y la falta de apoyo del Estado a los pequeños emprendedores. Hoy, en este pequeño restaurante ellos ponen la mesa, la comida y las historias. Viene Maisoun, una farmacéutica de Damasco drusa, con la que coincidieron en el Centro de Refugiados de Alcobendas. Año y medio después y con el título convalidado se le agotan los ahorros para pagar los 500 euros de alquiler.

“Van a traer a gente para que viva en la calle. Miren mis problemas. Mis dos hijos no pueden convalidar los años que ya han cursado. No tenemos becas. Mi marido no ha recibido como yo un curso gratuito para hablar español. El dinero se nos acaba. Esta va a ser la situación de muchos refugiados dentro de un año y medio”, dice la farmacéutica. “Miren cómo estamos nosotros. Paren la guerra o cambien las leyes para que tengamos un poco de calidad de vida. Nuestro delito fue enfrentarnos a un régimen inhumano. Estamos por debajo del cero, solo necesitamos un poco de apoyo para salir”. Es la voz de la joven Jala, que habla de cuatro amigos universitarios muertos y de muchos otros en las cárceles donde nadie sabe ni pregunta nada. Su madre sirve la comida en silencio.

Zaura recuerda que los refugiados del país de su padre que están consiguiendo llegar a Málaga (60 al día, según datos de la Cruz Roja) están muy desorientados. Los recién llegados están convencidos que en la capital de España les van a dar 200 euros por persona y por eso no quieren quedarse en esta ciudad. “Hay mucho descontrol y desinformación”, incide Zaura, que trabaja como presentadora en el canal musulmán Córdoba TV' y que cuenta que, tras el acuerdo con la Comisión Europea, las organizaciones humanitarias estiman que en la provincia podrían desembarcar entre 800 y un millar de refugiados. Ella es musulmana suní. Y no lleva velo. Su madre es española. Tiene 30 años. El pasado sábado estuvimos con ella en la sede que la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio tiene en el madrileño barrio de Moratalaz. Allí se acercaban voluntarios y refugiados. Entre los que se ofrecían a clasificar alimentos y medicinas para mandar a Alepo había mujeres marroquíes con 'hijab', hijos de sirios como Suzanne emigrados hace 30 o 40 años, jóvenes españoles ligados a movimientos sociales y gente del barrio. Muchos ofrecían acoger un refugiado en su casa a Tarek, el vicepresidente de la asociación.

“Esta situación la estamos viviendo cada día. Las personas se acercan y nos piden que les apuntemos en una lista para poder alojar. Creemos que canalizar el acogimiento es algo que debe partir del Estado y de las CCAA y nosotros adaptarnos a los protocolos. Un tercio de los refugiados que vienen son menores, muchos vienen con necesidad de apoyo psicosocial fuerte y dentro de ese grupo de niños, hay un porcentaje de menores no acompañados. Debemos organizarnos mejor. Hay que crear un protocolo de actuación común”, demanda, mientras termina de embalar una caja con jeringuillas y gasas caducadas de un centro de salud de la sierra de Madrid.

“No digas cuál, por favor”, espeta la enfermera. “Lo van a tirar pero basta que se diga que se dona para que salten susceptibilidades”. Algún dato dentro de un tema en el que sufrimos diarrea de cifras. En 2012 pidieron asilo 255 personas sirias. Según la Comisión de Ayuda Al Refugiado (CEAR), los principales destinos de los refugiados sirios son países vecinos como Turquía, Jordania y Egipto. Europa es todavía una opción minoritaria. Unas 55.000 personas han llegado a la UE para pedir asilo pero Europa se ha comprometido a acoger a 12.000, según Amnistía Internacional, que califica esta cifra como una cantidad “ridícula”. CEAR denuncia “la excesiva demora en resolver las solicitudes de asilo” en nuestro país y las trabas impuestas, como por ejemplo que se exige el visado de tránsito”.

A recoger conservas, compresas, pañales, acude Mohammad con su mujer y sus tres hijas. Las niñas de entre 13 y nueve años hablan con fluidez árabe y alemán. El hombre cuenta que vivían felices en Zurich, donde él ejercía su oficio, fisioterapeuta, y su mujer era profesora de inglés, el trabajo que tenía en Siria. “Como entramos por España hace dos años gracias a la invitación de un familiar y aquí conseguimos la visa, España nos obliga ahora a regresar a Madrid cuando ya teníamos la vida hecha allí. ¿No pueden cambiar esta ley?”, insiste a la grabadora. Y se dirigen en peregrinación hacia el metro. Su destino: un piso compartido por otras tres familias. “Nadie quiere alquilar a refugiados. Intentamos aparentar normalidad por los niños”, cuenta.

A él le dio un ictus del estrés y tiene inhabilitado un brazo. “Me estoy recuperando a mí mismo. Sin mis manos no puedo trabajar”, relata. Ellos tienen piso, otros viven con tensión cómo se les acaban los seis meses de estancia (algunos consiguen prorrogarlos hasta 10 meses) en el Centro de Acogida de Refugiados. Es el caso de Omar, que vive en el de Getafe. Faltan dos meses para irse a la calle y nadie les alquila. Tienen tres niños. Llega el invierno. Él es ingeniero experto en energías renovables. Como muchos de los refugiados, son ateos. “La religión nos ha traído la guerra. Yo solo quiero un piso para pagar la renta, un lugar seguro para ver crecer a mis hijos. No quiero caridad. Hace unos meses era clase media y hoy no tengo ni patria. Y volvería a la mía encantado si parasen la guerra”. Su mujer, de tez blanca, le mira y llora sin llorar.

A 3.000 kilómetros de Siria, los refugiados de este país devastado por la guerra sí cuentan con cama y comida en los CAR de España. Allí comparten vivencias (y desesperación) con otros refugiados de otras nacionalidades. Los más pequeños juegan ajenos. “No se permite la entrega de ropa ni comida si usted no sabe el nombre de la persona que hay dentro”, nos dice el seguridad del CAR de Alcobendas. Un refugiado checheno nos advierte de que podemos dejar la donación a la vuelta de la esquina, lejos de la mirada del seguridad y ellos lo reparten. Pueden permanecer en el centro de acogida hasta un máximo de 12 meses. A partir de entonces, el Estado se lava las manos y solo las ONG les ayudan a conseguir alojamiento. No todos consiguen la preciada tarjeta roja de asilado político. Mientras se tramita su expediente, reciben unos 150 euros al mes, y también les dan 180 euros para ropa. La mayoría tira de sus propios ahorros, muchos cambiaron su dinero en efectivo por oro y ahora buscan casas de empeño para tener los preciados euros. Los más afortunados consiguen en este tiempo en el centro de acogida convalidar sus estudios universitarios. Muchos son ingenieros y deben hacer dos años de carrera en España para convalidarlos, algo imposible para alguien que no domina el idioma y tiene cargas familiares en situación de riesgo.

¿Les había dicho que hasta hace unos meses eran clase media, no? ¿Y también que en Siria convivían las comunidades suní y alauí, una fuerte minoría cristiana (13% de la población), una pequeña comunidad chií (0,5%) y otra drusa (4%)? “Históricamente, los sirios somos expertos en acoger refugiados, teníamos un modelo de convivencia perfecto. Venimos formados. Podemos serles útiles”, clama. El sueño de este ingeniero experto en energías renovables: poner una tienda de electricidad y reparaciones a domicilio. Ahora multipliquen estas historias por 14.931, el número de futuros refugiados que va a acoger España. ¿Estamos preparados? Desde la ONG Plan Internacional, que trabaja ya en Egipto con 8.000 familias de refugiados sirios con especial atención a la infancia, cuentan a El Confidencial su larga experiencia en apoyo psicosocial a menores y de operativas en este tipo de situaciones. Por otra parte, Aldeas Infantiles dicen que han ofertado a las autonomías 100 plazas para menores en sus centros y toda su experiencia con menores no acompañados y grupos de hermanos. Por ahora, no han recibido respuesta.

Dice la periodista y filóloga Suzanne Zaura, madrileña e hija de sirio emigrado en los años ochenta, que nadie escucha lo que piensan los sirios, que nadie está interesado en parar una guerra, que nadie se pregunta por qué el ISIS no ataca Israel por los Altos del Golán, en la inmaculada frontera con Siria. “No nos preguntan qué pensamos sobre esas cuotas a subasta de refugiados, de esas cifras que aterrorizan a los españoles afectados por la crisis, que enervan a algunos políticos y que sacan a otros a la calle con pancartas de bienvenidos. Adopta un perro, adopta un refugiado”, y arranca el coche. El destino: un recoleto restaurante sirio, Damasco, en el casco antiguo de Alcobendas. Organizamos allí una charla entre cuatro mujeres que llevan dos años y medio, un año y medio, un año y toda la vida, como el caso de Zaura, ya nacida en España e hija de esa ola de refugiados, en su mayoría médicos y comerciantes que huyeron con el padre de Bachar aI Assad. La dueña del restaurante es Jala, de 28 años, estudió Bellas Artes (se ríe cuando lo recuerda). Y su madre, Loubaba, es ingeniera petroquímica. (Vea las todas las imágenes de la reunión)

ONG Comisión Europea Refugiados Guerra en Siria
El redactor recomienda